domingo, 14 de noviembre de 2010

MARIA ELENA WALSH



Nació en 1930 en Ramos Mejía, Buenos Aires.. Su padre, inglés y ferroviario, tocaba el piano y cantaba. También solía recitarle las “Nursery Rhymes”, rimas de cuna inglesas, muy tradicionales, muy antiguas. Su madre, argentina, le inculcó su amor a la naturaleza y a su tierra. Proclive a la lectura desde muy chica, no había terminado la escuela secundaria cuando publica su primer libro, “Otoño imperdonable” (1947), que recibe el segundo premio Municipal de poesía con excelente crítica.   Poco después, en 1950, se encuentra con Leda Valladares, y en París forma un dúo que interpreta temas folklóricos argentinos, con rotundo éxito. De allí en más su vocación como escritora, cantante y ensayista quedó definida. Su producción, tal como muestra la cronología que acompaña esta nota, comprende 22 discos, 16 libros para  niños, 15 libros para adultos y una película –guión y rol protagónico.



ASUNCION DE LA POESIA

Yo me nazco, yo misma me levanto,
organizo mi forma y determino
mi cantidad, mi número divino,
mi régimen de paz, mi azar de llanto.

Establezco mi origen y termino
porque sí, para nunca, por lo tanto.
Soy lo que se me ocurre cuando canto.
No tengo ganas de tener destino.

Mi corazón estoy elaborando:
ordeno sufrimiento a su medida,
educo al odio y al amor lo mando.

Me autorizo a morir sólo de vida.
Me olvidarán sin duda pero cuando
mi enterrado capricho lo decida.


Balada Triste


Era el otoño y era la llovizna,
la inicial certidumbre del poniente.
Mis pasos desandaban su tristeza
mientras sobre la tierra conmovida
era el otoño y era la llovizna.

En el transcurso de las avenidas
todos los pájaros habían muerto,
y las hojas llovían cautamente
sobre la hierba, cerca de mi sangre,
en el transcurso de las avenidas.

¿Qué llanto conocí, qué desconsuelo
bajo los árboles deshabitados?
Cuando en la fuente se reconocía
un cielo de palomas lejanísimas
qué llanto conocí, qué desconsuelo.

Oh muros de mi sed, aquellos muros
que no sé si existieron a mi lado;
bebí en ellos soledad de siglos,
luz
funeraria, fríos alusivos.
Oh muros de mi sed, aquellos muros.

Triste ejercicio el de invadir la niebla
por ámbitos inciertos, declinando.
Atravesé desconocidos puentes
en el amanecer de los
faroles.
Triste ejercicio el de invadir la niebla.

Todos los pájaros habían muerto
en el transcurso de las avenidas.
Qué llanto conocí, qué desconsuelo:
era el otoño y era la llovizna,
todos los pájaros habían muerto.


La pena de muerte



Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos.
Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado.
Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.
Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial.
Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la Justicia.
Fu
i quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico-protestante.
Fui enviada a la
guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre.
Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna de unitarios.
Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales.
Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.
Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.
Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos.
Me condenaron
de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común.
A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital. Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable. Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar. Cada vez que se alude a este escarmiento la Humanidad retrocede en cuatro patas.


María Elena Walsh




5 comentarios:

  1. Vaya con estos poemas, que no conocía y me da verguenza, ya que María Elena es una grande. A veces también sucede con las canciones, no con las infantiles porque todos saben que son de ella pero en canciones como La Cigarra se nos queda más el o la intérprete de la canción que quien hizo la letra. Una maravilla haber leído estos textos.

    María Esther Martinez

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  2. Qué belleza! Los tres y no conocía Asunción de la poesía. Ella lindísima en esa foto.Una grande que por suerte todavía está entre nosotros.

    Irene

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  3. Ah, estoy fascinada con esta entrega Andrés. Tengo que decir que poco importa la edad que tengamos, pasan las generaciones y nadie olvida las canciones para niños de María Elena. Y en su poesía para adulto hay tanta magia, tanta verdad, que me digo: es una grande, una grande de verdad. Alguien que quedará para siempre en el recuerdo de tantos. Canciones que cantan grandes intérpretes y como si fuera una posta, al morir ese cantante como en el caso de Mercedes Sosa, otro vendrá a tomar esa letra y llevarla por el mundo. Tres poemas hermosos, que disfruté . Gracias.

    Lily Chavez

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  4. Así vale la pena editar una revista literarias. María Elena Walsh es un símbolo, un modelo para copiar e inspirarse. Muchas gracias por vuestras palabras.
    el editor

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  5. No puedo creer estas letras, estoy tomando conciencia recién ahora.Las canciones que aprendimos de niños son inolvidables y las cantaré cuando tenga 100 años si llego y sin querer descubro otra María Elena. Excelente entrega.

    Lalo Ledesma

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