En el que
Ale redescubre el amor…*
Lloro porque todo es una
lástima
(Laura
Avellaneda en La Tregua )
Mario
Benedetti
Enero. Buenos Aires parece
un féretro calcinado. Fuera de los vendedores de baratijas, de los turistas que
vienen a comprar gabanes o ropa de cuero, a lastrar como locos la carne for
export, a ver bailar tango (acrobacia, ballet... dónde estás, che
Cachafaz, que veo a estos pendejos y esas minitas que balletean por los aires y me cacha la
aversión enjeringada en el bobo), fuera de eso, repito, no hay un corno.
Todos rajan a la costa. No hay presi ni ministros. También los chorros se van
de vacaciones a fanar por Mar del Plata, Villa Gesell, Miramar, las sierras,
Bariloche. Pará la mano, Aspis, ¿y vos a qué te dedicás...? me pregunté
mirándome en el espejo. Antes de impugnarme comenzó a sonar el aparatito
atrabiliario y escandaloso: lo contemplé con ojeriza pero levanté el tubo y
vociferé... ¡¡¡holaaa!!!
—¿Señor Aspis? —la voz
angelical me era conocida y extraña al mismo tiempo.
—Sí, ¿quién es?!
—¿Usted siempre es tan
amable, tan cortés? ¿Incluidas las damas?
—Mire, muchacha, yo odio
los teléfonos, las conversaciones telefónicas, los enigmas y adivinanzas,
¿quién es usted...?
—¿Por qué es tan odioso,
Aspis? ¿le hicimos algo las mujeres?
—Una... una sola mujer, mi
ex, que se fue a vivir con un imbécil. Tiene razón, señorita sin nombre,
discúlpeme.
—Me llamo Mabel, soy la
secretaria del doctor Aquitapache: usted me dejó una tarjeta y me tiró un beso
con los dedos... Me causó mucha gracia.
Respiré hondo. Sí, me
acordaba. Me acordaba de la sonrisa de vampiresa de película de Hong Kong, la China.
—Me ha dado una sorpresa,
supuse que me detestaba, China.
Le expliqué las razones del
apodo. Hablamos un rato y el teléfono ya no me parecía tan aborrecible. La China , Mabel, estaba
de vacaciones por la feria de Tribunales.
Desde que Palmira, mi ex,
se fue con el profesor de educación física (bisexual hermafrodita), las mujeres
fueron para mí esfinges de carne y hueso. La conducta de mi ex me partió en
cuatro. Un solo motivo: se las tomó sin aviso previo. Luego me acostumbré a
vivir como en una isla desierta.
La soledad ─filosofaba─ tiene sus ventajas, excepto cuando estás en cana, incomunicado:
la cabeza no te da reposo, no sabés... Las paredes de la celda miserable
parecen aplastarte, sacarte la lengua, sonreírte con sarcasmo, y terminás
leyendo una y cien veces lo que tus antecesores grabaron sobre las paredes
grises de mugre. El tiempo no pasa, recordás qué feliz eras afuera, y luego,
cuando te trasladaban a Tribunales, veías,
a través de las pequeñas rejillas del celular, a los humanos caminando
por las calles, serios, riendo, en parejas o solitarios. Pero libres. Y a vos
se te hacía un nudo de acero en la garganta. Allí comprendés que perdiste, cagaste
la bandera, sos nadie, una basura presa al que todos los botones pueden
humillar, escupir, putear, considerarte un trapo de piso y reírse de vos.
Estaba pensando en esta
breve historia retrospectiva cuando Mabel llegó. No me animé a darle un beso en
la mejilla, esa particular avivada de las (y los) porteños. Le di la mano, y
yo, el brusco y tirrioso Ale Aspis, me sentí desarmado ante esa mina bonita
que, por algún conjuro esotérico, se acordó de este tipo arisco, áspero y algo
ido.
