13/07/12 LIBROS
Juan Gelman reunido
Puestas en la balanza del tiempo, las más de mil cuatrocientas
páginas de laPoesía reunida del célebre poeta argentino arrojan un
diagnóstico reservado sobre sus potencialidades como legado literario. /
Por Alejandro Rubio.
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Leyendo los dos volúmenes que compilan una obra iniciada en
1956, vienen a la memoria dos frases pronunciadas por poetas que nada tienen
que ver con Juan Gelman: los hermanos Lamborghini. “El enemigo es
González Tuñón”, dijo Osvaldo; y “para ser poeta no hace falta ser boludo”
(Leónidas dixit). Pero habría que refrenar las ganas de decir que el tuñonismo
y el boludismo arruinaron la posibilidad de que una experiencia vital única en
un poeta argentino cuajara en una obra a su altura. Habría que seguir, más bien,
la línea histórica de una estructura de sentimiento que rigió la poesía de
Gelman y de muchos de sus coetáneos: el optimismo histórico, sus modos, sus
manías y su público. Se impone también una periodización marcada por la
historia política del país: primero, desde Violín y otras cuestiones (56)
hasta Hechos y relaciones (80), la etapa sesentista;
luego, el período de crisis, que incluye Si dulcemente (80), Citas
y comentarios (82)Interrupciones I y II (88), Carta
a mi madre (89) y Salarios del impío (93),
período que sienta el prestigio vigente de Gelman; por último, la clausura del
ciclo del optimismo histórico, que abarca desde Incompletamente (97)
hasta El emperrado corazón amora(10).
Raúl González Tuñón escribió
el prólogo al primer libro de Gelman. Allí, el vanguardista de los años 20, el
orador encendido de la república española, el comunista archivado por el
partido, señala que Gelman, a diferencia de los jóvenes “viejos” –los que se
guían por las formas, tanto literarias como sociales–, es un joven “joven”:
apasionado, fraterno, chapucero y atolondrado (estas características juveniles
no importarían si Gelman no las reivindicara en su vejez). El joven Gelman
confía en el futuro, confía en que los ripios y las perogrulladas de los poemas
presentes se borrarán en favor de la buena intención en un futuro
revolucionario. Persiste en esta fe a lo largo de varios libros, alargando sus
poemas, sus versos y sus palabras. Ni la mujer que se parecía a la palabra
nunca, ni los obligatorios himnos al Che, ni los trabajadores infantiles: nada
le es perdonado al lector actual. A juzgar por su éxito inmediato, muchos
lectores de poesía estuvieron de acuerdo con él. Por lo que sabemos, se trató
de una época de cándida seriedad, de fogosa ligereza, al menos en los juicios
estéticos. Nada perdura, después de tantos años, de tanta buena voluntad; ha
quedado solamente una pila de poemas innecesarios.
Si hay un movimiento formal en la obra de Gelman, es el que va
de los versos enfáticamente coloquiales y las metáforas e imágenes a lo Tuñón,
a la reproducción de una matriz simbólica tomada del Siglo de Oro español.
Pero sucede el golpe del 76, Gelman se exilia, su hijo es
secuestrado y asesinado, su nieta se pierde con la identidad cambiada: nunca un
corazón tan confiado en el futuro sufrió un revés más grande. Nuestro poeta es
una persona honesta que no quiere negar la realidad; se impone revisar los
presupuestos (reminiscencias tangueras, coloquialismo, ternurismo, pauperismo
evangélico, consignismo político, transparencia comunicativa) de una poesía
que, de no ser cambiada, mal podría representar el sentimiento de su
generación, la que se acunó con las canciones del optimismo histórico que tan
malherido parece bajo los mandobles militares. Ahora es Julio Cortázar,
el francoargentino surrealista-existencialista-castrista, en el prólogo a Si
dulcemente, el que señala que la oscuridad del nuevo Gelman no debe ser
adjudicada, contra lo que se pensaba en los sesenta, a la parálisis política,
sino a una nueva situación que requiere nuevos medios de expresión. Gelman no
abandona del todo sus viejos vicios (sus insoportables diminutivos, sus pésimos
neologismos, su fantaseo bobo) ni se redime de su innata minusvalía (su sordera
al significante), pero, otra vez, es representativo. Ha triunfado, y con un
sobretono recalcitrante: el poema final del libro, titulado “Esperan”,
con su ritornello: “vamos a empezar la lucha otra vez”. Se inicia un periodo
que muchos críticos bautizarían “de frenética búsqueda formal”: desde la
apropiación de poemas hebreos y árabes de la Edad Media hasta la
escritura en sefardí, pasando por el intertexto con la poesía mística española,
Gelman multiplica su paleta. Esta época de su obra es la que fascinó a lectores
de poesía tan exigentes como Fogwill y Nicolás Rosa; aunque lo cierto es que
aquí la búsqueda formal parece más bien parasitismo y no hay un solo hallazgo
verbal en tanto texto.
