Con Raúl Molissé tuve varias etapas de amistad. La principal fue la primera, infancia y adolescencia barrial donde el conocimiento se fija con una impronta superior incluso a la que se tiene de los propios padres. Los de él eran franceses, raros en el vecindario de mayorías italianas, españolas y criollas como en mi caso. Su madre provocaba en mi una honda impresión por su flacura y todavía recuerdo su nombre: Arlette y el convite, en tazones sin asa, de café con leche con una nata que cubría la circunferencia del recipiente como una arruga momificada que me producía arcadas.
Pero no es este el objeto del relato: así es la infancia, un fantasma que más pesa cuanto más se aleja.
Molissé está muerto, falleció en la cárcel enfermo de cáncer de pulmón. Noticia que supe por el diario. Sucede que Molissé fue famoso, un escritor famoso. Quizá no sean sus famas (tuvo varias) lo importante; yo rescato su espíritu innovador para plasmar la escritura y es eso lo que deseo se sepa sin la intención de una apología.
Como dije al principio tuve varias etapas de amistad. La primera se cortó con la política a fines de los sesenta. Él en una agrupación maoísta en la facultad, yo en una Unidad Básica en el barrio.
Después de los años del sálvese quién pueda y cuando su presencia era un punto remoto en la memoria, la literatura hizo de nexo para el reencuentro.
Corría el año 1984, la democracia era como un bebé que alegraba el ánimo de la familia. A instancias de un conocido participé en un concurso literario de cuento y gané el segundo premio (sería esta una constante en mi derrotero literario, nunca un primer premio). Cuando leí el diploma que acreditaba que mi cuento Las Paralelas había ganado el segundo premio del primer concurso nacional de cuento policial organizado por la Sociedad Argentina de Relaciones Culturales con la Unión Soviética (SARCU) observé con asombro que entre las firmas de los jurados estaba la de Raúl Molissé. Lo busqué en el escenario y no lo vi, pregunté y me informaron que no había podido asistir pero que coordinaba un taller literario en la institución. Fue así que volvimos a encontrarnos.
La gracia del encuentro fue la frescura de volver a empezar una relación como la de antaño sin que mediaran los diez años que nos separaron, él exiliado en Francia, yo escondido en Santa Ana en la chacra de un tío en pleno monte misionero. Lo de él fue forzado, lo mío preventivo.
Comenzó a frecuentar mi casa. Como había sucedido en los setenta la política nos volvía a enfrentar. En realidad yo no estaba en nada pero seguía siendo peronista y él, ahora devenido en radical, trabajaba en cultura en la gobernación de Armendáriz en Buenos Aires.
Raúl Molissé había publicado para la fecha dos libros, uno de cuentos con un hilo conductor que refería al exilio en Francia, los intentos de infiltrado del Centro Piloto de París que manejaba Massera e historias de nostalgias y aventuras varias. El otro era un ensayo sobre el tercer movimiento histórico pregonado por el presidente Alfonsín al que Molissé adhería sin fisuras.
Dora aceptó al visitante con curiosidad y quizá interés por su vida tan distinta a la nuestra. Luego de un tiempo y con ese facilismo exento de códigos, común en algunas esposas, comenzó a insistir con Enrique, porque no le pedís si te consigue algo, algo era trabajo. Yo argumentaba pero ella, si no te atreves le digo yo. Por suerte nada sucedió porque Molissé fue nombrado en la agregaduría cultural de la embajada Argentina en Francia y no lo vimos más.
En el siguiente encuentro, que sería el último, yo ya me había separado, Dora vivía en España con nuestras dos hijas y poco quedaba de mi ilusión de escribir el libro. Bebía mucho, leía mucho, trabajaba algo y escribía poco. No era un fantasma porque nunca había nacido y mi destino de escritor, al decir de Vila-Matas, se había convertido en una siniestra aventura. Sin embargo, mi interior como un dogma de fe dictaba el verso de WB Yeats: si tengo suerte o no, deja huella el afán y esas palabras mantenían el entusiasmo de avanzar.
Un día leí en un diario viejo (en realidad para mi era nuevo porque no había leído los posteriores), sobre un concurso para incorporar escritores a un proyecto gratuito de difusión literaria. Debía enviar tres o cuatro cuentos que en su totalidad no excedieran las veinticinco carillas.
