viernes, 15 de octubre de 2010

CARLOS ARTURO TRINELLI

DE MUJERES
                                                            
I



Estábamos prontos a cumplir 35 años de casados, hijos, yerno, nuera, nietos, consuegros, cuñados, concuñados, amigos, todos prestos para el festejo y nosotros, mi esposa y yo, nos adelantamos. Decidimos separarnos.
     Cuando Celia lo dijo ese domingo luego de almorzar y mientras tomábamos el helado, las cucharitas que acarreaban copetes multicolores quedaron detenidas en los platos, en el aire, en las bocas.
     Explicamos la decisión lo mejor que uno cree que puede explicar lo que para los demás no tiene explicación. Dimos una retahíla de información que fue demasiada para asimilar y los jóvenes se vieron arrastrados en distintas direcciones.
     Nunca me gustó ser el centro de las conversaciones y en ese momento hubiera preferido bajarme del mundo sin dejar rastros.
     Profundicé los argumentos; desde los 20 años que estábamos juntos y ahora queríamos intentar recrear algunas potencialidades postergadas sin perder el vínculo construido como familia pero con la libertad de aprender a vivir nuestras vidas solos. Noté que nuestros hijos intentaban descifrar mis palabras como oráculos dichos para ellos. Luego, mi futura ex esposa, agregó confusión en el intento de aclarar algo que como casi todas las decisiones tomadas en 35 años no eran más que incertidumbre. Es cierto que no puede explicarse lo que se ignora. No era mi caso.
     La felicidad o esa magia que llamamos felicidad en el amor había perdido el encanto de sus trucos y cuando me animé a plantearlo en la intimidad, mi esposa me dio la razón. Entonces supe que si continuábamos juntos sería solo por resignación. Nada más triste que una pareja resignada. Cómo contar todo esto, imposible sin herir, sin herirnos. También es cierto que nadie cambia por más voluntad que tenga así como no cambian el orden de los días de la semana. Intuyo que cuando se asevera fulano cambió, lo que sucedió en realidad es que el tal fulano acumuló años y reafirmó sus tendencias, sus manías y las más de las veces, endureció su corazón.
     La vida avanza alrededor de uno y no siempre nos adaptamos de la mejor forma. Solo fue necesario plantear la duda para que la relación, frágil como todas, se quebrara, por suerte, sin hacerse añicos.
     La conversación terminó con un final abierto que yo propuse y como hay que ser demasiado fuerte para oponerse a una esperanza, nuera e hijo, yerno e hija, se aferraron a ella.
     Acá se inicia la historia que quiero contarles. Una historia paradojal ya que comienza a causa de un final pero así son, nunca se sabe por dónde pueden empezar.
     Yo había querido ser escritor, premios menores, reconocimientos efímeros me arrinconaron en una revista científica donde en cada número mensual escribía un cuento sobre la nota de tapa. La revista, dirigida a un público de iniciados en la ciencia, tenía una circulación restringida y con pocos lectores afectos a la ficción pero el editor era un amigo de la infancia y el espacio me fue concedido como compromiso y por supuesto sin paga ninguna. En consecuencia, yo trabajaba de otra cosa que fueron varias cosas en 35 años.
     Ahora, mi futura ex sostenía que podía dedicarme a escribir esa novela que nunca había podido. Sin embargo, yo sabía que ya no llevaba dentro de mi ese libro e intuía que nada iba a ocurrir en ese sentido pero me resistía en abandonar el sueño.
     En el auto, que fue lo que me tocó en el reparto, cargué mi ropa, unos libros y mis herramientas. El día de la despedida nos dimos un beso y simulé estar feliz. Por el retrovisor la vi parada en la puerta agitando la mano y a punto estuve de regresar apenas doblé en la esquina.
     La idea era poner distancia como edificar una valla que me impidiera saltarla en lo inmediato. Enfilé hacia la Patagonia, recorrería lugares conocidos y decidiría en donde afincarme. Corría el mes de noviembre.
     La primera sensación fue de inseguridad. Siempre que había salido sabía que alguien me esperaba de regreso, ahora no sabía dónde iba y la única certeza era que fuera donde fuera nadie me esperaba. Ése pensamiento me acongojó los primeros cientos de kilómetros. Luego la idea de que la soledad construiría un puente hacia mi auténtico yo comenzó a conformarme.
     Mi vida había consistido en una metódica repetición y era ésta la oportunidad de cambiar, de usar ese pequeño porcentaje inexplorado.
     Decidí comenzar mi derrotero en El Bolsón como resabio de una mirada romántica del pasado que a poco de haber llegado se fue evaporando. Lo único que seguía allí, altivo como una muralla inexpugnable y que empequeñecía el movimiento en la calle principal y sombreaba la actividad de los jóvenes en la plaza era el Piltriquitrón.
     Me hospedé en un hostel que por la época del año estaba vacío y en la habitación para tres estaba yo solo. No esperé el séptimo día para descansar, lo hice en el primero.

