martes, 26 de noviembre de 2013

Andrés Aldao


Mala pata. La fatalidad no siempre es maldita

Llueve,  llueve en el suburbio
y aquí solo en esta pieza
se me sube a la cabeza
una extraña evocación
 Cuando tallan los recuerdos //Enrique Cadícamo

Tuve la sensación de pérdida. Contemplé el cielo denso, las nubes oscuras y dramáticas. Garuaba; recordé las cosas que había perdido en mi vida. En el tiempo que
Aldao 84                             
 se había ido. En las personas muertas, en mis padres y algunos amigos, gente que se eclipsó de mi existencia... De quienes tengo retratos imprecisos, apenas un boceto difuso. Pensaba en mi juventud, como un trofeo ganado en una remota competencia y que hoy yacía en un estante cubierto de cenizas.
Recorrí las paredes del cuarto y percibí la soledad, la absurda soledad en la que vivía... Por expresar  lo que pienso y no saber callar, por no calibrar mis opiniones, por uso, o más bien abuso, de la franqueza sin cavilar sobre las secuelas. Recordé lo que alguien me había dicho en el pasado: Aspis, a vos  te aman o te odian... ¡Linda frase para un epitafio!
Mientras el mate me reanimaba, puse en la casetera un CD. Génesis, con la voz de Phil Collins. Era el marco musical y despertaba mis nostalgias. Tomé el manuscrito y comencé a leerlo.

“...Vivía mi niñez preocupado, sabía que era un niño inmigrante, distinto, y quería sobreponerme, ser uno más, como los otros. De Ucrania, donde nací y me trajeron a este país cuando tenía cuatro años, recordaba muy poco. Mis padres no abandonaron sus costumbres y tradiciones, pero yo me relacioné con lo nuevo  porque  o seguía solo y marginado, o me integraba en el mundo que me rodeaba. Elegí ser uno más sin perder del todo las raíces...”.

Don Samuel había sido un  agudo observador de la realidad. Seguí la lectura; anécdotas de su infancia y adolescencia. En la última página hallé pegadas algunas fotos difusas que mostraban a un joven vestido con la elegancia que siempre lo caracterizara. En el correr de las páginas encontré frases y razonamientos muy suyas, con ese estilo bonachón que no obstaba para hacerlo brincar, en segundos, del buen humor al enojo.
Me asombraba su cariño por la música popular y recordé, entonces, algo que se había extraviado de mi memoria: las veces que llegaba temprano a la oficina y lo oía canturrear desde la puerta la melodía Por la vuelta (maldita costumbre de Samuel: citarme a las siete de la mañana para poder “conversar a solas”).

* * *
Encargué al restorán chino una bandeja de cerdo agridulce con arroz. La trajo un chinito más flaco que un espagueti a la manteca. Prendí la radio y escuché las noticias. Crímenes, el micro “lord menor de Buenos Aires”  persiguiendo a cartoneros, nombrando ministro de educación a cavernícolas, y la Carrió trabajando en un circo como la política más chanta. ¡embustera y delirante!
Terminé el almuerzo, junté todo la merdeca y la tiré en el contenedor. El vino me dio sueño y me recosté en el camastro mirando las volutas del cigarrillo que parecían rulos revoloteando en el aire. La llovizna paró y un sol canijo apareció entre las nubes. Salté del lecho como un trapecista, me vestí y me fui al barrio de Belgrano a rescatar la copia (era más nítida que la que tenía en mi poder). De Horacio y de Dabur me encargaría más tarde... Seguían en la ciudad y mis cuentas llegarían. O no.


Espejismos; sólo espejismos

si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Raúl González Tuñón

Las tres de la tarde. No tenía ninguna gana de ir a Belgrano. Pero quería recuperar el manuscrito. De nuevo la plaza, el edificio en la calle Mendoza, el portero eléctrico. ¡Suba! Entré en silencio. La mujer estaba desgreñada, el olor a vino y pizza (restos sobre la mesa y la botella vacía) me dieron la impresión de una mísera realidad. La miré de costeleta.
—Qué pasó Silvana...
—El técnico me dijo que se quemó el disco duro y que no puede venir hasta el lunes. Eso es lo que pasa...
La miré como si fuera un dibujo de Doré borroneado. Hice un gesto insulso y le dije dado que me es urgente me lo llevo. La computadora estaba tapada con un mantel. Seguro que se arrepintió por el bajo precio y no se animó a pedir más. Me lo alcanzó tal cual se lo había dado. Agarré la bolsa de plástico y me fui sin darle mucha bola. Aunque de haber estado duchada y arreglada se hubiese merecido un hasta más ver dodecafónico.
Tomé el subte en Juramento. Resolví ir a ver a Bermúdez con la intención de solucionar lo del tipeo y sacarme el bolo de bronca de la garganta.