Cuando fui convocado me enteré que el mentor del proyecto era Raúl Molissé quien para mediados de los noventa era reconocido por haber ganado el premio Rómulo Gallegos, el premio Planetoide y el de un matutino local, premios que además del prestigio, publicidad y difusión de las obras le habían significado buenas sumas de dinero.
Pensé que quizás al ver mi nombre en los escritos decidió citarme.
La dirección correspondía a una casa de estilo en Belgrano R. Una placa de bronce indicaba que allí funcionaba la Fundación Molissé para el auspicio de las letras.
Me anuncié por el portero eléctrico. Una vez adentro dos empleadas detrás de un mostrador me sonrieron como en los avisos de televisión.
Dije mi nombre y me dieron una carpeta que contenía una fórmula para rellenar con mis datos.
Las mujeres, ataviadas como azafatas, con desgano me facilitaron una lapicera.
Llené mis datos y devolví la carpeta. Una de las azafatas revisó el formulario y observó:-Señor Lotriski le faltó describir su curriculum.
-Tengo prontuario, no curriculum.
Hubo dudas y sonrisas forzadas.
-Bueno, algo habrá hecho para estar aquí, dijo una de las mujeres.
-Claro, por algo será ¿no? Agregué con ironía no captada.
Extendió de nuevo la carpeta y la lapicera.
Escribí: Intento sin éxito escribir, solo he conseguido garabatear unas poesías y publicarlas a expensas de endeudarme y sin repercusión ninguna. Cambié a la narrativa, gané algún premio, un cuento mío fue publicado en una revista apícola. Otros los perdí en mudanzas, otros los conservo en un cuaderno. También sé leer, puedo detallar lecturas de libros que en fila darían la vuelta al mundo, en peso, elevarían a un elefante puesto en el plato de una balanza y cuyos títulos no entran en este espacio. Nada más.
Devolví carpeta y lapicera, la mujer miró sin leer y se dio por satisfecha.
-Aguarde allí, dijo y señaló unos sillones.
Entró otro participante, canoso, alto, delgado, barba de estilo quijotesco, vestido como un rockero veterano. Escribió de pie en un costado del mostrador, en tanto hacía su entrada un tercer hombre que portaba un maletín y un aspecto de burócrata retirado. Se ubicó en las antípodas del otro para llenar su formulario.
El rockero se acercó donde estaba yo y se sentó a mi lado.
-¿Usted viene por la convocatoria? Preguntó con una mirada verde de zorro.
-Sí.
-Encantado, soy Arturo T.
(No mencionaré apellidos para no comprometer a los participantes del encuentro)
Le estreché la mano y le dije mi nombre. Arturo T. coincidía conmigo en lo absurdo que significaba escribir un curriculum y nos reímos de los antecedentes poéticos que se mencionaban en algunas antologías, vaguedades del tono de escribe desde los 6 años, es profesora de corte, estudió computación, es maestra de grado. Bla, bla, bla. Las risas subieron de volumen y las azafatas nos reprendieron con la mirada. Enseguida se sumó el tercer hombre a la zona de espera y con buen manejo de las relaciones públicas se presentó.-Gabriel P.
Luego preguntó:-Che ¿ustedes que pusieron en curriculum?
Estallamos en carcajadas y Gabriel P. captó nuestra opinión. Buscó en su maletín un atado de cigarrillos y nos convidó, los encendimos y las azafatas, como si sonara una alarma, indignadas alertaron sobre la prohibición de fumar. Fue un momento tenso, nos indicaron una salida a un patio para poder hacerlo.
Cuando regresamos al salón en los sillones de espera había dos mujeres. Una, joven vestida con vaqueros ajustados, botas y una campera de cuero ceñida. La otra, cuarentona y desabrida. Una tercera mujer cumplía los requisitos en el mostrador, confirmé que era una mujer madura por la manera de girar el cuello con parte de la espalda para visualizar los sillones donde nos encontrábamos los demás seleccionados. Se acercó con paso cansino, usaba ropas amplias en un intento por disimular un físico rico en grasas.
-¿Ustedes fueron seleccionados? Preguntó con una sonrisa que tardó en desaparecer.
Algunos respondieron y otros asintieron con gestos, yo no dije nada.
Las azafatas nos arriaron hacia un aula, nos sentamos y las mujeres repartieron unas carpetas, una aseguró que –el señor Moliseé ya viene, y se retiraron.