                                                II

     No se trata de narrar las repeticiones de la vida que cité en el capítulo anterior. Acciones comunes y como tales superfluas, me levanté, me bañé, comí, salí, busqué, hallé, etcétera. Sino de las cosas singulares para un hombre grande libre de ataduras.
     Era un día brumoso, el macizo del Piltri resumía agua y abajo en la plaza la feria de los artesanos ofrecía el colorido de sus pedorradas, anillitos, pulseras, cuencos de madera, cinturones, comidas dudosas, instrumentos inútiles, buenas verduras, dulces, frutas, los infaltables sahumerios, las mentiras desenfadadas, la marginalidad.. Concluí la vuelta y me senté en un banco de la plaza. Observaba todo como de afuera en una especie de exilio. No la vi acercarse se sentó a mi lado en el banco con un crujir de cuero y metales entonces la vi, una chica mamarracho, media cabeza rapada y la otra mitad de pelos hirsutos coloreados en la gama del azul. La oreja que podía ver del lado rapado delineaba su contorno con un montón de aros o anillos incrustados como una corteza de metal. En el resto del perfil que me ofrecía lucía otros piercing , en la nariz y abajo del labio inferior en forma de bolitas plateadas. El atuendo era de cuero negro, campera , pantalón y borceguíes de media caña. Una muchacha punk como la de Fogwill pero del subdesarrollo, una copia como tantas otras de los íconos centrales.
-Eh viejo, me gritó desde el extremo del banco.
     La miré, parecía un fantasma con sus ojos ennegrecidos de maquillaje y los labios color borra de vino.
-Me aguntás una birra, agregó
     Vacilé con un discurso pero me callé, le di cinco pesos.
-Dale, no seas canuto dame diez que te traigo el vuelto.
     Se los di, se fue sin decir gracias y vi el culo de cuero parado y firme que se alejaba. Recordé el poema de Bukowski  La vejez es el total de nuestros actos, yo no quiero envejecer mal, no me importó y sentí alivio de que se hubiera ido, pero regresó. Con la botella en la mano volvió a sentarse.
-Con el vuelto me compré cigarros.
-Está bien, dije y me hubiera parado y desaparecido entre los absurdos turistas que no paraban de sacarse fotos. Uno puede comprender a las personas, comprender es un acto casi metafísico pero en el plano real no las soportamos, una atinada reflexión que leí en algún lado.
-¿Querés un trago? Preguntó y me acercó la botella.
     Bebí por beber, por no ser descortés, por parecer desenvuelto, por no tener carácter. Le devolví la botella.
-Hablás poco viejo.
     Me encogí de hombros.
-¿Tenés un churro?
(Churro: masa frita acanalada espolvoreada con azúcar, relleno o no, usado para desayunar o merendar con mate u otra infusión. Decodificó, debo reconocer, de manera ágil mi cerebro)
-No, de dónde voy a sacar, respondí y me señalé a mi y a mi alrededor.
-Un caño, dijo ella y aquí el decodificador falló e identificó como una especie de insulto. Me iba a parar y me detuvo otra vez con la botella y dijo entre risas:-¡Un porro, viejo!
     Yo también me reí, bebí un largo trago y le dije que no.
-Entonces fumemos uno de éstos, dijo y abrió el atado de diez que había comprado con mi vuelto.
     Cuando encendimos los cigarrillos se mudó a mi lado. Bebimos en un ir y venir de la botella en silencio y sin mirarnos. Luego dijo:-Voy a devolver el envase, dejé seña ¿compro otra?
     Metí la mano en el bolsillo y le di el dinero. Ahora estaba contento, yo pagaba y lo compartíamos y todo parecía humano.
     La segunda botella vino más animada. Me contó que al otro día llegaría el novio, que viajaban separados por un absurdo problema familiar, que los discriminaban por el estilo de vida que habían elegido y que el hombre venía con dinero como para vivir un tiempo. Dinero que había robado, no me dijo dónde ni a quién.
     La segunda cerveza se acabó y yo propuse una tercera pero agregué a la dieta un par de sanguches.
-Viejo sos un capo, me dijo y se fue contenta a hacer el mandado. Yo también estaba contento.
