Cuando el Negro entraba todas las miradas le apuntaban. Sin duda, era el atractivo que tenía aquel bar. Todos los sábados a las siete de la tarde, se reunía la comisión directiva del Club Sudor y Lágrimas, de Villa Esperanza. Esa vez, el contador comentó que la situación financiera era crítica. Tenían que subir la cuota y aumentar la cantidad de socios porque si no, se irían a pique. Entonces, ante la azorada mirada de los otros cinco integrantes de la comisión, él pidió la palabra. El presidente, el Turco Asatourian, que siempre se enojaba cuando le llamaban turco –soy armenio, qué turco ni turco–, decía, lo anunció:
–Queridos amigos, ahora les dirigirá la palabra el Secretario de Cultura del Club.
El resto de los parroquianos del Bar La Pelea arrimaron sus sillas para no perderse la disertación del Negro Funes. Cuentan que en los años ’30, en ese mismo lugar, dos socios fundadores se trenzaron porque no se ponían de acuerdo con el nombre. Uno decía que se tenía que llamar Ciencia y Sudor. El otro, Arte y Lágrimas. Por eso, cuando años después el gallego Juan Laporta abrió el bar , le puso La Pelea. Laporta , en realidad, se llamaba Joan y era catalán, por eso se enojaba cuando le decían gallego. –Soy catalán, qué gallego ni gallego– decía. La discusión atravesó distintos andariveles. Inicialmente, adquirió un matiz filosófico. Se trataba de decidir qué era más importante, si la ciencia o el arte.
–La ciencia es el futuro de la humanidad– decía uno.
–¡¡Ma qué futuro!! Lo importante es el arte, es la expresión del pueblo, lo que perdura por siglos y siglos– replicaba el otro.
Luego de intercambiar por horas argumentos a favor de uno u otro concepto, la cosa se fue caldeando hasta que comenzaron los trompis. Y alguna navaja que asomaba, estuvo a punto de ser utilizada. Otros socios lograron detener la disputa e instaron a ambos a llegar a un acuerdo. Así fue como desaparecieron la ciencia y el arte. Sólo quedaron el sudor y las lágrimas. Resuelto este tema, el club inició sus actividades el 1º de mayo de 1935. En esa época, los intendentes de Villa Esperanza eran elegidos a dedo por el poder central. Y éste había optado por Don Carlos Martínez Rivarola, el estanciero que más hectáreas tenía en la zona. La fundación del club pasó absolutamente desapercibida. Ni la población ni las autoridades se dieron por enteradas. Sólo aquel puñado de jóvenes rebeldes, que deseaba tener un lugar de reunión, se entusiasmó con la noticia. Paralelamente Don Carlos mantenía una relación clandestina con María Funes, una de las jóvenes mucamas de la estancia. De esa relación nació el Negro, que toda la vida utilizó el apellido materno ya que el padre nunca lo reconoció. Quiso el azar que el Negro naciera justamente el mismo 1º de mayo del ’35. Su destino estaba absolutamente unido al del club.
Martínez Rivarola estuvo al frente de la intendencia hasta que en 1945, con el advenimiento del peronismo, otros vientos soplaron y tuvo que volver a la estancia. Para esa época el Negro ya se destacaba por sus dotes de orador y siempre lo elegían para hablar en las fiestas escolares. El “exilio” de Don Carlos duró exactamente lo mismo que el gobierno de Perón. En 1955 otra vez se hizo cargo de la intendencia y decidió que había que poner mano dura. Fue entonces que se enteró de la existencia del club. La fecha de fundación era un factor desestabilizante, según opinaba el repuesto intendente. Al cumplir veinte años el Negro Funes, hijo no reconocido del estanciero, fue designado Secretario de Cultura del Club, otro motivo de irritación que justificó la clausura del Sudor y Lágrimas. Estuvo cerrado casi treinta años, hasta que otro 1º de mayo, en 1984, se logró la reapertura y el Negro, ya adulto, reasumió sus funciones. Muchas historias quedaron atrás. El bar La Pelea volvió a ser el lugar de reunión de la Comisión Directiva. Don Carlos ya no estaba. Había fallecido unos años antes. El nuevo intendente había sido elegido democráticamente y estuvo presente en la refundación. Desde entonces, sin faltar ni un sólo sábado, el Negro Funes daba sus disertaciones sobre diferentes temas.
El amor y su efecto positivo en los resultados deportivos, La nostalgia, factor fundamental para el desarrollo de la investigación histórica, Cómo influye la histeria de las mujeres en la baja del índice de natalidad y muchos otros. Coincidiendo con el festejo de sus setenta años y los del club, el Negro habló muy conmovido por la muerte de María Funes, aquella triste mucama que, con el tiempo, supo transformarse en la orgullosa madre del Secretario de Cultura. Esto fue lo que dijo:
Hoy me encontré con la tristeza. De vez en cuando me viene a visitar. Tenemos una buena relación. Yo le tengo mucho respeto. Es leal, me acompaña en momentos difíciles y, por lo general, me motiva para escribir, para pensar, para sentir. Luego de estar con ella, suelo dar la importancia debida a las cosas. Dejo de preocuparme por tonteras, valoro con mayor intensidad los afectos. En fin, me permite crecer como ser humano.
La alegría, en cambio, es traicionera. Es pomposa, siempre llega entre bombos y platillos, captando la atención de todo el mundo. Por cierto, yo también suelo encandilarme. Sin embargo, he comprobado que es muy histérica. Al principio, sensual y seductora. Pero cuando intento abrazarla se me escapa y me dirige una mirada burlona. Los pocos momentos que comparto con ella me dejan un sabor amargo porque suelen ser cortos y se interrumpen abruptamente. Cuanto más uno la espera y desea, menos se queda.
Aún así, uno se pasa la vida persiguiéndola. Sin duda, la tristeza es mejor compañera. Hace unos días perdí a mi madre. Una mujer maravillosa que, con garra y entereza, pudo superar la explotación y el abuso. Se dedicó a mi crianza dándome todo su amor y es gracias a ella que puedo estar acá dando esta disertación. Hoy decido buscar la paz y la alegría en otras latitudes. Por eso me despido presentando la renuncia al cargo con el que me han honrado todos estos años. Seguramente, el socio que me reemplace se ocupará de compartir con todos ustedes, estas interesantes charlas.
No hubo reemplazo. La renuncia del Negro precipitó la crisis terminal del club y no hubo manera de reflotarlo. Tiempo después, en un descampado que formaba parte de las propiedades de los herederos de Don Carlos Martínez Rivarola, un peón encontró su cuerpo. Tenía un agujero en la cabeza y un arma, todavía humeante, en la mano derecha.
En el bolsillo del saco tenía una nota dirigida al presidente del club.
Voy, con mi tristeza, a buscar la alegría. Sólo podré encontrarla al lado de mi madre.
Extraordinaria ambientación de la época donde se resalta la filosofía popular. Fluída es su lectura, pero volví para leer dos veces el diálogo-discurso del Negro Funes. El final golpea.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
Alguien de un pueblo del interior o de un barrio tradicional de una urbe mayor, puede "aprehender" estas imágenes que contás. Es tan vívido en gente que da todo por su club, por mantenerlo, a veces al paso del tiempo, aparecen otras cosas y suele no ser lo mismo para ellos. Y cuando hay otras pérdidas como en el caso del Negro, poca distancia hay entre la vida y la muerte. Felicitaciones Edgardo por esa fresco popular que son tus palabras.
ResponderEliminarLily Chavez