jueves, 23 de mayo de 2013

Carlos Arturo Trinelli



Vértigo

     Mis peleas con Palacios eran tema de conversación en todo el pueblo, es decir, en esa parte del pueblo en la que había anclado yo hacía más de 20 años. El Bajo, una barriada humilde donde convivían trabajadores, narcos, tratantes y chorritos de poca monta.
     Palacios era un nyc (nacido y criado)  su formación para el combate superaba a la mía y además desde adolescente que trabajaba de albañil por lo que su físico modelado a balde y ladrillo era tan compacto como el hormigón armado. Otra diferencia a su favor era el peso. A mis escasos 72 kilos el oponía más de cien. Mis ventajas eran una lengua filosa y una inteligencia para la pelea pero ninguna de las dos cosas servían luego que me acertaba la primera piña.
     Éramos amigos cuando estábamos sobrios y es que Palacios era una persona noble y servicial. Bebíamos juntos en el bar La Raba, un tugurio cuyos fondos daban a los médanos, lugar este elegido para nuestros lances que  podían comenzar luego de un cambio de opiniones sobre cualquier tema, mujeres, fútbol, política, trabajo o perjodere como decía el Tano del corralón de materiales.
     Haceme caso Palacios, callate porque te voy a hacer comer los mocos. No empeces Julito que vas a salir lastimado. Y quién me va a lastimar ¿vos gordo trolo?
     Así sabían comenzar las peleas que se dirimían en el fondo rodeados del público fantasmal de La Raba que no podían entender la constancia que tenía yo para recibir palizas. Palizas moderadas por la nobleza de Palacios que era capaz de fajarme con una mano atada.
     Mirá como quedaste, me decía al otro día los dos sobrios. Es que el que se acostumbra a perder no se cansa de pelear, ya te voy a ganar algún día, le respondía.
     El problema comenzó cuando Palacios apareció muerto en la playa. Esa noche no vino a La Raba, claro, estaba muerto y nadie lo sabía y tampoco nadie se atrevió a discutir conmigo por lo que percibí que a pesar de mis continuas derrotas había ganado un prestigio.
     Al primero que detuvo la policía fue a mí. Me dieron una biaba para que confiese el crimen y no lo hice, una, porque estaba más que entrenado para cobrar y otra, porque yo no lo había matado pero la policía no entiende de códigos y si un pobre es asesinado seguro es porque lo mató otro pobre. Estuve dos días en ablande hasta que me dejaron hablar por teléfono. Lo llamé al turco Elías.
     El turco Elías era el dueño de la casa de artículos del hogar Al Ver Verás de El Bajo la que además funcionaba como fachada para la usura. Mi relación con el turco era buena, cimentada en años de trabajar para él manejando la camioneta de la firma para retirar y entregar mercadería y por cierto respeto que profesaba por mi sentido común cada vez que era llamado a opinar sobre algún tema. El turco me puso un abogado, Danielito Alero, un tránsfuga que le manejaba sus asuntos judiciales al que yo conocía del negocio y con el que compartíamos la pasión por el fútbol. También el turco se ocupó de mandarme todos los días una vianda durante el tiempo que duró mi estadía en la comisaría.
     Cuando salí estaba imputado por homicidio, endeudado con el turco y triste por la muerte de Palacios. También me afligía que pensaran que yo lo había matado, un San Benito que llevaría colgado para siempre porque nadie investigaría nada. Además el abogado basaría la estrategia en que me declarara culpable de homicidio en riña con el atenuante de que tanto el occiso como yo estábamos borrachos y el antecedente de que Palacios se cansó de cagarme a palos para lo que sobraban testigos.
     El primer día libre pasé por lo del turco a poner la cara, agradecer y negociar cómo pagarle los honorarios de Alero. El Turco Elías era más vil que Pecos y solo dijo que no me preocupara que ya veríamos de que manera devolvería el dinero o acaso a tu amigo Elías le queda alguna deuda sin cobrar remató su monserga de buenas intenciones. Sabía a qué se refería y como actuaba con los incobrables por lo que obtuve poco consuelo.