     En vez de cerveza regresó con un cartón de vino barato y dos sanguches de salame con queso que desbordaban mayonesa. Entonces hablé yo y le conté lo que ustedes saben con algún agregado imaginario que me victimizaba.
     Tomamos el vino despacio acompañando la caída de la tarde entre un manto de nubes grises y frías que no dejarían ver la noche cuando llegara. Enseguida una imperceptible llovizna nos fue perlando las ropas. En la feria casi no había público y los artesanos comenzaban el desarme de los puestos.
-Dónde vamos a dormir, me preguntó con la voz arrastrada.
-Yo estoy en un hostel acá nomás a unas cuadras, le contesté y en un arrebato de altruismo le ofrecí pagarle una cama, al fin, al otro día llegaría su pareja y yo podría liberarme del compromiso que no sabía  por qué asumía como responsable y se lo atribuí al vino, al frío y a los años. Se quedó en silencio, empinó el cartón vacío y lo sorbió con un ruido sordo.
     Temí que me hubiera mal interpretado y le ofrecí darle el dinero y que fuera donde quisiera. Me miró, acercó las manos llenas de anillos, me tomó la cara y me dio un beso en la boca. Con la lengua me golpeó las muelas e intuí otra bolita de metal que la acompañaba como un cascabel. Traté de aferrarla para impedir que me quebrara alguna corona. Se separó y dijo:-Así me regalaras un hotel cinco estrellas yo quiero dormir con vos.
     Después ideó un plan tan sencillo como morboso, yo debería decir que era mi hija por lo que queríamos estar en la misma habitación.
     Acepté, no sé si resignado o tentado o una mezcla de las dos cosas.
-Vamos a comprar algo para tomar, sugirió.
     Volví a darle dinero y esta vez dudó en irse como si temiera no encontrarme a la vuelta.
-Andá tranquila, comprá lo que te guste, te espero aquí.
     Se fue a los saltos como un conejo y tardó bastante, tanto que pensé que el timado era yo.
-Mirá , me dijo y abrió una bolsa de super mercado. Había comprado una botella de güisqui barato y unas papas fritas.-Esto es lo mejor, siguió y extendió la palma de una mano donde dos cigarrillos deshilachados se humedecían,-¡son los churros! Agregó con una risotada de Terminator y los guardó en la campera.
     Camino al hostel nos presentamos, María Inés, Enrique, otro beso de cascabel.
Advertencia:  A partir de aquí se avisa a los lectores impresionables que lo que viene puede herir los ánimos sensibles. Que se avecinan renglones de sexo explícito y lenguaje soez. Por lo tanto, pueden pasar directo al final. Si así lo hicieran se perderán a un personaje que en absoluto va contra la trama. Los más audaces y que sigan el desarrollo serán los que piensen como Solon que solo la muerte es el árbitro de la felicidad.
     Apenas entramos en la habitación me confesó que hacía más de una semana que no se bañaba y se desnudó como en un pase de magia, se envolvió en un toallón y se fue al baño. También me dijo la edad, era menor que mi hija pero claro, no lo era y el cuerpo frágil y rozagante seguía atizando la tentación.
     Regresó del baño, la mitad de su cabeza con pelo le goteaba sobre los hombros. Se acercó, se quitó la toalla y se dio vuelta para que le seque la espalda. Como no había qué hacer hice lo que me pidió, después se dio vuelta y alzó los brazos para que hiciera lo mismo por delante. Los senos pequeños encajaban justo en mis manos y los pezones tenían la textura de una frutilla. En el ombligo lucía otro de los adornos de metal. De pronto dijo:-Dejá que sigo yo que tengo frío.
     Me pidió una prenda para ponerse. Le di el bolso para que elija. Se puso una remera y unas medias. Todo lo hacía con naturalidad. No me provocaba, es decir, no se burlaba de mi. Abrió la botella y la bolsa de papas, cuando las acabó encendió un porro y lo fuimos pasando. El porro iba, la botella venía. Nos mirábamos y nos reíamos sentados sobre una cama con las espaldas contra la pared y las piernas a mitad de camino hacia el piso.
-Mirá lo que te compré, dijo y estiró el brazo hacia la campera.
     Tuve ante mis ojos una caja de profilácticos.
