EDGARDO KORDON
Era raro el Alemán. Cuando todos los pibes de la cuadra jugábamos a la pelota en la calle, él estaba en otra. Nunca participaba de los partidos. Se dedicaba a buchonear. Me acuerdo de aquel día. Carlitos estaba cascoteando a los gorriones que revoloteaban por los árboles. Se armó un quilombo de puta madre cuando apareció el Chevrolet 47, negro, el que tenía la plataforma al costadito para treparse. Era hermoso. Recién lustradito estaba. El Rengo gritó ¡¡AUTOOOO!! justo cuando el Goma se estaba escapando solo para meter el gol del empate. Le decíamos el Goma por la flexibilidad que tenía para jugar. Años después, a un jugador de Ferro le pondrían el mismo apodo. El “Goma” Vidal, ¡¡Qué jugador!! Yo estaba en el arco. Siempre me mandaban a jugar de arquero porque era el más pendejo del equipo. Igual, a mí me gustaba. Mi ídolo era Marrapodi, el que volaba de poste a poste, un fenómeno. También me gustaba Roma que después pasó a Boca. Todavía me acuerdo del equipo del 59, Roma, Mogaburu y Marzolini. Ríos, Balay y Devita. Juárez, Berón, Acosta, Lugo y Garabal. ¡¡Mi madre!! ¡¡Qué equipazo!! Salió tercero, en la mejor campaña hasta ese momento, sólo superada por los campeonatos y subcampeonatos del ‘81 al ‘84. No es fácil ser verdolaga. Hoy en día estamos sufriendo un montón. Acá en este país, si no sos de Boca o River o de algún equipo grande, te segregan como segregan a todas las minorías. Pero me estoy yendo por las ramas. La cuestión es que el Goma, el crack del equipo, agarró la pelota de cuero marrón, brillante, recién engrasada y nos fuimos todos a la vereda. Cada vez que pasaba un auto se interrumpía el partido. Suerte que pasaban nada más que tres o cuatro por tarde. Se ve que Carlitos, que no podía jugar porque lo habían quebrado en el desafío contra los de la otra cuadra, no escuchó el grito del Rengo. En ese mismo momento lanza el cascotazo que choca contra el cable de la luz y da de lleno en el techo del auto. Ahí nomás, el chofer clava los frenos y se baja un urso trajeado que medía como dos metros.
–¿Quién fue?– empezó a los gritos.
Nadie respondió
–¿Quién fue?– insistió e hizo el ademán de sacar un bufoso.
Se armó el desbande. Después nos enteramos que el Alemán lo marcó a Carlitos que la ligó de lo lindo. También el pobre Rengo. Claro, como no podía correr rápido, el turro éste lo cazó de los tiradores y le dio un par de sopapos que lo dejaron aturdido por una semana. El grandote era el custodio de un ministro, creo. Mientras, el guacho del Alemán se hizo el boludo y se fue silbando bajito. Era raro el Alemán. Raro y cagador, además. Desde ese día le tengo bronca. Antes ni fu ni fa pero, después de la buchoneada que se mandó, no lo podía ni ver.
También me acuerdo que cuando cumplió doce años se apareció con una carabina de aire comprimido que le habían regalado. Y le mató el punto a todos porque por cada gorrión que bajaban Carlitos o el Rengo, que eran los que más puntería tenían con la honda, el Alemán bajaba no menos de cinco o seis. ¡¡Qué bien que manejaba el arma el hijo de puta!! Una vez, el Sapo –le decíamos así porque tenía unos ojos saltones que si te lo encontrabas de noche salías disparado del cagazo que te pegabas– le ofreció jugar un partido porque justo nos faltaba uno para poder completar el equipo. Este boludo le dijo que no, que por orden médica no podía hacer actividad física, que tenía no sé qué problema en los pulmones. Para mí que le metió un bolazo para que no nos diéramos cuenta de que era un tronco. Si yo, que tengo asma desde chiquito, podía jugar lo más bien aunque a veces me agitaba un poco. Igual me mandaban al arco por las dudas. Para que no me pase como aquella vez que, en medio de un partido por el torneo de la parroquia, me agarró un ataque que me tuvieron que llevar de raje al Posadas. Me pichicatearon de lo lindo y me repuse al toque pero me agarré un julepe bárbaro. Desde ese día jugaba al arco. A veces, cuando íbamos ganando tranquilos, me dejaban jugar arriba, cosa que no sucedía muy a menudo, como pasaba con Ferro.
