jueves, 12 de julio de 2012

Carlos Arturo Trinelli


CARLOS ARTURO TRINELLI

         


                                  
historia de amor
                                                              
                                     ¡Y sin embargo vivo todavía!
                                                                        Petrarca

     Laura pulsó el timbre de casa una noche de otoño. No quiso entrar. Vayamos hasta el lago, sugirió. Tomé un abrigo y pregunté ¿Llevamos a Pirro? Ella se encogió de hombros. El animal se mantuvo indeciso al percibir la duda, dije vamos y salió contento. Caminamos las cuatro calles que nos separaban del lago y nos pareció que nos adentrábamos en una heladera. El aire era como una daga que se afilaba en la cara. Ella llevaba puesto un gorro de lana y el cabello negro que sobresalía hasta los hombros brillaba como el cielo.
     El bar de la costa derramaba su luz sobre la vereda y me permitió observar el gesto de trastorno en su expresión juvenil. Intuí lo que sucedía pero no quise aceptarlo, ventajas de la intuición que puede no ser certera.
     Buscamos la oscuridad del bosque que bordeaba la playa y nos sentamos en un banco. El perro se perdió entre las sombras.
     Al fondo de las estribaciones montañosas la luna irradiaba un simétrico cono de luz argenta sobre el agua en movimiento. Los destellos parecían crepitar como si reflejaran a las estrellas. Intenté besarla y  no lo permitió. La escuché llorar, le acaricié la cara fría y mis dedos tropezaron con una lágrima cálida. Julio, hoy es el día, dijo en un sollozo. La abracé y entonces no se opuso. Como siempre me faltó la fe necesaria para acomodarme en el mundo y dije que había comprendido y que nada hacia falta que agregara.

     Había comenzado a vivir dentro de un milagro desde el día en que había llegado a mi casa por primera vez. Ella tenía veinticinco años y quería tomar clases de inglés para preparar una maestría. Yo, cobarde y arrinconado en mi mundo de separado vitalicio tenía cincuentiseis y esa distancia de años no me impedía reconocer, sin pretender ser original, la belleza de Laura. Podría quizá adjetivar esa belleza que no era neutral pero ¿para qué? Lo que capté en ella excedía sus atributos físicos, la frescura de su inocencia arrastraba consigo una paz que fluía en sus modos delicados. Cuando se iba intentaba dibujar su presencia en mi mente con una impaciencia por volver a estar con ella que me impedía concentrarme en otras cosas.
     Yo era un fugitivo sedentario que bajo una apariencia de supuesta normalidad soñaba con alcanzar una aventura luminosa. Laura la hizo realidad. Qué significa wild gust, preguntó un día con su voz afónica y los ojos marrones encendidos. Estábamos tan cerca. Comenzamos a besarnos mordiéndonos los labios hasta sentir dolor, en un respiro traduje, ráfaga salvaje.
     Nuestros días empezaban en la noche y seguían sin pausa hasta otra noche cualquiera. Comíamos desnudos en la cama, leíamos desnudos, dormíamos desnudos hasta que extenuados nos separábamos por unas horas.
     En su mirada comprendí quién era yo y a existir cuando me nombraba con su voz apagada y grave. Junto a la perenne duda del vacío de mi existencia, dolor que me habitaba hasta el momento de haberla conocido, aprendí la alegría del recordar cuando escuchaba atenta mis relatos. A sus desbordes furiosos en la cama, como  si el amor la intranquilizara, aporté la lentitud de las caricias en un intento vano por retener al tiempo. Ella, con una expresión de burla en el deseo, estaba siempre dispuesta a volver a empezar. Quizá lo que digo solo me parezca, quizá todo lo aprendí de ella y su vientre cálido.

     Conocí a Julio antes que él me conociera a mí. Fue en el verano previo a que comenzara a tomar con él clases de inglés. Yo estaba con unas amigas en la Playita frente a la costa principal del lago, lugar  que frecuentamos los lugareños para evitar las playas colmadas de turistas. Julio estaba solo, leía sentado en una silla roja de plástico y a su lado un perro. Me resultó gracioso su aislamiento, su aspecto de pende-viejo. Mi amiga Florencia lo identificó: es un viejo que es profe de inglés y vive enfrente del alerce gigante. Qué, te gusta. Nos reímos pero me gustó su abandono, su originalidad.
     Hoy, que convivo con él y llevo en mi boca el sabor de nuestro amor como una impronta de amor indisoluble miro una foto enmarcada donde está con sus cuatro hijos varones sentados en un banco de plaza, distribuidos de mayor a menor y observo que el más pequeño en el extremo de la foto se le parece e imagino que así habrá sido él de niño y se lo digo y me dice que la foto se llama mis hijos y yo como el título de un tango entonces me animo y le pregunto por qué se separó, de manera enigmática me responde: Me separé por el valor de las palabras, por la significancia de las miradas y porque después de hacer el amor me invadía, quizá a ella también, una sensación de desasosiego que me impedía mirarla a los ojos.
     Le digo que no comprendo que quiere decir con el valor de las palabras y trata de explicarme, las palabras pueden manejar al amor tanto como los actos, derivando una respuesta, omitiendo o con la manera más simple, su pragmática, si yo te pregunto qué hora es y vos me contestas, acaba de pasar el camión de la basura cumplís la respuesta porque deberé inferir que han de ser aproximadamente las diez de la mañana, me respondes con desamor. Luego están las palabras soeces que convierten cualquier conversación en una disputa y así, de a poco, el amor se extingue, no desaparece porque quedan las ruinas de la sociedad conyugal, las cosas pero las cosas no sirven para amarse y los hijos solo te entretienen hasta que el tiempo pasó y llega el momento del vacío más profundo. No me separé, nos separamos y cuando estoy con mis hijos tengo la certeza de los buenos recuerdos y que por suerte los hemos salvado y a su manera cada uno los atesora.
     Entendí o creí hacerlo, me apreté contra él, lo besé y sentí su respuesta en la entrepierna y en tanto con torpeza nos desnudábamos alcancé a decirle que lo nuestro no era una sociedad y que las palabras no nos iban a herir y pautamos el eufemismo de solo decir éste es el día el que lo dijera sabría que el otro iba a entender y a aceptar como último aquél instante. El desenfreno del deseo ocultó que un último día podía ser posible. Después insistió en contarme la historia de Petrarca y su amor por Laura de Noves y me leyó algunas poesías que no me gustaron por lo fúnebre. También me habló de una película de Otto Preminger sobre una Laura a la que daban por muerta y eso me entretuvo más hasta que volvimos a lo nuestro, el amor. Luego lo pensé y tuve la certeza que sus historias sobre distintas Lauras también era el amor y me sentí plena.

