viernes, 14 de junio de 2013

Gerardo Pennini






de primera mano

Un lujo tener el relato de primera mano. Empieza diciendo que era un día como cualquier otro del invierno de mil novecientos setenta. Es como empieza cualquier cuento mediocre. Pero se acuerda del pescador que encontró boyando un cadáver y empiezan a mezclarse los datos porque el hombre había bajado a la costa de Río Negro con la chatita* que cuando se enfriaba había que empujarla, por eso la dejaba siempre en una cuesta, en bajada claro. Y lo primero que vio fue la avioneta volando sobre su cabeza y saludándolo con un balanceo de alas como era costumbre, después aparece el cadáver, cuando el hombre tira una línea esperando sacar corvina y lo que consigue es un tremendo susto. En el oleaje manso se ve desde la barranca un cuerpo. Claro que no se ven detalles, sólo un cuerpo flotando fúnebre. El primer impulso es mirar otra vez hacia arriba, hasta la avioneta puede parecer algo cercano en esa invasora soledad patagónica, algo con que compartir semejante impresión. Pero la avioneta se ha perdido hacia el sur, si no hubiera bruma o polvo o lo que sea que opaca el horizonte atrayéndolo a unos pocos centenares de metros el aparato podría verse.
En el sur la avioneta está dando un par de giros. El instructor ha tomado el comando porque el alumno de vuelo, aferrado con las dos manos, mira por el borde de la carlinga hacia la insólita imagen de la bahía, cortada por el hierro de tres submarinos.
Héctor, el alumno de entonces sigue contando que dieron un par de giros sobre las naves tratando de ver detalles del insólito suceso mientras Carlos, el instructor, informaba por radio el descubrimiento. Luego se dirigieron al aeroclub de San Antonio, pero no alcanzaron a llegar, cuenta Héctor, cuando pasaron dos cazas Gloster Meteor a reacción, lo más moderno que tenía la aviación de entonces haciendo varias pasadas sobre la bahía. Nuestro amigo y el instructor prepararon el mate como corresponde y se dirigían a la costa cuando fueron interceptados por un jeep willys con cuatro inconfundibles policías navales. De allí a un lugar prestado por la comisaría local fue un viaje lleno de preguntas que sólo rebotaron en el silencio de los militares.
Dos días tuvieron que soportar Carlos y Héctor la extraña situación de encontrarse encerrados, sin contacto con sus familiares, en una situación que para ellos no tenía sentido. La imposición era “¡De esto no se habla!”, cosa que podrían haber entendido en la primera charla, pero fieles a la tradición castrense y abusando del poder que les daba la dictadura del general Onganía alias la Morsa, los policías navales habían hecho su trabajo de ablande.
Quién sabe hasta dónde hubiera llegado el pavor de Carlos y Héctor, que a la sazón era un adolescente, y lo que es peor la angustia de sus familias, si no hubiera mediado un acontecimiento imprevisto.
Al atardecer del segundo día entró intempestivamente un “suncho”*, sigue narrando Héctor, que sin explicaciones les dio orden de salir de las respectivas celdas y esperar en una oficina estrecha, húmeda y verde. Era la primera vez que instructor y alumno estaban juntos desde que los arrearon en el jeep y se abrazaron con la emoción y la intriga del caso.
Desde la vereda llegaba a través de dos ventanas enrejadas un vocerío incomprensible, y en la media penumbra del ocaso vieron unos destellos de luz.
Otra vez el cabito les ladró órdenes y los hizo salir del recinto por un garage lateral, allí los hicieron subir a un vehículo carrozado y solapadamente los llevaron de vuelta al aeroclub, donde los dejaron sin más palabras que aquél grito: “¡Y no se les ocurra hablar!”
En ese momento los desorientados aviadores todavía ignoraban que el pescador de corvinas, una vez que hizo arrancar la camioneta tatarabuela, llegó al teléfono más cercano y llamó a varios diarios locales y nacionales. En casi todos lo habían tratado como a un loco, menos en “La Razón”, el entonces muy popular vespertino. Mandar cronistas este diario de Buenos Aires y llenarse el pueblo de periodistas ávidos fue cosa de pocas horas, y gracias a esto nuestros amigos fueron liberados. Una consecuencia muy conveniente aunque no buscada.
Poco después, la Marina daba a publicidad que se habían dado de baja dos submarinos de la clase Balao, el ARA Santa Fe y el ARA Santiago del Estero. En su lugar se compraron dos naves modernizadas… ¡en 1950!

Glosario:
Chatita: Primero fueron carros playos  útiles para todo, y por extensión se llamaba así en el campo a las antiguas camionetas
Suncho: Popularmente “suboficial”

4 comentarios:

  1. Una de los tantos hechos que no aparecen en los diarios pero que conforman la verdadera historia de las naciones, contado con la amenidad y el lenguaje ¨"autóctono" a que nos tiene acostumbrados el amigo Penini.

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  2. Relato de primera mano de Pennini para leer con la piel erizada. Hasta el hielo ha llegado en la historia. ElsaJana.

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  3. Una captación del interior de la Argentina, con un lenguaje que, todavía a los de mi generación, no necesitamos glosario, con una historia digna de leerla y reflexionar.
    " De esto no se habla".
    Felicitaciones al autor.
    MARITA RAGOZZA

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  4. La Patagonia como escenario de historias increíbles, historias que solo pueden acontecer en esa inmensidad donde la soledad es ama y señora, un lugar donde la Tierra es tal como era al menos en la ilusión de escritores y lectores. Carlos Arturo Trinelli

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