     Con el correr de los días una idea fantasiosa comenzó a instalarse en mi cabeza, sencilla, práctica, estaba allí y tomaba forma de a poco, huir.
     Otra situación difícil fue reaparecer por La Raba. El recibimiento fue frío tanto como el que había en el invierno de afuera con el viento que venía del este, del mar que rugía oscuro y martillaba con arena las paredes del bar. Los habitues me saludaron a la distancia, nadie se me acercó a preguntarme nada,  bebí unos vinos en solitario y me fui sin saludar, era un culpable más de los tantos que pululaban en el pueblo salvo que muchos no lo sabían y otros no lo asumían en cambio yo, debido a la estrategia del abogado, lo era y no vivía en una película en donde el protagonista investiga por su cuenta y descubre al verdadero asesino.
     La noche siguiente regresé nada más que para incomodarlos. En una de las mesas cuatro borrachines discutían a los gritos sobre el clima, me di vuelta y me apoyé de espaldas en la barra, el primero que me miró fue Mauricio el empleado de la estación de servicio, le indiqué silencio con el dedo índice sobre los labios y la discusión murió al instante. Volví a darles la espalda con la satisfacción del ejercicio de poder.
     El problema en mi plan de huída era con qué dinero financiarla. Donde esconderme era sencillo, tenía un amigo en Uruguay, Claudio “el smugler”, quien seguro me haría entrar  por esos sitios que usaba en su trabajo. O en Argentina  refugiarme en la casa de otro amigo un rastafari que vivía en una comunidad hippie en una localidad cordobesa. Todo esto ordenaba en mi cabeza sentado en la playa desierta fumando frente a un viento que fumaba más rápido que yo. Una cheta pasó corriendo paralela a la costa en donde la arena es más firme y se llevó con ella mis ideas en su culo de glúteos trabajados. Las seguí por un instante, a las ideas, digo, hasta que mi vista se enfrentó con el sitio en donde hallaron muerto a Palacios. Me incorporé y caminé hacia allí, todo parecía estar como la eternidad había dispuesto. Me paré sobre unas rocas húmedas que refugiaban una bahía usada por los pescadores tanto para salir a mar abierto como para regresar. El culo cheto la había superado y viajaba por la playa como un punto del Universo que contradecía el apotegma de que quién no se ablanda cuando no padece.
     Regresé al cuarto que le alquilaba a Betty. Betty Page le decía yo y ella se reía sin saber por qué. Betty era una trabajadora sexual independiente que algún día había sido linda y se jactaba de haber hecho debutar a dos generaciones y que no pararía hasta una tercera. Era probable que lo lograra si consideramos que en El Bajo la gente comienza a tener hijos apenas alcanza la pubertad.
     Cuando transitaba el pasillo Betty abrió su puerta y me llamó, me acerqué y me invitó a pasar. En su guarida se sintió segura para decirme que ella no creía en lo que se decía y qué se decía, que había matado a Palacios porque le debía plata. Allí me enteré que Palacios era cliente  asiduo de sus visitas higiénicas y que un día antes de aparecer muerto en la playa le había contado que andaba en algo groso para salir de pobre.
     ¿El gordo en algo groso y yo no lo supe? Preguntó mi cara a la que Betty respondió con la hipótesis de que si era algo importante olía a Turco, a cobani o a Gutiérrez, este último era el dueño del supermercado de putas, drogas y escolazo. Le agradecí el dato seguro de que me serviría de poco. Tanto el Turco Elías como Gutiérrez eran socios de la policía por lo que, cualquier investigación que me ayudara tendría que ser por fuera de la policía. Betty agregó que la policía había revisado la pieza que ocupaba Palacios en la pensión La Corvina, utilizó la expresión le reventaron la zapie.
     Acostado boca arriba en la cama me invadió una congoja mezcla de pena e impotencia y acudí al recuerdo de mis padres.

