Silvia Cuevas-Morales |
Ángel Angelita
Déjenme presentarme...mi nombre es Ángel Angelita.
I
Ángel Angelita iba cabalgando por las nubes con su enorme bolso de memorias a cuestas. El sol de vez en cuando mostraba su rostro tímidamente desde atrás de las nubes, pero venía el viento y se volvía a esconder. Sus cabellos de oro se escapaban por las nubes y el sol se veía forzado a salir a recuperar su hermosa cabellera. El viento, decidido a ver su rostro tímido de oro soplaba con más fuerza, arrebatándole al sol su cubierta de algodón. Ángel Angelita se regocijaba con la frescura de la mañana y se despedía de los astros nocturnos - ¡Qué lindo! - exclamó con felicidad. ¡Qué exquisito navegar por los cielos con un destino seguro y predestinado por Dios! Ángel Angelita pensaba y continuaba flotando por las nubes después de una larga ausencia.
El sol iba perdiendo su timidez y ahora mostraba su rostro ampliamente, mirando cariñosamente a Ángel Angelita. Él saltaba y volaba como una mariposa de nube en nube, jugueteando con las caricias del aire y refrescándose con el rocío de la mañana. Su carita juvenil brillaba con la luz del sol y sus ojitos negros sonreían con dulzura. Su pequeña boca tenía muchas historias que contar pero por el momento se deslizaba por el espacio tarareando una cueca alegremente. Sus pequeñas alitas de seda se mecían con el viento y su cuerpecito avanzaba suavemente por el aire.
Después de once años, Ángel Angelita volvía a su hogar celestial. Volvía después de haber vivido en la tierra durante once dulces años, en los cuales su misión había sido la de crecer y vivir una vida normal entre todos y después relatar los acontecimientos, pero su estadía había sido acortada inesperadamente...
II
1962...
Una mujer llora angustiosamente la muerte de su niño. Nueve meses de esperanzas, de sueños mágicos, nueve meses de tejer ropitas, escoger juguetes, adornar una habitación que nunca se ocuparía. ¿Por qué? se preguntaba la madre. Ella se había cuidado durante todo el embarazo y aunque era cierto que había tenido algunas complicaciones, nunca había pensado que su hijito no llegaría a nacer. La muerte no respeta edad, ni sexo, ni país, ni religión... Pensó amargamente y lloró largamente maldiciendo a todos y a todo. Maldiciendo al sol y a la luna, y a su cuerpo por no haberle facilitado tener a este niño. Su primer niño, !cuánto tiempo soñó y esperó ver nacer a este pequeño ser que vivía en sus entrañas. Este pequeño que crecía en su cuerpo y se aferraba a ella, temiendo los horrores terrenales. Quizás el miedo había vencido su deseo de respirar el aire de nuestra existencia y decidió quedarse en ese hogar cálido y maternal para siempre... Nadie se explicaría la muerte del niño, como nadie se explicaría su vida.
Después de haber estado muerto por unos minutos eternos, el niño comenzó a llorar. El rostro de la madre se iluminó de alegría, no podía creer que su hijo vivía...
III
Ángel Angelita continuaba su viaje y sus alitas blancas de algodón le transportaban por el espacio. Miraba el mar desde las alturas y veía como su tierra se bañaba en el Pacífico. Las olas espumosas azotaban las costas con pasión y arrebataban la arena de la playa para volverla a retornar en un juego infinito. El mar iba y venía sin cansarse, de noche y de día, viviendo, gozando con las caricias del sol. La cordillera de los Andes se estiraba soñolientamente a lo largo del continente y su sábana blanca le dibujaba su cuerpo que subía y bajaba como una serpiente de nieve.
