sábado, 16 de marzo de 2013

José Pablo Feinmann



La banda sonora

¿Qué músicas acompañaron sus vidas?
José Pablo Feinmann: Tengo un recuerdo imborrable y un agradecimiento enorme de y hacia mi viejo. Mi papá me tuvo a una edad (para esa época) avanzada: cincuenta años. Nos quisimos mucho. Cierta vez, yo estaría en primer año del secundario, me dijo que me iba a ir a buscar al colegio. Me llevó al Colón. Me dijo que él, desgraciadamente, nunca había podido disfrutar de la música. Que tenía un toscano en la oreja. Pero sabía que era importante escuchar buena música. Fuimos al Colón y escuchamos el Concierto en sol mayor de Ravel. Sólo recuerdo que me pareció muy lindo. Aunque no recuerdo mucho más. En casa había un piano August Forster. Mamá tocaba. Y tocaba bastante bien. Me puso –de más pibe– una profesora de piano. Pero yo me escapaba a jugar a la pelota. También mi hermano tocaba. Tenía unos dedos muy largos que siempre le envidié. Tocaba tangos y el Estudio “revolucionario” de Chopin con gran facilidad. Años después, a eso de los quince años, volvía de una clase de inglés. En el combinado sonaba una música extraña, atractiva. Me senté en el piso y pegué la oreja al parlante. Eran unas trompetas. Parecía música norteamericana. ¡De pronto apareció un piano! Hizo sonar tres veces una tecla e inició una desinhibida melodía de charleston que las trompetas, asordinadas y tristes, venían anunciando. Me volví loco. ¿Qué era eso? Al terminar, una locutora dijo: “Acaban de escuchar el Concierto en fa mayor para piano y orquesta de George Ger-shwin”. Nunca más me detuve. Compré toda la música de Gershwin. Y luego toda la música clásica que se me iba presentando o apareciendo en mis búsquedas. Hice mío al piano de casa. Compré las partituras de Gershwin en Ricordi. Estudié en el Conservatorio Williams. Y luego conocí en la Facultad a Roberto Brando, que era un gran maestro. Cuando lo conocí, ya tocaba la “Rhapsody in blue” (no completa: había pasajes imposibles para mí y, en verdad, para muchos), varios fragmentos del Concierto en fa y otras cosas. Brando me enseñó mucho, mucho y bien. Había sido discípulo de Vicente Scarumuzza, el durísimo maestro de Martha Argerich niña. Pero, al ver que mi pasión por la filosofía era mayor, me despidió muy amablemente. Como sea, la música de los grandes compositores enriqueció mi vida y sobre todo mi escritura. Ninguna prosa es perfecta hasta que no lo es musicalmente. Las partituras que marcaron mi vida fueron la Sonata en sí menor de Liszt, el “Gaspard de la nuit” de Ravel y Stravinsky, Prokofiev, Shostakovich, Britten y los románticos: Chopin, Brahms, Schumann. La otra música que acompañó mi vida fue el tango y los hoy llamados standards norteamericanos. “My funny Valentine”, por ejemplo. ¡Si eso es un Standard...! Schubert lo habría firmado.
Horacio González: No tuve educación musical, de ahí que ahora me parece inalcanzable, y trato de pensarme falsamente como un alumno de algún pueblo provinciano cuya familia le indica que tiene que saber piano y comienza a los seis años a darle a la cosa. ¿De allí se obtiene un glorioso desarrollo posterior, o lo que es más importante, saber que ese pasaje por un mundo adolescente musical, aunque luego abandonado, es un acorde que siempre suena en nuestras vidas? La música para mí llega tarde, y sospecho que si tuviera tiempo suplementario, desplazaría las obras completas del compañero Lukács por las de Béla Bartók o las poesías de Las flores del mal por Debussy, aunque de todas maneras estaríamos en el terreno de una traducción entre la música y la poesía o la filosofía. Baudelaire está en Debussy como una pizca de Lukács podría encontrarse en Bartók. Pero estas son ensoñaciones. Ninguna música acompañó mi vida, pero en la época que correspondía escuché a Almendra, aunque lo redescubro ahora. “Milonga triste” es mi canción argentina favorita, por el modo en que la compone Piana, y sobre todo por el dodecafonismo cubista al que Manzi somete la letra. El modo en que la canta Liliana Herrero, mi esposa, creo que recupera el increíble dramatismo existencial que hay en esa cumbre de la metafísica del gran Homero Manzione, donde narra en los bordes un asesinato ritual con el cese de un amor, y sobre todo el illus tempore, la especialidad de Manzi. “Ya nunca me verás en la vidriera...” Contar lo pasado con un crujido del alma, que está en los buenos poetas.
JPF: A veces digo en joda “este país hizo el tango. No jodamos más. Este país es grande, hizo el tango y chau, y las Madres de Plaza de Mayo”, así como queriendo resumir, en forma agresiva pero bueno, este país hizo el tango, viejo. “Somos la mueca de lo que quisimos ser, no hay moral que se resista frente a dos pesos moneda nacional”. ¿Te das cuenta de lo que es eso?
HG: Te cito uno que me impresiona mucho: “Barcos carboneros que jamás han de zarpar”, Cobián y Cadícamo.
JPF: ¿Y eso? ¿Quién tiene un cuerpo poético como el del tango? ¿Qué música popular tiene un cuerpo poético como el tango? Y a la vez una música tan sensual, tan valiosa... “Sur”...
HG: “Sur” es una creación excepcional, está en la línea de un refinamiento de civilización o barbarie, sin optar claramente por nada, está en la orilla, en el más allá de la inundación está la historia argentina.
JPF: Pero lo que tiene “Sur” es que puede emocionar a cualquier edad, porque aunque te habla de Pompeya y más allá la inundación, no está temporalmente fijado... no, está hablando de las cosas que se fueron y a todos se nos fueron las cosas, en ese sentido es eterno, como Shakespeare, por lo que dice. En “Nostalgia de los años que han pasado, arena que la vida se llevó [...] Ya nunca me verás como me vieras, recostado en la vidriera, esperándote”...

4 comentarios:

  1. Fantastico!!! Gracias por la entrega!!

    ResponderEliminar
  2. El tango me puede, es poesia de la mejor, la del sentimiento si rebusques, es historia, es Borges tambien. Es Argentina,bien criollo y bien porteno
    Lindos pasajes recorridos con la nostalgia
    YO aoy niebla de aquel tiempo, Se te saluda con el aplauso

    Carmen Passano

    ResponderEliminar
  3. Creo que estos dos pensadores recrean sus diálogos en un libro reciente, leerlos es aprender y compartir, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  4. En Feinmann me asombra esa capacidad de conmover sin quererlo, de contar las perepecias con su "viejo" con esa ternura que se quiere disimular... Pero no se puede. Valía la pena.
    andrés

    ResponderEliminar