                                                       Uno

-¿Por qué Julio Treni decide acudir al recuerdo de sus padres?
- El orden del recuerdo es el orden del corazón según Sartre. Decide acudir al recuerdo de sus padres por la culpa.
-¿Cuál es el motivo de dicha culpa?
-El motivo de dicha culpa reconoce varios factores: a.-haber transgredido el mandato familiar, estudiar, trabajar, casarse, formar una familia, reunirse los domingos, hablar de fútbol con los varones, no inmiscuirse en política, mimetizarse en la masa amorfa llamada clase media.-b.- haber estado ausente en los magnos acontecimientos familiares, nacimientos y muertes. c.- hacer sufrir a los afectos sin necesidad aparente. d.- ser inadaptado.
-¿Conocen los demás ese sentimiento de culpa?
-Los demás desconocen ese sentimiento como desconocen sus propias culpas.
-¿Con cuál recuerdo logra conciliar el sueño?
-Más que con un recuerdo logra conciliar el sueño con la imaginación de un recuerdo que no posee y que solo está formado con imágenes engañosas de suposiciones.
-¿Cuáles son esas imágenes?
-Son una manera de autocastigo. Consisten en un intento por haber estado en el sitio en el que ocurrían los hechos y ayudado por una transpolación de hechos fácticos observados en el devenir de una corta instancia de vida recrearlos en la mente. Verbigracia, los últimos instantes del padre viudo en el lecho en medio de la transición entre la vida y el sueño que no acabará jamás.
-¿Puede usted describir ese momento?
-No es de mi agrado pero puedo. Él cree que el padre lo corporizó frente al lecho y le habló, no en tono de reproche, vano sería ese tono considerando que sería su último hálito, lo que dijo, lo que cree que su padre le dijo fue algo referido a la libertad y a la esclavitud que la misma significa toda vez que para lograrla hubo de ejercitar flaquezas y aberraciones. Luego el hombre aseguró que no era nadie para intentar cambiarle el rumbo. Enseguida se corporizó su madre, esposa del futuro difunto quien para darle ánimo en el tránsito de un estado a otro argumentó que la muerte era poca cosa comparada con la vida. El padre dijo que así sería para los faltos de imaginación pero que no era su intención discutir con ella, para ello dispondrían de la eternidad. Ustedes viven…o algo parecido musitó Julio antes que las imágenes se desvanecieran en la bruma del sueño.
-¿Quién es usted?
-Soy el elegido para fracturar el relato. ¿Y usted?
……..
     Julio despertó y tardó en ubicarse, en interpretar que estaba despierto. La habitación le pareció extraña en su estrechez. El postigo que daba al pasillo dejaba filtrar una luz teñida de gris. Miró la hora, no se correspondía con la tacaña claridad. Desde la cama observó el cubículo en donde moraba, las paredes desnudas, una mesa, una silla, dos libros, un bolso, una campera, las pertenencias de una vida que excedía el tiempo de las promesas.
     Cuando salió se topó con su casera, Betty, quien regresaba de una noche de trabajo. Lucía pálida como un vampiro pero alegre por la satisfacción del regreso. La moral amplia de su clientela la había enfrentado a la circunstancia de acostarse en la misma noche con tres generaciones, el abuelo, el hijo y el nieto debutante Se enfrentó al aliento ácido de la mujer cuando ella le dijo que la despertara cuando regresara del trabajo que tenía algo que comentarle.
     Caminó las cuadras que lo separaban de Al ver verás con las manos en el bolsillo y el pecho ahuecado por el frío. Cada bocacalle que cruzaba el viento que venía del mar lo despeinaba de costado y aumentaba la sensación de desamparo. Una sensación de gusano que repta apurado para salvarse del pie inconciente que puede acabar con su efímera vida.
     Entró en el local y Eusebio, el vendedor, abandonó el escritorio y se le acercó entre los electrodomésticos parados como estatuas para saludarlo y decirle que lo esperaban arriba en la oficina de Elías. De paso hacia las escaleras saludó a Noemí, la cajera y administrativa que más que esperar una tarea parecía aguardar la jubilación en la soledad de su pecera.
     Frente a la puerta de la oficina golpeó y desde adentro la voz del Turco le indicó que entrara, con él estaba el subco un ex policía que el Turco contrataba cada tanto y que Julio desconocía para qué pero sospechaba que el hombre se dedicaba a cobrar cuentas caídas. Elías le sugirió que luego de hacer las entregas volviera a verlo que tenía que hablar con él. Julio pensó que de pronto todo el mundo tenía algo que decirle. Se despidió de los hombres y se fue al depósito.
     El resto del día no consiguió entretenerlo, una y otra vez volvían a su cabeza las circunstancias que lo tenían como protagonista nada menos que de un homicidio. El homicidio de un amigo. Reflexionó que estaba sufriendo, que sufrir es el único recuerdo imperecedero o acaso recordaba haber sido feliz, a pesar de haber armado una vida sin compromisos, lejos de todo y de todos. ¡Cuánto tiempo inútil! Entendió que la lógica en su familia era hacerlo sufrir porque lo querían, una lógica más absurda que la de las adicciones. ¿Podía escapar todavía? No había manera.
     Llegó al negocio con la noche recién comenzada, pálida y desnuda de sus atributos. Rindió el dinero y los comprobantes a Noemí y subió al encuentro de Elías.
     El día había dejado huellas en el semblante de su jefe. Una luz ambigua se colaba por la ventana y se encaramaba a su espalda. Elías encendió una lámpara que iluminó el rectángulo del escritorio y los salpicó a los dos. Después le indicó que firmara un escrito que Alero debía presentar en el juzgado y lo alentó que en breve todo se solucionaría porque habían coimeado al forense y a los peritos policiales para que la muerte fuera lo más accidental posible aseguró con el cinismo del que sabía hacer gala. Julio percibió como si  una paz amarga se montara sobre él. La sensación duró apenas el tiempo que tardó Elías en recordarle los gastos que había asumido en su defensa y el plan que iba a proponerle para que pudiera saldar dichos gastos. Enseguida se explayó en el tema y el ambiente de la oficina cobijó un nerviosismo furtivo. Propuso que Julio hiciera de correo transportando sustancias por la costa, se trataba de despachar un bolso en el micro y si en el trayecto hubiera una inspección desconocer la pertenencia para lo cual portaría con él una mochila con efectos personales y debería tragarse el comprobante de despacho. Si en viaje no surgían inconvenientes, en la terminal alguien lo contactaría para hacerse cargo del bolso, luego podía regresar. Las frecuencias serían semanales por lo que, si no se agregaban más gastos, en unos seis meses estarían a mano.
     Como Julio no respondió y tampoco preguntó, el Turco Elías se atrevió a torearlo con frases del estilo, es una boludez, no hay que ser cobarde, te ofrezco una salida, cómo vas a pagar sino. Entonces Julio se incorporó y solo dijo, dejame pensarlo.
     El turco también se paró y con la cara en penumbras exigió una respuesta para el día siguiente.

