de primera mano
Un lujo tener el relato de primera mano. Empieza diciendo que
era un día como cualquier otro del invierno de mil novecientos setenta. Es como
empieza cualquier cuento mediocre. Pero se acuerda del pescador que encontró
boyando un cadáver y empiezan a mezclarse los datos porque el hombre había
bajado a la costa de Río Negro con la chatita* que cuando se enfriaba había que
empujarla, por eso la dejaba siempre en una cuesta, en bajada claro. Y lo
primero que vio fue la avioneta volando sobre su cabeza y saludándolo con un
balanceo de alas como era costumbre, después aparece el cadáver, cuando el
hombre tira una línea esperando sacar corvina y lo que consigue es un tremendo
susto. En el oleaje manso se ve desde la barranca un cuerpo. Claro que no se
ven detalles, sólo un cuerpo flotando fúnebre. El primer impulso es mirar otra
vez hacia arriba, hasta la avioneta puede parecer algo cercano en esa invasora
soledad patagónica, algo con que compartir semejante impresión. Pero la
avioneta se ha perdido hacia el sur, si no hubiera bruma o polvo o lo que sea
que opaca el horizonte atrayéndolo a unos pocos centenares de metros el aparato
podría verse.
En el sur la avioneta está dando un par de giros. El instructor
ha tomado el comando porque el alumno de vuelo, aferrado con las dos manos,
mira por el borde de la carlinga hacia la insólita imagen de la bahía, cortada
por el hierro de tres submarinos.
Héctor, el alumno de entonces sigue contando que dieron un par
de giros sobre las naves tratando de ver detalles del insólito suceso mientras Carlos,
el instructor, informaba por radio el descubrimiento. Luego se dirigieron al
aeroclub de San Antonio, pero no alcanzaron a llegar, cuenta Héctor, cuando
pasaron dos cazas Gloster Meteor a reacción, lo más moderno que tenía la
aviación de entonces haciendo varias pasadas sobre la bahía. Nuestro amigo y el
instructor prepararon el mate como corresponde y se dirigían a la costa cuando
fueron interceptados por un jeep willys con cuatro inconfundibles policías
navales. De allí a un lugar prestado por la comisaría local fue un viaje lleno
de preguntas que sólo rebotaron en el silencio de los militares.
Dos días tuvieron que soportar Carlos y Héctor la extraña
situación de encontrarse encerrados, sin contacto con sus familiares, en una
situación que para ellos no tenía sentido. La imposición era “¡De esto no se
habla!”, cosa que podrían haber entendido en la primera charla, pero fieles a
la tradición castrense y abusando del poder que les daba la dictadura del
general Onganía alias la Morsa ,
los policías navales habían hecho su trabajo de ablande.
Quién sabe hasta dónde hubiera llegado el pavor de Carlos y
Héctor, que a la sazón era un adolescente, y lo que es peor la angustia de sus
familias, si no hubiera mediado un acontecimiento imprevisto.
Al atardecer del segundo día entró intempestivamente un “suncho”*,
sigue narrando Héctor, que sin explicaciones les dio orden de salir de las
respectivas celdas y esperar en una oficina estrecha, húmeda y verde. Era la
primera vez que instructor y alumno estaban juntos desde que los arrearon en el
jeep y se abrazaron con la emoción y la intriga del caso.
Desde la vereda llegaba a través de dos ventanas enrejadas un
vocerío incomprensible, y en la media penumbra del ocaso vieron unos destellos
de luz.
Otra vez el cabito les ladró órdenes y los hizo salir del
recinto por un garage lateral, allí los hicieron subir a un vehículo carrozado
y solapadamente los llevaron de vuelta al aeroclub, donde los dejaron sin más
palabras que aquél grito: “¡Y no se les ocurra hablar!”
En ese momento los desorientados aviadores todavía ignoraban que
el pescador de corvinas, una vez que hizo arrancar la camioneta tatarabuela,
llegó al teléfono más cercano y llamó a varios diarios locales y nacionales. En
casi todos lo habían tratado como a un loco, menos en “La Razón ”, el entonces muy
popular vespertino. Mandar cronistas este diario de Buenos Aires y llenarse el
pueblo de periodistas ávidos fue cosa de pocas horas, y gracias a esto nuestros
amigos fueron liberados. Una consecuencia muy conveniente aunque no buscada.
Poco después, la
Marina daba a publicidad que se habían dado de baja dos
submarinos de la clase Balao, el ARA Santa Fe y el ARA Santiago del Estero. En
su lugar se compraron dos naves modernizadas… ¡en 1950!
Glosario:
Chatita: Primero fueron carros playos útiles para todo, y por extensión se llamaba
así en el campo a las antiguas camionetas
Suncho: Popularmente “suboficial”
Una de los tantos hechos que no aparecen en los diarios pero que conforman la verdadera historia de las naciones, contado con la amenidad y el lenguaje ¨"autóctono" a que nos tiene acostumbrados el amigo Penini.
ResponderEliminarRelato de primera mano de Pennini para leer con la piel erizada. Hasta el hielo ha llegado en la historia. ElsaJana.
ResponderEliminarUna captación del interior de la Argentina, con un lenguaje que, todavía a los de mi generación, no necesitamos glosario, con una historia digna de leerla y reflexionar.
ResponderEliminar" De esto no se habla".
Felicitaciones al autor.
MARITA RAGOZZA
La Patagonia como escenario de historias increíbles, historias que solo pueden acontecer en esa inmensidad donde la soledad es ama y señora, un lugar donde la Tierra es tal como era al menos en la ilusión de escritores y lectores. Carlos Arturo Trinelli
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