arrabalera
La
calle se llamaba (y se llama) Pablo Neruda. Tal vez por eso allí crecieron los
árboles más frondosos del barrio y los jazmines más perfumados. Estos jardines
atrajeron pájaros-carpintero, pititorras y algún cardenal o alguna calandria
madrugadora.
Un
poco más allá, después de la plazoleta y la capilla, discurría con aire
siestero el arroyo de las Espadañas, y cruzando el arroyo vaya a saber qué más.
De
las orillas apareció un día Ranulfo, bastante flaco y perdiendo el pelo
renegrido. Durante muchos años lo vi igual, pero con el pelo recuperado, liso y
brilloso y también con algún kilo más. Igual de cascarrabias digo, porque el
genio no se le aplacó a Ranulfo pese a la buena vida en la calle Neruda. Hacía
bastante ejercicio para la época en que pasan los tordos poniendo brujas
chillonas en las ramas y saqueando nidos ajenos; como buen criollo apenas se le
notaba el paso del tiempo y el resto del año llevaba una vida tranquila.
Como
en toda historia de arrabales y pendencias, un día llegó Iñaki con su juventud
y sus desarreglos. Se le notaba el aire inmigrante en la pelambrera casi
amarilla y en el andar cauteloso, en la manera de reconocer cada esquina y cada
rincón.
Al
principio mantuvo alterado al mayor que bufaba, lo perseguía algún trecho sin
esforzarse o le dejaba caer un manotazo sin rabia, casi de pasadita nomás.
Hasta que de la nada apareció Llamarada. Hembra fatal de cuento, ella tenía el
pelo rojo pero no tenía nombre sino apelativo, y trajo la discordia a los
recién apaciguados vecinos de la calle Neruda.
Iñaki
hacía gala de su juventud, de su flexibilidad, de su ingenio. Ranulfo apelaba a
la plácida seguridad que viene con los años, a mayor astucia y sobre todo a una
cuestión de peso. Literalmente, porque era más corpulento que el pajizo Iñaki,
y a la hora de visteos de punta y filo, o de hacha y tiza, la experiencia y el
tamaño son dos cosas determinantes.
De
todas maneras, nunca se supo a quién eligió la rojiza manzana de discordia; lo
importante fue que la paz volvió y se dio una buena convivencia de tres
manteniendo cada uno su indomable independencia. Aparecían por la sombra de la
calle Neruda al caer el sol de la siesta o reuniéndose a comer en camaradería
buscando calor en invierno.
Por
suerte yo no estaba. Como siempre, viajando por ahí, me pegaba una vuelta cada
tanto por la parte de las Espadañas, y cuando pasó no estaba.
Una
vecina que barría la vereda comentó que Llamarada e Iñaki aparecieron una tarde
corriendo sin reparar en nada, llevándose todo por delante. No se preocuparon
demasiado, pero al día siguiente Ranulfo apareció con algunas heridas y otra
vez con manchones de pelo arrancado.
Otro
día muy temprano, una batahola al pie del viejo árbol detrás de la capilla
llamó la atención de alguien que se lo contó a otro. Iñaki estaba en plena
pelea buscando refugio en el tronco mientras Ranulfo y Llamarada escapaban.
Pero quedó flotando la anécdota, porque casi nadie vio nada. Mejor dicho, un
rompecabezas de imágenes violentas que nadie podía armar.
El desenlace de la historia parece haber sucedido en la
orilla de las Espadañas. Algunos me dijeron que fue por allí donde los vieron
por última vez a los tres. O mejor dicho, apenas entrevieron sus pelos negros, rojos y pajizos
apareciendo y desapareciendo hacia el arroyo, lejos de los árboles de la calle
Neruda.
Mucho
tiempo quedó la tristeza en el aire, mucho tiempo; tanto que llegué como dos
años después y fue lo primero que me contaron.
Algunos
vecinos de la calle de los jazmines cambiaron, al viejo árbol hubo que cortarlo
antes que se derrumbara, ya vienen muy pocos pajaritos. Sólo los tordos en
otoño.
Y ya
no hay más gatos, ningún gato. ■
Hermoso cuento en el que se unen la ternura y la nostalgia Es un cuento de gatos, pero podría ser de personas...
ResponderEliminarLa maestría del autor nos embauca con su prosa cargada de significancias y cuando nos damos cuenta nos hacemos cómplices de la nostalgia, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarY quien te dice POETA , quizás estén los gatos , los pájaros , el río y los hombres .También los Ranulfos y los jazmines. Los tienes guardado en una caja indestructible que se llama memoria.
ResponderEliminarAbrazo.
amelia
Pennini, siempre admiro tus cuentos preñados de naturaleza, de poesía melancólica, de idas y venidas por el mundo de la fantasía y la imaginación.
ResponderEliminarandrés
Gracias amigos ESCRITORES! Muchas gracias
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