el viejo almacén de don Tomás Achille |
La escritura es importante; pero si no se conoce la obra es como si no existiese, O como letra muerta encerrada en un cofre hermético. Por esta razón decidí publicar anteriores obritas de mi autoría que, sin lugar a dudas, no se conocen, No participo de lecturas en Buenos Aires, no hago conocer mis obras en lugares públicos, vivo en el otro confín del mundo, no me hacen reportajes por las radios, no aparezco en gacetillas de los diarios. Soy una apariencia, una imagen fotográfica, y. fuera de Liliana Varela y Elisabet Cinccotta, que me reportearon con tanta gentileza, nadie recuerda a un exiliado deshojado de su país y despojado de su ciudad cuna... A.A.
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hubo una vez...
las dos muertes de tomás achille
Le tomó su tiempo darse cuenta. Es que hay distintas clases de cambios. Los
hay bruscos, notorios, repentinos. Como decir que son cambios firmes,
vigorosos, leales. Te ponen a prueba y no son traicioneros. Pero a Tomás
Achille la cosa le vino de a poco. Como lamiéndole los sentidos; desarmándole
las defensas; volteándolo con una finura maliciosa, casi invisible.
El hombre
se resguardaba detrás de un mostrador rengo, tallado por esas arrugas de viejo
apareadas a su propia vejez. Almacén de barrio en el borde cansado del
suburbio, estanterías de provisiones que surtieron a una población sufrida y
pobretona. Tieso. Detrás de esa mampara sin horizonte, siempre. Servicial,
infaltable, maniatado por el fiado, los créditos incobrables, el trato afable,
y la yapa coimera extinguida en las fauces del fin de la historia.
Levantó el boliche en los años de oro y plata, aguantó la inflación, los
bajones. Y después de tanta aventura, paciencia, vejez, la cosa se cae, se
fisura. Las exigencias prepotentes de los bancos, y las deudas esas que
revolotean en las noches insomnes, ya no le dan paz. Pasaban los días, las
semanas, y las mercaderías alineadas no cambiaban de lugar. Una polvareda
insulsa, voraz y diestra cubría los estantes con una capa lúgubre y sepia. De
vez en cuando solitarios paquetes de fideos o arroz, un huevo, o medio pan,
cobraban vuelo. Y el lacónico mañana se lo pago disuelto en la torpe brevedad
de la promesa.
Ese día
Tomás Achille no aguantó. Salió apurado, cruzó la callecita alumbrada por un
sol avariento, y le gritó:
–¡Eh, doña Luisa! ¿Qué pasa que no viene al almacén?
¿Qué lleva en esas bolsas?
–Qué le ocurre don Tomás. Usted parece sordo y
ciego.
–¿Por qué
me dice eso? ¿Está enojada por algo?
–Pero
dígame, viejo, ¿usted no se da cuenta de que la gente no compra más en los
boliches? Tenemos el súper a tres cuadras. Hay de todo, don Tomás, allí compro
el pan y la leche, el asado, repongo vasos rotos, compro pantalones y camisas,
conserva, fideos. Y con la tarjeta. Es el fiado moderno ¿Se da cuenta, don
Tomás? El boliche es para los que no tienen, para los muertos de hambre que no
quieren trabajar. Está perdido. Entiérrelo, don Tomás,¡hágame caso!
El viejo
baja los brazos, cruza la calle con mansedad, entra en el refugio, se parapeta
detrás del mostrador bocetado con esas arrugas equiparadas a las de su vejez.
Lo acompañan, siempre, la soledad y el silencio del almacén.
Vieja bruja
mentirosa, piensa. Aunque él lo sabe. No presume ni duda. Los pocos huecos en
los estantes –fantasea– son como espacios vacíos que aguardan unos féretros
grises y compactos que rellenen la escuálida escenografía.
Se acerca
a la persiana herrumbrada y con el hierro entumecido de tantas bajadas engancha
la medialuna. La ve descender quejumbrosa, lenta, igual que el telón de un
viejo teatro de provincias en vísperas del cierre final.
La bruja
ésta tiene razón, masculla resignado el viejo. Te has muerto, almacén La Porota , sos un finado.
Al día
siguiente los aullidos desafinados de Pelele, el perro, despiertan al
vecindario. Las mujeres caminan presurosas hacia el súper. Ni cuenta se dan esa
mañana que la persiana de La Porota permanece baja,
rígida, callada. Como muerta ■
Respeto varias palabras, casi todas si su propio autor las utiliza, pero acá me saltó la térmica.
ResponderEliminarCreo que conozco "tu obra", no sé si toda, pero sí todas las que fuiste publicando y no son "obritas". Son el decir, la palabra, los escritos, el oficio, el pasatiempo, las emociones, la mirada distinta, la forma de mordaza, el grito expiatorio, la ironía, la sutileza,el dolor, la pasión la veracidad a voces, la poesía, la impresionante fotografía con que la palabra habla de otros tiempos.
