Inocente, libre de toda maldad como son las pobres bestias del campo que ciñen su vida a pastar, dormir y reproducirse.
Mis manos tienen, como en otro tiempo, una suavidad inusitada. Son manos de artista, pintan. Y digo “pintan”, porque de verdad lo hacen solas. Ni mi voluntad ni mi cerebro les dan órdenes. Ellas se mueven al compás de una música que escuchan y van trazando los contornos, las figuras, los arabescos en el lienzo blanco.
Antes de ahora, nada fue igual. Ni siquiera esa habitación que reconocí como mía, en una época de atrás, muy atrás en el tiempo. Reconocí los cortinados, los candelabros, las pesadas cortinas que oscurecían las ventanas. Y me veía dando vueltas por esa habitación en la que buscaba afanosamente algo que no podía encontrar. Me vi buscando en los cajones, detrás de las puertas, en medio de las mantas. No podía recordar a pesar de que la escena me era tan familiar.
En medio de la estancia, un caballete con un gran cuadro donde mis manos se movían también frenéticas, sin tiempo. Tenía que terminar y faltaba tanto. Rojo bermellón, azul de Prusia, verde de Talo. Un poco de blanco antiguo y amarillo de Cadmio. Sin un diseño prefijado, las manos se movían, creaban un paisaje familiar que yo no reconocía. Un puente, un lago, los sauces lavándose los ojos, los juncos mecidos en una letanía. El sol rojo, una herida en el costado, una herida que rezumaba la miel de una colmena seca. Un “deja vue”, pero ¿cuándo?
Estoy en la habitación de al lado, la que ahora reconozco como mía, pero no es mi cama, ni el mismo crucifijo en la pared. El espejo del tocador no me devuelve nada. Sólo el cuadro, el paisaje conocido que no logro recordar, y mis manos frenéticas vuelven al rojo, como ayer, como entonces.
La luz, un pequeño rayo que se abre paso. El puñal. La duda. La traición.
Mi sombra es la de al lado, o ¿tal vez se mudó y no me di cuenta?
Un espejo vacío es igual a un árbol sin ramas, sin pájaros. Solo cuervos o ni siquiera eso.
No me veo en el azogue. Ni ahora, ni antes, en esa habitación que reconozco como mía en algún tiempo.
Me veo revolver y encontrar un papel, una nota y veo lágrimas. Estoy arrodillado, encogido en posición fetal. Veo el bermellón como un largo hilo que camina por el piso.
Hay imágenes que son familiares, pero no hay recuerdos. En la otra habitación veo manchas, parecidas a las del cuadro. Manchas rojas púrpuras y no puedo comprender cuál es el lazo que las une.
Tal vez no sea inocente.
Quizá mis manos sepan del bermellón, del hilo, de la sombra.
Este cuento obtuvo el 1er Premio en Córdoba — Argentina. Encuentro Internacional del Cuento Breve Villa Dolores 2008
Marta Ravizzi