Yo soy de Ferro por herencia. Mi viejo nació en Caballito y era amigo de Sarlanga, un crack de las décadas del treinta y cuarenta. Formaba parte de una delantera maravillosa, Maril, Borgnia, Sarlanga, Gandulla y Emeal. Nunca los vi jugar pero me contaba mi viejo que eran unos fenómenos. Lástima que enseguida los empezaron a vender. A Sarlanga, Gandulla y Emeal los vendieron a Boca. A Maril, a Independiente y al otro, no me acuerdo. Entonces, cuando venden a todos los buenos jugadores, el equipo se resiente y ya no rinde lo mismo. Así es la historia de Ferro. Cuando empezaba a asomar la cabeza le vendían los jugadores que era como hundírsela de un mazazo. Lo mismo que le hacían al pobre galleguito, el hijo de Don Manuel, el almacenero. Cada vez que llegaba a la casa más tarde de lo que le habían dicho, lo cagaban a cintazos y, al otro día, aparecía todo machucado. Pero otra vez me estoy yendo por las ramas.
El tema es que el Alemán nunca quiso jugar con nosotros. Siempre al costado, con su carabina y alcahueteando si alguno se mandaba una cagada. Como cuando saqué del arco, la empalé bien de abajo y me salió un tiro fuertísimo para el lado de los tomates. La pelota fue directo a la ventana del primer piso de la casa de los Torres, la única de la cuadra con planta baja y primer piso. ¡¡El ruido que hicieron esos vidrios!! Salió la mucama con su vestidito a cuadros. Estaba buena pero siempre nos miraba con una cara de orto que nos sacaba las ganas de mirarle el ídem. Mi vieja, que era maestra, me enseñó que cuando uno no quiere repetir una palabra tiene que usar ídem. Y no va que el podrido del Alemán me señala. ¡¡Hay que ser alcahuete eh!! Al otro día mi viejo tuvo que ponerse para pagarle el vidrio al Dr. Torres, que era abogado. No sé por qué le dirán doctores a los abogados si no curan a nadie. Y yo, una semana sin poder salir a jugar. Mi viejo era buen tipo pero cuando te castigaba no había manera de hacerlo cambiar de opinión. Y eso que esa vez no fue a propósito. Tendría que haber buscado un buen abogado para que me defendiera pero no como ese Torres que bien turro era. Mi viejo me castigó diciendo:
–¡¡Justo la ventana de ese hijo de puta, que está entongado con los militares, tenías que romper!!
–¿Qué tienen que ver los militares?– pregunté inocentemente
¡Para qué! Se empezó a dar máquina con los golpes de estado, que Uriburu, que el golpe del treinta, que la década infame, que el golpe del 43, que Perón, aunque a Perón lo perdonaba un poco porque algo hizo por la gente. Mi viejo era gorila pero un poquito peronista también. A Eva la quería. Y siguió con Rojas, Aramburu y la Revolución Libertadora , ¡Minga, que va a ser una revolución si eran flor de reaccionarios! Y ¿Libertadora? ¡Libertadora las pelotas!, decía mi viejo. ¡Que van a libertar estos hijos de puta, si eran unos dictadores! Y los azules y los colorados y que lo bajaron a Frondizi y que ¡adónde vamos a ir a parar! Y vos, que le rompés el vidrio a Torres. Toda la cuadra llena de gente de trabajo, honesta, y a vos se te ocurre romperle el vidrio justo a él. ¿Para qué le iba a discutir? La suerte estaba echada. Me la tuve que morfar. Una semana sin salir a jugar a la pelota. Igualmente tan mal no la pasé. Hacía un mes clavado que habíamos comprado la tele, así que me di un festín de Cisco Kid, el Llanero Solitario y el Indio Toro, Piluso y Coquito y los Tres Chiflados.
Al Alemán dejé de verlo durante unos años hasta que tuve la mala suerte de encontrármelo en la facultad en los años setenta. Nuevamente hizo honor a su fama de buchón cuando, luego de una toma en repudio a la masacre de Trelew, se apostó en la puerta para ir marcando a todos los que, de una u otra manera, habíamos impulsado la medida. Dos días en Devoto me tuve que aguantar. Siempre me preguntaba por qué alguien puede disfrutar delatando a los demás. Hay que ser muy especial, me parece. Tenés que tener el gen de la hijaputez, de la traición o de la maldad. El Alemán tenía los tres, sin dudas. Es más, me parece que eran los únicos genes que tenía. No era otra cosa que un hijo de puta, un traidor y un mal bicho.
