Raymond Chandler
La frase con alambre
de púas,
la palabra
laboriosamente rara,
la afectación
intelectual del estilo,
son todos trucos
divertidos, pero inútiles.
Raymond Chandler
El simple arte de escribir
Ganar
delicadeza sin perder fuerza, ése es el problema.
Cuando más
dura la ironía, menos enérgico tendrá que ser el modo en que se lo diga.
La historia y
la crítica literarias están tan llenas de jactancia y deshonestidad como la
historia en general.
Una gran
proporción de la literatura que ha sobrevivido ha tenido que ver con distintas
formas de muerte violenta.
La frase con
alambre de púas, la palabra laboriosamente rara, la afectación intelectual del
estilo, son todos trucos divertidos, pero inútiles.
Por
superficiales y accidentadas que sean la mayoría de las amistades, la vida es
un asunto bastante sombrío sin ellas.
Soy
estrictamente del tipo de los que se quedan al fondo, y mi carácter es una
mezcla no llevadera de indiferencia exterior y arrogancia interior.
Una vez le
escribí, en un estado de ánimo sarcástico, que las técnicas de ficción se
habían estandarizado tanto que uno de estos días una máquina escribiría novelas.
Uno puede
preferir un barrio de vida libre y fácil donde rompan las botellas vacías en la
acera los sábados por la noche. Pero en la práctica no es muy cómodo.
La parte más
difícil de su técnica era la capacidad de crear situaciones que estaban en el
límite de lo inverosímil, pero que en la lectura parecían lo bastante reales.
Pienso que
algunos escritores se sienten obligados a escribir en frases rebuscadas como
compensación por una carencia de alguna clase de emoción animal natural.
Nuestro autor
radial vino una vez a verme aquí y se sentó frente a esta ventana y lloró de lo
hermosa que encontraba la vista. Pero nosotros vivimos aquí, y al diablo con la
vista.
Me gusta la
gente con modales, algo de intuición social, una educación ligeramente por
encima del Readers Digest, gente cuyo orgullo de vivir no se exprese en sus
aparatos de cocina o sus automóviles.
Tengo una
historia en mente que espero escribir antes de morirme. No tendrá casi nada de
dureza en la superficie. pero la actitud de mandarlo todo al infierno, que en
mí no es una pose, probablemente aparecerá de todos modos.
¿Qué hago en
mi vida cotidiana? Escribo cuando puedo y no escribo cuando no puedo; siempre
por la mañana o en la primera parte del día. De noche, uno tiene ideas muy
brillantes, pero no se sostienen. Esto lo descubrí hace mucho.
Odio la
publicidad, sinceramente. He pasado por la piedra de molino de las entrevistas
y las considero una pérdida de tiempo. El tipo que encuentro en esas
entrevistas haciéndose pasar por mí suele ser un engreído al que no me gustaría
conocer.
Creo que
escribiré una novela policiaca a la inglesa, sobre el portero Jones y dos
hermanas ancianas en esa cabaña de techo a dos aguas, algo que tenga latín y
música y muebles de época y un caballero auténtico; uno de esos libros en los
que todos salen a dar largas caminatas.
La mortal
repetición de palabras favoritas hasta que a uno le hacen gritar de impaciencia.
Y las palabras favoritas son siempre pequeñas palabritas a medias arcaicas como
jejuney umbrage y vouchsafe, ninguna de las cuales la persona de educación
media podría siquiera definir correctamente.
Los
norteamericanos, al tener la civilización más compleja que haya visto el mundo,
siguen queriendo verse como un pueblo simple. En otras palabras, les gusta
pensar que el artista de cómics es mejor dibujante que Leonardo, sólo porque es
un artista de cómics, y el cómic está dirigido a la gente simple.
Es horrible
admirar el libro de un hombre y después conocerlo, y destruir todo el placer
que causó su obra con unas pocas posturas egocéntricas, de modo que no sólo a
uno le disgusta su personalidad, sino que nunca puede volver a leer nada de él
con una mente abierta. Su pequeño ego malo siempre está espiándolo a uno detrás
de las palabras.
La mayoría de
los escritores son gente tan fea que sus caras destruyen un sentimiento que
quizá podría haberles sido favorables. Quizá soy demasiado sensible, pero varias
veces me he sentido tan repugnado por esas caras que no he podido leer los
libros sin que la cara se interpusiera. Especialmente esas caras de mujeres
maduras gordas con ojos de cuervo.
Otros
escritores están haciendo cosas todo el tiempo (charlas en ferias del libro, giras
de firmas de autógrafos, conferencias, difusión de sus personalidades en tontas
entrevistas) que, no puedo evitar pensarlo, los hacen parecer un poco baratos. Para
ellos es parte del oficio, para mí, es lo que lo vuelve un oficio.
