lunáticos
Puede que estuviéramos locos. También era cierto que consumíamos
sustancias y que nos sobraba el tiempo para la contemplación, sin embargo, nada
de todo esto pudo hacer que los tres hubiéramos visto, sentido y escuchado lo
mismo.
Existe un antes y un después de lo acontecido. En el antes Silvia se
acostaba con los dos, los tres éramos felices y el amor parecía como el tiempo,
tan ancho como largo. En el después, Silvia se fue con Ana y yo me quedé solo,
solo con el tiempo. En el medio sucedió lo de los selenitas.
Unos seres (no sé si llamarlos personas o seres selenios) encantadores
éstos selenitas. Era el mes de marzo, el otoño temprano pintaba de ocre las
hojas de las lengas que brillaban en las laderas de las montañas. A orillas del
Huechulaufquen, ñires y coihues desprendían sus pequeñas hojas convertidas a un
marrón pálido y que eran un apreciado combustible en los fogones nocturnos y en
la cocina del día. Un festival de colores mutaba ante nuestros ojos dirigidos
por el ascenso y descenso del sol. La noche en cambio era pura intuición. El
agua del lago brillaba sigilosa iluminada por la luna. Fuera del fuego con que
dilatábamos el irnos a dormir se cernían las sombras del bosque con el tono
monocorde de la oscuridad.
La aparición de los selenitas ocurrió de noche. Una noche calma,
acompasada por el sonido del agua del lago que acariciaba su llegada a la
orilla contra las piedras.
Se presentaron de la nada, una nada sin sigilo, natural como la propia
nada. Eran dos, una mujer y un hombre. Pidieron disculpas por la interrupción y
rogaron que no nos impresionáramos por el aspecto selénico. Silvia se rió, yo
me apuré en aclarar que el consumo de alucinógenos nos amparaba de cualquier
impresión. El hombre se presentó como Juan y ella como Eva, nombres terráqueos
adoptados ante la imposibilidad de que pudiéramos pronunciar los originales.
Sus voces sonaban como las de los dibujos animados relación que establecí por
el castellano neutro en que se expresaban y por que en sus manos solo había
cuatro dedos. Además, el tamaño de los cuerpos no excedía el de la primera
adolescencia humana. Según ellos se debía a la gravedad. Debido a ella era que
los viajes que organizaban de tierra de miel eran por lo general a la zona
ecuatorial donde el efecto era menor. Los rostros eran en extremo ovales
sensación que agudizaban los ojos dispuestos de manera vertical con el iris en
reposo en la parte inferior. Los cuerpos lucían inarticulados con una delgadez
luminosa como la de un tubo fosforescente. Eran habitantes de la cara oculta,
de la región de la cuenca del Mar Ingeni. Se sentaron admirados del fuego,
elemento que en la Luna
no podían apreciar.
Hablamos mucho al amparo de las llamas
que iluminaban nuestras figuras con un tono anaranjado. Ana les preguntó cómo
podía ser que no supiéramos de su existencia y Juan, el selenita, contó que
desde que los rusos habían logrado fotografiar la cara oculta se habían
replegado al interior de cráteres y edificado una civilización al resguardo de
curiosos y del bombardeo constante de meteoros. Agregó que en cada uno de esos
circos lunares vivían selenitas con sus propias leyes y costumbres. Eva agregó
que sus padres le habían contado el temor que tuvieron cuando los terráqueos
descendieron en la cara visible. Misiones selénicas- científicas habían
explorado el material abandonado y copiado la tecnología. Juan interrumpió para
agregar que él en persona había quitado una bandera y una placa conmemorativa
firmada por un presidente de EE.UU., un tal R. Nixon. Sucede, siguió Eva, que allí
decían mentiras tales como que representaban a la humanidad y que venían en paz. En paz porque no se encontraron con
nadie. Todos nos reímos.
No aceptaron convites, de una bolsa prendida a la cintura extrajeron unas
tortas oscuras, una amalgama de insectos lunares y polvo de meteoros que
contenían proteínas y minerales. Eva explicó que en la Luna este insecto único,
especie de hormiga negra terráquea, disponía de una séptima pata en medio de la
separación entre tórax y abdomen para poder afirmarse al suelo. La séptima pata
era removida antes de cocinar al insecto y guardada como combustible
afrodisíaco. Nos invitaron a degustar estas patas que sobre un paño blanco
lucían como pelos de nariz. Ávidos tomamos unos puñados y los mezclamos con
vodka. La pareja de selenitas las ingirieron solas. La Luna era testigo
enmarcada en una nebulosa como si descansara sobre algodones.