Raúl Moliseé hizo su entrada con paso firme y la cabeza gacha, se ubicó al frente y dijo:-Buenas tardes, soy Raúl Moliseé. Dicho esto nos dio la mano a cada uno y a mi turno no demostró familiaridad alguna.
Estaba un poco más grueso y algunas canas se mezclaban entre su cabellera castaña. Finalizadas las presentaciones y como si el tiempo lo urgiera Moliseé acometió con un discurso que pretendió explicar el objetivo de la Fundación y digo pretendió porque no me quedó claro. Habló de refundar la literatura sobre el eje de la acción y utilizó el neologismo Quirogeana, narrativa quirogeana, pues según Moliseé la narrativa de Quiroga privilegiaba la acción no imaginativa sino basada en la experiencia. Recordé algunos cuentos fantásticos del uruguayo que parecían desmentirlo pero no dije nada, nadie lo hizo. Después habló de Arlt y sostuvo que había sido un émulo fallido que si bien proponía acción y sus escritos eran por demás fácticos la experiencia le nacía desde la imaginación. Cruzó el discurso con los rusos del siglo 19 y saltó al siglo 20 con los norteamericanos, deambuló por la obra de Capote y Mailer. Hizo una pausa y noté que atisbó la hora con disimulo.
-Quiero que en diez días estén aquí con cinco carillas sobre el tema engaño. El engaño no imaginado sino practicado, quiero que se acerquen lo más posible a la esencia del engaño.
Dicho esto agregó que en cada encuentro recibiríamos un estipendio para viáticos cuya primera cuota la cobraríamos al retirarnos. Concluyó que en el siguiente encuentro profundizaríamos el objetivo de la creación de una nueva narrativa. Nos despidió a cada uno con un apretón de manos y se fue. En la puerta tropezó con una de las asistentas que nos invitó a pasar por la recepción.
Así me hallé en la calle con un sobre en el bolsillo que no me atreví a abrir delante de mis compañeros.
Arturo T. trabó conversación con las damas y aseguró, agitando el sobre en una de sus manos, que estaba en condiciones de invitar con un café. La misteriosa mujer flaca se excusó y el resto caminamos en la búsqueda de un bar.
Araceli A. era el nombre de la mujer madura y aseguró, puestos a hablar sobre la consigna el engaño, que a su modo de ver el único engaño real y más practicado era el amoroso. La joven Noelia R. disintió de Araceli y dijo que el engaño factible de cualquier orden es aquel que produce daño. Arturo T. estuvo de acuerdo, no sé si convencido o en un intento por congraciarse con la joven. Gabriel P. fue el más filosófico al sostener que el engaño depende de la moral instituida. Todos me miraron a mí:-Me parece que el engaño al que aspira Molissé es la literatura, madre de todos los engaños posibles y por el que no se paga ningún costo.
Tildaron mi opinión de interesante pero supe que cada uno se mantendría en su concepto para escribir sobre la consigna y que una vez más quedaría demostrado que siempre se escribe desde un lugar que es la visión del mundo que tiene quien escribe y que lo acompaña donde este vaya.
Arturo T. se apuró en hacerse cargo de lo consumido y nos despedimos hasta el siguiente encuentro.
Habían pasado seis de los diez días y todavía no había escrito una línea. Un poco por desidia y otro por mi constante lucha por sobrevivir.
Un mensajero en moto irrumpió en el séptimo día. Traía una nota de Molissé: A las 22 enviaré un taxi por vos para que cenemos juntos. Espero no incomodarte. R.M.
Enigmático pero certero el mensaje sirvió como excusa para tampoco escribir ese día.
Pulsé el timbre en el edificio de la Fundación y el propio Molissé me abrió la puerta.
Vestía de entre casa con la elegancia de siempre y el aspecto de recién bañado que formaba parte de su personalidad. Por una escalera accedimos a la parte alta del edificio y comprobé que él vivía allí. Nos sentamos a una mesa y él en persona se encargo de atenderme. Habló del proyecto al que definió como una literatura filo práctica. Confesó que me había elegido a propósito para que mi presencia en el grupo le sirviera de orejas.
-Buchón, que le dicen, acoté y rió con la risa franca que le recordaba.
Bebimos más de lo que comimos y noté que la lengua le funcionaba más lenta que la mente.
-Estoy quebrado Enrique…
No supe si se refería al dinero pero enseguida agregó:-No puedo escribir una línea, es como si todo lo que debía escribir en esta vida ya lo hubiera hecho y que nada tiene objeto de ser contado.
