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viernes, 1 de abril de 2011

ESTER MANN . NARRATIVA


 ESTER MANN 


Dos Cuentos Breves

La encrucijada                                        

Se dio cuenta que algo definitivo había ocurrido. Su vida cambiaría y
todo sería distinto. Por primera vez en sus treinta y cinco años de vida entendió que no solo la muerte era final e irreversible.
Esa sensación en la boca del estómago, esa especie de peso que se ubicaba allí y que hasta ahora solo había sentido antes de los exámenes, estaba y no quería irse.
¿Qué sucesión de acontecimientos lo había llevado a este punto? ¿En qué momento pudo haber dado un golpe de timón y dirigirse hacia otras tierras, hacia otro destino?
No tenía ánimos para detenerse en sus sentimientos, no tenía fuerzas para pensar en el futuro: lo impredecible había ocurrido.
Este era uno de los golpes del destino, una de las encrucijadas en que cualquier dirección que tome será equivocada, donde no hay atajos ni lugares de recreo. De aquí en más este camino gris será su vida.
Muchos años después recordará ese momento y se dirá que no pudo cambiar los hechos, que todo lo que ocurrió después ya estaba marcado y señalado a partir de ese instante.
Una y otra vez  se preguntará si podría haber actuado de otra manera, pero nunca encontrará la respuesta, o la solución a esa adivinanza que le planteó la vida y que tenía una sola contestación correcta. Una respuesta que no supo encontrar.

* * * * * 

La despedida                   

Ese día me levanté como siempre y salí al jardín. El invierno había dejado sus huellas: altos tréboles con sus flores amarillas cubrían de oro el césped. No los arranqué: me gustaba ese aspecto salvaje de mi pequeño jardincito.
 A pesar del frío me senté al sol para tomar el café de la mañana. La última...
 Luego me abrigué y salí a recorrer las calles de la pequeña ciudad. La gente era la misma, saludé a algunos vecinos. Los chicos jugaban en la plaza, sus abuelos los miraban sentados al sol.

De vuelta en casa, lavé los platos, quité el polvo a los muebles, hice la cama, barrí...Me había cansado, me costaba respirar. Me senté en el sillón y comencé a ordenar las fotos. Hacía años que dejaba de un día para otro esa tarea. Pero hoy, mientras las insertaba en las hojas de plástico, era como si las viera por primera vez.
Mis hijos: niños, adolescentes, adultos; los perros que tuvimos a lo largo de los años, las casas en las que vivimos. Y mis nietos; mis nietos cuando eran todavía niños y me decían “te quiero, abuela”.

Fue una buena vida. Hoy recordaba tan sólo el amor que me había rodeado, las alegrías de cada nacimiento, las charlas con mis hijos, el amor de mi compañero.
Si, llegó la hora: a las doce, cuando acostada en la camilla empiece a perder la conciencia sólo buenos recuerdos me acunarán y ya no tendrá importancia si no despierto.

Todo está en su lugar. Tambien yo lo estaré.

 Ester Mann