                                                      Dos

-¿Cómo anduvo la fractura?
-Supongo se refiere usted a la fractura del relato entonces también supongo que fue exitosa.
-¿En qué se basa la suposición?
-Le da un tono más presuntuoso el estar narrado en tercera persona y a su vez el protagonista, Julio Treni, descansa. Es decir, apoya el protagonismo en el omnisciente.
-¿No le parece una vanidad de su parte?
-No existe vanidad inteligente y yo lo soy.
-No se vislumbra en el relato una salida para la situación de Julio perdido en el laberinto de la trampa tendida por los poderosos.
-Es un comentario, no una pregunta.
-Tiene razón ¿Llegará Julio a la verdad?
-En la vida de Julio queda poco espacio tanto para la duda como para la verdad.

-¿Qué quiere usted decir con eso?
-Quiero decir que, si bien faltan todavía algunos detalles, al protagonista se le angosta el camino o para decirlo en palabras conocidas y ya que usted mencionó el término laberinto, de éstos se sale por arriba.
-¿Va a volver a fracturar el relato?
-Sí.
-¿Podríamos pensar que Julio es misógino?
-Sucede que es un cuento, o intenta serlo, por lo que no podemos ahondar demasiado en la vida del personaje. Para simplificar el relato partimos de la suposición de un individuo solitario. Esta característica no pretende ser original, la soledad es atávica al ser humano.
-Disiento del concepto ¿Qué podemos decir del gregarismo?
-El gregarismo es una conducta, la soledad es intrínseca.
-¿Puede ampliar?
-Sepa usted que no podemos asumir protagonismo, no voy a argumentar, solo digo para la reflexión, que nacemos solos y morimos solos. En el medio, en la vida, decidimos desde lo nimio a lo importante, solos.
-Entonces ¿la soledad se sufre?
-La conciencia de la soledad sabe producir deseos malignos y así se sufre.
-¿Falta mucho para el desenlace?
-Estimo que no teniendo en cuenta la limitación de un formato digital. Ahora bien, esta limitación dejará en el trayecto de la narración escenas inconclusas, preguntas sin responder tal como la vida misma hecha de incongruencias y partes oscuras que nadie repregunta.
-¿Quién es usted?
-El elegido para fracturar el relato ¿y usted?
-…..
     El cielo de la noche lucía apagado. Hacia el mar el horizonte se iluminaba intermitente con la luz acerada de los relámpagos. Pensé que en breve llovería solo por pensar en algo, estaba abrumado o confundido, no, confundido no, si me lo proponía no existía confusión. Recordé que debía visitar a Betty y traté de recomponerme.
     Cuando me abrió la puerta y me saludó noté que había estado bebiendo y enseguida confirmé que continuaba. Me ofreció un whisky. La observé excitada, pareció darse cuenta y dijo estoy con la milonga ¿querés? Dudé y ella me acomodó una raya. Decidí no esnifar y lo hizo por mí con un gesto grotesco. Me di cuenta que debía irme rápido si quería evitar la tentación de otro convite o de un convite de otra especie. El de otra especie no me desagradaba pero en mi estado de agobio me resultaba imposible. Le pregunté qué era lo importante que quería decirme. Se cruzó de piernas desnudando un muslo y apoyó la espalda en el sillón. Los ojos se le juntaron por sobre el vaso que vació de un sorbo. Comenzó a hablarme sobre lo que le había contado el cliente de la noche anterior a quien a su vez se lo había contado el primo enterado de una supuesta buena fuente. El gordo Palacios, asociado con un policía, había mejicaneado unos kilos de frula a Gutiérrez. El error consistió en que el gordo se lo contó a una de las chicas que trabajaba en el putero del timado. El resultado: el gordo asesinado por un perejil (yo) y el policía muerto en un enfrentamiento en las playas del Este. El asunto era que la merca no había aparecido y que alguien la tenía en algún sitio.
