Weekend | Andrew
Haigh, 2011
En las dos últimas décadas, el cine
ha conocido un gran aumento de películas de temática gay, casi siempre
realizadas al amparo de pequeñas productoras independientes, ya que los grandes
estudios consideran que se trata de un género poco rentable y casi marginal,
hecho para minorías. Cuando en 2005, Ang Lee recaudó más de 178 millones de
dólares en todo el mundo con Brokeback Mountain, acaparando premios
como el Óscar al mejor director, quedó demostrado que se pueden hacer muy
buenas obras de este tipo y que no deben ser necesariamente un veneno para la
taquilla. Muy buenos títulos de carácter indie de los 90 ya habían comenzado a
darle una cierta normalización al tema de la homosexualidad en la pantalla:Beautiful
Thing (1996), Get Real (1998) o Primer verano (2000) son algunos de
los ejemplos más destacables de una corriente cinematográfica que ha ido
creciendo en cantidad de títulos estrenados al año. También es cierto que la
mayoría de estos productos suelen caer en la repetición de esquemas y pocos son
los que logran sorprendernos a estas alturas o destacar en las carteleras. Weekend (2011) es
una excepción.
El británico Andrew Haigh ya había
rodado otra cinta de corte similar en 2009, Greek Pete, pero ha
sido con la película que hoy nos ocupa con la que ha cosechado una gran
cantidad de premios en diferentes festivales, posicionándolo como un nombre a
tener en cuenta en el futuro. Más que una obra orientada al público homosexual,
Weekend es un magnífico drama romántico donde dos personas muy diferentes se
conocen y enamoran durante el corto espacio de un fin de semana. Russell (Tom
Cullen) es el típico gay que está en el armario para su familia y el entorno
laboral, mientras que su secreto es compartido con escasos amigos. No está
acostumbrado a demostrar sentimientos en público hacia otra persona del mismo
sexo, siempre pensando en el qué dirán. La otra cara de la moneda es el
extrovertido Glen (Chris New), un joven artista que no tiene ningún reparo en
vivir su sexualidad con la mayor normalidad del mundo, pero que está más
centrado en su inminente viaje a Estados Unidos, donde seguirá sus estudios y
comenzará una nueva vida lejos de Inglaterra. La atracción que surge entre
estos dos perfectos desconocidos durante una noche de borrachera en un bar de
ambiente, dará pie a una inesperada e intensa historia de amor. Historia de
amor que nace con fecha de caducidad escrita en el margen de dos días que
tienen para que Glen abandone el país. Y por su fugacidad, un romance que
pasará por todos los estados posibles de una pareja (enamoramiento, sexo,
risas, confidencias, enfados, reconciliaciones, resignación, tristeza y
añoranza), una de esas historias que a pesar de su brevedad, terminan siendo idealizadas
y serán recordadas como las más intensas y verdaderas. El cine ha sido generoso
a la hora de ofrecernos propuestas de este tipo, donde los protagonistas se
embarcaban en relaciones amorosas, si bien no imposibles, sí muy difíciles de
llevar a buen puerto, debido a las más variopintas circunstancias. Desde
aquella obra maestra de 1945, Breve encuentro de David Lean,
donde dos personas casadas se enamoraban en la estación de tren, hasta Los
puentes de Madison (1995) de Clint Eastwood, donde una frustrada ama
de casa, encarnada por Meryl Streep, tenía que decidir entre continuar con su
rutinaria vida familiar junto a un marido que no le presta suficiente atención
y unos hijos egoístas, o dejarlo todo por seguir a ese fotógrafo del National
Geographic al que da vida el propio Eastwood. Pero si una película me viene a
la mente tras ver Weekend, esa es Antes del amanecer (1994). En
aquella cinta de Richard Linklater, un joven estadounidense y una guapa
francesa se conocían en un tren rumbo a Viena y emprendían la apasionante
aventura de compartir una única noche de amor en la capital austríaca. Una
noche donde, al igual que en Weekend, estas dos personas mantenían
largas conversaciones, confesándose como nunca antes lo habían hecho, hasta el
punto de que llegábamos a la certeza de que estábamos ante dos almas gemelas
que parecían destinadas a encontrarse. Pero con el amanecer les esperaba la
despedida, ya que cada uno debía tomar su camino, dejando el interrogante de lo
que podría haber llegado a ser y no sería.
La realización de Haigh es muy sobria, con un estilo
realista y sencillo, una mezcla entre el cine social de Ken Loach y el
independiente americano. Se apuesta por la naturalidad de unos diálogos y
situaciones totalmente creíbles, bastante alejados de la frivolidad de otros
filmes similares. La gran baza de la película reside, sin duda, en el
excelente trabajo de sus dos protagonistas, que no sólo logran una química
impecable en la pantalla, sino que se entregan con generosidad en las escenas
de amor. Escenas que están rodadas con realismo y buen gusto, muy similares
a las que protagonizaran Eusebio Poncela y Antonio Banderas en la mítica La Ley del deseo (1986) de
Pedro Almodóvar. Nada en sus interpretaciones huele a impostado, se desnudan
física e interiormente, lo que beneficia enormemente al fuerte calado emocional
de esta obra. El espectador logra conectar inmediatamente con estos dos
personajes (perfectamente descritos), haciéndose partícipe de sus constantes
cambios de estado de ánimo, sus ilusiones y sus miedos. Y el director nos lleva
inexorablemente hasta uno de los finales más conmovedores que el género
romántico nos ha ofrecido en las últimas temporadas. Y lo hace sin caer en el
sentimentalismo fácil, con una tristeza que sólo las personas que han conocido
el amor verdadero y luego lo han perdido, sabrán reconocer en su justa medida.
Un señor peliculón que debería romper definitivamente las encorsetadas
etiquetas sobre este tipo de cine para abrir mentalidades. Weekend es
una pequeña gran historia de amor, independientemente del sexo de sus
protagonistas.
José Antonio Martín.
crítico de cine & redactor de
Sesión doble.
Reino Unido. 2011. Título original: Weekend. Director:
Andrew Haigh. Guión: Andrew Haigh. Productora: Glendale Picture Company.
Presupuesto: 120.000
libras esterlinas. Recaudación: 1.030.231 dólares.
Localización: Nottingham (Inglaterra). Fotografía: Urszula Pontikos. Música:
James Edward Barker. Montaje: Andrew Haigh. Intérpretes: Tom Cullen, Chris New.
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