por OSVALDO AGUIRRE
Poco antes de morir, Carlos Mastronardi (1900-1976) se puso a ordenar sus papeles. Pasó muchas horas revisando la correspondencia, los textos inéditos, los recortes guardados. Ese movimiento era la continuación de su rasgo definitorio como escritor: la corrección minuciosa, incesante, de los manuscritos. Pero el texto final de su vida tuvo dos versiones: Mastronardi nombró albacea al poeta Jorge Calvetti, de
Con base en el archivo Osman, el más importante, Rosa y Strada dieron forma a una extraordinaria edición que repone no sólo la obra conocida de Mastronardi sino un abundante conjunto de inéditos, manuscritos, borradores y textos diversos. El resultado son dos tomos, el primero dedicado a las escrituras del yo (libros de poesía, poemas editados en revistas, memorias y cuadernos, traducciones) y el segundo vinculado “al afuera de sí” (ensayos, correspondencia, prólogos, reseñas). Se incluye además una recopilación de testimonios y lecturas sobre Mastronardi y un sólido aparato crítico, que aborda los distintos aspectos de la obra a través de ensayos de Adolfo Prieto, María Teresa Gramuglio, Sergio Delgado y Martín Prieto.
La noción misma de obra aparece aquí problematizada y expuesta en capítulos reveladores de la personalidad y las ideas del autor: unos papeles que estaban atados con hilo sisal, identificados apenas con una B, sin ningún orden establecido, finalmente transcriptos y ordenados por Claudia Rosa, proporcionan las reflexiones de Mastronardi sobre Borges, un “autorretrato indirecto”, según Gramuglio; una selección de los editoriales que publicó en el diario El Mundo, sin firma, se incorpora también al volumen a partir de gestos con que el escritor rubricó su autoría: no sólo los conservó sino que les agregó correcciones de puño y letra, con el mismo “goce de la lentitud” con que trabajó sus poemas.
Mastronardi suscribió la tesis de que la obra de un poeta, por más larga y complicada que sea, tiende a un solo poema. “Luz de provincia”, al que le dedicó años de trabajo, es en ese sentido el centro y a la vez el punto de obturación, en el sentido de que puede hacer perder de vista otros textos igualmente decisivos. Con su aporte de notas y ensayos, por un lado, y de inéditos por otro, Obra completa reabre la lectura del conjunto e ilumina la figura de su autor al descubrir circunstancias poco y nada consideradas: el modo singular en que se ubicó en el campo literario de su época, en sintonía con el grupo Sur y al mismo tiempo con escritores marginales como Gombrowicz y Arlt; el culto del anacronismo como gesto de resistencia ante las vanguardias; la asunción irónica del origen provinciano en el contexto cosmopolita; el devenir de su estética, desde la insistencia en el método –contra las ideas clásicas de la inspiración y el irracionalismo– a la postulación de que el escritor sigue una “intransferible ley interna”.
En un discurso pronunciado en 1975, Borges recordó el interés que había provocado Mastronardi entre los jóvenes. “Esas sociedades secretas de lectores serán parte de la historia argentina”, dijo. La frase sorprende, aplicada a un escritor celoso de la soledad y distante de los discípulos. La aparición de Obra completa, al poner en circulación su legado, es la primera señal de que ese augurio pueda llegar a cumplirse.
Llama la atención el tema de los albaceas personas distinguidas con una misión difícil cuando se trata de una obra que por más que se titule completa el autor no la consideró así. El delegante busca permanecer por más que su ausencia será definitiva, en fin, un tema para la polémica, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarConocí a Mastronardi en la modesta Biblioteca de mi madre.
ResponderEliminarRecuerdo su estilo claro , llano ,preciso.
Gracias porel recuerdo. amelia