Cada cosa que
uno alcanza elimina un motivo para querer alcanzar algo más. ¿Quiero ser un
gran escritor? ¿Quiero ganar el premio Nobel? No si es demasiado trabajo. Qué
diablos, les dan el premio Nobel a demasiados mediocres para que me interese. Además,
tendría que ir a Suecia y ponerme un frac y pronunciar un discurso. ¿El premio
Nobel vale todo eso? Diablos, no.
¿Por qué
diablos esos idiotas editores no dejan de poner fotos de escritores en sus
sobrecubiertas? Compré un libro perfectamente bueno... estaba dispuesto a que
me gustara, había leído sobre él y entonces le echo una mirada a la foto del
tipo y es obviamente un completo imbécil, una basura realmente abrumadora (fotogénicamente
hablando) y no puedo leer el maldito libro.
Un personaje
en primera persona tiene la desventaja de que debe ser mejor persona para el
lector que lo es para sí mismo. Demasiados personajes en primera persona dan
una impresión ofensivamente engreída. Eso está mal. Para evitarlo, no siempre
deben darle a él la réplica de impacto o la réplica final. Ni siquiera con
frecuencia. Que otros personajes se lleven los aplausos. Que él se quede sin
chistes, en la medida de lo posible.
Mi
experiencia en ayudar a la gente a escribir ha sido limitada pero en extremo
intensiva. Lo he hecho todo, desde dar dinero a futuros escritores para que
vivan, hasta darles argumentos y reescribir sus textos, y hasta el momento no
ha servido para nada. La gente que Dios o la naturaleza quiso que fueran
escritores encuentran sus propias respuestas, y los que tienen que preguntar es
imposible ayudarlos. Son simplemente gente que quiere ser escritora.
Declarando
audazmente que harían a un lado todo optimismo ficticio, eligen automáticamente
el aspecto oscuro de las cosas para no correr riesgos; como resultado, lo
desagradable se asocia en sus mentes con la verdad, y si quieren producir un
retrato sin defectos de un hombre, todo lo que tienen que hacer es pintar sus
debilidades y después, aunque no sea más que para propiciar el instinto de
bondad remanente por descuido en sus corazones, explicar que sus defectos son
la consecuencia inevitable de un plan de vida equivocado.
La verdad en
el arte, como en otras cosas, no debería buscarse mediante ese proceso de
agotamiento alentado tan fatalmente en nuestro tiempo por los pedantes de la
ciencia, y por la falacia de que se lo descubrirá considerando todas las
posibilidades: un método que reniega de la intuición y de todos los mejores
instintos del alma para recibir a cambio un puñado de teorías que, comparadas
con las formas infinitas de la verdad inmortal conocida por los dioses, son
como un puñado de guijarros respecto de mil kilómetros de playa cubierta de
guijarros.
No puede
planearse una buena historia; tiene que destilarse. A largo plazo, por poco que
uno hable sobre el tema, lo más durable en lo que se escribe es el estilo, y el
estilo es la más valiosa inversión que puede hacer un escritor con su tiempo. Las
ventas se demoran, el agente se burla, el editor no entiende, y se necesitará
gente de la que uno nunca ha oído para convencerlos poco a poco de que el
escritor que pone su marca individual en lo que escribe siempre dará ganancia. No
basta sólo con intentarlo, porque la clase de estilo en la que estoy pensando
es una proyección de la personalidad y es preciso tener una personalidad antes
de poder proyectarla. Pero si uno la tiene, sólo puede proyectarla en el papel
pensando en otra cosa. Esto es irónico en cierto modo. Es el motivo, supongo, por
el que en una generación de escritores "hechos". Sigo diciendo que no
se puede hacer un escritor. La preocupación por el estilo no lo producirá. Ninguna
cantidad de corrección y pulido tendrá ningún efecto apreciable sobre el sabor
de lo que un hombre escriba. Es un producto de la cualidad de su emoción y
percepción; es la capacidad de transferirlos al papel lo que hace de él un
escritor, en contraste con la gran cantidad de gente que tiene emociones
igualmente buenas y percepciones igualmente agudas, pero no lleva ni un millón de kilómetros de ponerlas sobre
el papel. Conozco a varios escritores hechos. Hollywood, por supuesto, está
lleno de ellos; sus libros a menudo tienen un impacto inmediato de habilidad y
sofisticación, pero por debajo están huecos, y uno nunca vuelve a ellos.
El simple
arte de escribir. Cartas y ensayos escogidos.
Raymond
Chandler. Barcelona: Emecé: 2004. 326 páginas.
Una lección acerca del buen escribir : simplicidad, sustancia, estilo personal sin pedantería y consistencia. Atributos que se pueden encontrar en la literatura de Chandler.
ResponderEliminarUn texto rico y valioso.
MARITA RAGOZZA
La elaboración de un discurso creíble y grato de leer, muy bueno, Carlos Arturo Trinelli
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