sábado, 12 de mayo de 2012

Leo Mendoza



Leo Mendoza

Cuentista, antologador y periodista, Leo Eduardo Mendoza nace en el 58 en Oaxaca, México, pero posteriormente adopta la "nacionalidad" sinaloense. Posee estudios en letras hispánicas y en cine, y es autor del libro Mudanzas y Relevos Australianos, y coautor y antologador de varios más. Ha sido becario del FONCA en el área de cuento, y de su pensamiento y obra, el maestro Eusebio Ruvalcaba ha escrito: "Conocedor del alma humana, de las profundidades inescrutables del sufrimiento y de la alegría, da gusto leer sus cuentos: siempre frescos y desparpajados, como aves surcando el cielo".


Año Nuevo


Como a las ocho de la mañana, con el pretexto del nuevo milenio, prendieron un toque. El dueño de casa, enfurecido, los echó a todos, hasta a su mujer, y se encerró a piedra y lodo. Ellos decidieron continuar la fiesta y se amontonaron en los dos únicos autos disponibles. Al llegar a la primera esquina casi se estamparon de frente contra un sedán que venía hecho la raya. Enfrenón y volantazo los salvaron del desastre. Se bajaron enfurecidos. Pero mientras avanzaban retadoramente los ánimos se apaciguaron. Cara a cara se sonrieron, se abrazaron, se dieron los parabienes por el nuevo año y brindaron con las caguamas que llevaban en la cajuela. Poco más adelante, mientras esperaban que la luz del semáforo cambiara, el chofer de una guayín se le quedó mirando al "Came" y le sonrió. El "Came" se bajó ceremoniosamente, se acercó con los brazos abiertos como si fuera a felicitar al conductor del otro auto y éste, ni tardo ni perezoso, correspondió al gesto.
Patadón y gaznatada lo devolvieron a la realidad.
-¡Feliz año nuevo!- gritaba nuestro amigo mientras rodaba sobre el pavimento abrazado al sorprendido automovilista, deteniendo el escaso tráfico del aquel primer día de enero.

El Deseo


La cinta se la trajo una amiga de Brasil. A decir verdad le regaló un montón. Se llamaban lembranças o fitas do Senhor do Bonfim do Bahia. Cuando se la amarró, le dijo que cerrara los ojos y pidiera un deseo. La deseó a ella, aunque jamás se lo dijo. Su amiga le explicó que debía conservar el listón hasta que se cayera solita y entonces su petición se haría realidad. Pasaron los años, ella tuvo varios novios, vivió seis meses con uno y con otro se casó. La cinta seguía ahí en su muñeca, convertida en un hilo e irrompible a pesar de sus tirones y el desgaste. Cuando ella se divorció, cuando le habló con el fin de salir, de tener otro tipo de encuentros, entonces y sólo entonces, la cinta reventó como por arte de magia. Pero él ya no la deseaba. Entre el puñado de recuerdos que atesoraba encontró una de aquellas lembranças y supo qué debía hacer: le pidió a una compañera de la oficina -de cara y trasero redondos- que lo atara a aquel nuevo deseo.

2 comentarios:

  1. Cortos y directos estos relatos explicitan y sugieren en la mejor tradición literaria, Carlos Arturo Trinelli

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  2. Breves y con el golpe de un lenguaje autóctono que hace deslizar los ojos como por un tobogán.

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