Cuento: Estampillas de correo, del
escritor Jesús García Clavijo, Santiago de Cuba.
Cuando niño pasaba horas mirando las estampillas de
correo de los sobres, que un tío de mi mamá, dejaba en la casa de otra tía,
donde me crié toda mi infancia. Después coleccioné estampillas, uno siempre
colecciona algo en su vida, pero dejé de hacerlo al ingresar en los
estudios secundarios que exigían tiempo y las estampillas pasaron a un cajón
que se perdió, luego de acompañarme durante largos años.
Muchas cosas
terminan perdidas sin darnos cuenta, a pesar del tiempo y su importancia.
Una mañana fui
al correo a comprar estampillas para mi padre y recordaba aquellas de mi
infancia.
Hay recuerdos
difíciles de saltar.
Allí, esa
mañana, pensando en estampillas conocí a Maura, que estaba en las mismas
gestiones y sola como yo.
Maura se
convirtió en algo importante para mí, complaciente, puntual, con su cara
de virgen, sus dientes perfectos, su sonrisa constante y su cuerpo menudo como
su vida. Maura fue, desde ese instante y hasta muchos otros instantes durante
años, un deseo reciente y necesario.
Las mañanas con
Maura eran fiestas, terminábamos mirando por la ventana un árbol que intentaba
ser de limón y nunca supimos finalmente de qué era, porque solo nos interesaba
todo el amor que sentíamos, hablando de cosas importantes, como
identificar los insectos que subían irremediablemente por el tronco de la
planta, o el silencio de mirar el techo largo rato, siguiendo la luz y
sus horarios.
A veces,
saltaba de la cama, reía, actuaba como en un gran teatro, abría las
sombrillas, los abanicos, pintaba mariposas en las paredes, palomas en el aire,
dejaba besos en el espejo con las notas de “Amor eterno” y “Soy feliz”, que al
final borraba para que nadie lo supiera y nos envidiara la vida. Se ponía mis
camisas, el azul le quedaba mejor con su piel morena y su pelo revuelto y
oloroso a mar o yerbas sagradas, después entraba en calma, se sentaba en mis
rodillas y me decía: Hablemos de nosotros como si fuéramos a ser lo que
quisiéramos y no lo que podemos como siempre pasa.
Me miraba
entonces largamente, tratando de hacer cada momento, eterno y lo lograba.
Nuestro tiempo,
todo el tiempo, vivió en ese cuarto, ninguno quiso otra cosa más que
transcurrir en esas paredes donde decía mis textos, mirándola desnuda como si
escuchara con la piel, y ella miraba con los ojos de quien descubre algo
nuevo o tiene un sentimiento de ahora y después, o siente cosas como nunca
antes.
Es difícil
conocer los misterios de una mujer, cuando escucha más allá de los oídos.
Pasaron muchos
años de amor, porque cuando nos volvimos a ver, pareció que era ayer que nos
habíamos despedido la última vez, arrancándole una rama al limonero
de la ventana y un pedazo a la montaña que se podía sentir, cuando me
sorprendía con una caricia
indiscutiblemente de ella, y sus ojos y su voz eran únicos en la tierra.
Si uno se encuentra con el amor, el tiempo toma otras dimensiones. Fue entonces, cuando nos reencontramos, que me dijo lo importante que fui en su vida y era. No lo imaginaba.
Todas las
palabras tenían algo más, que las hacía superlativas en ese encuentro, donde su
pelo volvió a enredarse en mi memoria, como en mis oídos sus gemidos, y
sus ojos volvieron a convertirse en el limonero del patio o el árbol de la
ventana por donde tantas tardes nos alejamos del mundo, para hacer solo el
nuestro y sus manos volvieron a acariciar mi pecho como pidiendo más ternura en
sus orgasmos.
Imaginé como
sería la vida, si se abrieran todas las sombrillas de la tierra y el cielo se
llenara de mariposas con su risa.
Ahora, cuando
la tecnología nos aleja de las estampillas de correo, añoro aquellos años de mi
infancia, donde el tío de mi madre dejaba los sobres, y yo las
coleccionaba, o quizás me preparaba para coleccionar recuerdos.
Uno nunca sabe, y algunos se pegan en la vida y no se borran, ni van para un cajón olvidados por el tiempo.
Uno nunca sabe, y algunos se pegan en la vida y no se borran, ni van para un cajón olvidados por el tiempo.
Hay mujeres tremendas, que se quedan en nosotros, como estampillas de correos.
Maravillosa historia donde el amor da sentido a toda la vida, aún en lo pequeño,que abarca todo el mundo sin salir del cuarto donde se vive.Muy bueno el símbolo de las estampillas.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
Detalles mínimos que potencian un recuerdo que por si solo justifica una existencia, ameno y bien escrito un excelente relato, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarES UN BUEN POETA ,PERO RESPONDE A UNA DICTADURA Y LA DEFIENDE,QUE LASTIMA..........
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