S/T
Es un hombre simple. Como
tú y yo. Vive en el tercer piso de un edificio en alguna parte de París. Una
mañana baja a la calle para ir a trabajar. Es temprano, el sol brilla pero sabe
que no durará mucho tiempo; después de todo está en París. Justo frente a la
salida de su edificio percibe una cáscara de banana tirada en el piso. Algo
indignado por la falta de respeto que tienen algunos, se acerca del deshecho,
lo levanta y lo arroja a la basura. Se da vuelta para seguir caminando cuando
de pronto ve una colilla de cigarrillo sobre la acera. Suspira, sabiendo que no
podrá irse a trabajar tranquilo si deja la colilla allí donde está. Entonces la
toma y la mete en el cesto. Una mirada rápida a sus alrededores le basta para
darse cuenta que la acera está muy sucia. Chicles, envolturas de caramelos,
papeles de todo tipo, restos de comida y otros objetos más difíciles de
identificar, están dispersos por doquier. Los transeúntes los ignoran por
completo, pisándolos y siguiendo de largo felices hacia donde sea que se
dirigen. Pero él no es así. No puede permanecer indiferente a esta polución
acerística. Regresa a su departamento para bajar con una escoba y una pala.
Barre la acera intentando no dejar ni una sola miga de pan detrás. Las personas
lo esquivan, a veces dejando algún comentario parisino al pasar, pero a él eso
no le molesta. El altruismo es más importante. El segmento de acera que se
encuentra delante de su edificio está mucho más limpio ahora. Pero el hombre
aun sigue sin estar satisfecho. Sube nuevamente a su casa y regresa con un
alargue eléctrico y una aspiradora. Conecta el aparato y como cada vez que lo
hace, lamenta no tener suficiente dinero para comprarse uno de esos de la marca
Dyson. Los transeúntes se muestran menos tolerantes ahora, ya que en sus hojas
de ruta mentales no habían planificado saltar por encima de un cable. Algunos
resultan levemente heridos, pero por suerte nadie deja manchas de sangre sobre
el suelo. La acera está limpia. Pero a causa del paso de miles de zapatos
diarios, su color original – un magnífico gris – se ha vuelto casi negro. Una
nueva visita a su casa para dejar la aspiradora y tomar un balde, unos trapos y
algunos productos de limpieza. Se cambia también de ropa, ya que ahora comienza
la ardua tarea de arrodillarse y frotar minuciosamente el piso. Le grita a la
gente, impidiéndoles que caminen por los lugares que ya limpió. Las personas
descienden a la calle para esquivar aquel fragmento de acera, creando así
algunos disturbios en la vía cercana al edificio.
Al finalizar la tarea
nuestro hombre decide exigir que aquellos que quieren pasar por el lugar sin
bajar a la calle se quiten los zapatos. La gente obedece. El suelo está tan
brillante que nadie se atreve a oponerse. Incluso la policía, enviada para
poner un poco de orden, constata que efectivamente la acerca está mucho más
linda de esta manera y que el quitarse los zapatos es al fin un sacrificio muy
pequeño que justifica la recompensa.
El hombre pierde su
trabajo pero obtiene un permiso municipal para mantener la limpieza de aquellos
quince metros de acera. La gente asegura nunca haber sentido tanto placer al
caminar por un lugar.
Excelente y muy original. afectuosamente. marta comelli
ResponderEliminarUna idea que tiene vigor en 15 metros de vereda pero que en su originalidad nos da un puntapié de esperanza.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
Bueno, salvó su pedazo, pero no puede eliminar el resto de la ciudad sucia. Perdió su trabajo, -no sabemos si valía la pena- pero éste se volverá una monotonía pesada. Es una gran ironía de todos los que piensan que salvando su isla, el mundo se arregla. Muy bueno
ResponderEliminarCristina Pailos
Con la cualidad de lo breve el relato nos muestra a un fóbico en acción como extremo de un sistema que no dejará de ser sucio, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEl absurdo como retrato de nuestro presente vuelve siempre en los relatos de Xavier y como es su costumbre y su mérito refleja más realidades de las que aparecen en el texto. Muy bueno
ResponderEliminarHay esos quienes que ven correcto quitarse los zapatos. Pocos, que consideren ponerse a limpiar su cacho de vereda. Y muchos menos, que consideren la belleza de una ciudad sin mugre. Y ni hablar de un mundo limpio. Simpatico texto y absurdamente real. ElsaJaná.
ResponderEliminarDentro del exceso del cuento, uno halla un relato con muchas significaciones y muy original.
ResponderEliminarFelicitaciones al autor.
MARITA RAGOZZA