lunes, 26 de marzo de 2012

Gerardo Pennini


PAMPA DE LONCO  LUÁN 
 
LUGARES EXTRAÑOS

Es muy fácil dejarse llevar por la fantasía en muchos lugares de esta gran Argentina. Quien ha escuchado al atardecer a los aguará-guazú en el monte de ñandubay, o se ha metido por los recovecos abandonados de la mina Los Cóndores o se ha sentido perdido en la inmensidad multicolor de los Andes desérticos de San Juan, seguramente habrá vivido la sensación de este trocamiento de la realidad en un universo donde todo es posible, entendiendo que ese todo sale como de una galera mágica desde nuestras propias emociones más primitivas y de nuestro pequeño mundo de imágenes revueltas muy allá en el fondo de la cabeza. Emociones e imágenes que muy a pesar del hombre de ciudad, un enanito peludo todavía conserva hasta que algo las despierta. Y nada mejor para ello que algunos paisajes.
La Pampa de Lonco Luán es quizá el más fantástico de los que he conocido. Son muchos los turistas (esa inocente plaga) que la atraviesan en auto, colectivo o lo que sea que pase raudamente sobre ruedas. Si les preguntan si la conocen exclamarán “¡Claro, fui en tal año, pasé por ahí!”.
Nada. Eso no es conocerla. Conocerla la conocen los crianceros, que la atraviesan a caballo siguiendo el piño de vacas y cabras, con la mujer y los hijos bamboleándose sobre la pila de cosas que lleva el catango a paso de buey. Casi una semana para atravesarla, no tres horas, con recorridas para juntar una miseria de mata’e sebo y alpataco para el fogón de la noche. Porque de noche, invierno y verano, hace frío y cae el rocío, la única humedad después de las nevadas.
Conocerla la conocía el gendarme Caro, el papá de los Caritos, los dos varoncitos esmirriados que iban a la escuela cabecera en el pueblo y seguían y seguían en primaria, calentitos y comiendo una vez al día hasta que los pasaran a “adultos” a la noche. Porque el gendarme Caro un día eligió, y en lugar de pasarse los días en la guardia del escuadrón o en algún retén perdido en la neblina azul, a metros de la frontera, decidió acollararse con la Pampa y los días de Caro se transformaron en las noches en medio de aquella soledad, a dos mil y pico de metros de altura. Como sin sueldo no hay comida, apenas alcanzaba con lo que su mujer ganaba lavando ropa y haciendo alguna changa. Pero él, firme y descanso allá arriba.
Era de lo más intrigante escucharlo hablar la rara vez que lo hacía con los más allegados del pueblo, porque tampoco hablaba con cualquiera. Contaba historias de lo más reales, con seres extraños que lo visitaban de noche, y sus historias estaban llenas de gruñidos, aullidos, movimiento de brazos y muecas. Cada nueva historia, cuando lo atajaban por la calle o en el almacén, era tan real y teatral a la vez narrada por Caro. Los pocos privilegiados después desparramaban distintas versiones, todas rematadas con la sentencia “está cada vez más loco”. Yo no estaba tan seguro. Ni de una cosa, ni de la otra. Porque un páramo casi plano de pedruscos volcánicos blanco leche, salpicado por el asomo de picos de granito, casi sin límite hacia el sur y con las cumbres siempre nevadas y brumosas al norte, es un paisaje para que se lo piense. Para mí, que estuve una noche paseando por allí cuando la erupción del Llaima, Caro no debía estar tan loco.
En verano, sin nieve, aparecen muchos matorrales de ese verde-gris típico. Pronto estallan en flores azules o amarillas que también pronto desaparecen, porque sabemos que en verano también puede caer una nevada imprevista. Todos los valles húmedos se cubren de neblina bajo el sol de otoño, pero Lonco Luán apenas la luz se hace horizontal detrás de los cerros, se tiñe de azul – casi digo extraterrestre- un azul transparente como las aguas de un lago, donde contrastan el blanco puro y la roca negra.
Ladran los zorros, cruza repentinamente algún ñanco o algún búho, y para la primavera los pumas viajan hacia la montaña dejando solamente el rastro que pone locos a los perros.
Cinematográfico.
Y tan de cine eran las historias de Caro, que después de circular entre creyentes y escépticos de pueblo, llegaron a la ciudad más cercana, a doscientos kilómetros. De allí a la capital con tecnología y jóvenes entusiastas de todo lo extraño y del naciente cine en video faltó poco. En febrero llegaron en el colectivo como cinco chicas y muchachos preguntando por Caro. Él les huyó, claro, pero buenas propinas a los Carito y algunas copas en el almacén con el círculo de los iniciados les permitieron grabar muchas buenas historias de la Pampa sin ruidos ni ademanes, por supuesto.
Querían que el mismo Caro los acompañara un par de noches en Lonco Luán, pero el ex gendarme se emperraba, miraba al sur con la cara arrugada y… ¡No!
Como la gente joven, más la de ciudad, hace todo muy eficiente y rápido, los cineastas alquilaron un jeep con chofer del pueblo, conocedor de la Pampa, se fueron por su cuenta y quedaron que los pasara a buscar en tres días.
Caro seguía mirando al sur y frunciendo el gesto, pero no hablaba con nadie.
El segundo día vimos rodar una catástrofe de nubes espesas, negras, desde el sur, y abajo estuvo todo el día soplando brisa fresca. En febrero.
Antes de aclarar el tercer día, vimos salir como alma que lleva el diablo una camioneta de rescate de Gendarmería, sabiendo todos dónde iba.
Hubo un día y una noche de viento blanco en Lonco Luán. A los jóvenes los trajo la camioneta. Se habían congelado a orillas del Quilca, alrededor de un pobre fogoncito apagado de matorrales verdes. Perdón, tristes y grises.
Los comentarios del pueblo duraron poco más de un año, después, después pasó otra cosa.

Glosario:
Lonco Luán: Cabeza de Guanaco
Piño: arreo- majada
Ñanco: Ave rapaz – aguilucho

3 comentarios:

  1. Me agrada esa ironía sutil que despliega EL AUTOR , EN OTROS ARTÍCULOS ESA ironía se convierte en denuncia y grito .
    gracias
    amelia

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  2. Magnífica historia de la Tierra tal como era con su magia natural. Lo agreste, bello y peligroso, también es romántico y el autor consigue transmitirlo, Carlos Arturo Trinelli

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  3. La belleza de un paisaje de climas inesperados y la dureza de una vida que suele atrevesarlo, andando. Me encantó la fotografía del relato que no se perdió nada. ElsaJaná.

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