sábado, 12 de mayo de 2012

Ester Mann


ESTER MANN HACIENDO PINTA


Ester Mann

El pensamiento ondulatorio de Felisa

Es extraño comprobar, a medida que pasan los años, cómo envejece la gente –así meditaba Felisa mientras seguía trotando a ritmo regular en el aparato del gimnasio.
Hay algunos que cambian por completo la cara, pensaba,  no se asemejan a sí mismos en lo más mínimo: la nariz se alarga y se tuerce, los labios se afinan y nada queda de esa boca sensual de la juventud. Felisa estaba pensando al ritmo de su actividad y, como el trote, sus pensamientos continuaban desplegándose en una sola dirección. Los párpados caen y se achican los ojos. El brillo, que en el pasado obligaba a la gente a mirarlos dos veces, se apaga; las pestañas, que aunque no fueran largas eran tupidas, ralean. Feos y molestos pelos crecen en los lugares más visibles del rostro.
Estas personas son las que soportan el comentario de la gente que ve fotos de su lejana juventud por primera vez: ¿Quiénes son éstos? ¡¡No me digas que esta pareja son ustedes!!
En cambio hay otros que se van marchitando, rumiaba Felisa, van reduciéndose, arrugándose, encorvándose, pero sin perder la identidad. Todos pueden reconocerlos a pesar del cabello cano, los dientes postizos y las arrugas. Y si bien parecen momias andantes, cuando se miran al espejo pueden reconocerse con facilidad.

Yo, que pertenezco a la primera categoría, los envidio…-no cejaba Felisa-, porque mi cambio físico parece que refleja un cambio de carácter y  de visión del mundo.

Voy a aclarar lo que afirmo: hay veces que me miro en el espejo –sobre todo a la mañana cuando me lavo la cara- y creo que estoy contemplando a mi madre –que descanse en paz-. En efecto, desde que ella murió, sutiles transformaciones se van produciendo en mi rostro día a día –esta vez las cavilaciones se centraron en sí misma- mi nariz se ensanchó en la base hasta parecer una papa, mi labio inferior se adelantó junto con la barbilla y juntos semejan la proa de un barco. Descubrí que hago gestos involuntarios con la boca, gestos que expresan desprecio, desinterés, indiferencia por el mundo.
Y así exactamente era mi mamá -dios la tenga en su gloria-. Y nadie me puede convencer de que deliro… no. La prueba infalible en estos casos es como fue cambiando, de a poco,  con lentitud, la manera de hablarme de mi marido. Finalmente arribó Felisa al tema central de sus preocupaciones: el marido.
Un día tomé conciencia de esto, pero ya era tarde: la sustitución se había consumado. Mi marido me confundía con su difunta suegra o sea mi madre– bendito sea su recuerdo -.  Y este cambio -muchos  sonreirán divertidos, otros dirán que estoy loca o peor,  que es la senilidad la que me guía- es irreversible y deberé soportarlo hasta la tumba.

Varias veces intenté indagar en forma sutil qué es lo que pasa por la mente de mi amado esposo cuando se dirige a mi con la ironía y la sorna con que le hablaba a su suegra, pero, como es lógico, no obtengo ningún resultado. Es lógico, digo, ya que él nunca se sinceró con la madre de su mujer, es decir con mi  fallecida progenitora.

Mientras analizaba estos últimos hechos, Felisa bajó del andador, se dirigió a las duchas y se bañó. Una vez lista, vestida y peinada, salió a la calle dispuesta a caminar las quince cuadres que la separaban de su hogar. Pero el cambio de escenario no produjo un giro en sus cavilaciones. Aparte de romperse la cabeza todas las noches pensando qué iba a cocinar al día siguiente, estos cambios en sus relaciones matrimoniales eran su inquietud fundamental.
Y es que no hay justicia en el mundo, aún en la vejez,  la igualdad no existe, seguía dale que dale la cabeza dura de Felisa.

Nosotros que no somos vecinos, ni parientes de Felisa, podemos abandonarla en la puerta de su casa, mientras saca las llaves de su bolso y abre la puerta y, con ella oleremos el magnífico aroma de los fideos con tuco que preparó el marido, al que no le hemos dado nombre ya que es un cónyuge típico, un esposo que podría ser usted, señor que está leyendo. O vos pibe, que te faltan como cuarenta años para llegar a la edad de Felisa y su inconfundible marido.  Como decíamos, Felisa entró embelesada por el aroma del tuco que preparó su compañero, lo abrazó mientras exclamaba: ¡Yo sabía que todavía me querés, amor mío!

Y allí los abandonamos, felices, comiendo los colosales espaguetis con tuco que siempre fueron un indicio de amor para ella. Porque debemos aceptar, reconocer, que el alma humana es impredecible. Y nadie, nunca jamás, podría haber adivinado qué era lo que haría feliz a Felisa…

5 comentarios:

  1. Ay, Ester que bien contado está esto, es tan real...
    Saludos
    Maria

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  2. Lo leí dos veces al cuento, y quiero olvidarme de Felisa y no puedo. Esa mujer que vive en su propio tiempo, piensa en círculos sin lograr cerrarlos, no sabe lo que quiere, y para más, esa patética imagen en el espejo.
    Demasiado creíble. Espanta.
    Felicitaciones Ester por escribir expresando la vivencia del tiempo como el curso de un río.
    Y con respecto a la foto: ¡Hace pinta porque la tiene!
    Saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  3. Observaciones agudas sobre el paso del tiempo en los físicos con la edad y certero es también que el amor está en todas las cosas y con los años recae en la gastronomía y para culminar con los aciertos tan bien narrados, comienzan a parecerse a las madres es decir, las suegras, un relato sutil donde la ficción es verosímil, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  4. Aquí no va "la pinta es lo de menos". La pinta es lo demás. Y es real, Ester, ¡qué pinta que tenéis! Ciertamente o es una foto bien lograda o Ester estás muy bien. Lo dice una persona mayor y la sentencia debe respetarse. Y además de la pinta se atreve con la vejez, con los ancianos que apenitas nos quedan ciertos resortes, como un buen libro, Debussy o un platito cocinado con buen gusto. Un platito digo, porque el cuento "El pensamiento ondulatorio de Felisa", es un platillo que se las trae. Es decir un plato fuerte. Excelentemente llevado a través de palabras exactas. Gracias porque me llegue. Me atrapó. Un abrazo. Sonia

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  5. Con ese look ahora quien te hace sombra, hasta los lentes de sol te dan un toque de misterio...
    Vuelvo al relato que en su periplo se desliza como un circulo vicioso que encierra lo que se ve y lo que se siente con aristas muy filosas y muy medidas pero que en su verdad da miedo.
    Me conquistó

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