martes, 4 de diciembre de 2012

Gerardo Pennini



cómo fabricar un prócer

Nada podía salir mal en el mundo de  don Azpacho. No hay que confundir, su mundo no era perfecto, ni él era perfecto. Su mayor cualidad era que transitaba esta vida protegido por una cápsula de ingenuidad e imprevisión que lo aseguraba contra todo mal. Dentro de esa cápsula son Azpacho interpretaba el entorno a su manera y lo transformaba en algo vivible y suave.
De ser postivista, habría notado que su nombre, porque de nombre hablaremos, era la versión que había dado su padre a la palabra gazpacho, plato andaluz al que el viejo era muy afecto. De manera que con él se había perdido el apellido familiar, del cual ni el cura se acordaba. El cura menos que nadie, porque a sus noventa años ya no recordaba ni la sotana, saliendo en las siestas de verano muy campante en pantalones cortos y camiseta a la plaza. Plaza que también era dudosa. No como plaza digo, cualquiera advertía el cuadrángulo polvoriento donde boqueaban unas matas de festuca y un par de palmeras. Tres bancos descascarados completaban la idea de plaza. Dudoso era el nombre impuesto por un alcalde histórico, recuerdo de un antepasado propio y ajeno que había derrotado al enemigo en la batalla de Villaviciosa; porque el maestro averiguó años después que tal batalla jamás se libró porque el pueblo no intervino en ninguna guerra. Es así que la plaza pasó a ser conocida como la Plaza del Mentiroso, y la estatua ecuestre fue rematada a su peso en bronce para contribuir con la cooperadora escolar.
La otra banda del pueblo, la que tenía como antepasado al héroe, inmediatamente denunció la calumnia levantada por el maestro para quedarse con la plata del remate. Pero como de nombres hablamos, volvamos al nombre de don Azpacho, o mejor dicho de sus hijos.
En su candidez, este vecino era bien querido por todos, y nadie lo tenía en menos cuando se sentaba a compartir un anís con agua o una sangría en el Club Social junto a los intelectuales de Villa del Bierzo. O Villa de Perros, como rezaba el cartel de la estación de trenes y silo de granos a una legua del centro, recto al sur en ésta banda.
En esas tertulias, don Azpacho escuchaba entrecruzarse discusiones sobre Solón de Atenas, Nietzche, la escuela de Leipzig, Erasmo de Rotterdam…era una esponja de información don Azpacho, que vaya a saber porqué no tenía la “G”.
Casóse con el tiempo, o mejor dicho con la señorita Angustias, y venía el primer hijo, que nació varón con toda felicidad. El feliz padre se fue hasta el registro civil rumiando nombres escuchados en la tertulia, quería que su hijo llevara uno sonoro y que proyectara futuras importancias dignas de recordarse. Pero además buscaba ser original y no repetir por ejemplo Kiekergaard, que no se avenía con Perros si vamos al caso.
Entonces, a metros del escritorio donde esperaba la empleada para anotar al chango, Azpacho apretó los puños y con la cara enrojecida le espetó a la mujer:
-        Flemón
-        ¿Cómo dice?- preguntó la empleada
-        Flemón de Abajo- dejó caer don Azpacho sin duda y sin derecho a réplica.
Llegó a su casa el hombre y apenas leyó el documento del niño doña Angustias hizo planear la tabla de picar desde la cocina hasta la coronilla del marido.
-        ¿Cómo se te ocurrió semejante cosa? – gritó desolada
-        ¿Qué querés? – contestó el marido mientras buscaba un melón para calzarse la mitad en la cabeza *– La que me duele es la muela de abajo, la última…
Pero la historia reparó el disgusto de doña Angustias. Los pobladores de la otra banda, donde todavía está el Club, se cobraron lo del monumento, cambiaron el nombre del pueblo por Villa de Abajo (incluido cartel del ferrocarril) y ahora tiene su filósofo local y regional.
Flemón de Abajo es citado a menudo en las charlas de los intelectuales, y según rumores ya se habría solicitado una silla académica con su nombre en la capital.

*Se lo tomo prestado a Horacio Ferrer

5 comentarios:

  1. el humor de Pennini, parco y silencioso, resalta en este relato de su pluma. Ecelente, amigoGerardo.

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  2. Un humor desopilante por los equívocos producen un buen momento de lectura, Carlos Arturo Trinelli

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  3. Ingenio y fresco efecto humorístico. Se disfruta.
    Felicitaciones al autor.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Guillermo Gustavo Bustos15 de diciembre de 2012, 15:18

    Jajajaja, ese es mi amigo, me hace acordar a algo, pero no se a que pueblo, ni a que gente, pero se que esta ahi, gracias por tus letras Gerard, nos vemos, Guillermo

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  5. Una linda parodia de esas cosas que no dejan de ocurrir, por más insólitas que nos parezcan. Un abrazo. Lina

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