Volvieron Personajes
Polvorientos
Al final no lo pude evitar más y me hicieron
la entrevista. Fue un placer ver a los chicos de la secundaria poniendo la
cámara, el trípode, preparando todo con una seriedad que enternecía. Se
encontraron con un resto arqueológico de la educación “de antes” y sobre eso
querían hacerme hablar. A mí, que me cuesta tanto. Pero delante de cámara y
micrófono es otra cosa.
Así, gracias a las preguntas, se fue
levantando la bruma de la memoria y empecé a rememorar las clases brillantes de
un maestro de la primaria cuyo nombre lamentablemente no recuerdo y que fue el
primero que me dio confianza para escribir, me hizo interesar en la historia,
me estimuló para seguir metiendo las narices en todo.
Después desfiló el doctor Baba, investigador
en el Hospital Durand, que no era docente sino Maestro, así con mayúscula. Eran
tiempos de la epidemia de mal de los rastrojos en la pampa húmeda, y nuestro
profesor conversando nos iba interesando en temas áridos y difíciles. Nos
provocaba la pregunta, nos desafiaba. Todo sentado con la silla cerca de los
bancos, apoyado en el respaldar y con un tono pausado, sin levantar la voz, con
amabilidad.
Se fue hilvanando un recuerdo detrás de otro,
muchos no tan felices como cuando recordé el primero de tantos golpes militares
que sobrevivimos porque fue el que apuntó directamente a destruir la educación
y la capacidad intelectual del país. Hablamos del golpe del ’66, encabezado por
Onganía “la morsa”, que como reacción tuvo la virtud que los que seríamos de la
generación del ’60 nos interesáramos en política desde adolescentes.
De pronto tomé conciencia que fue por esos
años que decidí que algún día sería periodista. Y reviví cuando un profesor de
historia, muy interesado por la forma en que escribía mis monografías, me pidió
otros textos para leer. Un tipo de edad y con un apellido ilustre.
Un día llegó al aula y me sorprendió con una
propuesta.
Me dio una tarjeta personal y me dijo que
fuera al diario La Nación
para que vieran mis trabajos. Los diarios tenían suplementos dominicales muy
variados, se competía por las firmas de los artículos y era un camino duro de
escalar, por lo que entrar directamente a La Prensa era todo un honor.
Llegué con mi carpeta de cartón debajo del
brazo, el mismo traje y corbata que usaba para ir a la escuela, y todas las
expectativas del mundo. Por suerte todavía no fumaba, o ese día me hubiera
bajado un paquete.
Entrar y recorrer aquellos corredores
vetustos e imponentes me produjeron una sensación que reviví mientras contaba esto
a los muchachos. Una sensación ambivalente. Por un lado admiración y
deslumbramiento entre paredes cubiertas de madera (después me enteré que se
llamaba “boiserie”), estuco con detalles dorados, lámparas de bronce de la
época de la iluminación a gas. Por otro lado un distanciamiento y una opresión
que no había sentido nunca. Pero iba camino del triunfo, y yo era un pibe de
barrio, caradura y audaz.
Golpeé la enorme puerta (doble puerta) donde
lucía el nombre de la persona que tenía que ver.
El señor que me atendió escuchó amablemente
mi presentación y el motivo por el que lo distraía de su importante ocupación,
recibió la carpeta de cartón y me preguntó de parte de quién iba.
Yo tenía la tarjeta en el bolsillo, pero
contesté
-
De nadie
-
Ah! Respondió el señor, estiró la mano y nos
saludamos amablemente.
Fue la última vez que pisé el diario de los
Mitre, con una tarjeta del profesor Mariano de Vedia y Mitre que nunca salió
del bolsillo.
Sospecho que los chicos que me estaban
entrevistando nunca me creyeron. ■
Primo!
ResponderEliminarEspero que siga.
Un abrazo
Eduardo
Desde el título pasando por la historia misma, este texto de Pennini es una retrospectiva de años duros y dictatoriales: un detalle para entender a fondo el periodo nefasto: Onganía fue a recibir la banda presidencial en una carroza ornamentada y aurigas rigurosamente vestidos de gala del siglo XVIII. Y en entrelíneas retozan las figuras patricias que ofendieron la dignidad del país (y la siguen humillando...).
ResponderEliminarandrés