viernes, 16 de diciembre de 2011

Ester Mann


LA TORRE

 

Me desperté acostada sobre una superficie plana. Aún sin abrir los ojos me asaltó una extraña sensación: no estaba en mi cama. Al abrirlos, una espesa niebla cubría el lugar donde yacía. No podía descubrir nada conocido. ¿Dónde me hallaba? ¿Cómo había llegado a ese lugar?
Al levantar la vista divisé unos enormes edificios de forma rectangular, no alcancé a distinguir si eran cuatro o cinco, o tal vez más…Debido a la niebla parecían surgir de la nada y se perdían en las alturas lejos de mi vista.
Intenté incorporarme: hasta ese momento estuve inmóvil como si algo impidiera mi movimiento. Pero no era así… me levanté sin dificultad y comencé a caminar en dirección al edificio más cercano.
Anduvé durante varios minutos, la niebla se extendía sin fin y me parecía que la distancia hasta los edificios era siempre la misma. No podía ver el suelo pero sentí en los pies la frescura agradable del mármol. Al saberme descalza examiné mis ropas: vestía una especie de túnica de color indefinido.
Al igual que en los sueños, no me parecía extraño estar así, caminando por esa fantástica llanura donde no sentía ni imaginaba nada, como si fuera algo natural y corriente. No tenía calor ni frío. Lo único en que pensaba era en llegar a la torre sin entender cómo estaba ya tan cerca. La mole se levantaba frente a mí a pocos metros de distancia y me ocultaba el perfil del resto de los edificios. Apreté el paso, a gran altura vi una puerta: para entrar debía trepar por unas grandes escaleras, los escalones tenían dimensiones propias de gigantes. No podría trepar por ellos…
Al comprender que me sería imposible entrar me asaltó una honda tristeza. Era algo decisivo.¡Tenía que entrar! ¿Pero cómo?
Sentí un escalofrío,  mi vista se nubló y la perdí durante unos instantes. Cuando la recobré estaba dentro de una inmensa habitación. Percibía las paredes a muchos metros de distancia. Me encontraba en el centro de un gran salón desnudo, sin muebles y  sin ventanas. Girones de niebla se deslizaban por el espacio y una brisa, tibia y fresca a la vez, me bañaba… Entendí que estaba dentro de LA TORRE. En mi mente ya la nombraba con mayúsculas…
Súbitamente en uno de los rincones del recinto la niebla se despejó dejando ver un punto luminoso que se iba ampliando y se convirtió en una escena la que, a pesar de la distancia, pude distinguir a  un grupo de gente sentada alrededor de una hoguera, varios hombres, mujeres y algunos niños que hablaban entre ellos y comían trozos de carne. Podía escuchar sus palabras pero no las entendía. Estaban vestidos con rústicas pieles. Eran, sin duda, miembros de alguna tribu primitiva. La imagen parecía ser como de una película y sin embargo era real. Una mujer levantó la vista y me miró a los ojos, ¡hubiera jurado que me contemplaba! Yo la miré a mi vez y un frío intenso me inmovilizó: ¡Esa mujer era yo! Gorda, con el pelo desgreñado, sucia, la voz ronca, ¡pero era yo! Mi mente  no entendía ni podía pensar en lo que estaba viendo. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos la imagen había desaparecido.
Volví a cerrarlos; comencé a respirar con lentitud, a concentrarme en la respiración para relajarme y recobrar el control, mientras trataba de dejar la mente en blanco y no pensar en lo que había visto. Al cabo de pocos instantes lo logré y observé de nuevo la pared. Otra imagen o visión había aparecido: esta vez era yo, sin lugar a dudas, vestida de largo con una especie de delantal sobre el vestido, con una cofia en la cabeza que impedía ver el cabello, inclinada sobre un huerto, trabajando. Detrás de mí, a cierta distancia, se vislumbraba un muro y una ventana de madera. yo, no la del huerto, sino yo, la que miraba, sabía que esa otra mujer estaba en su huerto recogiendo papas para la cena; sabía que sus hijos –cuatro varones- y su marido estaban trabajando en el campo.
¿Qué era lo que yo estaba viendo? ¿Vidas paralelas? ¿Mundos alternativos?

