Alberto nació con un don. Por supuesto que él no lo sabía. Solo a los 10 u 11 años se enteró y fue por casualidad.
Desde chico, desde que, como se dice vulgarmente, tuvo uso de razón, comentó con la madre que cuando cerraba los ojos veía figuras. La madre, siempre ocupada, distraída, no le prestó mayor atención. –Todos vemos figuras y colores cuando cerramos los ojos, nene- le contestaba. Así que Albertito lo dejó correr…
Cuando bebé era muy buenito, decía la madre:
era dormilón y no la molestaba para nada. –Le encanta dormir- aseguraba. Claro, ella no sospechaba que el nene tenía su pantalla propia y no bien cerraba sus ojitos se deleitaba viendo figuras, edificios, paisajes…
Hasta cierta edad no entendía lo que veía. Era solo algo interesante y colorido, que cambiaba permanentemente. A medida que pasaba el tiempo prestaba más atención a los detalles y entendía las imágenes.
Por un cierto pudor y debido a la falta de interés de sus padres nunca comentó con nadie su peculiaridad. Pero desde muy chico se habituó a dibujar y con el correr de los años su habilidad se perfeccionaba. De los garabatos que pretendían copiar lo que veían sus ojos, fue pasando al dibujo figurativo.
Los padres estaban encantados con el talento del nene. Por supuesto, buscaron un buen profesor de dibujo y sin reparar en gastos ya desde los cinco años lo mandaron a estudiar.
A medida que pasaba el tiempo, Albertito adquiría oficio, aprendía a usar pinceles, colores, materiales más serios que le permitieron plasmar en una tela o un papel versiones más exactas de sus visiones. ¡¡Era un genio!! ¿Cómo se le ocurren esos temas? se preguntaban los familiares, los amigos de los familiares, los amigos de los amigos de los familiares…Porque, como es lógico, todo el que tuviera el más lejano contacto con los padres de Albertito se enteraba de la maravilla que le había tocado en suerte a su familia sin ningún esfuerzo de su parte.
El tiempo transcurrió, Alberto ya era capaz de mantener durante varios minutos una imagen que le interesara. Gracias a lo aprendido en la escuela reconocía las montañas, un río, un monumento, en fín, era capaz de interpretar lo que veía. Y, por consiguiente, era capaz de dibujarlo con bastante exactitud. Si le faltaba algún detalle, bastaba que pensara en la imagen y ésta volvía a su retina. Esto lo fue descubriendo de a poco. Y cuanto más se ejercitaba, más velozmente volvía la imagen.
Una tarde, jugando en un baldío con su mejor amiguito, se puso a dibujar con un palo en la tierra, mientras charlaba con Manuel, el amigo. Charlando de todo y de nada, Manuel le espetó la pregunta: -Y vos, ¿como sabés dibujar un león si nunca viste ninguno? Y ahí se enteró Albertito que el amiguito no solo que no veía figuras cuando cerraba los ojos: tampoco había oído de alguien que las viera…
Albertito ya era bastante grande, en poco tiempo cumpliría 11 años. O sea que salió del paso lo mejor que pudo y de ahí en más selló sus labios. No sabía bien por qué, intuición infantil tal vez. En ese momento se dió cuenta que él era especial, que tenía un don, un regalo del cielo que no compartía con nadie. Durante algún tiempo busco en la enciclopedia “visiones”, “visionarios”, “videntes”. No halló nada y no quiso preguntar.
Los años, como es su costumbre, fueron transcurriendo. Fuera de su arte, Alberto no se destacaba en ningún otro rubro. Terminó la escuela primaria con calificaciones normales y comenzó la secundaria. No quiso inscribirse en una escuela industrial, en la que, según creían sus padres, su talento tendría la posibilidad de realizarse. No querían mezclar su don con una carrera práctica.