-¡Qué exagerada! Exclamé a las risas
     Puso la botella en el piso y se me sentó a horcajadas. Comenzamos a besarnos de manera abandonada. Cada vez que parábamos y la miraba me sonreía. Cuando la penetré su cuerpo se arqueó como si hubiera recibido una descarga. Me dejaba hacer, se sometía sumisa, en silencio. Cuando creí que todo había terminado y me quité el condón sentí sus uñas pintadas de negro que me arañaban el pecho, la tomé por las muñecas y se rió con furia y ordenó:-Ahora meame
-¿Qué?
-¡Meame! Dale viejo ¡ahora!
(Mi cerebro decodificó con agilidad: meame: hacerle pis ) y dije:-No puedo, no tengo ganas. Pensé en la cama mojada, en la dueña del hostel.
     Pareció calmarse, se incorporó para buscar la botella, bebió un largo sorbo después me miró seria y volvió a dejar la botella en el piso. Le quise acariciar la cara y la apartó:-Sos un viejo reprimido, dijo con desprecio y se levantó y se fue a la otra cama con la botella.
     Sentí alivio que todo hubiera concluido. Me tapé y me preparé para dormir. Cada tanto la miraba, parecía un gato acorralado, la botella aferrada del pico y los ojos marrones que refulgían. Decidí no cerrar los míos y mantenerme alerta.
-Viejo vení acá.
-Creí que ahora ya era Enrique.
-Enrique vení acá.
-Vení vos.
-¡La puta madre! Gritó y en igual tono:-¡Vení acá carajo!
     La reprendí con un chistido, los gritos se habían escuchado en todo el hostel.
-Sino venís ya, amenazó,-voy a gritar tanto que nos van a meter presos.
     Estaba en problemas y tuve que ceder, fui hasta su cama, me tendió los brazos y me atrajo hacia ella. Todo comenzó de nuevo.
-Viejo malo ¿no querés que grite?
-No por favor no grites, dije lo más romántico que pude.
-Merezco un castigo ¿no?
      No respondí. Me apartó y clavó sus ojos en los míos.
-Si o no
-Si
-Pegame, vamos dale.
     Yo estaba perplejo.
-Mirá se hace así, dijo y me dio un cachetazo con la mano llena de anillos que me dejó el pómulo hecho una brasa.
     No quise hacerlo pero lo hice sin temor a que fuera demasiado fuerte. La cabeza le giró sobre la almohada y quedó con su perfil rapado a la vista. Se incorporó con un gruñido, yo me asusté y retrocedí, me abrazó del cuello y me besó los labios con mordiscones que me dolieron y no podía apartarla sin el riesgo que se llevara un trozo de labio con ella. Le asesté un golpe seco debajo de las costillas y me soltó. Sentí el calor de la sangre que me corría por el mentón y vi las primeras gotas que le manchaban el pecho.
     Me levanté a buscar un pañuelo, ella se retorcía como una lombriz fuera de la tierra mientras se masturbaba.
     Mordí el pañuelo y me senté en mi cama. Oí sus quejidos cuando acababa y al instante la tuve  sentada a mi lado con la botella. Me hizo unos mimos, me pidió que la perdonara, me limpió la herida con un poco de güisqui y me hizo estremecer.
-Recostáte, cerrá los ojos y viaja donde quieras.
     Supe lo que iba a pasar y la dejé hacer.
     Después terminamos la botella y fumamos el otro porro. Por suerte no hubo más gritos ni episodios de masoquismo pero al fin de la noche mi pene era un morrón tumefacto y mi boca parecía una morcilla.
     A las diez de la mañana nos golpearon la puerta para despertarnos como habíamos pedido antes de entrar.
     La acompañé hasta la terminal de micros. No quise pensar qué haría si el novio la hubiera abandonado y decidía no aparecer pero apenas llegamos lo vi y me tranquilicé. Era fácil de reconocer, la cabeza rapada a diestra y siniestra y un copete de pelo de colores en el centro, metales y cueros, alfileres de gancho en las orejas y una en el cachete. Los mamarrachos se abrazaron y besaron como dos buenos punks.
     Ella me presentó.
-Este viejo me ayudó, me dio de comer, me pagó el hostel.
-Gracias man, dijo loquillo y me invitó a que chocáramos los puños.
-Bueno chicos que tengan suerte, dije y me daba vuelta para irme...
-Eh, te vas sin saludarme, dijo María Inés la chica punk del subdesarrollo.
     Se acercó y rozó sus labios con los míos lastimados. (CONTINUARÁ)

