ESTER MANN
Sobre Mujeres
Analía se vistió con discreción, como siempre. No quería que nadie se entretuviera observando sus zapatos o el vestido. No se maquilló, se calzó unos mocasines de taco bajo y comenzó a escribir en su libreta .
Era día de mujeres, llegarían dentro de unas horas. Cinco mujeres de mediana edad , solteras, viudas y divorciadas. Mujeres que vivían solas desde hacía tiempo pero aún no se resignaban, no intentaban acostumbrarse. Las deprimía comer o mirar TV en soledad. Sufrían de insomnio y todas eran esclavas de la pastillita milagrosa que las transportaba hasta la mañana siguiente.
Eran mujeres de esa generación -la mía- romántica, que exaltaba el amor, la pareja, la familia. Esos eran los valores supremos. Mujeres que todavía seguían preguntando ¿no se casó? ¿No tiene pareja? …
En los pensamientos de esas señoronas, la máxima felicidad estaba representada por una mesa puesta con hermosa vajilla, rebosante de manjares, y un hombre, canoso pero apuesto aún, sentado a la cabecera. A su alrededor los hijos, los yernos, las nueras, los nietos y ellas mismas, mirando con una sonrisa en los labios.
Pero éstas, por una u otra razón, no habían concretado esa fantasía que, con seguridad, provenía de los directores artísticos de las agencias publicitarias, ya que la vida demuestra a quien quiera verlo que no hay perfección en la existencia.
Muertes, viajes, separaciones, enfermedades: parecía que todas las desgracias se habían reunido en el grupo de los martes a las 20 horas.
Analía dejó de lado sus reflexiones y comenzó a escribir un pequeño resumen:
María Ester, estudia su cuerpo noche y día, siempre descubre alguna mancha, bulto, dolor. Sus días transcurren esperando el turno del médico de piel, el especialista en pulmones, el cardiólogo. Mientras pasa el tiempo, mira telenovelas y come.
Adela, corre de un taller de costura a una conferencia sobre historia universal y en su tiempo libre visita a enfermos y ancianos. Y habla, habla casi sin respirar.
Sarita, tine una figura elegante, sabe vestir, tiene muy buen gusto. Pero la expresión de su rostro nos habla de tristeza, resignación, de una pena que aún no se atreve a compartir.
Marcela es la más joven. No se casó. Aunque tuvo varias relaciones estables dejó pasar los años y, cuando quiso tener un hijo, ya era tarde.
Norma es viuda, sus hijos emigraron . Ella viajó varias veces para visitarlos y conocer a sus nietos. Ahora vive pendiente del teléfono y del correo electrónico. Se pasa las noches en vela para "estar en linea" en los horarios del otro continente.
Analía dejó la lapicera sobre la mesa y volvió a sus reflexiones. Cuando reunió a estas mujeres, pensó en algo muy popular en la actualidad: coaching de grupo. Pero después de tantos meses debía reconocer que había fracasado. Se tenían inquina, no se soportaban, cuando una hablaba las otras no se molestaban en ocultar su impaciencia: desde la sonrisa sobradora de la que ya sabe lo que va a escuchar, hasta el balanceo del pie o los golpecitos con el peine sobre la cartera.
Para venir al encuentro se engalanaban, se cambiaban el peinado, estrenaban ropa o zapatos, ensayaban nuevos maquillajes y esperaban impacientes los comentarios que no siempre se pronunciaban en voz alta.
Hoy tendría que probar una nueva táctica, no moderar la sesión. Permitir que se interrumpan, se intercambien ironías o hablen todas a la vez. Quería saber qué ocurrirá, hasta dónde serían capaces de llegar.
Cuando María Ester se embarque en una larga descripción de su nuevo síntoma y nos dé los detalles de la última visita al nuevo especialista, ella callará.
Cuando Adela haga el inventario de sus actividades de la última semana, incluyendo la descripción de los manjares que preparó con un kilo de papas y un paquete de fideos, Analía no abrirá la boca.
Cuando Sarita y Marcela callen, como siempre, no les hará ninguna pregunta.
Y Norma… Norma contará una vez más las gracias de esos nietos que ya son adolescentes y con los que no puede comunicarse porque ni siquiera hablan en su idioma.
Se dio cuenta que sentiría una profunda satisfacción disolviendo el grupo de coaching. Estaba cansada de las llamadas telefónicas de entre semana de las que querían quejarse de tal o de cual y conseguir su complicidad. Se le hacía cada vez mas duro mantener su actitud neutral.
El problema más grave de todas ellas era que no se aceptaban, que pensaban que la mejoría, la felicidad, el bienestar vendrían de afuera: un medicamento, un viaje, un nuevo amor…Y si, también una nueva terapia. Creían que Analía las redimiría, las ayudaría, las consolaría, las escucharía y así se resolverían sus problemas. Pero, como en el viejo cuento judío, los problemas las acompañaban a todos los lugares, no se separaban de ellas, de cierta manera, eran ellas…
En la realidad salían cada semana más frustradas, sin haber podido expresar su rabia, su envidia, su fracaso.
