Por:Winston Manrique Sabogal09/08/2011
A la perturbadora Venecia del estío descrita por Thomas Mann en La muerte en Venecia querría ir Mariam, una de las lectoras de Papeles perdidos. Lo sugiere por la ciudad, claro, en su belleza decadente cercada por la enfermedad, a principios del siglo XX, y para poder seguir al escritor Gustav Aschenbach que se asombrará ante la ciudad y la belleza del adolescente Tadzio. Un verano de estética y reflexión filosófica ante la contemplación física de una ciudad y de un muchacho, pero que suscita pensamientos en torno a la pérdida de la juventud, es decir de lo bello, del adiós al esplendor terrenal, en aquel momento del propio Aschenbach, de la ciudad y de un tiempo donde el mundo cambiaba, del despertar de atracciones secretas. De aquellos momentos le gustaría ser testiga a Mariam, que escribe: "A mí este año me gustaría ir a Venecia, al hotel Excelsior, y observar de cerca a Aschenbach. No perder detalle". No la hagamos esperar. Vamos con ella y sorprendamos a nuestros sentidos y rescatemos sensibilidades:
"Y entonces volvió a ver el más prodigioso de los desembarcaderos, esa deslumbrante composición de arquitectura fantástica que la República Serenísima ofrecía a las respetuosas miradas de los navegantes; la liviana magnificencia del Palacio Ducal y el Puente de los Suspiros; las columnas de la orilla, rematadas por el León y el Santo; el fastuoso resalto lateral del Templo encantado, con el portal y el gran Reloj en escorzo, y ante semejante visión pensó que llegar a Venecia por tierra, desde la estación, era como entrar en un palacio por la puerta de servicio, y que sólo como él lo estaba haciendo, en barco y desde alta mar, debía llegarse a la más inverosímil de las ciudades. (...)
"Entró en el espacioso hotel por la parte de atrás donde se abría a una terraza con jardín, y atravesando el gran salón y el vestíbulo, llegó a la recepción. Como había anunciado su llegada, lo recibieron con servicial obsequiosidad. (...) Tomó el té en la terraza que miraba al mar, luego bajó y echó a caminar, recorriendo un buen trecho de paseo marítimo en dirección al hotel Excelsior. Al volver, le pareció que ya era hora de cambiarse para la cena. Llegó, sin embargo, algo temprano al salón. Cogió un diario de la mesa, se instaló en un sillón de cuero y observó a la concurrencia, por fortuna muy distinta de la de su primera estancia. (...) El elemento eslavo parecía predominar. Muy cerca de él se oía hablar polaco.
Era un grupo de jóvenes y adolescentes reunidos en torno a una mesita de mimbre, bajo la vigilancia de una institutriz o dama de compañía: tres muchachas de al parecer entre quince y diecisiete años, y un efebo de cabellos largos y unos catorce años. Con asombro observó Aschenbach que el muchacho era bellísimo. El rostro, pálido y graciosamente reservado, la rizosa cabellera color miel que lo enmarcaba, la nariz rectilínea, la boca adorable y una expresión de seriedad divina y deliciosa hacían pensar en la estatuaria griega de la época más noble; y a más de esa purísima perfección en sus formas, poseía un encanto tan único y personal que su observador no creía haber visto nunca algo tan logrado en la naturaleza ni en las artes plásticas (...)
¿Estaría enfermo? Pues la tez de su rostro presentaba una blancura marfileña en contraste con el marco dorado oscuro de sus rizos. ¿O era simplemente un niñito muy mimado, producto de un amor exclusivista y caprichoso? Aschenbach se inclinaba por esto último. Pues casi todas las naturalezas artísticas poseen una innata tendencia, sensual y alevosa a la vez, a consagrar la injusticia creadora de la belleza y a solidarizarse respetuosamente con las preferencias de la esfera aristocrática".
Y así empieza todo, en este comienzo de verano literario de Thomas Mann al que nos invita hoy Mariam. Para que recuerden La muerte en Venecia, o tomen un momento la novela, si la tienen a mano, y lean las descripciones y reflexiones que hace el escritor alemán sobre la belleza y las diferentes sensaciones e ideas que es capaz de despertar en el individuo; sobre la existencia y su agonía; sobre lo que rodea nuestras vidas. ■
Es bien cierto lo que dice este artículo. En ese sentido se encaminan las palabras de Thomas Mann, pero también es cierto que esta obra tuvo y tiene tantas relecturas como creo que no la tuvieron el Doktor Faustus ni La Montaña Mágica. Interesante es también la vida de ese jovencito sueco a partir de la filmación de la película
ResponderEliminarMuy buen artículo. Me gustó
Cristina
El artículo es bueno porque lleva a leer la novela la cual la he releído muchas veces.Si bien algunos críticos le encuentran indicios autobiográficos del autor, a mí no me importa. En los 5 capítulos hay mucho contenido y la historia es amena. El problema de la vida, la vejez, la atracción, la muerte, la peste, la decadencia, son algunos de los temas que se encuentran en el libro. Pero Mann mantiene su lealtad a los valores altos del espíritu.
ResponderEliminarLa ilustración del artículo es de la película del mismo nombre que la novela, dirigida por Luchino Visconti , año 1971, y es excelente.
Gracias siempre por traer a Thomas Mann
MARITA RAGOZZA