4 comentarios:

  1. Duro. Fuerte. Una sátira que muestra como se van constuyendo los vículos desde este salvaje sistema de relaciones sociales. Las víctimas, que a veces terminan en victimarios , del subdesarrollo , como muy bien lo explica el protagonista. Amelia

    ResponderEliminar
  2. Ay, Trinelli...esos personajes tan suyos que a una le causan una mixtura de pena y gracia a la vez... vamos, que espero la continuación... no me va a dejar así ¿no? Isa

    ResponderEliminar
  3. La narrativa de Trinelli tiene una expresión distinta a lo convencional. Es parte de la condición humana, de una de las realidades que conforman la sociedad. Sus personajes son invenciones literarias del autor, pero existen, caminan, respiran, son fragmentos del mundo objetivo. Tal vez cause escozor a las mentes victorianas. Es de lamentar que en estos días del siglo XXI se quiera negar la existencia de gente descuidada, exagerada, atravesada. Pero así es la realidad. Y la pluma de Trinelli no tiembla ni oculta lo real.
    Mangnifica escritura...
    Andrés

    ResponderEliminar
  4. Por supuesto que está muy bien escrito, que la descripción de los personajes es excelente y que son gentes humanas y posibles. Pero a mi me gustaría saber qué hizo la mujer... ¿Se quedó en la casa remendando las medias y limpiando el piso? ¿Se consiguió un roquero que la haga sentir viva? Por favor, señor editor, publique la continuación!! Ester

    ResponderEliminar