Todos esos años continuó con el mismo profesor de dibujo y pintura, que en realidad ya no le enseñaba nada. Pero continuar con él justificaba ante la familia y conocidos de Alberto la pericia con que dibujaba. El profesor, un hombre sencillo y con poco trabajo, aceptaba las sesiones a las que aportaba poco o nada.
Durante esos años, expuso a veces sus trabajos en la escuela, en el club del barrio y hasta en la municipalidad. Inclusive vendió algunos cuadritos. Dado que él copiaba lo que iba viendo o le llamaba especialmente la atención, como por ejemplo la Torre Eiffel o un tifón en Indonesia y solo se proponía trasladar al lienzo lo que recordaba, sus pinturas carecían de carácter, de estilo propio. Eran simples copias...Esto limitaba el interés de los posibles amantes del arte. Las personas que compraban algún cuadro lo hacían con fines decorativos y se fijaban que los colores combinaran con su juego de living...
Así continuó la vida de Alberto. Como la de cualquier otro adolescente. La euforia de su familia y conocidos se había convertido en una rutina: ya no más Ahes y Ohes al verlo pintar. La mamá inclusive se ponía furiosa si dejaba sus pinceles sucios o las telas desordenadas en la habitación
En fin, podríamos concluir aqui la historia y decir que Alberto se hizo grande, se casó, tuvo hijos, trabajó de cualquier cosa y nunca la gente -ni su propia mujer- conoció su verdadera naturaleza. Pero no fue así...
Evidentemente, el ser humano tiene que realizar su potencial o morir. Decimos esto ya que a los 17 años todo cambió: el día de su cumpleaños mientras remoloneaba en la cama con los ojos cerrados Alberto comenzó a ver gente!! Hasta ese momento, como dijimos, veía paisajes, algunos con animales incluídos, edificios, cuadros, pero no personas. Nunca.
De pronto, vio personas en una ciudad. Caminaban apresuradamente y entraban en las bocas de un subterráneo o subían a autobuses. Los automóviles transitaban por las calles. Había mucho movimiento y mucha prisa. Las imágenes cambiaron rápidamente: ahora era un gran espacio, no se veían paredes, pero sí muchos chicos de todas las edades cosiendo zapatillas... Otra escena: un hombre con un bolso subía a un autobús y en seguida una gran explosión, vió manos, piernas, cabezas volar por el aire...
Alberto gimió en voz alta. Cuando la madre, asustada, corrió a su cuarto, él no le dijo la verdad, ¿cómo podría? Hubiera tenido que explicarle todo desde el principio...Prefirió aducir dolor de cabeza... No se quedó en la cama, no podía seguir con los ojos cerrados.
Salió a caminar. Su cabeza latía, pero no de dolor sino de preocupación… ¿qué pasaría si ahora en lugar de sentirse acunado por todas las bellezas del mundo, las imágenes del terror, la miseria y la muerte lo acosaran cada vez que sus párpados se cerraran? Caminar lo tranquilizó. Después de todo, esto nunca le había ocurrido, tal vez no volvería a sucederle...
Cuando volvió a su casa ya estaba calmado. Después del almuerzo se recostó, cerró los ojos con aprensión pero nada ocurrió. Oscuridad total. Ni bellezas ni horrores... ¿Se habría agotado su capacidad? La tarde se arrastró con pesadaz, entre felicitaciones telefónicas y amigos que llegaron a festejar su cumpleaños...Pero su alma pesaba, tratando de desentrañar el misterio: había tenido algo distinto, especial, y ahora se convertiría en una persona cualquiera...Hasta ese día había dado por descontado que siempre conservaría su don, y de pronto, sin ninguna advertencia, de la noche a la mañana –literalmente- se quedaba sin nada.
Se dió cuenta que él era su don. Sin él no era nadie. La seguridad interna que tenía de ser especial le daba el sentido a los días. Aunque nadie sospechara o tal vez justamente por eso. Tampoco ahora nadie sabría nada, a los ojos del mundo sería el mismo Alberto de siempre... Y algún día, les contaría a sus nietos su verdadera historia. Como los veteranos de guerra que se vanaglorian de sus antiguas hazañas. Y como les ocurre a ellos, tal vez sus nietos cruzarían una mirada equívoca y pensarían el viejo delira....