La invité a sentarse, le
corrí la silla y la miré. Me sentí como un hidalgo del siglo XVIII. Entre
tanto, descubrí el ensamble entre mis frases sobre las películas de Hong Kong y
Mabel: tenía ojos rasgados, orientales, casi negros, profundos. Y pensé: cuánto
hace que no me preocupaba por una mujer como pareja, como parte de mi vida,
como interlocutora, como imagen que me reintegrara a la condición humana, que
me quitase, o suavizara, la inflexibilidad de mi conducta habitual. —Debo
confesarle, Chin... Mabel, que usted me ha descompaginado.
—Por qué, Aspis, ¿qué he
hecho para descompaginarlo?
—Mi nombre es Alejandro,
pero como no soy el Magno llámeme Ale, es más sencillo. Le voy a
explicar: yo hace años que vivo en solitario, desde que mi ex eligió la
libertad, como Kravchenko, un ruso que escribió hace años, en época de Stalin,
un libro antiaparatchnik titulado Yo elegí la libertad.
—Aspis... Ale, no entiendo
nada de lo que me dice.
—Tenemos que vosearnos,
Mabel. Y perdoname... Mirá, es una manía que tengo, soy un tipo algo delirante,
mezclo todo, me desbordo, mamé de todo un poco, política, historia, literatura,
libros sólo buenos, de primera: nada de Borgia, Atchís, Kundaro, Tercerópulus,
Jatranuk, Joiche, José Conrado, Azorín Azirá y Voy Casares. Nada de Nervo ni de
nervios, nada de miel, nada de monos sabios que me digan cómo leer, cómo
interpretar, cómo escribir, cómo sacrificar la trama por el lenguaje, cómo
construir y cómo deconstruir, derribar la literatura y convertir a los lectores
en monigotes, faquires, zombies... No me prestés demasiada atención: puedo
enloquecerte. Me gustás... no, no sos una vampiresa. Y yo soy un espécimen que
perdió la cualidad del roce. Sé que soy un tipo sin demasiada urbanidad, nada
cortés. Es la rabia contra el mundo éste, ¿sabés? las injusticias, lo que ves a
tu alrededor. Escuchá, pasemos a cosas más interesantes. ¿Cómo se te ocurrió
llamar por teléfono a un tipo sarcástico y sobrador? Aunque vos te resguardaste
muy bien: hasta creo que me pusiste la tapa, me tiraste el humo a la cara.
Corajuda fuiste. Sí, tenés algo distinto, ¿sabés? Me quedé pensando en vos...
Sí, pensaba en vos, muy curioso... Ya hablé demasiado. Contame un poco de lo
tuyo, de tu vida.
—Ale, soy separada, mi
título de maestra está archivado, no tengo amigos, me gusta leer, me hago la
vampi y soy una pobre mina solitaria que espera a un príncipe. Mis padres
murieron jóvenes, tengo un hermano en España y estoy más sola que flor en el
desierto de Sahara. Cuando entraste a la oficina, con tu traje sin planchar, el
nudo de la corbata corrido del cuello de la camisa, los zapatos sin lustrar,
pensé que venías a pedir un peso para comprarte un choripán. Cuando te escuché
hablar quedé sobrecogida... como si hubiese esperado durante un siglo escuchar
esa voz, no sé como explicártelo, no sé. Soy tímida y me recubro con una capa
de seguridad engañosa. No soy una jovencita, y sin embargo junté coraje y te
llamé. Tengo una historia muy simple, fracasos. Nada. Ceros...
Mabel estaba lagrimeando.
Le alcancé un pañuelo. Ella, sonriendo, musitó: Lloro porque todo es una
lástima. Yo le repuse: son palabras de Laura Avellaneda, ¿no?
—Mabel, muchas cosas son
una lástima, pero no todo. Te invito a cenar. Hoy no comí, me pasé el día
tomando mate, vamos, ¿sí?
—Me da no se qué, recién
nos conocimos, no me parece bien...
