· Dirección: Paolo Sorrentino
Intérpretes: Sean Penn, Frances McDormand, Judd Hirsch
Producción: Italia-Francia-Irlanda, 2011. 118 minutos.
Intérpretes: Sean Penn, Frances McDormand, Judd Hirsch
Producción: Italia-Francia-Irlanda, 2011. 118 minutos.
Los viejos rockeros nunca mueren
Parece titubear en qué genero asentarse y aparece como una película inclasificable. Tras su envoltorio de singular road movie habitan el drama, la comedia, el musical y algunos atisbos de cine político. Cuatro años después de Il divo, mordaz y demoledor retrato del senador vitalicio Giulio Andreotti, Paolo Sorrentino parece cambiar de ámbito.
El proyecto de Un lugar donde quedarse surgió como una especie de biopic de Robert Smith, líder del grupo The Cure. Resulta evidente en la gótica caracterización de Sean Penn, pero la película rememora la inolvidable música de Talking Heads, no en vano su antiguo líder, David Byrne, es el coautor de la banda sonora y también aparece en una secuencia musical filmada de modo deslumbrante.
Díscolo reconocido y al margen del Hollywood convencional, Penn ansiaba trabajar con Sorrentino desde que, en el 2008, el jurado de Cannes que él mismo presidía premió Il divo. Amante de los retos interpretativos y del inconformismo más audaz, el camaleónico actor cambia nuevamente de disfraz transformándose en Cheyenne. Un apático rockero cincuentón, de aspecto gore y anclado en un pasado que no ha logrado superar. Fue una estrella y ahora está ausente de todo, incluso de sí mismo. Vive en una aislada mansión de Irlanda, acompañado por su esposa (espléndida Frances McDormand), único ser que le conecta con la realidad.
Lleva treinta años sin hablarse con su padre, prominente miembro de la comunidad judía, lo que permite a Sorrentino introducir el tema del holocausto. Es entonces cuando salta de Irlanda a Norteamérica, adoptando el formato de road movie que homenajea a Wim Wenders yParís, Texas, película idolatrada por Sorrentino. Para remarcarlo, aparece en escena su protagonista, el hoy casi octogenario Harry Dean Stanton.
Con altibajos y algunos apuntes inverosímiles, quien destaca es Sean Penn (recomendamos la versión original: su voz es impagable), que borda el personaje de viejo rockero con síndrome de Peter Pan. ■
El proyecto de Un lugar donde quedarse surgió como una especie de biopic de Robert Smith, líder del grupo The Cure. Resulta evidente en la gótica caracterización de Sean Penn, pero la película rememora la inolvidable música de Talking Heads, no en vano su antiguo líder, David Byrne, es el coautor de la banda sonora y también aparece en una secuencia musical filmada de modo deslumbrante.
Díscolo reconocido y al margen del Hollywood convencional, Penn ansiaba trabajar con Sorrentino desde que, en el 2008, el jurado de Cannes que él mismo presidía premió Il divo. Amante de los retos interpretativos y del inconformismo más audaz, el camaleónico actor cambia nuevamente de disfraz transformándose en Cheyenne. Un apático rockero cincuentón, de aspecto gore y anclado en un pasado que no ha logrado superar. Fue una estrella y ahora está ausente de todo, incluso de sí mismo. Vive en una aislada mansión de Irlanda, acompañado por su esposa (espléndida Frances McDormand), único ser que le conecta con la realidad.
Lleva treinta años sin hablarse con su padre, prominente miembro de la comunidad judía, lo que permite a Sorrentino introducir el tema del holocausto. Es entonces cuando salta de Irlanda a Norteamérica, adoptando el formato de road movie que homenajea a Wim Wenders yParís, Texas, película idolatrada por Sorrentino. Para remarcarlo, aparece en escena su protagonista, el hoy casi octogenario Harry Dean Stanton.
Con altibajos y algunos apuntes inverosímiles, quien destaca es Sean Penn (recomendamos la versión original: su voz es impagable), que borda el personaje de viejo rockero con síndrome de Peter Pan. ■
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Emmanuelle Riva, Michael Haneke Y Jean-Louis Trintignant |
AMOUR, DE MICHAEL HANEKE, GANO
El abismo de la vejez y la muerte
El cineasta austríaco ya se había llevado el premio por su film anterior, La cinta blanca. El mexicano Carlos Reygadas fue elegido mejor director por Post tenebras lux, que había sido abucheado en la función de prensa.
Desde Cannes
Bajo una lluvia torrencial, que opacó el ritual de la alfombra roja pero que –como el encapotado día de su proyección, una semana atrás– pareció adecuarse a la gravedad de su tema, Amour, del austríaco Michael Haneke, protagonizada por dos leyendas del cine francés, como son Jean-Louis Trinti-gnant y Emmanuelle Riva, se llevó ayer la Palma de Oro de la edición del 65º aniversario del Festival de Cannes. Para Haneke es la segunda Palma, después de su triunfo apenas tres años atrás con su película inmediatamente anterior, la excepcional La cinta blanca (2009). Y este doblete viene a sumarse a los premios que ya había obtenido antes en Cannes –mejor director por Caché (2005) y Grand Prix du Jury por La profesora de piano (2001)–, con lo que Haneke se convierte en el director más galardonado por el festival en toda su historia.
