por Enrique Martín
Reconozco que no sabía que existiera una escritora rusa llamada Liudmila Petrushévskaia (Moscú, 1938). Por lo tanto desconocía que en su país le consideran uno de sus grandes escritores actuales. Es más, el prestigio de la autora ha llegado tan lejos que este libro, que hoy comentamos, ganó en Estados Unidos el Premio Mundial de Fantasía en 2010, algo realmente extraordinario, porque lo suelen ganar solo autores que escriben en inglés. Así que me dije, quizás haya llegado el momento de eliminar una de esas millones de lagunas que uno tiene como lector. Y he de decir que he quedado gratamente sorprendido.
Petrushévskaia pertenece a ese amplio grupo de escritores rusos, soviéticos en su momento, que para eludir la censura durante el régimen comunista se pasaron al fantástico y la ciencia-ficción. Fueron géneros muy populares en Rusia, lo siguen siendo en la actualidad, porque permitían hacer crítica social sin tocar la realidad, derivando hacia el futuro ó hacia mundos imaginados las diatribas contra el poder y sus excesos. Esto se nota en este libro que se publicó en 1991, cuando el Muro de Berlín acaba de caer y no estaba muy claro por donde iban a ir los tiros. Por eso todo está repleto de sutilezas, sugerencias, verdades veladas, mundos que viven entre lo onírico y lo real.
Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina (Atalanta) reúne diecinueve relatos. Son cuentos de muertos, llenos de situaciones extrañas, inquietantes, con un punto surrealista. Cuentos repletos de pesadillas y cosas maravillosas; repletos de historias tristes y terribles, también de historias de amor que resisten a la muerte. Hay además fantasmas y purgatorios, y plagas devastadoras, y grupos de personas amenazantes –los “extranjeros”-, y encantamientos, e incluso algo de santidad.
En los diecinueve relatos, todos de gran calidad, hay un puñado de cuentos extraordinarios. Como el del hombre que en el manicomio soñaba con otra vida en la que tenía una mujer amantísima y un hijo que le adoraba, y que al salir se encuentra con esa mujer, que no le reconoce, y se casa con ella, pero al que su hijo acaba odiando. Como la de un padre que se empeña en que su hija no ha muerto en un atentado terrorista y soborna a un médico para que la lleve desde el tanatorio a la UCI , donde la niña revive milagrosamente. Como el de una familia que se enclaustra en su casa para no verse afectada por una plaga mortal y que encierra a su hija en el baño al creerla contagiada, siendo la única que se salva al final. Como la de una mujer que descubre que en su casa hay un poltergeist y que decide destrozar los muebles para que el poltergeist no se los lance y la mate, y descubre que hay una nueva vida tras la destrucción. Como la historia de dos hermanas bailarinas delgadas y hermosísimas a las que un mago transforma por despecho en una única mujer gorda que se convierte en una estrella del circo y que por la noche, solo durante dos horas, vuelve a transformarse en las dos hermanas primigenias que bailan y bailan sin parar. Ó como la historia que da título al libro de dos vecinas que viven en el mismo piso y que se llevan muy bien hasta que una de ellas tiene un hijo y la otra se vuelve como loca y hace lo imposible para que el bebé muera.
Historias fascinantes que, a la manera de las narraciones orales, nos hablan de la vida y de la muerte, y del extraño espacio que comparten en el que todo puede suceder. Historia protagonizadas por personas comunes que se ven enfrentados a lo extraordinario y lo terrible y que se dividen en cuatro apartados: canciones, alegorías, réquiems y cuentos de hadas, que no siempre contienen lo que su nombre indica, sino a veces todo lo contrario. Un descubrimiento gozoso. ■
Es una sorpresa que se nos haya pasado una cuentista de esta talla. Tiene un estilo muy peculiar para narrar y las cosas más terribles y enigmáticas las escribe con una simpleza e ironía hierática que entretienen y enseñan.
ResponderEliminarCelmiro kORYTO
Desconocía a la autora y el artículo con sus semblanzas de los relatos es un acicate para leerla, C.A.T.
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