CARMEN PASSANO
Retazos Porteños
El zaguán, dejaba entrever el patio adornado de jazmines, parras de uva chinche, y macetas hechas con latas viejas, donde malvones rojos y blancos compartían la brisa de la tarde.
Hoy puertas cerradas con candados. Grandes rejas.
O quizás el alma de un romántico, quiera ver a una enredadera floreciendo hacia la calle. Pero aun, en las mañanas porteñas, subsiste ese resplandor de barrio, en la primavera.
Lo recuerdo bien, por esas callecitas, pasábamos juntos de la mano cada atardecer. Nos mirábamos a los ojos. Solo te molestaba el olor agreste de las parras y la uva salvaje, que sombreaban en las tardes de verano la frescura de las baldosas, recién regadas con el agua del pozo. Y aunque no te gustaban los racimos, el dulce sabor de la fruta quedaba en mis labios.
De ese día solo quedo el recuerdo y nuestra ausencia, ya en ese patio no estaremos mas, el tiempo evaporo el agua aquella que se perdió con los sueños. Tal vez en tus recuerdos pienses que la uva agreste, no era tan mala, y entiendas que yo te amaba. Y que un suave perfume de nostalgias vuelve más dulce el sabor de todas las cosas.
La lejanía y la ausencia, envuelven en un tiempo que fue la dicha compartida.
En el viejo Palermo, los patios permanecen para que cada ausencia se redima a la vera del aljibe, cuando el sol se refugia en el silencio de la siesta y el perfume del jazmín es mas intenso.
Acaso en un zaguán alguien se detenga a pronunciar mi nombre, para que las rejas desdeñen los candados, y un gesto, una palabra, inicien el prodigioso vuelo de los pájaros de la memoria
En el callejón se pierde la melodía de un piano, que evoca la maravillosa letra de Naranjo en Flor. Un silbido triste acompaña la melodía y la voz de Goyeneche, se escucha cantándole a Malena.
El patio ya no existe pero quedaron los susurros y las voces del conventillo, convertido en un restaurante de moda, y dicen los que escuchan en el silencio de la noche, los taconeos de una mujer, que una sombra se va sigilosa taconeando en la vereda, para huir con aquel hombre que la sedujo.
Las glicinas, siguen remedando el azul del cielo.
A veces, cuando sueno los patios de mi barrio y sus casas, las mismas casas que aun no quieren irse, con veredas de sombra y paraísos, con flores azules alfombrando las veredas, me viene a la memoria el viejo barquillero con la ruleta de alambre… Uno dos tres barquillos… y nuestra impaciencia de niños girando en el circulo de sueños, de rondas. Al pasar la barca me dijo el barquero… las niñas bonitas no pagan dinero…
Se me hace que un fuelle, se escapo de otros tiempos, para presumir por San Telmo ante turistas curiosos, con las notas de un tango en los umbrales de un amanecer, en el patio de un conventillo.
Cuando el Plata se despereza, y las luminarias del Bajo claudican, una mujer con paso lerdo carga con sus desdichas. En una esquina un hombre la espera.
Amanece. Los gorriones, simulan un leve alboroto, remedando las comadres que en los patios, ya preparan el mate. Llega el hombre con la solapa levantada silbando el tango aquel que Homero imaginara con misterios de adiós en el barrio de Pompeya.
La voz de Gardel cantando mejor que nunca, rueda por San Telmo, mientras los cachivaches antiguos, manoseados por curiosos extranjeros, cuentan sus historias, negociando los recuerdos, que el tiempo convirtió en artículos valiosos.
Madreselvas en flor, que trepándose van, es tu amor y mi amor una sombra fugaz. Mientras las macetas renuevan la vieja costumbre de los malvones, trepándose en las rejas.
Un organillero, con su musiquita cansona y triste, regala papelitos de la suerte, y la cotorrita verde y resignada los alcanza.
En el bar con faroles en la puerta, viejas sillas de madera gastada, unos vendedores de oro negocian con los rateros de cadenitas y medallas, que ofrecen con poco disimulo el botín del día.
Madreselvas en flor, que en la vieja pared, comprendieron mi amor…
Si todos los años, tus flores renacen, hace que no muera mi vieja ilusión…\
Frente al Alehp, en un banco de la plaza, mirando hacia
El silencio, lleno de murmullos y de voces de sus historias, de malevos, de letras de tango, le habla de otros barrios del Sur.
Hoy ese banco vacío, contempla indiferente un grupo de turistas, en la tarde todavía primaveral. A lo lejos un hombrecito con chambergo gris toca el bandoneón y canta - Sur paredón y después… - Da algunos pasos de baile y espera que caigan algunas monedas sobre una cajita de lata.
Los turistas pasan de largo… Yo me siento en ese banco bajo la sombra del paraíso gigante, lo miro, lo escucho cantar, le sonrío…
Pongo un billete en sus manos, le doy un abrazo y me saluda con un toque de ala en su sombrero.
Me alejo caminando por Arenales, esa callecita que tiene… un no se que, en la tarde porteña. Mientras los gorriones vuelven a sus ramas.
Y en esa misma tarde de otoño, una triste ronda de hojas secas se arremolina. Miro caminar a esa pelirroja, y quisiera llamarla, pero no, no es mi hermana. Mi hermana esta lejos.
Aquel muchacho de mirada triste en el bar, mirando por la vidriera, tampoco es mi amigo Echeverría. Esta lejos.
Tantos que se fueron, otros desaparecieron sin dejar rastros.
Buenos Aires llora. Hay calor de cenizas en esas hojas, todavía en alguna casa se escucha un tango con embriaguez de lágrimas.
Un bebe es arrancado de los brazos de su madre en su primer encuentro con la vida, ya desgarraron su corazón.
Olvido y misericordia. Buenos Aires llora.
Como un viejo retrato sepia del destierro, en largas veladas solitarias, Buenos Aires grita… NUNCA MÁS.
UN TEXTO INTERESANTE, PREÑADO DE AUSENCIA, DE MELANCOLÍA, DE RECUERDOS. MUY BUENO!
ResponderEliminarEDGAR BUSTOS
Carmen , muy bueno tu texto y tu nostalgia que me lleva a un Buenos Aires de mi infancia en la casa de un amado tío gallego que murió alcoholizado porque su mujer lo engañaba.
ResponderEliminarQue boludo mi amado tío Manuel. Gracias por el recuerdo.
amelia
Sí, hermoso trabajo y vos Amelia me hiciste sonreir. Y si bien no me provoca recuerdos Buenos Aires, tengo acumulado todo lo que Aldao me ha contado a través de los textos de su Buenos Aires querido y entonces, todo termina por encadenarse. Sabemos de qué se habla. Un abrazo Carmen.
ResponderEliminarLa del anterior comentario es Lily Chavez
ResponderEliminarHermoso texto en el que la nostalgia de la autora se entrelaza con la de los tangos amados. Si, los porteños tenemos desde siempre esa nostalgia que no tiene que ver con la ausencia ni con la distancia. Parecería que es parte de la condición humana, por lo menos de la condición de argentino y porteño. Ester
ResponderEliminarEl texto en si es todo un tangazo pleno de imágenes, olores y nostalgias, muy bueno, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarUna magnífica y vibrante descripción de nuestra ciudad cuna, sin concesiones, y un final que nos devuelve parte de una realidad negra, triste (más triste en estos días por la muerte de quien hizo tanto por el NUNCA MÁS...
ResponderEliminarAndrés