
1
diré:
que a veces
estamos en la tierra
como un poema
leído a contramano,
como la madera que abre los ojos
y no reconoce
el ocre de la tarde.
sentimos el dolor
sobre los huesos de la mañana
y sabemos
que no puede el cisne
con su canto
desmantelar
los guijarros clavados
en el cuerpo.
ilegibles tajos
colgados de una rama seca.
2
y aquí estoy
donde el día
se deshace en sueños.
donde la madrugada
siembra luz en mis mejillas
y la vida que despierta
ahuyenta
a los que lloran.
aquí estoy
y no quiero tener
mi rostro de antes.
quiero dormir
con los puños abiertos
y gritar
en voz muy alta
el nombre no angelado
que lastima.
recién entonces
todas las cicatrices
se volverán
pisadas que desaparecen
en la noche.
3
y éramos
a contraviento
una comarca
de máscaras impuras,
estrujado silencio,
arista,
laberinto
donde escribía la lluvia
lo que el humo borraba.
labrábamos
batallas contra todos
y nadie
despejaba
las escamas combadas
del dolor.
fuimos
indócil pedestal
que se derrumba.
4
¿qué haremos
por la mañana
cuando aúlle el lobo
frente al hombre
que se va a morir?
5
abierta
como un lago.
feroz
como el relincho
de un caballo desbocado
esta herida,
este tajo profundo
que te nombra.
este amor.
6
yo fui
la que mandó aquel relámpago,
fui el dios, el mensajero,
la que rompió
el óxido
de todas las lágrimas
y perdonó pecados
para salvar
su sangre
del infierno.