La ciudad parecía una olla a presión, acuosa y sin una miga de aire. La gente me parecía un batallón de trebejos dentro del vértigo humano . Nadie miraba nada, los ojos mostraban guiños inconcientes. Eran muñecos desplazándose como autómatas, algunos hablando solos, otros con sonrisas idiotas. Semejaban un gentío de juego electrónico columpiándose con cierta rigidez,  y yo, solitario, en medio de la aglomeración...
Llegué al edificio de las oficinas, subí hasta el séptimo piso y entré a la antesala donde trabaja Toña. La saludé (pienso que con cara de culo) y pregunté por el editor.
—¡Aspis, qué cara de asesino tiene usted! ¿qué le pasa?
Le conté lo del manuscrito de su ex trompa, cómo era el cretino que me llamó a las cinco de la mañana, lo ocurrido con la Silvana... Espuma verde me saldría de la boca...
—Já, ¡seguro que fue Dubar el que le hizo la trampita! Sí, era amigo de don Samuel pero no crea que él inventó esas patrañas: el hijo de Samuel le habrá dado la idea. Aspis, no me tengo que meter, pero dígame... ¿Y ahora qué va a hacer?
—Se lo encajo a usted, Toña. ¿Me lo puede tipear? —dije con voz cariñosa.
—Usted me ofende, Aspis. Por usted voy al infierno o me tiro debajo de un colectivo.
—¡Toña, no hable así! Le estoy ofreciendo un trabajo por el que tiene que cobrar... Y déjese de suicidarse... Dígame, ¿está Bermúdez en la oficina?
—No se encuentra. Anda preocupado el trompa, hay poco trabajo, tiene cheques sin cobrar y yo todavía no recibí el sueldo... Dejemelo, Aspis. Yo se lo tipeo porque en estos días no hago un pito.
Le besé la mejilla y le reiteré el cuidado que había que poner. Los ojos de Toña bizqueaban con ternura. Salude a Bermúdez de mi parte pero no le diga nada de lo ocurrido. Me fui a tomar un café a Diagonal y Esmeralda.

Hora pico. Casi las seis de la tarde y el bar bastante concurrido. Se desocupó la mesa en la ventana que da sobre Diagonal. Me senté y mirando el entorno vi a una mujer sentada, ojos grandes y profundos, ráfaga del ayer, cabello largo, labios finos: tomaba una taza de café grande echando un vistazo. Ay, Aspis, la melancolía te estrola el presente. La sorprendí observándome. Me sobresalté. Sentí que un tenue fluido llegaba a mí. No imaginé que la mina ésta entraría en mi vida como descolgada de un balcón antiguo con rejas forjadas...
Pensaba, pensaba y estrujaba mi sesera. La mujer de ojos grandes y profundos se levantó y salió: la vi de cuerpo entero y comprendí que algo había ocurrido. Y que aún ocurrirían muchos algos más...