     Betty puso música y sirvió raciones generosas en los vasos. La voz de Gilda le acompasaba los movimientos. Le aseguré que debía irme. Me recomendó que bebiera tranquilo que había más tiempo que vida. Su filosofía popular era una de las cosas que me atraían de ella. Se excusó y desapareció un instante. Apuré la bebida al amparo de la melodiosa voz de la muerta. La vi regresar con un paquete envuelto en papel de diario y atado con una piola. Lo puso sobre la mesa y con una tijera cortó la soga. Comenzó a desenvolverlo como si pelara una cebolla. Al fin quedó a la vista un revólver. Era un 32 largo con cachas de nácar y seguro de empuñadura, clásica arma femenina de cañón corto y carga del tipo lechucero. La cosa se empioja cada vez más, dijo y agregó que por las dudas me lo daba, para que me sintiera acompañado y un poco más seguro, nunca  se sabe, terminó de decir. Metió una de sus manos en el bolsillo de la bata y un puñado de balas rodó sobre la mesa. Me incorporé, tomé el revólver y guardé las municiones. Era un gesto, alguien se preocupaba por mí, alguien me daba algo, dije, gracias y me fui, antes Betty depositó un beso húmedo sobre uno de mis pómulos.
     En la soledad de mi cuarto que era la soledad de mi vida percibí ese momento en que el espíritu se siente incómodo en el cuerpo. Era como sí la ira macerada bullera en mi interior, como si el sentimiento de miedo diera paso al fenómeno de la actividad que es el valor. Cargué el revólver y guardé el resto de las balas en el bolsillo de mi campera. Salí a la noche amenazante de destino. Busqué la playa para acortar camino. Me pareció caminar en un sueño. La llovizna humedecía mis pasos mezclada con el agua de mar que el viento extraía de la espuma que como zarpas se intuía en la oquedad de aquel sonido atávico. Llegué al barrio de los pinares, repeché la cuesta de los médanos. Entre los pinos la lluvia parecía no llegar al suelo. Al amparo de las sombras vacilantes de los árboles divisé la casa. La reja separaba la construcción con un amplio parque de por medio. Pulsé el timbre del portero eléctrico. Una voz de mujer respondió el llamado, me identifiqué y pedí por el dueño de casa. ¿Qué carajo querés? Preguntó el turco con una mezcla de fastidio y curiosidad. Respondí que deseaba darle forma a lo conversado, mañana, dijo él con criterio. Mentí que debía comentarle algo que no podía esperar y que de no ser así no me estaría mojando en la noche como un pelotudo. ¿Estás bebido? Volvió a preguntar intrigado por mi determinación, respondí que estaba perfecto. La reja se estremeció con el timbre pulsado desde adentro. Entré y a poco de andar la silueta de Elías doblada por el frío se recortó en la puerta de la casa.
     En tanto caminaba a su encuentro lo iba midiendo. Las manos estiraban, dentro de los bolsillos, un abrigo de entre casa y le daban  un aspecto envejecido. La luz del recibidor se derramaba sobre el rectángulo del porche. Después de ganar el rellano bajo techo acorté distancia, me paré como diestro bien afirmado con el pie izquierdo adelantado y saqué un directo de derecha con el brazo bien extendido y un leve giro de cintura para darle más potencia. Impacté en la nariz, trastabilló y no hubiera caído de no tener las manos en los bolsillos. Hizo bastante ruido al golpear la espalda contra una de las hojas de la puerta y quedó sentado en el piso. La nariz rebalsó de sangre y entre ahogado y confuso dijo, hijo de puta me rompiste la nariz. Me le fui encima y lo aferré por detrás de los cuellos de las ropas, lo arrastré adentro y de un tacazo cerré la puerta. La mujer se abalanzó a los gritos. La detuve con un codazo también en la nariz y cayó desmayada. El turco se revolvía como un pez colgado del anzuelo y lo solté, se arrastró hacia la