Alejo Urdaneta
GRITOS Y SUSURROS / INGMAR BERGMAN, 1973
De todas las películas del
sueco Ingmar Bergman, quizás GRITOS Y SUSURROS sea la más impactante, por su
tema de dura humanidad, por su planteamiento formal. El cineasta tenía el
método de escribir el argumento en forma de relato, para luego desarrollar los
diversos temas en busca de la unidad o totalidad. Al principio surge como una
oscura corriente de agua con caras, movimientos, voces, exclamaciones... Y
cuando tiene el tema ya planeado, comienza la formación del film.
Toda la producción
cinematográfica de Ingmar Berman muestra un trabajo de exhausta elaboración
tanto visual como temática, con el objetivo de explorar la naturaleza de la
condición humana. La mayoría de sus películas se ocupa de la soledad, la esterilidad y la angustia del
alma. Sin embargo, pese a tales temas, y gracias a una acertada fotografía, las
películas de Bergman capturan imágenes dramáticas de una inmensa belleza.
GRITOS Y SUSURROS es una de las mejores obras del director, por su presentación
visual impresionante, destinada a mostrar con profundidad psicológica el dolor
tanto físico como emocional de los protagonistas.
Ha sido altamente elogiada y admirada, y
probablemente sea uno de los trabajos cinematográficos más destacados en la
carrera de Bergman.
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La muerte es el centro del
movimiento de los personajes. Son cuatro mujeres: tres hermanas y una criada.
Una de las hermanas, Agnes, está en trance de
morir de cáncer y es cuidada por las otras dos: Karin y María, y especialmente por la criada, Anna.
Agnes, la muriente
(representada de modo extraordinario por Harriet Anderson), es la propietaria
de la finca. Aquí ha nacido y su vida ha sido un transcurso tranquilo, sin
emociones intensas y sin el amor de una pareja. Ahora padece de un cáncer y
espera la muerte con serenidad. Durante el desarrollo del drama pasa en la cama
la mayor parte del día. Reza a un Dios que puede aliviarla, sin mucha
convicción.
Karin (Ingrid Thulin) es la
hermana mayor de las tres. Se ha casado con un hombre de edad y con buena
posición económica y se fue a vivir lejos de la casa paterna. El matrimonio ha
sido un fracaso, pero subsiste por conveniencia. Es madre de algunos hijos y no
parece haber sentido la maternidad. Es una mujer controlada en sus emociones y
no expresa el odio que siente por su marido. En ella se nota una nostalgia de
intimidad.
La menor de las hermanas es
María (Liv Ullmann), está casada con un hombre rico de la sociedad burguesa
destacada en la película. Tiene una hija pequeña, mimada como la madre. María
ama el placer, sin consideraciones morales.
Como soporte espiritual de
las tres hermanas, está Anna (Kary Sywan), la criada de la casa. Tuvo una hija
y ambas fueron recibidas por Agnes, la muriente. Entre ellas se ha establecido
una amistad tácita para enfrentar la soledad. Al morir la hija de la criada, la
relación entre las dos mujeres se hace más estrecha. Anna es protección y
vigilancia, de cuerpo pesado y sensualidad latente.
El escenario tiene un estilo
que se asemeja a lo que se nos presenta en sueños. Muebles y accesorios de gran belleza, relojes que suenan en el
amanecer, algunos mezclan sus sonidos. El único reloj que no funciona es el del
dormitorio de Agnes, que enfrenta la agonía rodeada de lujos inútiles ya para
ella: las cosas están allí aunque ya no las deseamos o necesitamos.
Todo se propone en el color
rojo de diversos tonos. La agonía de Agnes es retratada en combinación con
recuerdos de los personajes. María recuerda cómo engaña a su marido con el
médico; Karin evoca el momento de la cena con su esposo, a solas, cuando se
corta la vagina con un vaso roto, para evitar que el marido la busque
sexualmente. También Anna, la criada,
despierta sus recuerdos de la relación amorosa que ha tenido con la
enferma Agnes.
Es una película cruel y
sublime. En una escena al final de la obra, la criada toma en sus brazos a la
muriente Agnes, en una posición que imita La Piedad , de Miguel Ángel. El cruce de las imágenes
es muy característico de Bergman: luces y sombras se alternan para crear una
iluminación indirecta, como en los días nevados.
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La escena final nos muestra a las dos hermanas
y a la criada (después de la muerte de Agnes), vestidas ahora de blanco, en un
paseo por el parque soleado de verano. La imagen, idílica, es una evocación del
diario de Agnes, abandonado después de su muerte:
“Un día de verano. Hace fresco, como un anuncio del otoño, pero
luce el sol. Mis hermanas, Karin y María, han venido a visitarme. Es
maravilloso volver a estar juntas como antes, como en la infancia…”
Bergman retiene en toda su
obra los recuerdos de la infancia, sometida al rigor religioso de la familia.
Pareciera que en este final de la película se reconciliara con el tiempo vivido
en la niñez, como para dejarnos la frase
final del diario de Agnes:
“Esto es la felicidad. No puedo desear nada mejor. Ahora, durante
unos minutos, conozco la perfección…”
El tema de la película
pudiera ser banal si no estuviese planteado con la complejidad psicológica del
autor sueco. Un sueño, una esperanza, el temor ante la muerte de Agnes, sufrido
por todas y padecido por la hermana en trance de morir, se expresan en cuadros
de rojo diverso, yuxtapuestos con el juego de la memoria de los protagonistas:
Esa memoria que son las grietas del olvido y dan paso al remordimiento.
Bergman dijo que el interior
del alma es una membrana húmeda de matices rojos.
La música de Bach y de
Chopin ofrece, alternativamente, la trágica densidad del tema y el romanticismo
implícito en la piedad que merecen los personajes.
La actuación de las cuatro
mujeres está a cargo de actrices amadas por Bergman, y que nos ofrecen una
soberbia representación de las pasiones humanas en torno a la felicidad y la
muerte.
Una gran película que
destaca la presencia de la mujer, con sus matices de entrega amorosa, duda y
capacidad de odio.
George Steiner dijo en una
entrevista no haber comprendido a tiempo que la gran poética de la segunda
mitad del siglo XX sería la del cine.
Muy bueno comentario de Alejo. Un digno homenaje a la estética que enriqueció el romanticismo y donde las luces y las sombras aparecen siempre conviviendo de una manera que el realismo nunca pudo alcanzar.Gracias
ResponderEliminarCristina Pailos
Un artista que enriqueció mis años adolescentes y juveniles. Gracias Alejo por recordarlo.
ResponderEliminarSería magnífico volver a ver " Gritos y susurros", ya que Alejo Urdaneta nos orienta sobre la estética de su gran director, el simbolismo del color, la música, la interioridad femenina.
ResponderEliminarUna película opresiva, con una estética de la cual el autor de este artículo es especialista.
Gracias Alejo. Un abrazo.
MARITA RAGOZZA