En
búsqueda del lotriski perdido
I
Estaba prevenido que la tarea no sería sencilla. Así me lo hizo saber
Magdalena López Arias, mi jefa y directora de la revista literaria El Ancla
Oxidada. Lo hizo refrendando un dicho vulgar lo fácil lo hacen los boludos todos los días, frase que le
adjudicaba a De Gaulle. Debía realizarle una entrevista al escritor Enrique
Lotriski.
Magdalena o La Magda, como se
le dice en la redacción, había conocido a Lotriski en una fiesta de premiación
en una editorial independiente que había premiado al autor con un segundo
premio por su obra Oda al verso estúpido.
No sé y tampoco pregunté el repentino antojo por contactarlo pero creo
que La Magda consume la escritura de
Lotriski en algunas revistas virtuales. Lo cierto es que el hombre posee un
correo electrónico que abre una vez por semana desde un locutorio. En el primer
contacto le expliqué el interés de la revista en hacerle un reportaje. Él me
respondió que le enviara la entrevista al mismo correo que la contestaría con
gusto. Le respondí que deseaba conocerlo
y que más allá de las preguntas de rigor la idea era la de una charla abierta.
No me contestó. Insistí bajo la presión constante de Magdalena. Tampoco
respondió y entonces La Magda sugirió
que lo invitara a cenar dónde él dispusiera. La respuesta fue escueta, la
palabra bien, la dirección, el día y
la hora de la cita que me resultó extraña para una cena, las dieciocho.
La revista para ahorrar, ya que
había una cena de por medio, me impidió que llevara al fotógrafo y sugirió que
le sacara al menos una foto con el celular para ilustrar la nota.
La dirección era en el barrio de Almagro, Potosí y Medrano, una pensión
de caballeros.
Cuando llegué y vi el sitio reconocí el escenario de uno de sus cuentos,
El Ojo inquieto en donde un pensionista llamado Streseman, de oficio fotógrafo,
desaparecía y el protagonista del relato descubría que la muerte lo había
estado persiguiendo fuera de foco en
cada toma que el desgraciado hacía en sus paseos.
Desde que Magdalena me asignara la tarea del reportaje hasta la
concreción de la cita habían transcurrido tres meses y en ese lapso leí toda la
obra disponible de Lotriski en la red.
En el recibidor del establecimiento, sentado en un sillón, me aguardaba
Lotriski.
-¿Señor Bernardo Kesler?
-Sí ¿usted es Enrique Lotriski?
Nos estrechamos las diestras. El hombre guardaba la postura y no parecía
representar los más de sesenta años que tenía. Vestía como al descuido y
descuidados eran su pelo entrecano y escaso y la barba gris con lunares de un
rubio ceniciento.
-¿Dónde quiere ir a comer? Pregunté.
-Acá nomás, en la esquina hay un bar,
respondió.
-¿No es temprano para cenar? Me animé a
preguntarle.
-No si tiene en cuenta que todavía no
desayuné.
Comenzamos a caminar y como si nos conociéramos desde siempre me contó
que se había levantado tarde y se entretuvo en arreglar un ventilador que no
funcionaba.
Cuando llegamos al bar encendió un cigarrillo y aclaró:-Ahora estos
cabrones no dejan fumar adentro ¿quiere? Preguntó con el atado de cigarrillos
extendido hacía mi.
Negué con la cabeza y para llenar el
rato le conté la impresión que había tenido cuando llegué a la pensión y la
identifiqué con la de su cuento. Me miró con sorpresa con unos ojos claros que
tornaban al verde y que colgaban en el otro un escrute irónico, o mejor, como
si riera con la mirada y dijo:-Es usted un lector, increíble, ese cuento es de
la década de los años ochenta.
Arrojó la colilla hasta más allá de la mitad de la acera.
Entramos en el bar y nos sentamos a una mesa que daba sobre la avenida
Díaz Vélez.
-¿Vos que vas a comer? Preguntó iniciando el
tuteo.
-Prefiero un café.
El mozo se acercó indiferente y con la vista puesta en el tránsito de la
avenida.
-Tráeme un especial de jamón crudo en
pan francés ¿hay tomate?
-Ajá, respondió el mozo.
-Con tomate.
-¿Mayonesa?
-No, por el colesterol
El mozo rió y volvió a preguntar:-¿Para beber?
-Medio de tinto de la casa.
