lunes, 26 de marzo de 2012

Carlos Arturo Trinelli .


             
Adoradores de Piedras

     Rememorar pareciera más lento que el propio vivir. Se rememora hasta donde da la memoria y algunas cosas se hacen por imágenes de relatos oídos de los mayores. Menos el nacimiento todo puede ser rememorado incluso la futura muerte lo será un día, el día del Juicio.
     Hace cuarenta años más o menos que los pudientes ganaron la cima y se establecieron allí con su concepto de country, tienen buen aire, buena agua, animales y cultivan sus alimentos.
     Los no pudientes quedamos a la vera del río contaminado, hervimos el agua, la filtramos, cazamos, utilizamos espacios sanos para sembrar, viajamos, practicamos el trueque con otras comunidades. En el medio, entre la costa y la cima quedaron los adoradores de piedras, mutantes come basura, sitiadores perennes de los pudientes. Sus líderes, turkmenos, kazajos, uzbecos, kirguises, mantienen buenas relaciones con nosotros ayudados por la capacidad de conservar el habla. Conducen un hatajo de mutantes a los que inculcaron su amor por las piedras. Los líderes se ufanan de haber conservado la tradición desde las oquedades de la historia sobreviviendo a un tal Stalin, un pudiente de épocas remotas.
     No soy un líder, solo un no pudiente solitario con algunas habilidades mecánicas y conciencia de la injusticia. Conciencia esta que conspira contra la resignación de aceptar el orden y si hasta los dioses envejecen por qué no habrían de hacerlo los habitantes de la cima. Fue así que me alié con los Adoradores de Piedras.
     Las diferencias entre ellos y yo eran solo percibidas por mi, motivo éste que me ayudó a reflexionar sobre lo vano de la condición humana.
     En poco tiempo fui instruido en el uso de las piedras y obsequiado con una piedra azul cuyo origen era el cálculo renal de un camélido y que me confería el honor de aspirar a la sabiduría. Ingerí partículas de ágata hecha polvo para conectarme con el resto de la Naturaleza que quedaba y con mi subconsciente. Aguamarinas mezcladas con estiércol fumadas en noches de luna llena para lograr una expresión auténtica. Aferrar esmeraldas para meditar y exacerbar las amistades. El jade para enamorarme. El lapislázuli y las perlas para abrir mi tercer ojo. Los meteoritos y obsidianas para conectarme con otras dimensiones. Piedras lunares en los bolsillos para incrementar la masculinidad. Basálticas en general para defenderme.
     Hoy rememoro estos hechos sin remordimiento solo una ternura amarilla brilla en mi ánimo.

     Sofía era la hija de un líder kazajo, el último en este sector de la Tierra. Su padre, apenas mutado, la llamaba Sonia y decía de ella que era una auténtica cisne blanco en alusión al prefijo kaz. Sofía o Sonia era una mujer esbelta en la flor de la edad y solo marcada con la falta de un pabellón en una oreja y un párpado del mismo lado de la cara que la obligaba al uso de un parche, por lo demás era perfecta. Sus pechos flotaban con firmeza bajo la túnica remendada de colores en la fría brisa de las mañanas. Sus modos suaves, la lectura entre inocente y alegre que hacía de la realidad la convertían en un bálsamo. Me enamoré, ella también. En un amanecer gris de bruma nos fuimos a vivir juntos. La cueva era pequeña y muchos colaboraron en darle forma.

     Allí estaba yo, congelado en un recuerdo, atado en mi imposibilidad de avanzar en el flujo de la memoria. Una curiosidad subyacía: el recuerdo de Sonia. Es que los recuerdos reverberan distintos en los protagonistas. Ella recordaba el embarazo y el tiempo de las lluvias ácidas, la falta de comida y el bebé desnutrido que logró prosperar. Bello como la madre, completo como el padre. Entonces yo recuerdo cuando cesaron las lluvias y las visitas colmaron de asombro la cueva. La vida era posible junto a una mujer fiel y hombres sensatos.
     Los viejos se apartaron a morir. La cima era inalcanzable. Los dioses envejecían sin abandonar los privilegios…

     El recuerdo acabó como en un sueño. Estalló en la sirena de la fábrica que llamaba a comenzar el trabajo. Apuré el paso, antes de entrar me detuve y observé a los mutantes recoger cartón,  botellas y revolver la basura de los pudientes. Creí reconocer a Sonia con mi hijo en brazos en el pescante de un carro y comprobé que la cima, aquí, estaba en el llano. 

7 comentarios:

  1. Wuauuu, diferente a lo que nos tenés acostumbrados pero siempre consistente como corresponde a un escritor como vos. Sabés Arturo querido, el cuento me compró desde la frase inicial, me impactó eso de que rememorar parece más lento que el propio vivir, es más para mí es así, una gran verdad. Muy, muy bueno, felicitaciones

    Lily Chavez

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  2. Siempre que leo a este autor , encuentro un anticiparse a la realidad; como J.Verne , por ejemplo.
    Su gran imaginación , sumado a su capacidad anticipatoria y articulados con elementos autoreferenciales , me llevan a pensar que es probable que los nietos de mis nietos, puedan encontrar la cima en el llano.
    Muchas gracias.
    amelia

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  3. Buenísimo cuento no solo por lo que escribe sino porque impulsa a nuestra imaginación a volar. Me imagino ese mundo de mutantes, de pudientes y de seres incoloros que se parece un poco al que conozco pero que también es distinto.

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  4. Felicitaciones. Me encanta como llevás y traés la imaginación de todos los lectores de Artesanías con tus creaciones que siempre sorprenden y como te das media vuelta para no repetirte cuando se juntan unos cuantos personajes del mismo barrio, aunque cada uno de ellos sea distinto y tenga toda una historia de vida para contar.
    Aquí, realmente me sorprendiste con un mundo que como dice Ester es distinto y sin embargo se parece al que conocemos. Después no te asombres si te nombro en mis escritos
    Cristina

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  5. Radiografía de un mundo imaginario-antropológico, paisaje y situaciones con gran contenido de lo poético, como un mosaico de negros, grises y sepias.
    Le da carácter más sombrío a ese mundo el hecho de adelantarse pues ya están las señales ahora.
    Excelente. Un abrazo.
    MARITA RAGOZZA ( de viaje)

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  6. Una parábola del mundo terrestre. De nuestros días, del ayer, de la sociedad contemporánea, del gulag, relatado como una fábula, con fantasía y prsonajes que son una réplica de la vida cotidiana,escrito como fantasía cuando en realidad nos describe como réplica de la sociedad en la que vivíamos, vivimos y seguramente continuaremos viviendo. También lo fantástico es vena privilegiada de Trinelli.
    abrazos, Andrés

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  7. Hola, Trinelli. Me gustó eso de los tres estratos plus el de los mutantes cartoneros que pasan ante el yo de un protagonista congelado en la memoria. La imagen se hace más fuerte cuando Sonia va entre ellos con el hijo en brazos...Sí, tambien me pregnto ¿se rememoran o se imaginan hechos de la memoria? Ante cualquier respuesta la realidad puede aparecerse vestida de imaginación. ElsaJaná.

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