De todas maneras, nunca me imaginé que su peor faceta aún no había sido mostrada. Corrían los años ochenta, la dictadura había llegado a su fin. Yo disfrutaba de los campeonatos logrados por Ferro, de la mano del viejo Griguol. Fueron los mejores momentos en la historia del club con Barisio en el arco, Gómez, Cúper, Rocchia y Garré –que jugó en el mundial del 86 con Maradona– en el fondo. Carlos Arregui, Cacho Saccardi –el ídolo máximo– y el paraguayo Cañete en el medio. Crocco, el uruguayo Giménez y Juárez adelante. Después empezó a jugar el Beto Márcico, al que luego vendieron a Francia. En cuatro años se lograron dos campeonatos y tres subcampeonatos. Sin embargo, como la felicidad nunca es completa, tuve mi último encuentro con el Alemán, al menos hasta hoy. En un noticiero, las Madres de Plaza de Mayo estaban mostrando fotografías de represores, acusados de la desaparición de personas. Yo sabía que había entrado en la Marina , pero nunca pensé que podría haber sido parte de los grupos de tareas de la ESMA. Cuando vi su foto, pensé: ¡¡Con razón los pibes del barrio le teníamos tanta bronca!!
Era raro el Alemán. Raro e hijo de puta.
* * *
Este cuento forma parte del libro La Verdad Oculta en el Bosque
El cuento es atractivo, la historia y el lenguaje tambien interesante. Felicitaciones Edgardo.
ResponderEliminarEugenio
Dede el barrio, el fútbol, los acontecimientos políticos y los personajes televisivos, Kordon logra este relato con reminscencas y describe también el personaje siniestro desde la explicación del gen de hijoputez.Una prosa fluída, natural y sincera.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
Una vuelta al barrio y a la niñez, recordando con sencillez un tiempo que ya no es y un montón de costumbres que, lamentablemente, no se detienen ni se ocultan en el bosque porque tienen a su mano una extensa selva de cemento. Felicitaciones Edgardo. ElsaJaná.
ResponderEliminarHola querido Edgardo, tengo la devolución para hacerte, ya he leído el libro. Y este cuento me hizo acordar al editor de la revista en cuanto a empecé a leerlo pero por el ambiente, lo escénico, la que perdura en la memoria de la niñez, del barrio. Muy bueno este relato , un poco como se define todo tu trabajo. Un abrazo.
ResponderEliminarLily Chavez
SEÑOR KORDON.
ResponderEliminarCUANDO SONRIO MIENTRAS LEO ES QUE ME ESTÁ GUSTANDO EL TEXTO, LA HISTORIA, COMPLACE A ESTE HOMBRE NECESITADO DE IMAGENES. FELICITACIONES
EDGAR BUSTOS
Un retrato costumbrista con apelaciones en las que me sentí identificado como oriundo de Caballito y con el giro inteligente de reflejar oscuros momentos políticos del país. Una sola duda, por qué no le dieron una buena biava al botonazo del alemán quizá otro hubiera sido su destino (broma), saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarjaja! Todavía me estoy riendo de la broma de Trinelli, pero a veces sale del alma eso de darle una buena biava al botonazo chiquito para que la hijodeputez no crezca.
ResponderEliminarFuera de broma, los males siempre se van gestando de a poco.
La atmósfera del cuento es muy buena. Viví dos años en Caballito y me gustaba mucho escuchara los vecinos sobre lo que había significado Ferro para ellos. Disfruté con esta lectura
Cristina
De casualidad me encontré con el texto. Soy sobrino de Emeal (Raul Florio Emeal). Cuando me llevaba a ver los partidos de veteranos, en los que él jugaba, pude conocer personalmente a Sarlanga y Gandulla. Aunque soy fana de San Lorenzo, tengo un gran cariño por Ferro porque viví mi infancia en Caballito, más precisamente en José Maria Moreno entre Formosa y Juan B. Alberdi.
ResponderEliminarEstimado Edgardo:
ResponderEliminarTu cuento me emocionó. Fui a vivir a Caballito en el ´55, con 7 años, y fue la primera vez que pisé un cancha, de la mano de mi viejo. Desde entonces soy hincha y socio de Ferro, hoy vitalicio. Y como se puede deducir mi edad, todas las semblanzas barriales y sucesos históricos que contás forman parte del escenario de mi vida. Felicitaciones... y gracias!
ARDF
no caben dudas que el aleman era hincha de velez!, no hay caso vigilantes desde chcos. Muy bueno el cuento. Gracias
ResponderEliminarElegante el cuento. Domina las situaciones y las coloca en el sitio justo de la historia.Con final inesperado, como debe ser.Y ademas, habla de nuestro querido Ferro y de una epoca que vivi.Me gusto.
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