     Cómo te llevas con tus hijos, pregunté desde el baño con la puerta abierta. Le respondí a su desnudez en el espejo, bien, solo sucede que a veces los hijos poseen secretos que nos excluyen y nos hacen sentir más viejos. Alcé la voz para tapar el ruido del agua en el inodoro y dije, para sentirte joven estoy yo.
     El otoño perdió sus tonos ocres y marrones el solsticio de invierno se aproxima, el día es transparente y es probable que mañana comience a nevar. Remuevo el fuego del hogar y agrego unos leños, apantallo con brío y unas llamas tímidas encienden ascuas crepitantes en las maderas. Me siento cerca del fuego y ella se asoma en el quicio de la puerta de la cocina, the old flames, dice en un inglés arrastrado, mi pasión es nueva, respondo en castellano. Viene hacia mi y se sienta en mi falda, la curva roja de sus labios me atraen como un imán. Me consulta por la comida, discutimos entre besos, simula enojarse y se va a cocinar, de pasada enciende el centro musical.
     Tiene un gorro de lana encasquetado hasta las orejas, las piernas extendidas hacen que sus zapatos casi rocen el fuego, lee con aire desangelado y siento que lo amo. Estás triste, le pregunto, me mira, se ríe y dice, I am not that I am, le respondo, qué lástima porque yo te amo así, entro de nuevo en la cocina y le escucho decir, me too.
     Reaparece bailando con dos platos en la mano los pone sobre la mesa y me llama a comer. Comemos entre risas y midiéndonos con la mirada como en la previa de un combate.
     Noto en sus ojos, que asoman sobre el vaso mientras bebe, el brillo del deseo, comienzo a levantar los platos y me ayuda. Regreso de la cocina y limpio la mesa, me toma por detrás, me acuesta boca abajo sobre la mesa húmeda y me posee con una energía que me hace aferrar a los bordes de la mesa.
     Un postre hermoso, le digo y me provoca, cuando el señor lo desee puede repetir, nos reímos abrazados.
     Éstos son nuestros días.
     Ésos eran nuestros días.

     Salimos de la oscuridad inmóvil del bosque. El perro dudó en seguirla pero al ver que yo tomaba rumbo a la casa se vino conmigo. Me di vuelta para gritarle que…pero vi una sombra ágil que la abrazaba en la esquina convirtiéndola a ella también en un perfil oscuro que ya no reconocí como a mi Laura. ■
     

6 comentarios:

  1. Un relato al mas puro estilo realista sin ojos extraños ni pezones amarillos.
    Pese a salir de su estilo habitual debo decir que hace mucho , no leía una historia de amor tan bella . es un himno a la vida.
    Pese al final , ese amor , dejará marca para toda la vida en los protagonistas.
    Si el autor me permite una sugerencia , yo le llamaría "wild gust"
    Me encantó Trinelli.
    amelia

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  2. Un historia de amor sutil, con misterio, y evanescencia encantadora. Sugestivo el nombre femenino: Laura de Pertarca y Laura , película de Otto Preminger, en la cual su retrato es un signo relevante.
    " Me separé por el valor de las palabras, por la significancia de las miradas. . . " y la turbadora frase:
    ". . . como si el amor la intranquilizara".
    Magnífico,Carlos. Saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  3. El amor en sus varias vacetas y con una descripción fantástica e inigualable. Un cuento para colgar en la pared. Felicitaciones don Trinelli
    Roberto

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  4. Sería una pena "colgar este cuento en la pared": se trata de una rapsodia amorosa sin demasiados azúcares pero con frases que se adecuan a la atmósfera del relato amoroso. Prefiero colgarlo en mi ar4chivo... y releerlo cuando quiera.
    Andrés

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  5. La historia, de excelente escritura,ha sabido intrigarme. Finalmente no puedo saber si se trata de un relato de algo realmente vivido o imaginado. Me gustó mucho.
    Graciela Ur

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  6. Creo que es un relato imaginado por un hombre de mediana edad que añora su primera juventud...Pero bueno, ese hombre sabe escribir, sabe compartir sensaciones, sentimientos, deseos...Y eso es lo que admiro, aunque me gustan más las incursiones del autor por la ciencia ficción

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