mujer y mezclaron las sangres de las narices rotas. Tomé una silla y me senté a mirarlos. El turco sollozaba con espasmos. Lo consolé, se arregla con una cirugía. Me volvió a insultar. Aferré el revólver y se lo acerqué a la cabeza, qué, me vas a matar, creo que no, le respondí y enseguida le ordené que me diera el dinero que guardaba en la casa. Hizo un gesto con la cabeza y una burbuja de sangre se infló en uno de sus orificios nasales. Se paró con dificultad y me indicó que lo siguiera, de pasada arranqué el cable del teléfono. Noté que la mujer se movía, la tomé de un brazo y la arrastré con nosotros. Entramos en una habitación acondicionada como una sala de estudio o algo así, un sillón de tres cuerpos, un escritorio y estanterías con carpetas. Quiso abrir un cajón y se lo impedí, por las dudas lo abrí yo. Había allí varios fajos de pesos y algunos dólares sueltos. Los puse sobre la mesa. Sabía que ocultaba más de lo que me ofrecía y se lo exigí de buen modo. La cagaste Julito, no hay más y con eso no llegas a ningún lado donde no te pueda encontrar. Si bien siempre se deben poseer máximas que limiten la acción la ira me obnubiló, me le puse al lado con el revólver en la mano. Su actitud era de desafío. Me incliné como para mirar algo en el piso y le disparé un tiro en la rodilla. Esta vez cayó con las manos fuera de los bolsillos que enseguida aferraron el dolor de la pierna lacerada. Por ahora me podrás buscar con bastón ¿querés hacerlo en silla de ruedas? amenacé  con el arma colocada sobre la rodilla sana. Entre puteadas señaló el sillón. Lo aparté y allí estaba una caja fuerte. Lo obligué a que se arrastrara para abrirla. Ante mi se encandiló una fortuna de Rocas y Franklilines imposibles de mensurar. Vacié el contenido de un cesto y usé la bolsa para guardar el botín. Para mi sorpresa, cuando la caja quedó desnuda mostró en sus profundidades el prolijo acondicionamiento de bolsas rectangulares que no eran otra cosa que la frula expropiada a Palacios como me dijo Elías resignado pero que, siempre con su dosis de cinismo, supo agregar que, el que le roba a un ladrón…, por supuesto que no es lo mismo robar que matar y tampoco es igual acusar a otro del crimen pero esta conclusión la saqué después. En ese momento la idea que se me ocurrió fue pedirle su teléfono móvil. Me dijo donde estaba, le recomendé que no se fuera y me volvió a putear. Regresé con el celular y le sugerí con el arma amartillada que llamara a Gutiérrez. El hombre tardó dos intentos en atender, Turquito ¿todo viento? Me identifiqué y sin dejarlo reaccionar le conté la traición de su socio, le recomendé que viniera a buscar lo suyo y auxiliara a los heridos o dispusiera de ellos para aclarar los tantos. Até al turco con el cinto de tela de la bata de noche de la mujer y a ella le desgarré el camisón e hice lo propio con los jirones. Cuando le pedí las llaves de su auto el Turco se envalentonó y me dijo, andá a cagar, esto me dio pie para apoyarle el cañón del revólver en la rodilla sana y jalar la cola del disparador, tuvo suerte, la bala no salió pero él creyó que quise intimidarlo y con la voz quebrada me dijo donde estaban, salí y apagué la luz.
     Regresé a casa. Golpeé a la puerta de Betty, tardó en abrir, su cara estaba cubierta de sonrisa y se movía a los saltos como un conejo o una coneja tan excitada como estaba. Adentro, descargué el revólver y le sugerí que volviera a guardarlo. Introduje la mano en la bolsa y tomé al azar tres paquetes de dinero y le recomendé que los usara con discreción. Le dije que me iba, que había solucionado las cosas y cerré con el error de agregar que nunca me iba a olvidar de ella. Entonces me abrazó y me besó en la boca. Me sacudí como si me hubiera picado un bicho y me fui sin darme vuelta.