Es que si hay un movimiento
formal en la obra de Gelman, es el que va de los versos enfáticamente
coloquiales y las metáforas e imágenes a lo Tuñón, presentes en los primeros
libros, mezcla de cotidianeidad y exotismo, a la reproducción de una matriz
simbólica tomada del Siglo de Oro español. Así, “olvido”, “memoria”, “luz”,
“sombra”, “piedra”, “agua”, se harán representantes de polos emocionales
opuestos en la tensión del poema. Este método, como el anterior, llama la atención
por su doble huida de las cuestiones atingentes al realismo y a la vanguardia
(la real, no la que alucinaron los ultraístas porteños) y de los problemas
complementarios de la comunicación y el ciframiento. Ni lo uno ni lo otro,
parece decir Gelman, ni realismo ni vanguardia, pero sí algo de los dos: si el
lector se siente herido por la materialidad crasa de la palabra “cuchara”,
tendrá la revancha de que poco después la palabra “eternidad” campee por sus
fueros, y esto sin que en buena lógica poética haya ninguna conexión entre
ellas, solo una yuxtaposición exterior que las pone juntas pero las mantiene
aisladas.
Casi totalmente despojado de su resistente voluntarismo, apenas
algo cursi a veces, en sus recientes libros va puliendo un yo lírico que se
define por la vejez, la memoria, la elegía circunspecta, la reflexión sobre el
propio hacer y el amor otoñal.
Con Gelman radicado en México y
recibiendo un premio internacional tras otro, la última etapa de su obra, la
menos ambiciosa, es sin duda la mejor. Casi totalmente despojado de su
resistente voluntarismo, apenas algo cursi a veces, en sus recientes libros va
puliendo un yo lírico que se define por la vejez, la memoria, la elegía
circunspecta, la reflexión sobre el propio hacer y el amor otoñal.
Desgraciadamente, ciertos tonos de viejo vinagre en sus comentarios sobre el
presente poético e histórico arruinan lo que podría ser un registro homogéneo,
gris y opaco a la manera de Horacio Armani, justamente lo contrario de
brillante, pero no por eso menos digerible.
Impresiona, de todos modos, lo
distante que está, técnicamente, la poesía de Gelman de la que se ha desarrollado
a la sombra, precisamente, de sus enemigos virtuales, los Lamborghini. Se
presentan todas las diferencias: temperamentales, generacionales y estéticas.
Si la obra del primero va a germinar en continuadores de valía, habrá que
esperar que la poesía argentina actual, a su vez, cumpla su ciclo y sea leída
como fechada en una circunstancia caduca.
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Juan
Gelman
Poesía reunida I y II
Seix Barral. 660 y 720 páginas
Poesía reunida I y II
Seix Barral. 660 y 720 páginas
Interesante texto para aprender a leer a Gelman, C.A.T.
ResponderEliminarNo soy crítico de poesía, no tengo pedigrí para comentar poemas, no me gusta ser un "iconoclasta" a la violeta, pero las volteretas de Gelman puedo juzgarlas como neófito en poesía pero implacable con la conducta de un hombre que tuvo cambios y jamás los justificó con claridad autocrítica. Perdió a un hijo y a su nuera, un precio terrible para un padre. Pero Gelman, además de un excelente poeta y periodista, es un ser humano, un humano con su grandeza y sus errores. Como todos nosotros...
ResponderEliminarandrés
Su dignidad humana en situaciones terribles e injustas, es indiscutible.
ResponderEliminarAmo la buena poesía , y no coincido con el autor de este artículo. Sus neologismos y fantasías no son vicios sino el talento literario de transformar el lenguaje, de inaugurar un nuevo modo de poetizar.
Su paleta poética redescubre lo eterno y nuevo a la vez, habla de su indocilidad a la palabra convencional, hacia una búsqueda de sentido que arroja luz sobre un mundo caótico y opaco.
" La palabra no tiene hospitales /que le curen el mundo . . .
" En cada rostro/ hay un piano perdido. . JUAN GELMAN de su libro" El emperrado corazón amora"
MARITA RAGOZZA