Como si alguien tratara de contestar mis preguntas, la visión se esfumó y otra ocupó su lugar: ahora me veía a mi misma, muy joven, el pelo arreglado en complicados tirabuzones y lleno de cintas celestes, con un pesado vestido del mismo color, abultado en las caderas, con volados, encajes y más cintas. Estaba inclinada hablando con un hombre. Él estaba sentado en una pomposa silla tapizada. Lo ví y lo escuché reír cínicamente. Sacó de su bolsillo unos billetes y sin dejar de reír me los extendió. Me di vuelta y me alejé corriendo y ahogándome en llanto. ¡Me obligaba a abortar! Yo también me largué a llorar como si la escena sucediera en el presente.
Cuando me calmé la imagen ya había variado. Yo era allí una mujer mayor -o tal vez envejecida por las circunstancias-, en un campo de concentración. Todo lo que me rodeaba, incluídas las demás mujeres, era tal como lo había visto en decenas de películas. El choque fue tremendo, captar lo que sentía ese otro yo fue tan desolador que perdí el conocimiento y ya no vi nada más.
Me despertó una voz como sobrenatural que decía:¡No temas! ¡Tendrás aún muchas vidas!
Cuando abrí los ojos estaba acostada en una camilla en la sala de recuperación del hospital. Entonces recordé que había sido operada con anestesia total.

No pude olvidar mi visión. Muchos años después continué leyendo con atención todo libro que explicara fenómenos parapsicológicos. Hay médicos que aseguran que mi experiencia es muy conocida por la ciencia y se debe a una reacción neuronal provocada por la anestesia. No tengo elementos para creerlo o negarlo, pero esa presunta reacción de las neuronas podría ser el factor para levantar el velo que cubre la memoria de nuestros siglos previos. Los incrédulos preguntarán qué beneficio puede traerle a un mortal descorrer el manto de posibles vidas anteriores…No tengo respuesta para ellos, como no la tengo para mis propias preguntas.

6 comentarios:

  1. Una narrativa ágil, que nos deja planteados interrogantes.
    Como siempre, lo disfruté mucho.
    abrazo, Nurit.
    amelia

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  2. El budismo, a través de la meditación, intenta resolver el acertijo que nos plantea la autora, saber de nuestras vidas anteriores nos ayuda a ser mejor en la actual o quizá, todo suceda al mismo tiempo en distintas dimensiones sea como sea el relato nos lleva por esos mundos paralelos con intriga y avidez por saber su resolución, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  3. Hola Ester, no conozco nada sobre budismo u otras vidas como también lo plantea la numerología, tengo en la familia una experta que me dice que aún me faltan dos, bienvenidas sean y ojalá sean mejores y yo mejor. En cuanto las pasadas no me gustaría saber qué y cómo fui cuándo?
    Respesto al relato que es el tema que nos ocupa, si conozco sobre esas sensaciones que provoca la anestesia, pero además lo asocié con un relato tridimencional donde acciones diferentes del mismo personaje, perturbado, brumoso, e indefinido, transcurren en diferentes estratos, me cosquilló un poco el estómago, es un sueño apostaba a medida que leía. Bien llevado, bien relatado, intrigante, importante el final y la aclaración. Como parte del relato? Me gustó. marta comelli, mi afecto y muchas gracias, vos sabés porqué.

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  4. gracias por mandar escritos tan bonitos he incluso a invitarme a participar,te mando una poesia premiada en avellaneda, facil tan desprovista de metaforas que lloran las hiedras junto a mis lágrimas

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  5. Confiada en el desarrollo fluído de tus situaciones de la vida cotidiana tratados con tanta naturalidad que todos sentimos haber experimentado algo parecido alguna vez, me sorprendió esta levitación magnífica en busca del enigma pero que también anida en nosotros, los lectores
    Muy bueno
    Cristina

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  6. Me gustó el tema y el desarrollo del relato. Esa torre en la que creemos vivir y esas vidas anteriores son un corolario de un pasar descontrolado por un elemento anestésico pero...
    El recordar ese pase por el sueño vivido es una posible afirmación de que tal vez todos tenemos varios pasados.

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