Después pareció notar mi presencia y
miró sin preguntarme, le dije:-Un café y pareció decepcionado.
Lotriski tenía una cicatriz que partía desde el entrecejo, bajaba por el
puente de la nariz y doblaba por el tabique hasta el comienzo del ojo derecho.
El rostro enjuto le marcaba los pómulos y en el
izquierdo era notoria otra cicatriz. En tanto lo observaba,
preguntó:-¿Qué clase de revista es…?
-El Ancla Oxidada, busqué en mi morral y
puse un ejemplar sobre la mesa,-mire.
-Tuteame.
-Mirá, es una revista cultural de
frecuencia bimestral como te había comentado por correo.
Lotriski la hojeó con interés, le aseguré que podía conservarla. La
apartó a tiempo para recibir el sanguche y el vino. Con igual desdén el mozo
apoyó mi pocillo de café.
Lotriski se apresuró en abrir el pan y enterró unas uñas enlutadas para
extraer la miga. Puse el grabador sobre la mesa y lo interrogué con la mirada,
él asintió con un gesto.
Tragó el primer bocado y preguntó:-¿Por qué me buscan a mí?
Le expliqué que la editora tenía una buena impresión de él y de su obra.
Que lo había conocido en circunstancia de una premiación. Él aseguró no
recordar aquél premio.
Termino de comer y llamó de nuevo al mozo para pedir un huevo duro y
otro medio de tinto. Yo no quise nada impaciente como estaba por comenzar la
entrevista pero el hombre transmitía paz en su mirada de zorro, Una paz ajena a
la muerte encerrada en los relojes.
El huevo lo comió en dos bocados, bebió un vaso de vino y se excusó para
salir a fumar en la vereda.
Alguien le preguntó por una calle y observé que era de aquellos que
acompañan la explicación con el cuerpo. Después entró y dijo:-Comencemos.
Terminamos y apagué el grabador. Llamó al mozo y pidió otro medio de
tinto y yo repetí un café. Salió a fumar, la gente circulaba encorvada por el
frío y la figura de Lotriski se agigantaba en las volutas del humo. Regresó a
los saltos. Llamé al mozo y pedí la cuenta. El hombre sacudió el índice como si
bendijera la mesa al tiempo que susurraba números. Pagué y le pedí un
comprobante. Recordé la foto y le pedí permiso a Lotriski para tomarla. Se
quedó inmóvil un instante y luego me pidió verla, sonrió con dientes desparejos
y nos despedimos con un apretón de manos. Días después le envié la entrevista a
su correo electrónico. No tuve ninguna respuesta.
II
El tema Lotriski bajó de la redacción al impulso de nuevos temas que
como siempre se cocinaban de apuro en el caos que significaba intentar la
originalidad.
Así las cosas, un día la Magda me llamó a su oficina. Cada vez que ello
sucedía era el preámbulo de alguna contrariedad.
Cuando entré se hallaba reunida con dos hombres. Sin presentármelos me
invitó a que arrimara una silla y quedé sentado en hilera con los desconocidos.
La Magda dijo entonces que yo había sido quien le hiciera la entrevista a
Lotriski. El hombre del extremo opuesto se asomó y extendió la diestra, yo hice
lo propio y repetí el saludo con el hombre que tenía a mi lado. No retuve los
nombres si los dijeron pero observé que uno era mayor que el otro y que los dos
vestían trajes marrones, zapatos al tono y camisas con corbatas que apenas
contrastaban de color beige.
-Los señores son de la policía
literaria, dijo la Magda y agregó,-ellos creen que Lotriski ha desaparecido…digamos
de manera voluntaria.
Muchas veces me había sucedido con mi jefa que no lograba acertar cuanto
de verosímil había en sus discursos pero en este caso los uniformados en la
gama del marrón asentían los dichos.
Uno de los hombres tomó la palabra:-En efecto, el supuesto Lotriski se
despidió de las revistas virtuales que publicaban sus obras con una enunciación
de sus intenciones publicada en forma de bando ¿A usted, le anticipó algo?
-A mi no me conocía y estuve con él unas
pocas horas pero ¿tan grave es?
Los hombres sonrieron y el que había hablado me dio una explicación de
los fundamentos que justificaban la búsqueda.