                                                  Tres

-¿Así termina la historia?
-Al menos esta parte sí. Es que las historias están siempre vigentes en tanto no se tropiecen con la muerte y me atrevo a creer que aún así no acaban lo que sucede es que pierden intensidad ante nuestro desconocimiento en ese terreno.
-¿Quedó conforme con lo narrado?
-No es importante mi conformidad
-¿Y la mía?
-Tampoco.
-¿Entonces qué sentido tiene la historia?
-Cada uno le encontrará o no el propio como sucede en la vida.
-¿Cree usted que alguien llegará hasta aquí?
-Puede que sí, puede que no. Escribir es azaroso.
-Entonces, más que un quebrador de relatos ¿quién es usted?
.Soy un hado literario, un duende de aquellos que enfrían los pies de las brujas. Una especie de marginal que algunos definen como escritor. Y usted ¿quién es?
-Uno que llegó al final.



5 comentarios:

  1. Debo decir Sr CAT que me encanta la frase de J P Sartre y que me saco el sombrero por este magnífico relato...aunque sigo extrañando a Lotrisky!!
    Saludos , salud y afecto!

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  2. Una historia entretenida desde lo ficcional, con un argumento nada simple, con bastante filosofía pragmática, con la inclusión de mujeres especiales como todos los cuentos de CAT.
    El número 3 me dió vuelta como un guante.
    Felicitaciones, Carlos y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  3. Aquí hay otra que llegó al final justo a tiempo para saludar al duende que además e ayudar a las brujas tiene siempre un cuento a mano para entretener a los mortales...

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  4. Me gustó mucho el "quebrador de relatos". No tiene fisuras, se disfruta hasta el final

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  5. un relato negro con final gris. La incursión de Trinelli en el clima negro de la vida cotidiana siempre tiene un final acorde con las paradojas y las lujurias que cometen los humanos en su diario devenir. Muy bueno y 'sabroso', como un bife de chorizo hecho a la medida del hambre de excelente literatura.
    andrés

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