Muchas interpretaciones, no sé la palabra porque no soy escritora, pero no son obritas.
Mis saludos y mis respetos Andrés
María
A nadie le llamó la atención que "La Porota" permaneciese con la persiana baja. Para el barrio fue un hecho natural, el fluir de la realidad. Más aún, seguramente lo esperaba, porque en realidad, Tomás ya había muerto. Murió cuando su mostrador comenzó a renguear y se llenó de arrugas, cuando no pudo pagar sus deudas. Se tornó invisible de a poco, casi sin darse cuenta, tan invisible como había sido para él la existencia del supermercado. Tomás se refugió en el silencio y la soledad del almacén y la persiana de hierro entumecido fue el telón de su última actuación.
ResponderEliminarExcelente relato maestro, gracias
Ofelia
Este es el primer comentario y quiero decirte que miré rápidamente el índice y está atrapante.
ResponderEliminarVariedad y autores de lujo.
Gracias por vuestro laburo Capi querido.
Con respecto a tu relato creo que muestra una situación que es universal y que aun atraviesa nuestros días :la naturalización. Con este cuento va implícita una advertencia , no todo es como se muestra.
Un abrazo a ambos.
amelia
El relato nos cuenta una realidad de estos tiempos, la hace visible con la estética a la que Andrés nos tiene acostumbrados, lenguaje impecable y sutileza de sabio pero para mi rescato la sensibilidad. Esto en cuanto al relato. En referencia a la introducción yo que vivo en un suburbio obrero del conourbano tampoco participo en lecturas y competencias de egos y si soy visible como entusiasta aficionado a las letras es gracias a Artesanías, lo escribo aquí para que no te sientas tan lejos, un abrazo, arturo
ResponderEliminarDe veras da pena, tanta como la sugioere el autor, la muerte de los almacenes (tragados por los Super y los Hiper). Se trató de unas compras cuasi amistosas. Si recuerdo que a mi padre (clase media argentina) también le fiaban. Me parece un excelente y realístico relato. Gracias Andrés.
ResponderEliminarGraciela Ur.
Andrés opjala leas esto : me ha hackeado la cta y están piodiendo dinero , porfi si puedes avisa a Trinelli, celmiro , marita , lina.Merci, miguel sotomayor y no me cauerdo mas Besos , me enteré por una ex paciente q creía q había viajado al exterior , Beso y gracias.
ResponderEliminaramelia
Con respecto a la introducción, es cierto que el esquema de la comunicación tiene tres elementos: el emisor, el mensaje. . .y el receptor. Creo en la literatura, y a veces en una edición sencilla, en una mesa de ofertas, he tomado un libro sin conocer el autor y fue todo un hallazgo.
ResponderEliminarLa escritura seguirá el misterio del camino.
El cuento nos hace pensar qué es lo que nos trae el progreso y cuánto se lleva.
Sucede que no hay un marco de sentido ético, donde cabe el agradecimiento, mínimamente compartido, y por lo cual la persiana baja de Porota no fue percibida.
Excelente, Andrés, todo un antes y después.
Abrazo.
MARITA RAGOZZA
Como siempre Andrés tus maravillosos textos que atrapan. Un beso, amigo y difundo esta revista que nunca duerme :)
ResponderEliminarLiliana
Como siempre Andrés tus maravillosos textos que atrapan. Un beso, amigo y difundo esta revista que nunca duerme :)
ResponderEliminarLiliana
"Qué tiempos aquellos, que no volverán..." Es verdad, poco a poco, lentamente, como quien no quiere la cosa, hemos ido perdiendo la esencia del barrio, y los almaceneros tuvieron que bajar la persiana. Todos sabemos que no es mentira que en aquellos años los comestibles eran más frescos y no contenían tantos conservantes. Ja! Qué adelantos trajeron los supermercados. Un fuerte abrazo, Capitán.
ResponderEliminarRecuerdo cuando era chica, hace bastante, cruzaba la calle con la bolsa de red y la libreta negra. Iba a lo de don Urbano, el almacenero del barrio. Era la época en que me daba vergüenza pedir medio de mijo, porque no podía creer que algo tuviera ese nombre, y entonces compraba medio de alpiste para mi cotorra australiana. Y don Urbano, con letra firme, anotaba el total de la compra. Leerte fue como ir 50 años atrás, una foto tu prosa. Gracias capi
ResponderEliminariris
Andrés: algo que debía suceder, es el progreso que aniquila a sus antecesores. El negocio de Don Tomás fue un adelanto para el barrio, en su momento, pero...claro llegó la tecnología, la dinámica comercial, el marketing, la globalización. El pobre Don Tomás no podía hacer frente a tanta avalancha. Muy bien captado el proceso en el relato, Andrés. Como siempre. Te felicito. Un abrazo de Laura.
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