“Es el más grande director de cine viviente”, ratificó desde el escenario del inmenso Grand Théâtre Lumière el también inmenso Trintignant, que volvió al cine después de una década de ausencia por el solo hecho de haber sido convocado por Haneke. De hecho, cuando el presidente del jurado oficial, Nanni Moretti, anunció la Palma lo hizo –en un hecho inédito en el festival– mencionando no sólo al director austríaco sino también a sus dos actores protagónicos, sin quienes la película no hubiera sido posible. “Fue un trabajo apasionante, dos meses de rodaje y convivencia inolvidables”, ratificó Emmanuelle Riva, ante una larga ovación de toda la platea, que se puso de pie para aplaudir al cineasta y sus intérpretes. Estos también tienen una larga historia asociada a Cannes: Trintignant fue premiado como mejor actor por Z, de Costa Gavras, en 1969, mientras que Riva fue la legendaria protagonista de Hiroshima mon amour, presentada en el festival de 1959.
Suerte de réquiem sobre un matrimonio de profesores de música que debe enfrentar la realidad de la enfermedad y la muerte cercana, Amour aborda su tema, de por sí doloroso, con el rigor y la sequedad habituales en Haneke, sin conceder nada al sentimentalismo o la nostalgia. Después de un concierto de uno de sus antiguos alumnos en el Théâtre des Champs-Elysées de París, Anna sufre un accidente cerebrovascular y vuelve a su casa en silla de ruedas, con parte de su cuerpo paralizado. Y ese amor que George le profesa –y que se explicita en infinidad de detalles que hacen a la rutina cotidiana de la pareja– será puesto a prueba más que nunca en su vida. Anna le ha hecho prometer a George que no la volverá a hospitalizar y George, con sus propios males a cuestas, logra ir ocupándose de todo, convirtiendo el dormitorio en el santuario en el que guardará los últimos días de su mujer. Film valiente pero nunca cruel, a la manera de algunas de las películas anteriores del director (Moretti alguna vez había declarado haberse sentido “violado” con Funny Games), Amour se asoma al abismo de la vejez y la muerte con los ojos bien abiertos.
De vuelta a las estadísticas: Michael Haneke es el séptimo director en ganar dos veces la Palma de Oro, después de Francis Ford Co-ppola, del danés Bille August; del serbio Emir Kusturica, del japonés Shohei Imamura, y de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne. Y es el segundo que lo hace por dos películas consecutivas, después de August, que ganó por Pelle el conquistador (1988) y Con las mejores intenciones (1992). Dicho esto, también hay que consignar que todos los directores de films galardonados en esta edición ya habían ganado algún premio antes en Cannes, lo cual no deja de ser inquietante, como si a la competencia oficial de Cannes le costara renovar su elenco de “abonados”.
El mexicano Carlos Reygadas (Cámara de Oro por Japón y Prix du Jury por Luz silenciosa) se llevó el premio al mejor director por Post tenebras lux. Fue la decisión más arriesgada del jurado, en la medida en que se trata de un film de una radicalidad absoluta, que dividió a la crítica acreditada en Cannes, al punto de que Reygadas dedicó el premio a los periodistas que abuchearon su película al final de su proyección en Cannes. Por cierto, fue un gran festival para México, que además se alzó con los premios principales de otras dos secciones: Después de Lucía, segundo largo de Michel Franco, ganó en Un Certain Regard; y Aquí y allá, coproducción entre México, España y Estados Unidos dirigida por el español Antonio Méndez Esparza y rodada en tierra azteca, se llevó el Grand Prix de la Semana de la Crítica.
El rumano Cristian Mungiu (Palma de Oro por 4 meses, 3 semanas, 2 días) se llevó ayer dos premios con su película Dupa dealuri (Detrás de las colinas), en la que denuncia las tinieblas de la religión: al mejor guión y a la mejor actriz, compartido por sus dos protagonistas, Cristina Flutur y Cosmina Stratan. A su vez, un veteranísimo en Cannes como el inglés Ken Loach (Palma de Oro por El viento que acaricia el prado), con su comedia social The Angel’s Share, se quedó con el Prix du Jury, que ya había ganado antes en dos oportunidades, con Agenda secreta y Como caídos del cielo. Y el italiano Matteo Garrone repitió el Grand Prix du Jury, que ya había ganado por Gomorra y que ahora volvió a conseguir por Reality, en la que afirma que la televisión, como espacio simbólico en el que se deposita la fe, ha venido a ocupar en su país el lugar que antes tenía la religión católica.
Los grandes perdedores de esta edición fueron los favoritos de la crítica, lo que profundiza aún más la brecha que siempre existió entre los dictámenes del jurado y la opinión de la prensa especializada. Holy Motors, del reaparecido Leos Carax, encabezaba todas las encuestas tanto de la crítica francesa como la de la internacional, pero se quedó con las manos vacías, al igual que Like Someone in Love, del iraní Abbas Kiarostami, e In Another Country, del coreano Hong Sang-soo.
La coincidencia entre jurados y críticos, en todo caso, se dio con el cine de Hollywood, que tuvo un lugar excesivo en la competencia, donde recogió muchos más cuestionamientos que elogios y donde también se quedó completamente afuera del palmarés. No parece una casualidad que en ediciones anteriores, cuando el presidente del jurado era estadounidense, haya ganado el cine de ese origen (el año pasado, sin ir más lejos, El árbol de la vida, de Terrence Malick, con Robert De Niro como cabeza del jury) mientras que ahora, con Nanni Moretti al frente, el cine europeo haya acaparado casi todos los premios.
UN MUNDO PARA QUEDARSE:
ResponderEliminarVer actuar a Penn con atuendo gótico es magnífico, pero ni su trabajo actoral ni la de la siempre excelente Frances Mc.Dormand, liberan a la película de su mediocridad.
AMOUR: Ver otra vez en la pantalla a Trintignant, tiene que ser emocionante. ha recibido todas buenas críticas, pero como dice el artículo, tenía a favor un jurado europeo. Habrá que verla.
MARITA RAGOZZA