Los Beatniks: una nueva generación de poetas malditos
Por: Oscar Cerruto
Aullido
Allen Ginsberg (traducción de Rodrigo Olavarría)
Para Carl Salomón
I
Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo, hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna, que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando en la oscuridad sobrenatural de apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando jazz, que desnudaron sus cerebros ante el cielo bajo el El y vieron ángeles mahometanos tambaleándose sobre techos iluminados,
que pasaron por las universidades con radiantes ojos imperturbables alucinando Arkansas y tragedia en la luz de Blake entre los maestros de la guerra,…
A continuación transcribimos un artículo de Oscar Cerruto sobre los Beatniks, realmente imperdible.
¿Son realmente los Beatniks, como sanciona Life, una pandilla de psicópatas lisiados por sus tenciones, angustías y neurosis, incapaces de abrirse paso en el mundo a causa de que, en su mayoría, tocan los límites mismos del desequilibrio emocional?
Característica del beatnik es, en efecto, su desaliño exterior. “Individuo de ardorosa mirada, inculta barba y calzado con sandalias”, cuando no va con los pies desnudos, vive habitualmente “en locales abandonados o cuartuchos próximos a los puestos de hog-dogs, provisto a lo sumo de efectos tan elementales como un colchón, unas cuantas latas de provisiones y un tocadiscos o un magnetófono”.
¿Pero no es una falacia, o por lo menos una ligereza –si no algo más grave aún típica actitud mental del norteamericano medio- calificarlos por ello de “absurdos rebeldes”, o de “morralla, hez de la humanidad”, según lo hace Paul O´Neel, autor del artículo de la mencionada revista?
Porque la propensión de los beatniks a la excentricidad, al descuido en su persona y al ascetismo responde a una deliberada filosofía vivencial. Entraña una reacción contra lo que el propio O´Neil define como “embrutecedora sumisión a la mediocridad de la actual sociedad norteamericana”. Una insurgencia frente al designio de integrar esa sociedad con individuos simplemente afanosos de prosperidad y confort y con mujeres ataviadas conforme a los dictados de los grandes magazines. Y una repulsa de la uniformación del gusto y los sentimientos por obra de literatura mediatizada por el comercio editorial.
El beatnik es un bohemio, es cierto. Pero si bien en todas las épocas ha habido bohemios, la bohemia de fin de siglo francesa, la única que configuró una postura de grupo, más que de generación, tradujo apenas un movimiento distintivo: el artista quería diferenciarse del “espeso burgués”, despreciable en su inaptitud para comprender la superioridad de los afanes del espíritu y a sus sensibles cultivadores.
La de los beatniks se nutre de incitaciones más profundas. Por de pronto, coincide curiosamente con lo que muchos americanos llaman ya el “complejo del confort”, refiriéndose a esa interrogante que de un tiempo a esta parte se ha insertado en el alma de muchos de ellos acerca del sentido que puede tener ese logro en un mundo con grandes porciones que carecen de él. Es la penosa impresión de ver que su existencia, “esa” existencia, conduce al vacío. El confort, por otra parte, puede destruir los logros de la libertad, al esclavizar al individuo a un espejismo de holgura o buen vivir. El individuo se encadena al automóvil, a la lavadora eléctrica, a la televisión, a la máquina, en suma, y es su sirviente más que su amo.
La renuencia de los beatniks traduce pues un disconformismo con lo que Whitman llamaba “los fáciles placeres que nos dan los dólares, la ropa y los alimentos refinados”. Es un voto de pobreza. “La pobreza es deseable porque libera el amor de las comodidades físicas, que lo corroen y lo desnaturalizan”, reza uno de sus principios.
Un enunciado radicalmente opuesto a la noción común de la felicidad.
Lawrence Ferlinghetti, conversando conmigo en las catacumbas de la librería City Ligthts Books, en North Beach (el barrio de los beatniks en San Francisco, como Greenwich Village lo es en Nueva Cork y Venice West en Los Angeles), me decía que esta vocación de renunciamiento, casi de beatitud, inspirada por el Zen budismo, preserva en el poeta la pureza de la visión creadora, la protege de caer en el aniquilamiento y la ceguera. “El beatnik prefiere el alma del fuego, no la del hielo”.
Sonriendo con sus ojos límpidos, tan ajenos a la imagen del “beatnik de mirada ardorosa”, descrito por “Time” agregaba: “Se nos ha comparado a menudo con los jóvenes iracundos” de Londres. Nosotros vamos más lejos. No somos un movimiento más dentro de la literatura: somos una actitud que aspira a conmover los cimientos de la inerte vida norteamericana. Somos un aullido (howl). Aspiramos a devolver a la poesía su condición de arma terrible”.
Lo esté consiguiendo o no esta generación de nuevos “artistas malditos”, que ha florecido extrañamente en un mundo de prosperidad y abundancia, lo cierto es que su influencia es visible. Sus poetas son representativos de la última promoción literaria de los Estados Unidos. Han logrado imponer recitales públicos, en parques y cafés, y la modalidad se ha difundido, además, en todas las universidades. Merced a ellos la poesía ha alcanzado un predicamento inusitado, y un auditorio que no había tenido desde los tiempos de la antigua Grecia. Ha ganado sufragios, se ha hecho popular, sin sacrificar sus valores estrictos.
De Howl que así se llama el impresionante poema de Allen Ginsberg, el epígono del grupo –quien estuvo en Bolivia en agosto, sin que nadie se entere, y a quién me fue dado conocer en Nueva Cork, a su vuelta, en casa del poeta chileno Rosamel del Valle- se vendieron cien mil ejemplares. Caso único en la poesía de su país; tal vez de cualquier país.
Todo lo cual conduce –otra vez- al convencimiento de que no por negada una generación está derrotada. (“Todos son derrotados en esta vida”, dice Williams, uno de los mayores poetas norteamericanos, “pero un hombre, si ha de ser hombre, no lo es”.) De su derrota, los beatniks, los aporreados, han extraído una poesía que no nace de la complacencia y que, por consiguiente, no la brinda, pero que tampoco es el simple desvarío o la vana efusión espasmódica. Una poesía cargada de humanidad, cuyo influjo, al cabo, no podrá ser sino saludable, porque proviene de esa vena caudalosa de América, la vena ubicua, de la demasía en el sentimiento, del duelo con el caos, inconmensurable como las llanuras del hemisferio, intrincada como sus selvas, rugiente como los ríos que lo atraviesan.
Con el suficiente desengaño y la necesaria sabiduría, sin embargo, para no ser ni romántica ni grandilocuente. Con una resolución de oblar su diezmo, mágicamente a la propia destrucción, para partir casi del vacío y arribar al descubrimiento de sí misma.
Esta temática da para mucho. Quizás la primera polémica seriá beat o la condensación
ResponderEliminarbeat-nicks.
Los beat tenían un mística especial y eran anticapitalistas, opositores al sutoritarismo. Quizas la pandilla de psicópatas estaba en un estrato mas alto. Gracias por el artículo.
amelia
No me parece que hayan sido derrotados de la vida ya que sus obras trascendieron, los verdaderos derrotados son los espectadores que abren juicios de valor, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarUn aporte a la cultura y la literatura que trasciende la vaciedad del día cotidiano, de las "redes" que son correas de transmisión de la nada a lo vacío salvo excepciones muy excepcionales.
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