Con respecto a mi vida decidí hacer borrón y cuenta nueva. Simple, categórico, con final wagneriano . No voy a correr detrás de nadie ni voy a limosnear, le daré la razón a la realidad y actuaré en consecuencia. Reflexioné: las agencias no necesitan veteranos envejecidos incapaces de ejercer la profesión en la calle, investigando, moviéndose con rapidez, siempre asediados por exigencias que no pueden satisfacer. La calidad no juega, la experiencia es superflua: los jóvenes son módicos e inhibidos, tienen títulos universitarios y son ambiciosos: consideran a los escrúpulos como una alcantarilla demodée... Por allí no tengo resquicios. Es impenetrable, como competir con calzoncillos, medias  o tazas de loza de China.
Entonces, ¿qué hacer? Tenía que acabar con la rutina y poner distancia con el pasado, pero, ¿cómo empezar?
Ante todo cambiar de aire, mudarme, encontrar una mujer que sea capaz de vivir una vida ajetreada, sin exigirme ella y sin exigirle yo.  Y una vez terminada la historia del manuscrito de don Samuel, ponerlo en manos de Bermúdez y comenzar a vivir en la caverna de la realidad. Ale, mirá a tu alrededor y poné el ojo en la mira, fijate en el micro lord de ésta tu ciudad, de ésta tu gente y de ésos, los peludos de medio pelo...
A los pocos días pasé por la oficina de Bermúdez: Toña había terminado el tipeo, se lo entregué a Bermúdez y me despedí... Un adiós extraño, último, ¿definitivo...?

Me sentí bien. Tomé por Diagonal hacia el obelisco y fui al bar de Esmeralda y Diagonal. Pedí una vodka doble y me la mandé de un saque. Sin hielo, sin agua. En realidad iba en busca de la mujer enigma de la otra tarde. Sabía que era cuestión de ruleta, de imponer la voluntad contra las perspectivas de un voluntarismo nihilista. Se trataba de un millón de probabilidades contra una sola, escueta y quimérica.
Pero estaba, sí... Con los mismos ojos profundos. Con ese fulgor y esa presencia casi altiva. Como esas cosas que ocurren porque deben. Sin explicación, sin causa. Una profecía que subyace en  el inconciente y emerge como prodigio. Allí estaba, aunque no sabía cómo infringir la distancia. La tarde se borraba, el manuscrito ya era historia acabada y nuestras miradas cruzábanse y tocaban a rebato... 

Andrés Aldao, 


10 comentarios:

  1. HOLA ANDRÉS, aún no leí tu cuento, pero el solo emígrafe me dijo"llueve lentamente en suburbio/ y a través del vidrio turbio/ se divisa el arrabal. qué tangazo. un abrazo. volveré. marta comelli

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  2. Andrés me gustó mucho tu micro-cuento: Mala Pata. La fatalidad no siempre es maldita. Saludos ya he convidado a otras personas para que conozcan este Blog.

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  3. Emocionante relato Pibito!!
    Muy bueno el epígrafe y la pinta del capitán!!

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  4. Lo que se deja escrito, el único trofeo por exibir, Porque la vida es un estante en pendiente sin que podamos atajar las cosas que de él caen.

    Parte del segundo libro, muy bien escrito, como siempre.

    Un abrazo, soldado al 84

    Celmiro

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  5. Buen cuento, Andrés, se hace grata la lectura cuando un relato está bien hilado y además, es interesante. Me gustó.

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  6. Salud, Capitán Nº 84. "Pensaba, pensaba y estrujaba mi sesera", pero "ahora soy yo quien se siente bien" porque emergiste "como prodigio". Felicidades, congratulaciones y etc.etc. Te lo digo, aunque ya te lo dije. La Dama de Pique

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  7. Me llevó "mala pata", no me soltó por tu manera llana de relatar y todas las secuencias que se hallan y al final me resultó que no todo estaba mal, había postre.
    Grato, muy grato leerte, Andrés y mandarte un fuerte abrazo.
    Betty Badaui

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  8. Mala pata, un epígrafe que es llamador y toda tu forma de narrar armonizando el corazón y los ojos. Es muy muy gratificante leerte y quedarte con lo que relatás, sentís y contás, allí, dando vueltas.

    Lily Chavez

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  9. En las dos secuencias del derrotero de Aspis se impone una prosa enhebrada con humor y melancólicas metáforas cuya lectura es un gozo y un descubrimiento renovado, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli

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  10. Original encadenamiento logra el autor vertebrando la fatalidad bajo distintas facetas. La fatalidad existe porque la vida no se nos da ya hecha, no se anticipa y no podemos manejar las consecuencias.
    Me encantaron las situaciones que tienen sabor vital y el desafío al destino.
    Renovación, Andrés, que has logrado otorgando un colorido literario distinto.
    Felicitaciones y un gran abrazo.
    MARITA RAGOZZA

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