Eva aseguró con respecto a las patas que no eran mágicas. Entendí
entonces que este sildenafil lunático funcionaba solo con algún estímulo.
Ensayé manosear un seno de Ana quien se apartó como si se quemara. Eva me miró
y sonrió con displicencia. Se incorporó y vino hacia mí, desplazó a Ana de mi
lado y dijo en voz alta que los terráqueos habíamos transcurrido nuestra
historia invocando a la Luna en poesías, canciones, cuadros, que Luna y amor
iban de la mano para nosotros. Entonces, si estábamos de acuerdo, ellos harían
el amor con nosotros. Juan con las
chicas y Eva conmigo. Las chicas gritaron:¡bien!
Yo no dije nada pero aferré los cuatro dedos de la mano de Eva con los cinco
míos y le sugerí que fuéramos a buscar la intimidad de la carpa.
Difícil es describir lo que aconteció porque difícil es describir las sensaciones
y en eso se basa el amor lunar, en las sensaciones. Eva me pidió que me
aferrara a su mirada como modo de llegar hasta su alma selenita. Fue como
sentarme a ver transcurrir una película en donde éramos los primeros actores.
Un sueño que ocurría fuera de mi mente, caricias, besos, el calor del contacto
de nuestras pieles todo estaba a la vista pero lo sentía en mí. Un temblor, un
sismo interno de volcán estalló entre los dos y acabamos juntos en un viaje
estelar.
Juan aseguró que debían partir y justificó la decisión, si bien no alcanzamos el pleno perigeo estamos adelantados en nuestra
Apídes, parece que no pero los días de viaje son menos.
Los vimos brillar entre las sombras del bosque como retazos de Luna
perdidos, fue lo último que apreciamos de nuestros amigos selenitas.
El día siguiente fue igual a los que les sucedieron, no volvimos a
hablar del tema. Tendría dudas sobre lo acontecido si no fuera que conservo la
sensación del amor cada vez que pienso en Eva.
¿qué sustancias habrá consumido usted, amigo? Le pregunto porque me hubiera gustado tener más detalles de la experiencia lunática, ya que nunca se sabe qué puede ocurrir cualquier día de estos...
ResponderEliminarDe todas formas le aconsejo que la próxima vez esté más atento y nos cuente, ¿qué le parece?
Difícil comprender cuántos puntos perigénicos coincidentes haría faltar contactar en orbita, para selenizarse en ese momento alucinogenético de cráter volcánico en estallido estelar. Y me pregunto a cuántos grados de Apides habría que marketinizarse, para alcanzar el lado oculto de la oscuridad refractaria lunar. Lo que si puedo asegurarle, amigo Trinelli, es que su relato existente en base a un amor cuyo recuerdo ha puesto en andas, me ha selenizado y me craterizo el entendimiento. Estoy lunáticamente deslumbrada con su lumbrería cristálica. Soy un cachote de yeso en estatua, en su mejor variación de sulfato cálcico. ElsaJanánica.
ResponderEliminar¡Que buena experiencia relata usted! No tiene mucha importancia pero tengo la convivvión por proipia experiencia y razonamiento además, que existen estos seres (extraterrestres, no se si exactamente de la luna).
ResponderEliminarLa bella luna que no enceguece si se la mira a la cara. Muy buen relato. Como ve su relato es un disparador de vievcias para mi y otros, seguramente.
Graciela Urcullu
Contactos ¿ de qué tipo ? Un cuento donde lo fantástico parece real. Una buena combinación de elementos: un poco de " pulp", ficción donde reina el frenesí , alucinación y un final tierno.
ResponderEliminarExcelente. Felicitaciones, Carlos y saludos.
MARITA RAGOZZA
No se cual es el punto de contacto entre la ficción y la realidad...pero quiero ir allí ...como hago CAt??
ResponderEliminarBueno, bueno, las fantasías me matan y tengo que contarte, Carlos, que si hay sol y un festival de colores me anoto.
ResponderEliminarUn gusto leerte, abrazo
Betty