La policía literaria (usó las
siglas PL) era una organización que dependía de las grandes editoriales y que
se ocupaba de rastrear pequeños plagios que abarcaban desde lo literario hasta
las conductas literarias. Cuando un escritor imitaba a Salinger, Pynchon,
Bierce, Block o cualquier otro de la saga de los autos desaparecidos actuaban
ellos para descubrir el timo.
El hombre marrón que tenía a mi lado tomó la palabra:-¿Se enteró usted
del caso del rematador de cuentos?
-No, respondí sin entender del todo la
pregunta.
-Acá, el señor Sepúlveda fue quien lo
descubrió.
-Gracias Solano pero no viene al caso.
- Aún así lo fuera, terció Magdalena,-
me interesaría saber, concluyó con la mirada incisiva en el marrón Sepúlveda.
El hombre se acomodó en la silla como para tomar envión para
incorporarse y contó que había descubierto una organización que se dedicaba a
publicar libros apócrifos “Los cuentos que Cortázar decidió cerrar” “Lo que
Borges decidió agregar” “Lo que De Benedetto decidió mostrar” “El día que Saer
mató a Tomatis” y una antología en donde Mansfield convertía a Wakefield en el
crimen perfecto a manos de una esposa que había sufrido su ausencia de veinte
años.
El delito consistía en reproducir cuentos de final abierto con un agregado
que redondeaba o cerraba el relato. Todo hecho por un profesional de las letras
y seguro frustrado escritor, una especie de ghost-writer,
que con esmero había logrado copiar el estilo del autor para en unas pocas
líneas cambiar la intención del escrito.
La idea me causó hilaridad y dije:-Un escritor bromista.
El hombre me ignoró y explicó la discreta vigilancia establecida sobre
los puntos de venta y como desmembró la organización. Sin embargo, no había
podido hallar al imitador de estilos.
Terminada la narración me pidieron la cinta con la entrevista completa a
Lotriski.
Miré a la Magda y ella asintió con la
cabeza. Se incorporaron y uno dijo que enviarían a buscar la grabación con un
heraldo.
Cuando se fueron la Magda me contó que ella había oído hablar de la
policía literaria pero nunca creyó que fuera cierta su existencia.
Lo primero que hice apenas se fueron los PL fue entrar en Internet para
leer el aviso de Lotriski sobre sus intenciones.
En memoria del doctor Pasavento,
Escribir es una manera de ausentarse, una voluntad de trascender, de
aventurarse en mundos vedados y difuminarse en el texto. Antes de convertirme
en una ruina (un desaparecido a medias) elijo la ponzoña de la libertad. En
ella encontraré la posibilidad de ser otro. Hasta aquí fui capaz de vivir sin
que casi nadie se de cuenta. Si no comprenden, no se preocupen, la literatura
le dará un sentido.
Plagiar, parafrasear, descubrir cosas allí donde los demás no ven nada
solo es posible en soledad. En la soledad es donde brilla la imaginación que
genera hechos. Romperé con la lógica de las desapariciones mediáticas, aquellas
donde primero hay que existir, ser visto. ¿Quién vio a Lotriski? Peor ¿quién
leyó a Lotriski? Y sin embargo, como sostuvo Flaubert, todas las moscas son
distintas. Todos los plagios también.
Cerré la máquina, puse la cinta con el reportaje en un sobre y después
se lo di a Magdalena.
III
Pasaron unas semanas y el invierno avanzó, mi jefa me encargó un trabajo
que consistía en elaborar una guía para la lectura del Ulises de Joyce.
-Algo que no exceda las cuatro carillas,
dijo.
Preocupado por el abordaje de tamaña lectura y con el antecedente de no
haber podido terminar el libro años atrás, olvidé por completo el tema
Lotriski, es decir, olvidé por completo que tenía una vida y que en su devenir
algunas cosas regresan fatalmente como lo hacían Paddy Dignam, Parnell o Joe Hynes y su crónica del funeral y
por supuesto el señor Bloom y Stheven Dedalus. Sin embargo, los que regresaron
antes fueron los hombres de marrón.
Buscaba encasillar el monólogo de Molly Bloom cuando un ruido en la
puerta me sobresaltó, alguien intentaba abrirla, me acerqué despacio y espié,
no sin aprensión, por la mirilla. Un hombre con un pasamontañas marrón
dijo:-Abra la puerta o la tiramos abajo, lo dijo como quien dice un secreto en
voz alta.