Se le ocurrió una idea diabólica, propondría el juego de las chismosas. Cada una, a su turno, se sentaría de espaldas y el resto hablaría de ella. Sin mirarla a la cara todas dirían lo que pensaban de la que estaba sentada con la silla al revés.
Si el resultado era que una o varias abandonaban el grupo, ya no le importaría. Debía llegar a una definición. Dio una última mirada al espejo, se sonrió a si misma y se dijo ¡Suerte, Analía!!!
Cuando también la quinta paciente le dijo a Analía -a su espalda- que era una amargada, impaciente y arrogante, se dio cuenta que el error que había cometido al participar del juego como una más era irreversible.
Se rió con nerviosismo, dijo, como siempre: -bueno, por hoy hemos terminado-,
Se levantó, tomó su libreta y les abrió la puerta. Una a una fueron saliendo sin mirarla a los ojos y saludándola a media voz.
Antes de cerrar la puerta las escuchó hablar y reírse mientras bajaban en el ascensor; entonces recordó cuánto le había costado el curso acelerado de coacher y se dijo: tal vez deba trabajar con grupos mixtos…
Ester Mann
Está buenísimo, Ester. ¡Que galería de personajes arquetípicos! Desde chiquita que les tengo terror a esos grupos de mujeres, a esos tipos de señoras. Creo que por eso me causó tanta gracia una pintada de mujeres anarquistas: "Ni Dios, ni patrón, ni marido". Me parece más sano que quedar así tan extraviadas.
ResponderEliminarMuy bueno.
Cristina
JA JA que sutil ironía. Me puse en escena y es tan real la descripción de la dinámica entre las mujeres que me costó desprenderte de la protagonista. Muy bien logrado Ester.
ResponderEliminarUn abrazo de mujer a mujer. amelia
Y si, lo mejor son los grupos mixtos, muy gracioso el estereotipo, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarQué gusto, ya estaba necesitando un texto tuyo Ester, con esa sutileza, también me pasó como amelia y me sentí dentro de "tu protagonista". Te felicito Ester.
ResponderEliminarLily Chavez
Lo único que te faltaba, ahora también el "coaching". las asistentes una pinturita, reminiscencias de "menuvales". se nota tu capacidad para observar. Impecable el estilo.
ResponderEliminarabrazo.
Ernesto.
Sí, tal vez.
ResponderEliminarTan sencillo como humano,tan suave como cáustico, tan ingenuo como sabio.
Un grupo mixto? tal vez.
Como ironía no está mal. Pero mejor sería que Analía se empezara a aceptar a sí misma. Me parece.Al fin de cuentas, eso ya lo hemos aprendido las de nuestra generacion. O no?
Aunque todavaia yo me siento sola cuando como, salgo y hablo sola...
Un abrazo y felicidades.
Marta.
Ester tiene, entre otros componentes, dos que señalo: a veces es ingenua aunque siempre observadora, sagaz, sensible e implacable con la comedia humana, a la que siempre zarandea y pone sobre sus pies. Un relato de actualidad escrito con espíritu de sutil sarcasmo.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios y, por las dudas aclaro que Analía es, también ella, igual que las mujeres que vienen a su "terapia". No es distinta, mejor o peor, es una más. Ester
ResponderEliminarDesde Jung que analizó los arquetipos femeninos en forma tan abstracta Y aburrida, leo este cuento en donde la autora le pone vida y palabras, sin temor al ridículo de las cuestiones que, de algún modo, un poquito nos identificamos. No se salva ninguna, ni siquiera Analía.
ResponderEliminarSe percibe entre las descripicones un sentido de soledad e identidad no resuelta.
Me divertí mucho y me reí, que no es poco, ya que no tengo humor fácil.
Gracias, Ester.
MARITA RAGOZZA
Acierto certero sobre la visión de una realidad femenina, descripta con tu sencillez de bordadora que no da puntada sin hilo. Logras conmoverme, atraparme y despertar mi admiración. Sos muy especial para observar y contar. Sabes lo que vas a relatar y te metes dentro de la historia como observadora que no pierde pisada. Hasta me encontre en una de las ellas (dale confesá, la pusiste pensando en quien). A propósito: avisame cuando se abre el coaching mixto, creo que tambien me interesa, tengo tan pocas actividades para hacer, ja! Abrazo, amiga. Una vez más, me gustaste muchíiiiisimo. ElsaJaná.
ResponderEliminarMuy buen cuento. Me encantó. Excelente el final y su "moraleja" (palabrita anticuada, no descalificadora, y que le cabe a esta historia Sobre mujeres). El juego de Las chismosas, (¿existe?), es cruelmente femenino. Felicitaciones.
ResponderEliminarLuis Alberto García
Estuve viajando por los artesanosliterarios y hallé tu relato,Ester, qué gusto leer un texto sobre mujeres escrito con fina ironía y con buen humor.
ResponderEliminarTiene un final buenísimo
Un gran abrazo
Betty badaui