Querido Loco Gaona,
en estos días estuve buscando en mi desordenada memoria el
inicio de nuestra amistad allá por mediados del 97. Recordé tu voz grave
enmarcada de nieve al leer en el taller de literatura, recordé cuando te vi
entrar la primera vez, hidalgo y circunspecto escoltado por tú escudera –de mucha sal en la mollera y a la postre y según tu definición: la mujer más
alta del mundo. También vino a mi memoria la primera cena en la casa de “ustedes”,
porque tanto para vos como para Nurit, tu amada compañera, siempre fueron una
unidad. La misma unidad que con la lanza del amor y el peto de la justicia
anhelada, combatió contra poderosos e insensibles molinos en tu ciudad natal,
en la urbe HÚMEDA, ATRÓZ E IRREPETIBLE. Y de ella los expulsaron con sus aspas
de ignominia, de violencia y perversión.
No era fácil
volver y no lo hicieron. Y te fuiste hundiendo lentamente en el abismo de la
nostalgia. Recuerdo la emoción en tu rostro y el quiebre de tu voz hasta
tornarse aguda cuando me hablabas de tu gente, de Caballito, de la calle Gaona,
tú calle.
Si bien nos
parecíamos en los sueños los tuyos siempre fueron ecuménicos, mientras que los
míos apenas inclusivos. Pero como reflexionara Segismundo: la vida es sueño y
los sueños, sueños son. Y la experiencia enseña que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Y te tocó
despertar. No ahora, hace apenas unos días, a vos por soñar en grande, por
soñar a corazón abierto, por soñar por los que ni siquiera tienen el consuelo
de poder hacerlo porque la realidad les congeló el sol onírico; a vos la vida,
en el último tramo, te infringió el oprobio de transcurrir, sin sueños, sin
lanza, y sin utopía. Te impuso un largo y grotesco despertar hasta el arcano
despertar final. Por eso te digo Loco querido que no me duele que la vida abdicara
de vos, al fin y al cabo para eso estamos en este sueño y no fue prematuro, ya
te habías cargado de años; si no que duele el largo, innecesario, y denigrante
prefacio que le endosó a la despedida.
Pero debías
saberlo, sólo los hombres comunes, los hombres que sueñan sueños de entrecasa,
mueren tiernamente.
En fin, sabes
que para mí no hay dolor, alegría, o inercia, que no amerite unas copas de
vino; ¡está la levanto por vos viejo amigo, a tu salud y en agradecimiento por
haberte cruzado en mi vida con tu caudal de bonhomía, conocimientos, y empatía!
Sañoram.
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