JORGE ETCHEVERRY
Miniapocalipsis con playa-
Obra de Liliana Lucki
La situación no tenía buenos auspicios ya desde el comienzo. La que organizaba la fiesta había estado casada, o viviendo, no sé exactamente, por lo menos ocho años, con un tipo que era gran amigo y colega en Relaciones Exteriores de su ex marido, que era el invitado especial. Claro que la fiesta se hizo en terreno neutro, y todos, hasta yo, que ando siempre un poco escaso de fondos, tuvimos que hacer un aporte para pagar esa tarde y noche de celebración en ese hotel, uno de los más suntuosos de este barrio acomodado, en esta colina salpicada de palacetes, macizos forestales y jardines que domina la ciudad. Sobre eso hablábamos con el pintor José, que decía que la daba la impresión de estar en Europa, cuando de repente apareció en el cielo una silueta inmensa, un coloso formado o compuesto por innumerables puntos luminosos de diversos colores, como por una técnica Seurat perfeccionada que configuraba ahora con más detalle esa figura robusta, que tenía ese familiar brazo perfecto y musculoso extendido, de alguna manera lánguido, que terminaba en una mano y un dedo índice que medio apuntaba, cómo no pensar en Michelángelo le dije a José, reivindicando así una percepción que iba más allá de la mera pintura, que se extendía a esos eternos conflictos escatológicos y apocalípticos ahora materializados ante nuestra vista, ya que quizás llevado por mi lente literario no pude menos de asimilar a la incierta, monstruosa y oscura silueta reptilínea que enfrentaba al gigante luminoso con una de las criaturas deliradas por Lovecraft, de múltiples ángulos que correspondían a las junturas de proyección de varios pares de alas, con extremidades y otras protuberancias imprecisas y algo cambiantes, ambas figuras cara a cara teniendo como fondo ese marco urbano de alguna manera todas las ciudades y por supuesto ésta que se despliega un poco más abajo, donde hemos vivido desde hace décadas y ya no vamos caminando tan tranquilos como antes,--conversando y fumando, en esta terraza encaramada en los baluartes de esta colina, con nuestros tragos en la mano, yo terminando un cigarrillo suave de los pocos que me permito fumar al día, aunque el doctor preferiría que no fumara ninguno--, porque abajo esas tropas que siguen a enseñas opuestas combaten esta batalla incierta desde hace mucho pronosticada o profetizada en libros sagrados clarividentes, compasivos o locos, contienda que ahora parece haberse decidido repentinamente por lo que existe, al menos por el momento y en este round, ya que el dragón se desvanece en retazos en esa niebla que a veces no parece niebla pero que lo envuelve todo. Y ahora de repente las cosas se empiezan a delinear otra vez, el horizonte empieza a adquirir de nuevo su profundidad y color acostumbrados y las dimensiones parece que se están restableciendo y es otra vez de día. Pero un momento. Algunos vestigios de las huestes vencidas y ya en plena y repentina retirada siguen evolucionando como grandes peces hediondos que surcan el aire, zumban rozando los pilares que sostienen el tejado cuyo alero nos cubre de la llovizna, sacando algunas esquirlas, otro ente que acaso sea más grande pasa volando más abajo, indentando con sus aletas unos arbotantes que sostienen esta misma terraza sobre la que ahora caminamos, haciendo que vibre un poco cuando ya íbamos bajando las escaleras hasta pisar tierra firme, sobre la que tremolan y se estremecen organismos vivos vagamente parecidos a moluscos, batracios, medusas de protoplasma semitransparente de variados tamaños, y qué olores dios mío, frente a los cuales la gente se detiene todavía temerosa de avanzar más en esa playa donde se rompen las olas del caos contra la arena de la realidad, pero parece que automáticamente cojo un trozo de algo que me debo haber llevado a la boca, ya que siento un regusto ni bueno ni malo, más bien extraño, que se me asienta en la punta y los lados de la lengua, en el paladar, y entonces los niños se acerca y toman sin asco ni miedo a los animales más chicos y van alimentando con ellos a otros más grandes que a su vez se dividen en otros más pequeños que a su vez van a alimentar a los más grandes en una diversión que consume a todos, niños y adultos hasta que la masa semiinforme que temblaba empieza a disminuir y a retroceder dejando lugar a las calzadas y prados de antes, todavía húmedos. ■
Jorge Etcheverry Chileno, vive en Canadá desde 1975, poeta, prosista, crítico. Último libro de poemas; Reflexión hacia el sur, Canadá, 2004. Una novela De chácharas y largavistas, Canadá, 1993. Es autor de Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. Está en antologías como Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple, Chile, 2002; Los poetas y el general, Eva Golsdschidt, Chile, 2002; Anaconda, Antología di Poeti Americani, Elías Letelier, Poetas Antiimperialistas de América, Canadá, 2003; El lugar de la memoria. Poetas y narradores de Chile, Chile. 2007); Latinocanadá, Hugo Hazelton, Canadá, 2007), Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras, Chile, 2007); 100 cuentos breves de todo el mundo, Sergio Gaut vel Hartman, Argentina, 2007). The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron, Estados Unidos, 2008 , USA . Es embajador en Canadá de Poetas del Mundo.
Muy buena la propuesta. saludos.
ResponderEliminarUn saludo desde Mendoza.
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