—Mabel, hace siglos que te
conozco. Desde la primaria. Desde que busco novia. Desde siempre. Escuchame, no
te invité por compromiso. Yo no hago nada por compromiso. Te lo dije, soy un
desaforado, hago lo que me parece conveniente: dale, no soy un ogro aunque sí
algo prepotente, te invito porque me gusta estar con vos, te lo dije. Hace
mucho que no estoy con una mujer, que no converso, que no veo una cara femenina
frente a mí (me acordé de Toña y percibí que de todos modos decía la verdad.
Toña, pobrecita...). Cuando conozcas mi historia vas a entender...
Salimos y nos fuimos a un
boliche cercano al Abasto.
Una luz entrecortada se
filtraba por las persianas. Mabel dormía con los labios despegados; miré la
hora, casi las seis. Habíamos hecho el
amor, luego nos dormimos abrazados. Estaba sereno, tenía una sensación de paz,
hacía bastante que mi mente no reposaba durante la noche ni urdía embrollos;
ningún rapto de hacer, correr, moverme. Me sentía maravillosamente hueco. No
percibía los garfios que me estrujaban a cada hora del día. Volví a
contemplarla. No sabía muy bien qué había ocurrido. Tampoco me interesaba
entender.
Me levanté y busqué los
utensilios para preparar mate. Esta mina tiene todo arregladito, tan
arregladito que no encontré ni la yerba ni el mate ni la bombilla. ¿Y si
esta mujer no toma mate?, pensé.
—¿Estás buscando las cosas
para el mate? —inquirió su voz de cama.
—Sí, secretaria de
abogaducho...
Se levantó, se echó mi
camisa sobre los hombros y me alcanzó todos los elementos. Se sentó en el
saloncito de la casa, dos ambientes en Gascón cerca de Corrientes. Tomamos mate
una hora, acurrucados, yo me sentía raro... El lobo solitario hocicó,
pensé. A las siete Mabel comenzó a vestirse para ir al trabajo. Hasta la
víspera de reyes, después vacaciones. Nos besamos; me costaba irme pero la
dejé. Nos hablaríamos más tarde.
Caminé por Corrientes hacia
el Bajo. El sol me pegaba fuerte en los ojos y no tenía lentes oscuros. Poca
gente. En un barcito tomé un cortado y pedí una de grasa. Llegué a la Agencia cerca de las ocho.
Por supuesto don Samuel, detrás de su habano, revisaba papeles y boletas,
recibos y documentos.
—Buen día, don Samuel.
—Hola muchacho, tanto
tiempo. ¿Por qué no se lo ve por las oficinas? ¿No quiere trabajar más conmigo?
¿Hice alguna macana?
—Don Samuel, usted me puede
hacer lo que quiera y yo no lo voy a defraudar...
—Gracias muchacho. Si
quiere, tengo algo livianito para usted.
—Me enamoré,
Samuel.
—Lo felicito, che,
¿la conozco?
—Es la secretaria de
Aquitapache, el abogado ése al que fui a entrevistar, ¿se acuerda?
—¿Esa chica? Es seca o
tímida, a mí no me da mucha bolilla. Pero sabe una cosa, sé que es muy
eficiente y trabajadora. Espero que le vaya bien. Aspis, ahora tiene que
trabajar un poco. Va necesitar plata. Je je je.
Toña no había llegado. Con su
hábito conspirativo me hizo una seña con el dedo, puse mi oreja cerca de su
boca y me dijo con voz de esperanto: hay un asuntito que quiero que
averigüe... Quién está detrás de Love Import S.A. Están en Diagonal y Cerrito,
¿entendió, muchacho?
Fuimos a tomar café a un
barcito de Callao. Se iba a Mar del Plata esa noche. Como de costumbre, me dio
la mano al despedirnos — la palma hacia abajo —
no sin antes pasteurizar el lugar con el humo del habano.
Sospechaba que me
enganchaba en un nuevo lío. Caminé por Lavalle, pasé por enfrente de Tribunales
y no pude evitar un leve estremecimiento. En Libertad doblé por Diagonal. En la
mitad de cuadra estaba el edificio. Entré a la planta baja y busqué en la cartelera: Love Import and Export
S.A.—6º Piso, Oficinas 203/204. Me metí en el ascensor con la riada que se
agolpaba ante las dos puertas.
