miércoles, 25 de julio de 2012

Andrés Aldao





la nena de Paisandú
    Sabrán que yo he sufrido,
conocerán mi nombre,
quizás me hagan justicia
(Poemas del Hotel Melancólico)
Máximo Simpson

Tendría ocho o nueve años, se levantaba legañoso, sus bostezos parecían los de un hipopótamo flaco, y la madre le daba ese café con leche... pura leche y una hebra anónima de café. Luego iba a recorrer los empedrados de las calles aledañas, donde la brisa de Caballito se abrazaba a su candor. Ël veía a ese mundo pequeño como la tierra que giraba alrededor del eje de su vida, lampiña,  impoluta
Ir de tarde al cole tenía sus ventajas. Dormir como un descosido. No tener obligaciones. Vivir ensoñaciones sin alienarse en la vida tonta y frágil. De mañana, el barrio era suyo, todo entero para él. Los troncos de los paraísos, las baldosas rotas, la garúa antojadiza o el sol candente le pertenecían. No tenía que compartirlos con nadie.

Andá a comprar el pan a Las Delicias, ordenó la hermana. Alegría efímera de liberto. Podía salir sin tener que trepar al piletón del patio y saltar al pasillo. Era la libertad sin riesgo... De paso, y antes de comprar las flautas y el pan alemán (que le gustaba al viejo), iría a leer la cartelera de garrón en la esquina de Gaona y Paisandú
Enfiló hacia Paisandú. La calle vacía, una estepa calurosa (marzo con las clases recién comenzadas.). Todavía los gorriones. Todavía las hojas verdes. Todavía la vida cotidiana para largo.Todavía los viejos. Todavía...
Silbaba bajito un tango cuando vio a Rosa la Pampita sentada en el umbral con una muñeca grandota. Le habían provisto de mal nombre (la Pampita se deja...). Y el chisme corría, como corre el agua podrida hacia la alcantarilla.
Asomó el temor en sus ojos. Al verlo se levantó quedándose parada en el escalón de la puerta. Él se iba acercando... Cada vez más cerca... más y más... Le tiró el manotazo a la muñeca. Ella no la soltó y lloriqueando le pedía que la deje. Forcejearon. Y de pronto se tumbaron. Juntos, enredados.
Jadeaban. La Pampita gimoteaba; los dos en el suelo, las piernas entrelazadas y él seguía tironeando de la muñeca.
En eso la soltó... de improviso.  Como la decisión de manoteársela: No sabe si lo hizo arrepentido por la salvajada. Por el lloriqueo de Pampita Y ella la apretó contra el pecho flaquito.
Se quedaron así unos instantes. Él, tirado en la vereda, quieto, contrito. Ella, medio alzada con sus piernas enredadas en las suyas. Y mientras él percibía la tibieza suave de su piel de nena, Pampita reclinó la cabeza en su hombro y cerró los párpados
Pasó un rato, medio minuto, o un siglo. Sentía el latido de su pecho y sensaciones extrañas, agradables.
El corazón acelerado parecía querer estallarle; el vaho tibio de la boca de Pampita le llegaba como un soplo suavecito; la cercanía de sus ojos le fascinaban.
Eran dos chicos, solos en el universo, percibiendo en el alma algún eclipse de luna, o un arco iris prodigioso, una quimera mágica o, acaso, el estupendo sueño de dos pibes perdidos en el espacio que empezaban a descubrir el secreto de la vida. Sin saber muy bien qué y por qué les ocurría.
La Rosa, delgadita, endeble, se levantó, lo miró con sus ojos aún llorosos. Una mirada rara, de sorpresa. Tal vez de ternura. Había sido el mutuo encantamiento que semejaba un efluvio, o quizás un espejismo feliz y efímero. Se dio media vuelta y regresó al mundo de los días calcados.
Fue caminando hacia Gaona. A comprar el pan en Las Delicias. Y vichar los titulares de Mundo, Prensa y Nación.
Ese abrazo entrañable sobre las baldosas de la calle Paisandú, pensó mucho después, fue la alborada, el cobertizo casual de un afecto incipiente entre dos chiquilines, felices por haber estado juntos. Y estremecidos por algo que no entendían. Un meterorito cuyo paso fugaz les dejó rubores al percibir la tibieza de sus pieles, la vibración ingenua de los sexos como parte de la cautivante intriga del amor.

8 comentarios:

  1. Encantada por tus palabras di un paseo por el barrio de otra vida,
    unas veces a saltitos y otras a vuelo de gorrion. Anduve por la panaderia de la otra cuadra, compre en otro lado el pan aleman, junte coquitos de los paraisos en las veredas rotas , volvi a la escuela de tarde y mucho mas.

    Es hermosa la descrpcion del encuentro intimo, intenso, tierno e inolvidable entre esos dos niños en el umbral de una etapa de "despertares" magicos , unicos.
    Ha sido un gusto leerlo.

    Saludos
    Cristina W.

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    1. Qué sorpresa, Cristina W, y qué hermoso comentario (digno de tu pluma y tu sensibilidad). Te agradezco y espero que estés lo mejor posible siempre a la espera de algún texto tuyo. Mi cariño, Andrés

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  2. la sacralidad de la inocencia, la perversión de los profanos, en un sabio y tierno relato.
    Gracias maestro

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  3. Me da mucha ternura y un dejo de tristeza. Se muestra aquí la extraordinaria capacidad de observación del autor.
    Mi abrazo .
    amelia

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  4. Andrés:¡¡¡ que encantamiento!!! en la imágenes...en el relato...en la sensualidad incipientte y tímida que se refleja en los primeros pasos del amor. Muy bello relato!!! Susana Macció

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  5. La niñez como aventura constante relatada con la magia de la ternura de un agudo observador, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  6. ¡Ah, la inocencia! ¡Y la libertad del inocente! Y el gesto del varón, inconsciente, de quitar la máscara - la muñeca- y encontrar el primer rostro de mujer...
    Melancolía en un relato muy bien pergeñado.
    Abrazos desde el sur.

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  7. Frescura y naturalidad transmiten estas letras en donde la iniciación en el amor- tan compleja- comienza desde el temblor.La tormenta y el empuje dijo Freud para referirse a la primera vez.
    Pequeños detalles, la historia se siente cercana.
    Felicitaciones, Andrés-
    MARITA RAGOZZA

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