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Ester Mann |

Vidas Humanas
Camino ida y vuelta, dos veces por día por esas calles cercanas a la estación del tren. Casas viejas, abandonadas, construídas en hilera, con cables colgando de los balcones, ropa tendida, chicos en ropa interior jugando en lo que un día fue jardín y hoy es tierra seca y sucia, plagada de deshechos: partes de viejas cocinas o restos de un lavarropas. Perros cavando en el suelo reseco, ¿buscando qué?
Paso por el sendero que las bordea y alcanzo a ver el interior: muebles viejos, televisores transmitiendo a toda volumen programas infantiles o de cocina que nadie ve.
La fealdad con mayúscula en todo su esplendor.
Vidas humanas en su expresión más viva.
Dos vecinos discuten por un perro bravo. El presunto dueño trata de mantenerlo quieto sin conseguirlo. Es probable que el que se queja tenga razón…¿Pero quién sabe qué significado tiene ese perrazo para su dueño? El hombre que protesta tiene en brazos un niño pequeño y lloroso, con seguridad la víctima de la agresividad perruna.
Discuten, encerrados en su isla privada, descontentos e irritados. Uno por el llanto del niño que ya quiere irse y tironea del padre queriendo bajar y seguir jugando. El segundo casi arrastrado por el perro, que quiere correr libremente y se encuentra apresado por la correa.
El ruido de los televisores, el griterío de los niños que juegan alrededor, la gente que pasa por el angosto sendero y los obliga a correrse de uno a otro lado .El estrépito del tren a pocos metros del lugar, que no cesa, contribuye a aumentar la rabia de los dos hombres.
Sigo mi camino, dejo atrás esas vidas que contemplé por pocos segundos y continúo con la propia, camino al hospital, esa ciudad secreta en la que otras vidas luchan, sufren, nacen o mueren. Gente, gente que existe como en un compendio, un resumen del destino del hombre. Nacer, vivir, morir y no ignorarlo… Vidas humanas. ■
Ester Mann