Me acerqué a la oficina
203, toqué el timbre. Un nene de dos metros de altura y espaldas de
Karadagian abrió la puerta y me preguntó con suma amabilidad: Qué quiere,
eh, ¿qué hace aquí?... Disculpe — le dije —creí que aquí funcionaba la escuela de buenas maneras.
El nene me cerró la puerta en la cara. Todo el edificio trepidó...
Entendí que ése no era el
sistema más adecuado. Podría preguntarle a Valenzuela, pero nunca estaba;
además, vivía muy quebrado por la traición de Rosaura. Por casualidad
conocía a un tipo que tuvo relación con esos mafiosos: pornografía y
prostitución. Sabía a qué atenerme. Me fui a pie hasta el Pasaje Barolo. Entré
a la oficina del tercer piso. Mabel levantó la cabeza. Se sorprendió al
verme... tendió las dos manos, las tomé acercándolas a mis labios.
—¿Cómo es que viniste?
—Vine a verte, te extrañaba
Mabel, pasó mucho tiempo... tres horas.
—Sí, también yo. El abogado
me dejó algunos trabajos, archivo, ordenar las carpetas. Aquitapache está en
Punta del Este, ¿querés que salgamos a tomar un café?
—Te vengo a buscar a las
doce y media, comeremos juntos.
—Gracias por tu gentileza,
Ale... sos un tipo muy generoso.
—Chau, Mabel cara de chinita
—le hice un adiós con los dedos.
Aunque tenía una rara
sensación, entré en Moreno al 1500. Subí a la División de Moralidad y
pregunté por el oficial Amet. Al rato salió el tipo alto y morocho, cara de
siriolibanés, nariz de cuervo y sonrisa falluta en la jeta de botón.
—Que decís, Aspis, ¿vos
pisando el antro de la yuta? De seguro tenés algún yeite muy
importante... Y querés que te dé una mano, ¿no?.
—Hola Turco: sí, te
necesito... ¿conocés la firma Love Import?
—Pornografía, servicio de
putas de alta escuela. ¿Qué pasa con ellos?
—Una sola pregunta, Amet,
¿a quién pertenece? ¿Quién pone la guita?
—¿Pará qué querés estos
datos? Aspis, no te metás.
—Tengo que escribir una
nota para una revista. Necesito plata.
—Mirá. Si te importa seguir
entero buscá otra cosa. Hacéme caso.
—¿Me podés dar esos datos,
Turco?
—Vení conmigo... te muestro
un expediente, anotá lo que necesitás y hacete humo. Y cuidate, che. Te metés
en algo muy sucio y palanqueado.
Una pequeña cantina,
discreta, comida casera al estilo tano. Mabel me dijo que al día siguiente
terminaba el trabajo en la oficina. Le expliqué que debía escribir un artículo
muy importante, que tenía todos los datos para sentarme y elaborarlo. Ella me
contempló algo decepcionada:
—Pensé que podríamos pasar
algunos días juntos, pero soy una tonta, Ale —me dijo— No se me ocurrió que vos
trabajás, que la que tiene vacaciones soy yo.
—No me voy a encerrar en
una torre blindada, Mabel. Podés venir a verme, podremos encontrarnos, salir
juntos. Es que tengo la pc en el cuarto que alquilo y debo escribir el artículo
sin falta.
Seguimos charlando y nos
contamos anécdotas de nuestras vidas. En un momento dado Mabel me sorprendió.
—¿Por qué no venís a hacer
el trabajo a mi pisito? Tengo la pc, es nueva y podrías trabajar... Y además
estaríamos juntos de a ratos. Yo no te molestaría, señor Aspis.
—¿Quién te dijo que no
quiero que me molestes? —Se enterneció toda la Mabel. Esa noche llegué
a su casa y me quedé.