-Váyanse o llamo a la policía, repliqué
con inocencia desde adentro.
-Somos la policía, señor Kesler.
Todavía pedí que se identificaran y el disfrazado alegó que eran de la
policía literaria y que debía acompañarlos. Busqué el celular y le envié un
texto a Magdalena, luego abrí la puerta. Los hombres no estaban armados, eran tres
y se quedaron en el palier.
Salimos y abajo había un auto marrón con las siglas PL en las puertas
delanteras. Lo único que dijeron en el viaje fue que el señor Sepúlveda quería
hacerme unas preguntas.
El auto tomó la autopista 25 de mayo y
en un rato estuvimos en Barracas, entró en la cochera de un edificio y me
llevaron en un ascensor hasta el tercer piso, allí se quitaron los pasamontañas
y golpearon a una puerta, desde adentro nos ordenaron pasar.
-Por favor, disculpe usted señor Kesler
el inconveniente pero me urgía verlo para hacerle unas preguntas y si lo
llamaba por teléfono no iba a venir, dijo Sepúlveda con la mano extendida.
-Espero las preguntas ameriten este
bochorno, respondí y señalé a mis captores.
-Quiero compartir con usted unas conclusiones
a las que hemos arribado con Salcedo después de estudiar la cinta de la
entrevista a Lotriski.
Mi teléfono celular lo interrumpió con la música de Ji Ji Ji, me excusé
y atendí a la Magda, qué pasó/ nada,
estoy aquí con el señor Sepúlveda que quiere hacerme unas preguntas/ bueno,
dale saludos, no pierdas tiempo que quiero el trabajo para el miércoles/ me
dijiste para el viernes. Cortó
Sepúlveda abrió una carpeta, tomó la revista que contenía el reportaje a
Lotriski y dijo:-Usted escribió en el retrato del supuesto Lotriski, se colocó
unas gafas y leyó:-Enrique Lotriski es
una persona…bla, bla, bla. Esconde
más de lo que sabe con una humildad auténtica en la pretensión de conversar con
un igual. Asegura que se cita a si mismo pero para el interlocutor iniciado
trasciende un océano de lecturas que, asegura haberle “quemado” la cabeza.
Maneja con soltura los códigos del vulgo, bla, bla, bla…Una historia difícil lo
precede, bla, bla, bla…Practicó
distintos oficios, bla, bla, bla…sabe
que hay cosas que no se arreglan con palabras “doctas” y de ahí las marcas en
su cara ya que, según él “la dignidad no siempre se enmarca con palabras”.
Cerró la revista y tomó unas hojas impresas en las que constaba la
grabación de la entrevista completa. Desde mi lugar observé varios subrayados
con resaltador.
-Aquí dice usted que las respuestas del
supuesto Lotriski están en consonancia con el caos de la vida de un artista que
se siente fuera del ser artístico ¿Qué le hizo pensar eso?
-La postura un tanto nihilista del
hombre con respecto al mundo literario o mejor, a su periferia.
Sepúlveda anotó mi respuesta al margen de la hoja y después leyó:-Bernardo Kesler: ¿Es usted Enrique Lotriski
o es un heterónimo de Carlos Arturo Trinelli?
Enrique Lotriski: O al revés
B.K.: ¿Por qué usa ese seudónimo (C.A.T.) cuando se autorreferencia?
E.L.: Porque es más sencilla la autorreferencia cuando no está firmada.
-Bien, dígame por qué estas dos preguntas las excluyó de la
parte impresa.
-Por cuestiones de espacio, no me
parecieron relevantes.
-Mire Kesler seamos honestos, este
hombre no es quien dice ser y tal vez no sea ninguno de los dos y tal vez sea
nuestro famoso rematador de cuentos y tal vez usted lo sepa pero le aseguro que
lo voy a descubrir y si descubro también que usted es cómplice me aseguraré que
lo procesen también. Hizo una pausa, cerró la carpeta y se quitó los lentes,
manejó el silencio como para intimidarme y después agregó- Puede irse, mis
muchachos lo llevarán hasta su casa y sepa que lo estaré observando. Son duros,
yo los voy a domar.