Durante toda la semana siguiente Alberto vivió automáticamente. No sabía cómo había llegado a la escuela, qué había hecho o comido. Era como si los días hubieran transcurrido dentro de un sueño. Su mente estaba volcada a la solución de la incógnita: ¿por qué había tenido esa cualidad y por qué la había perdido? ¿qué debía hacer en el futuro? ¿Era conveniente contar la verdad a su familia o era preferible mantenerlos en la ignorancia en la que habían vivido hasta el presente?
Cuando llegó el día de la clase de dibujo, se presentó como siempre y comenzó a dibujar. Descubrió dos cosas importantes: recordaba todo lo que había visto en su vida y podía dibujarlo. Esto lo satisfizo y lo devolvió a la realidad...Podía aceptar esta nueva situación sin preguntas, así como había aceptado la anterior, como algo dado... como otra persona acepta que tiene ojos celestes o nariz larga.
Poco a poco fue despuntando en su mente una idea: ¿por qué se limitaba a pintar las visiones irreales que había visto con los ojos cerrados? ¿por qué no pintaba lo que tenía a su alrededor?
De pronto tuvo claro que toda su vida fue la preparación para este preciso momento, el momento en que comprendió que él no era su don. El tenía un don y ese don era la pintura.
Alberto levantó la vista y vió el cielo azul ataviado de nubes blancas, tomó una nueva tela y comenzó a pintar....
Ahora sí podemos concluir la historia diciendo que Alberto se convirtió en un hombre ocupado y feliz: pintó toda su vida para empresas de venta de artículos para el hogar (sus paisajes eran muy admirados por los decoradores), se casó, tuvo varios hijos y con el tiempo nietos, pero nadie nunca supo cómo y por qué empezo a pintar...■
En el fondo de este cuento de Ester Mann se oculta la creación de arte, sea plástica, musical o literaria. Todo creador tiene un don que se activa ante alguna circunstancia. Nadie puede saberlo, ni siquiera el artista, pero lo que llama inspiración es el punto inicial de una obra; lo demás es trabajo hasta la realización total.
ResponderEliminarAlberto sentía la inspiración y la plasmaba de inmediato. Las imágenes del dolor llegaron y fueron su tormento. El artista está formado y quizás no se atreva a que salgan sus creaciones.
Recuerdo algo que respondió Cortázar cuando trataba de la invención de un niño. Dijo que su creación concluyó cuando lo llevaron a la escuela.
Gracias, amiga, por tu cuento tan aleccionador.
Un abrazo,
Alejo
Como siempre querida Nurit, nos dejas planteado problemas existenciales.
ResponderEliminarSiempre me digo que en un texto me agrada que me deje más preguntas que repuestas. Este es el caso...quie delira , quien no , quien es el alienado , etc.
Un gracias sentido y un abrazo grandote.
amelia
El don de la incertidumbre en el don creativo psicológico del hombre niño y el temor a no ser entendido.
ResponderEliminarUn relato ágil y una estructura donde Nurit se abre en el texto y fluye sin contratiempos.
Un logro
Celmiro Koryto
El don artístico siempre es incomprendido, y es epifanía de diferentes maneras en la vida de las personas.
ResponderEliminarEl cuento desarrolla magníficamente y con dramatismo las etapas del don de Alberto y su búsqueda, dejando algunos resquicios para que el lector se involucre y se interpele a sí mismo.
Felicitaciones, Ester.
MARITA RAGOZZA
¡Qué tema este del don! no me pareció curioso que Albertito dispusiera de uno en cambio el cuento me hizo reflexionar sobre la conciencia de tenerlo, saludos, Carlos Arturo Trinelli
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