Comprendí que estaba algo
domesticado aunque no tuve tiempo de pensar en el detalle. No parecía el Ale
Aspis habitual, el delirante Espartaco al que nada detenía...
Comencé a detallar los
puntos sinópticos esenciales. Y luego el tecleo, las correcciones, y cerrar los
ojos, poner las manos detrás de la cabeza, y cavilar... Mabel cebaba mate,
preparaba la comida y, realmente, me sentía raro, pero no tenía tiempo para
pensar en el asunto.
A los pocos días le mandé
un recado a don Samuel. El segundo lunes del mes de enero regresó a Buenos
Aires por un par de días. Era su costumbre: no podía estar fuera de sus
oficinas demasiado tiempo. Leyó el artículo, me palmeó diciéndome: Muchacho,
usted se supera, está algo cambiado, ¿se siente bien, Aspis? Le conté que
había escrito el artículo en la casa de Mabel. Se sonrió, prendió otro habano y
me dijo que me tomara vacaciones...
Lo publicaron en el
semanario Detrás de la
Careta (un artículo anterior me costó meses en
Devoto). Una vez que llegó a mis manos, lo fui leyendo por párrafos...
“La mafia rusa actúa
impunemente en la Argentina
por Alejandro Aspis
Una firma comercial, cuyo
diáfano y cándido nombre es Love Import & Export S.A., constituye la careta
de una organización que opera al margen de la ley traficando implementos
pornográficos, fotografías, películas de video que comprenden distintos rubros
de sexo al margen de la ley, entre ellos material específico para pedófilos y
demás aberraciones sexuales. Ésta es una cara, una faceta de la empresa.
También actúa en el mercado de la prostitución, suministrando el servicio de
hetairas para turistas, viciosos y clientes de la alta sociedad. Las ganancias
de la firma son millonarias y operan en escala internacional.
................................................................................
¿Quién se mueve tras esta
industria desplegada al más alto nivel, simpática, inocente? El socio principal
es un tal Paco Zelarrayán, un individuo gris, anodino, lacónico, que apenas si
tiene dos dedos de frente (si la medimos desde su nariz acromegálica hasta
donde nace su espectacular cabellera, meticulosamente enrulada y de un gris
arratonado). Pero este señor, que parece un modelo en tobogán, es un basto
testaferro sin frente ni cerebro... Entonces llega, inmaculada, madura, de una
sola pieza, la pregunta inevitable: ¿Quién pone la plata dulce y blanca?
¿Mahoma? ¿Bin Laden, Bush? ¡No señor! ¿La mafia siciliana? ¿El IRA irlandés?
¿Los descendientes de Charles Chaplin? ¡No señor! ¿Pues entonces quién la pone?
Qui lo sá... Paciencia, lector, unos parrafitos más y subimos el telón.
................................................................................
El señor Bushinski, un
desterrado—exiliado, millonario ruso que maneja una de las mafias criminales
que operan en el planeta disputando el mercado de la droga, el tráfico de
mujeres y menores, órganos humanos, juego ilegal, casinos, telecomunicaciones,
gobiernos e inda mais, tiene una modestita inversión en la empresa Love. Este
individuo protervo, que contribuye con donaciones conmovedoras a actividades de
beneficencia y polideportivos sin fines de lucro, es la cara invisible de este
poderoso y visible emporio criminal que actúa en el país. Y en el resto del
mundo.
................................................................................
Honorables señores parlamentarios,
señores jueces, apreciados policías (que dan vuelta las jetas corruptas por Un
puñado de dólares), público argentino: si quieren saber qué significa una
letrina de criminales escogidos, qué significa Love Import & Export S.A.,
diríjanse a Diagonal y Cerrito y pregúntenle al nene de dos metros de estatura,
cortés y garboso orangután que controla la entrada de la oficina 203 del tercer
piso con una cándida sonrisa de poligriyo. Encomiéndense a los santos de
vuestra devoción si logran salir con vida de la mafia rusa que pelechea verdes
y euros a carradas”.