Los hombres se encasquetaron los pasamontañas y nos fuimos. Me atreví a
preguntarles el por qué se enmascaraban si ya les había visto la cara y uno de
ellos me respondió que era una cuestión del manual de operaciones. Arribamos
a mi domicilio y me bajé del auto. En el
rellano de la puerta del edificio un indigente dormía en el suelo, los PL
esperaron a que entrara como si yo fuera una novia y apenas lo hice
desaparecieron. Cuando entré en el ascensor supe que no iba a poder
concentrarme en el trabajo y que lo mejor sería acostarme y descansar pero
antes de entrar ya escuché el timbre del portero eléctrico. Tomé el auricular
pensando que serían los enmascarados y de mal modo pregunté:-¿Quién es?
-Soy yo, Lotriski.
Dudé, estaba confundido y enseguida pensé en una trampa de Sepúlveda
pero la voz agregó:-También soy el bulto que esquivaste para entrar.
-Ya bajo.
IV
Bajé sin encender la luz y allí estaba el fugitivo literario buscado por
nada, al menos eso creía yo, le abrí y nos dimos un apretón de manos.
En el departamento lo primero que hizo fue interesarse por el desorden
de papeles sobre la mesa y por un rato olvidamos el equívoco que nos reunía. Le
expliqué cuál era la tarea que la revista me había asignado y mi poca confianza
para llevarla adelante ya que no podía leer el Ulises en un par de días y si lo
hacía tampoco podría pergeñar una idea que ayudara a otros en la lectura.
Entonces me contó que él había llegado a tener una noción sobre esta novela que
ya no recordaba y que para ello había seguido la idea de Borges y dijo, sin
intención de ser literal:- Nadie puede tener la exactitud del infinito y la
novela es eso, el infinito, y aclarando
que parafraseaba a Jorge Luis agregó:-Es como cuando se visita una ciudad que
no es la nuestra, podemos decir que la conocimos así no hubiéramos andado por
sus suburbios u omitido algunas calles.
-¿Me sugerís que saltee algunos tramos?
Lo interrumpí.
Se encogió de hombros y agregó:- La originalidad de Joyce consiste en
que un día en la vida del señor Bloom cabe en 700 u 800 páginas pero qué
diferencia existe con Hobsbawm y sus tomos de historia de la humanidad, los dos
ponen una historia a disposición del lector, en un caso, una historia de un día
que demandará más de un día de lectura y en el otro, siglos de historia que
durarán meses de lectura ¿no es demasiado loco? No existe relación en la magia
de los libros.
Lotriski tenía razón, de todas formas el problema seguía siendo mío.
Estuvimos un instante en silencio. El silencio resulta incómodo y a pesar de
ser un anfitrión forzado me vi en la obligación de ofrecerle un café o un té.
-Si hubiera, preferiría algo más
espirituoso, sino un té estará bien.
-Creo que tengo una botella de vodka.
Fui a la cocina y regresé con la botella y un vaso.
-¿vos no bebes?
-Rara vez lo hago.
Le serví hasta donde su dedo, posado en el vaso, me indicaba. Bebió un
largo trago y dijo:-Te debo una explicación por las molestias que te han
ocasionado.
Apoyó el vaso y el dedo indicó un nivel más alto de llenado. Decidí que
el engorroso señor Bloom podía esperar y también me busqué un vaso.
-Los engañé dos veces estimado Bernardo,
una, fui el rematador de cuentos. Un poco por necesidad y otro poco por el
placer iconoclasta. Hace tiempo que una idea me ronda y es la de la
superficialidad de la palabra, en especial la escrita. Disiento del concepto
que cualquier acontecimiento banal pueda ser tema de una poesía.
Una de las grandes editoriales me contactó,
querían editarme. Las condiciones eran que presentara mis escritos en un
certamen que organizaban. Me darían el segundo premio y la difusión, a cambio
yo debería participar en distintos foros y programas de televisión durante un
período de un año con una asignación mensual de empleado sin nómina. Bien, aquí
viene el segundo engaño, pedí un adelanto, firmé y desaparecí de ahí que los
para editoriales, mal llamados PL, estén detrás de mí.
Lo interrumpí:- Y ahora qué vas a hacer.
-No te lo voy a decir pero puede que
entre en el convento de los Cartujos o que me exilie con mi amigo el pintor de las luces.
-Dónde será eso, dije como para
tentarlo.
-Es un sitio en donde existe un nivel
más elevado de existencia con un amor visible por lo que te rodea que te lleva
o te impone la ausencia de pensamiento.
-Una especie de animismo, dije al darme
cuenta que no me diría el lugar.
