sábado, 5 de noviembre de 2011

Lilian Elphick



Cuentos breves

Día de la madre

Querido diario:

Hoy destapé el WC con soda cáustica; lavé la ropa a mano (máquina descompuesta) y la planché. Preparé niños envueltos para diez familiares que me visitaron; los atendí, oí sus logros, penas, frustraciones; me maldije por no tener diez floreros para los diez ramos de flores. Lavé los platos, serví el postre y el café. Algunos durmieron siesta: los cubrí con una frazada. Más tarde, se fueron dejando una estela de migas, servilletas, restos de niños debajo de las alfombras. Las flores estaban hediondas; el tacho de basura estaba repleto. Tuve que trapear el piso con cloro, mientras el perro se cagaba en la entrada de la casa.

Estoy cansada. No sobró comida.

Ay, ya se me estaba olvidando, ¡qué cabeza!: debo deshacerme del veneno. Y a ti, querido, tendré que quemarte.

La inocente fue al correo a dejarle al hombre una carta que escribió en la madrugada y ahora, transpirada y hambrienta, se encuentra con la suya, virtual, que también habla de la tradición certificada. Pero ella volvió a su antiguo rito de estampillas y balanza: la carta pesó 43 gramos. No se atrevió a besarla delante de la funcionaria que tenía un genio de insecto encadenado. Nuevamente preguntó cuánto demoraba en llegar, y el insecto, antes de graznar un "siguiente", dijo casi en un susurro categórico: "doce días". "Ah...", dijo la inocente, y salió del edificio de correos y el sol la obligó a ponerse unas gafas oscuras. Mientras se dirigía a comprar cigarrillos, la puta meditó en la carta que había escrito, tan impulsiva y con una rúbrica digna, por supuesto, de una putain. Recordó que después de la escritura, miró su mano, apagó la luz y luego quiso la luz de nuevo, sólo para mirar su propia mano, sucia de tinta (el lápiz reventó y ella alcanzó a salvar la carta), que fue despacio acariciando muslos y caderas y pezones, mientras afuera la loba aullaba con desesperación, hasta que la inocente se tuvo que levantar para ir a hacerle un cariño detrás de las orejas, como a ella (y a ella) le gusta. Lamió la mano, agradecida. Y los dedos de los pies. La inocente, que además es muy limpia, fue a lavarse y dejó que el jabón y el agua hicieran su trabajo. Se acostó. Hacía calor; la puta echó las mantas hacia atrás de una patada, queriendo incendiar todos esos papeles en blanco que no alcanzó a manchar con su propia baba y la sangre que se estrellaba en la comisura de sus labios. La inocente extendió sus ojos hasta no tener más horizonte que el de la puta, que quería el sol como se quiere al verdadero asesino. La inocente le dio la mano, se la apretó y no pudo evitar que las lágrimas regresaran por donde habían venido. Las dos se fueron apagando y la llama de los sueños osciló débil, un poco triste.
Y de pronto, apareció el hombre. Pero ya nada tenía sentido: él pertenecía a otro clan, con un código lingüístico ininteligible.
-¿Se fue?
-No, todavía nos mira.
-Hazle espacio, la cama es tan grande.
-Pero que nadie hable.
-Ya la oíste.
-¿Puedo estar al medio?

4 comentarios:

  1. Uy que ma´gnificos cuentos ! En el primero ya estaba prepararándome para dar una respuesta desde el lugar de género.
    Muy buenos, para mi gusto!!!
    amelia

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  2. Breves con la consistencia de todo un libro. Hallarlos y leerlos ha sido un golpe de suerte.

    Muy pero muy sustanciosos...

    Celmiro Koryto

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  3. Después de leer estos magníficos micro-relatos, espeluznantes y originales, me siento desanimada de seguir incursionando en narrativa breve.
    Felicitaciones por la publicación.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Interesante manejo de la ambiguedad y la sorpresa, disfruté la lectura, Carlos Arturo Trinelli

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