miércoles, 25 de julio de 2012

Gerardo Pennini





arrabalera

La calle se llamaba (y se llama) Pablo Neruda. Tal vez por eso allí crecieron los árboles más frondosos del barrio y los jazmines más perfumados. Estos jardines atrajeron pájaros-carpintero, pititorras y algún cardenal o alguna calandria madrugadora.
Un poco más allá, después de la plazoleta y la capilla, discurría con aire siestero el arroyo de las Espadañas, y cruzando el arroyo vaya a saber qué más.
De las orillas apareció un día Ranulfo, bastante flaco y perdiendo el pelo renegrido. Durante muchos años lo vi igual, pero con el pelo recuperado, liso y brilloso y también con algún kilo más. Igual de cascarrabias digo, porque el genio no se le aplacó a Ranulfo pese a la buena vida en la calle Neruda. Hacía bastante ejercicio para la época en que pasan los tordos poniendo brujas chillonas en las ramas y saqueando nidos ajenos; como buen criollo apenas se le notaba el paso del tiempo y el resto del año llevaba una vida tranquila.
Como en toda historia de arrabales y pendencias, un día llegó Iñaki con su juventud y sus desarreglos. Se le notaba el aire inmigrante en la pelambrera casi amarilla y en el andar cauteloso, en la manera de reconocer cada esquina y cada rincón.
Al principio mantuvo alterado al mayor que bufaba, lo perseguía algún trecho sin esforzarse o le dejaba caer un manotazo sin rabia, casi de pasadita nomás. Hasta que de la nada apareció Llamarada. Hembra fatal de cuento, ella tenía el pelo rojo pero no tenía nombre sino apelativo, y trajo la discordia a los recién apaciguados vecinos de la calle Neruda.
Iñaki hacía gala de su juventud, de su flexibilidad, de su ingenio. Ranulfo apelaba a la plácida seguridad que viene con los años, a mayor astucia y sobre todo a una cuestión de peso. Literalmente, porque era más corpulento que el pajizo Iñaki, y a la hora de visteos de punta y filo, o de hacha y tiza, la experiencia y el tamaño son dos cosas determinantes.
De todas maneras, nunca se supo a quién eligió la rojiza manzana de discordia; lo importante fue que la paz volvió y se dio una buena convivencia de tres manteniendo cada uno su indomable independencia. Aparecían por la sombra de la calle Neruda al caer el sol de la siesta o reuniéndose a comer en camaradería buscando calor en invierno.

Por suerte yo no estaba. Como siempre, viajando por ahí, me pegaba una vuelta cada tanto por la parte de las Espadañas, y cuando pasó no estaba.
Una vecina que barría la vereda comentó que Llamarada e Iñaki aparecieron una tarde corriendo sin reparar en nada, llevándose todo por delante. No se preocuparon demasiado, pero al día siguiente Ranulfo apareció con algunas heridas y otra vez con manchones de pelo arrancado.
Otro día muy temprano, una batahola al pie del viejo árbol detrás de la capilla llamó la atención de alguien que se lo contó a otro. Iñaki estaba en plena pelea buscando refugio en el tronco mientras Ranulfo y Llamarada escapaban. Pero quedó flotando la anécdota, porque casi nadie vio nada. Mejor dicho, un rompecabezas de imágenes violentas que nadie podía armar.
El desenlace de la historia parece haber sucedido en la orilla de las Espadañas. Algunos me dijeron que fue por allí donde los vieron por última vez a los tres. O mejor dicho, apenas  entrevieron sus pelos negros, rojos y pajizos apareciendo y desapareciendo hacia el arroyo, lejos de los árboles de la calle Neruda.
Mucho tiempo quedó la tristeza en el aire, mucho tiempo; tanto que llegué como dos años después y fue lo primero que me contaron.
Algunos vecinos de la calle de los jazmines cambiaron, al viejo árbol hubo que cortarlo antes que se derrumbara, ya vienen muy pocos pajaritos. Sólo los tordos en otoño.
Y ya no hay más gatos, ningún gato. 

5 comentarios:

  1. Hermoso cuento en el que se unen la ternura y la nostalgia Es un cuento de gatos, pero podría ser de personas...

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  2. La maestría del autor nos embauca con su prosa cargada de significancias y cuando nos damos cuenta nos hacemos cómplices de la nostalgia, Carlos Arturo Trinelli

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  3. Y quien te dice POETA , quizás estén los gatos , los pájaros , el río y los hombres .También los Ranulfos y los jazmines. Los tienes guardado en una caja indestructible que se llama memoria.
    Abrazo.
    amelia

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  4. Pennini, siempre admiro tus cuentos preñados de naturaleza, de poesía melancólica, de idas y venidas por el mundo de la fantasía y la imaginación.
    andrés

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