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martes, 15 de noviembre de 2011

WERNICKE, ENRIQUE


El sueño


Aquí me espera la cama. Calentita, limpia y con una mujer adentro. Así me gusta la cama desde que me brotaron los primeros pelos en la barba.
Tironeo de las botas. Me arranco la camiseta y las bombachas.
Ya estoy entre las sábanas.
Le doy un beso a mi mujer y soplo la vela. Me quedo con los ojos abiertos en al oscuridad.
Y ahora viene el sueño.
Una vieja viejísima, mucho más vieja que mi abuela, abre la puerta del cuarto y se acerca arrastrando las piernas. Se sienta a los pies de la cama, saca una madeja de lana y se pone a ovillar. Yo la miro en la oscuridad. ¿Hablarle? ¡Ni soñarlo, porque la vieja es sorda!
De pronto, en un descuido, la vieja agarra fuerte la bola de lana y me tapa un ojo.
¡Ya me burló! Pero todavía me queda el otro ojo.
La vieja vuelve a su trabajo como si no hubiese pasado nada. Yo la miro, pero me cuesta verla. Y apenas si me doy cuenta cuando levanta de nuevo el brazo y me tapa el otro ojo.
Ahora sí se acabó la historia. Me he dormido.
La vieja deja mi cuarto y arrastrando sus lanas se marcha en busca de otro ranchito. ■

La araña

Ella decía: “¡Bla, bla, bla!”. Se refería al modesto empleo de su marido, a la necesidad de que trajera más dinero al hogar, y criticaba su carácter pusilánime que le impedía reclamar un aumento de sueldo al gerente.

Y él respondía: “Pero, querida...”. Y explicaba las complicadas circunstancias que acorralaban su vida; el temperamento irascible del gerente, la situación financiera de la compañía y su natural y humilde timidez.

Apareció una arañita en el patio donde estaban sentados, al fin de la tarde. Y ella dijo:
- ¡Una araña! ¿Por qué no la matás? Bla, bla, bla... ¡Gómez! ¿Por qué no la matás?
Y él agarró un hacha que tenía en el patio y le partió la cabeza. Veinte minutos después se presentó en la comisaría.
- Buenas tardes- dijo.
- Buenas noches- contestó el oficial de guardia.
- Vengo a entregarme. He matado una araña-. Se pasó la mano por la frente y entregó el hacha asesina.
- ¿Una araña? ¿Cómo se llamaba?- preguntó el oficial, mecánicamente.
- Juana... Juana Gómez, para servir a usted.
- Pase al calabozo. Cuando llegue el Comisario se explicará in extenso.
Mansamente, siguió el largo corredor. Vaya a saber en qué pensaba. ■