Ya estaba próximo el final
de la nota... Sonreí. Como lo haría Lucifer si hubiese podido leerlo.
Me encerré en la casa de
Mabel hasta que pasase la tormenta El Niño. O tal vez sería más exacto, el
vendaval Kostia Businski y sus discípulos, con metralletas Uzi traídas
desde Israel, la nueva patria del flamante exilado huido de las garras de la KGB del gaspodin Putin.
A los pocos días llamé al
Turco, le agradecí que me permitiera echar una ojeada al prontuario policial.
Me puteó. Gracias a esos datos y los chimentos de colegas — en especial
periodistas progrezurdos de Página13 — pude redactar el artículo.
Se levantó una furiosa
tormenta: la policía desmintió, los jueces carraspearon, los diarios miraron
hacia el cielo raso, y Ale Aspis, un servidor incorregible y artífice de
tempestades, vive oculto en la calle Gascón, se desvive por Mabel, la chinita
de Hong Kong. E imagina que seguirá vivo. Mientras, indiferente a las
polémicas, don Samuel no cesa de fumar sus habanos y contar los billetes que le
pagaron por mi nota. ■
* Capítulo de la novela Aventuras
y desventuras de Ale Aspis
Aunque mis palabras son chiquitas, vale que diga que hay que leer toda la novela. Su perfil, su idiosincrasia, su ritmo. Todo lo vale, especialmente su identidad, especialmente sus modismos y sus situaciones. Es maravilloso el idioma y la relación que entabla el lector con su protagonista. Maravilloso
ResponderEliminarMaría
La transparencia y fuerza arrolladora que caracterizan al personaje de Aventuras y Desventuras, se renueva en cada lectura al ser recreado por el complacido lector. Yo en este caso.
ResponderEliminarGracias querido Andrés
Pibito querido , con la alegría del reencuentro , a tu lado , recorro aventuras y desventuras de tus personajes.
ResponderEliminarUn abrazo Capitán!
amelia
Y...leerlo hace que me sienta muy porteña. La ironía, los términos, la trama que se sigue como atormentada por el tormento que causa... es tener el deseo de no terminar de leer.
ResponderEliminarGracias Andrés. Buenos Aires, en muchos aspectos sigue igual y Ale también.
Un abrazo, esta vez desde el Obelisco.
Sonia
"me desbordo", creo que sus propias palabras definen a Ale Aspis, personaje que me resulta familiar y a la vez desconocido pero que me llega al alma...Sus andanzas nos llegan tan hondo porque tal vez quisiéramos haber sido sus protagonistas. Cruzadas de justicia, de arreglo de entuertos, un quijote porteño pero que no delira sino que sabe muy bien cuál es la realidad. Odina
ResponderEliminarComo el Quijote, Aspis intenta poner distancia de la mediocridad aunque en el intento tome riesgos. Como siempre los decires y descripciones son impecables, la trama mantiene el interés del lector y el protagonista se vuelve querible e imprescindible, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarLos diálogos son de genial maestría y reavivan las vivencias del emblemático porteño Ale Aspis, tentado aquí con la la experiencia del amor pero temiendo que lo haga más vulnerable.
ResponderEliminarSe mantiene la crítica social, casi una sátira, de una realidad que hace sonreír y a llorar al mismo tiempo, por la injusticia que se repite en un círculo que parece no terminar nunca.
Para leerlo varias veces.
Felicitaciones, Andrés, y un gran abrazo.
MARITA RAGOZZA
Tiene razón Sonia: Buenos Aires en muchos aspectos sigue igual pero lo que más me atrae es que alguien que no está aquí, que vive tan lejos lo recree en una narración. Se puede estar informado pero esa forma de andar, sentir, hablar, reflexionar es de alguien que anda metido entre la gente por el barrio de Tribunales o por Corrientes y Medrano o por cualquier parte. Hasta Se me ocurre que a este Ale Aspis lo conozco y quizás de una mesa a otra de un bar me contó algo de alguna de sus historias. Gracias Andrés
ResponderEliminarCristina Pailos