-Quizá estés en lo cierto, interrumpí y Molissé quedó con los ojos vidriosos un instante sin parpadear y el labio inferior, morado por el vino, colgando flácido en un gesto que más que de sorpresa semejó al de un viejo beodo.
Entonces continué:- No sé si vale la pena proseguir narrando, sumar angustia por nada.
Hizo como si no me oyera y retomó:-Ahora soy un escritor fantasma, escribo libros de autoayuda para un rico que firma con el seudónimo Denis Yulov ¿lo conoces?
Negué con la cabeza y vacié mi vaso, él hizo lo propio y volvió a llenarlos.
-Es un best-seller y paga bien. Pero si este proyecto avanza dejaré de hacerlo. Te voy a sintetizar la idea. Concluyó con los dos antebrazos apoyados en la mesa y el torso hacia delante. La cabeza se le balanceaba como si fuera a desprenderse o lo que intuí peor, caerse y quedar dormido en la mesa.
Aparté los platos y las copas hacia un costado. Él sonrió como si adivinara lo que yo pensaba sobre el inminente desmoronamiento.
-Con los escritos de las consignas voy a reescribir una novela que será ficción y realidad todo en uno y mi vida de artista se fundirá en la ficción. Vamos a asesinar a Menem ¿Estás conmigo? Alzó la voz y la copa con dificultad para sugerir un brindis. En ese momento no supe discernir si hablaba en serio.
-Ya regreso, dijo y se incorporó dubitativo, dio unos pasos como si escalara un sitio imaginario y desapareció del comedor.
Me serví otra copa y encendí un cigarrillo. Pasó un tiempo prolongado, vacié la botella y Molissé no aparecía y no sabía si buscarlo por la casa o irme sin más.
Volvió envuelto en una salida de baño y en ojotas:-Discúlpame, tomé una ducha ¿querés un café o preferís más vino?
Elegí vino, él hizo café.
-¿Qué te parece, me acompañas? Podes ser parte de algo que es toda una oportunidad, además ¿qué vas a perder?
Siempre se pierde algo aún cuando se cree ganar, pensé y no lo dije.
Terminé la botella de vino mientras escuchaba la planificación del magnicidio como último capítulo de la novela todavía no escrita.
Molissé llamó un taxi para que me lleve a mi domicilio. Nos despedimos con un abrazo en la puerta. Los dos supimos en ese instante que no nos volveríamos a ver.
El atentado fue desbaratado. Molissé y la mujer flaca, que era su propia esposa, encarcelados. Sobre los demás no hubo información por lo que supuse no habían continuado en el complot.
La novela El Magnicidio fue un éxito editorial. 700 páginas de un engaño literario que fundió para siempre la ficción con la vida de su creador. ■
Un interesante paseo por los entretelones de la literatura verdadera -valga la paradoja- o de la imaginada por el autor. El texto me recordó cuánto extraño a Lotrisky! Lo espero con paciencia y tal vez pueda disfrutar de su compañía...
ResponderEliminarPerfecto el plan de homicidio con dolo, lástima que no prosperó.
ResponderEliminarMe gustaría concer a Molissé, hablariamos de politica .
saludos , Arturo.
amelia
Este relato de C.A.T. desborda imaginación, situaciones increíblemente verosímiles, anécdotas bordadas con el estilo de Trinelli, con elaboración aguda e imaginación chispeante por momentos. Felicitaciones. apreciado amigo.
ResponderEliminarTodos pagamos por escribir, el engaño. Es la espiral donde se mece todo el que llega al primer premio o el segundo o tercero...pero sufre el mismo suplicio que el que nunca recibió ninguno. La literatura que escribimos es el resultado de un deterioro, una cascada que merma su caudal y todos sabemos que existe una cierta locura intrínseca en la mente del autor.
ResponderEliminarFuera de la parte filosófica el texto es original con un desarrollo que irónico nos demuestra los entre-telones de las letras.
Un abrazo
Celmiro Koryto
El autor ficcionaliza una realidad que sucede en el mundo literario, donde la comercialización, el fraude, la red de engaño son conocidos, pero caemos en la época en que todavía éramos inocentes.
ResponderEliminarAl final el Magnicidio se vendió.Hubiera sido importante leerlo para ponerlo en práctica.
Otra vez el ingenio del autor logra decir verdades con ironía y además, entretiene.
Felicitaciones.