Se encogió de hombros.
La luz artificial comenzó a incomodarnos en la medida en que la palidez
del día se colaba por la ventana. La botella amaneció vacía. Me sentí un poco
borracho y obligado a guardar silencio. Él parecía estar perfecto cuando
dijo:-Me voy, te deseo las mejores cosas, creo que en unos días todo habrá
pasado, no soy importante.
Me incorporé y la habitación pareció que resbalaba bajo mis pies, nos
tentamos de risa y ayudado por él bajé para abrir la puerta. Nos despedimos con
un abrazo al que me aferré como un boxeador exhausto. Tuvo tiempo todavía para
recomendarme unos saludos para la Magda más o menos dijo, decile a Magdalena que la recuerdo y que no pude formar mi personalidad
en sintonía con lo real, ella va a entender.
Se fue.
FINAL
Presenté mi trabajo a tiempo. La Magda me llamó y dijo:- Anduviste bien
con el Ulises. Prepara para la semana próxima algo igual con Gran Sertón:
Veredas de Guimaraes Rosa, quiero una opinión sobre homosexualidad reprimida
entre Riobaldo y Reynaldo y el giro del final ¿excusa a Tartarana e implica a
Diadorim?
Debía decir algo más no sea una pequeña revancha:- Ah, te mentí, cuando
entrevisté a Lotriski.
Me miró con los ojos por arriba de los lentes y agregué:-Se acordaba de
vos, lo parafraseé y entonces ella dejó ver los dientes mordiendo el labio
inferior, sacudió la cabeza y dijo:-Cuando termines con Guimaraes comenzá con
Proust y En búsqueda del tiempo perdido.
■
¡Policía Literaria!
ResponderEliminarCuriosa historia. Pude llegar, con interés, hasta el final. Parece, o es, un policial, y habla poco creo, de la escritura. Más bien de los escribidores. Es buena, me gustó leerla algo perpleja.
Graciela Ur.
Jasper Fforde, un escritor inglés contemporáneo publicó hace unos años un libro en el que describe una policía literaria, en el marco de una sociedad inglesa dictatorial, en una realidad alternativa. Si está traducido al español lo recomiendo. Toda esta introducción es para decir que me sorprende la imaginación de Trinelli y me alegran sus amplios conocimientos en el campo de la literatura. Aunque la sociedad no le presta tanta atención como a los fraudes económicos, que los hay en la literatura es indudable. Bueno, Carlos Arturo, Lotriski inició una nueva carrera, en buena hora !!
ResponderEliminarSIEMPRE ME SORPRENDE TRINELLI . UN CUENTO PARA RECREARSE Y PENSAR. GRACIAS Y ABRAZO.
ResponderEliminarEl autor manifiesta en sus ficciones ( quizás, no del todo , ficciones) que la literatura es como el juego de las cajas chinas, siempre se encuentran sorpresas, como plagio, estafas económicas, egos, vanidades. . .
ResponderEliminarA mi también me asombró las referencia el conocimiento amplio que tiene de literatura universal.
Excelente.
Felicitaciones, Carlos y saludos.
MARITA RAGOZZA
Don Trinelli, es usted un maestro de la literatura. Sus conocimientos abruman... Sus textos son admirables, puedo viajar en ellos, montado en una nave de fantasía...
ResponderEliminarRoberto
Me encanta esa forma de narrar. Devoro sin pausa cada cuento de Trinelli. Al principio, hace ya un tiempo, creía que se especializaba ,y muy bien, en ciertos personajes grotescos de la periferia porteña o del gran Buenos Aires . Mostraba las reacciones en forma tan verosímil que hasta me surgían fantasías de fragmentos de autobiografía. De entonces ahora, aparecieron personajes de toda laya y descubrí a un gran escritor. Hoy parece que descubrimos que tiene mucho conocimiento de literatura pero creo que si no la tuviera, igualmente la hubiera sacado el jugo a la vida que siempre está antes que la literatura. Muy bueno
ResponderEliminarCristina Pailos
Tanto Lotriski como el rematador de cuentos juegan con la ficción pero mucho más allá de ello juegan con la psicología humana del que escribe como un derecho a escribir y desaparecer en la ficción que crea. Es sorprendente el trabajo literario de CAT, resultado de esaa sorpresa es lo que hace interesante leerlo.
ResponderEliminarBuenísimo.