Ángel Angelita sentía tristeza de dejar esa tierra querida que le había brindado un hogar durante once años. Le dolía el corazón saber que no volvería a ver aquellas playas morenas otra vez. No volvería a ver esos ojitos negros y esas manitos cubiertas de lodo, buscando comida en los basurales de aquellas poblaciones olvidadas, no volvería a ver esa majestuosa montaña. Pero debía ser así, su estadía debía terminar algún día y se consolaba con saber que por lo menos había tenido la oportunidad de convivir con aquellos seres cálidos de esa región. Suerte de haber sido amado y respetado como un ser humano debe ser tratado... hasta aquel horrendo día en un año que nunca se olvida...
IV
Ángel Angelita había sido enviado a la tierra para ocupar el cuerpo de una persona que recién hubiese fallecido. Rondando por los hospitales, se encontró con una mujer que lloraba el nacimiento de su niño muerto. Ángel Angelita escondió sus alitas y tomó residencia en aquel cuerpecito morado de frío, dándole vida al niñito muerto. La madre lloró de alegría y Ángel Angelita compartió su alegría llorando fuertemente, llenando de aire sus pulmones pequeñitos. Su corazoncito palpitaba velozmente y su boca sin dientes parecía querer gritar al mundo que había nacido. Sus manitos cogían el aire estéril de la habitación y lo exprimían dentro de unos deditos finos, unos puñitos pequeñitos que no sabían de violencia...
Ángel Angelita se adaptó a su nuevo cuerpo y lloró junto a su madre adoptiva. La madre también lloró y abrazó aquel cuerpecito que pataleaba a su lado como un animalito desvalido.
V
Dos largas semanas pasaron y Ángel Angelita se dirigió a su nuevo hogar con su madre adoptiva a quien llamó María. María, como la primera madre, María, la salvadora de los pecadores, María, la mujer del campo, de la fábrica, de todo el mundo. ¡Cuántas mujeres y madres se han llamado María! pensó Ángel Angelita.
Por mucho tiempo no pudo hacer nada más que pensar, aunque pudiese haber hablado calló. (¿Quién no preguntaría si un recién nacido comenzara a hablar inmediatamente?)
VI
Los años pasaron y Ángel Angelita ingresó a la escuela. Era un día gris y el sol se negaba a mostrarle su rostro a Ángel Angelita. ¿Qué he hecho sol? ¿Por qué no me miras y me das un poquito de tu calor? Temía haber cometido alguna maldad y el sol seguía escondido y Ángel Angelita se deslizaba guiado por una mano maternal a lo largo de un pasillo de azulejos blancos. Lo único que le consoló fue ver a muchos niños como él, temblando de miedo y algunos, incluso, llorando inconsolablemente. Otros niños mostraban resignación en sus rostros, dispuestos a quedarse en ese horrible lugar por una eternidad. Ángel Angelita se aferraba a la mano maternal y no la habría dejado por nada del mundo, hasta que vio a una mujer mayor que se dirigía hacia él con una hermosa sonrisa en los labios. Ángel Angelita recordó en ese instante su misión y tomó entre sus manos la mano blanca que la mujer de cara angelical y ojos de mar le tendía. Se despidió de su madre y caminó con su nueva amiga hasta su salón de clases.
VII
Ocho años estuvo en esa escuelita de salas pequeñas y bancos de madera. Ángel Angelita crecía y era estimado por todos sus compañeros de escuela. Era un niño juguetón y pensador, aunque también podía hablar sin parar. Su curiosidad era tremenda y no podía contenerse y formulaba un sinfín de preguntas a sus amigos y profesores. Cuando no tenía con quien conversar, conversaba a solas, pero no sólo... Muchas veces rezaba y cuando sus amigos le preguntaban con quién hablaba, él les decía "con mi amigo Dios".
Así pasaban los días y Ángel Angelita crecía cada vez más. Su cuerpo era fino pero fuerte, y en los deportes aunque no era el mejor tampoco era el peor. Sin embargo, su pasión era la lectura y prefería perder una película o un partido de fútbol, que pasar por alto la oportunidad de leer un buen libro. A los once años ya había leído obras de Cervantes, Santillana, García Márquez, Laforet, Matute, Tolkien, Rulfo, Lope de Vega, García Lorca y Neruda.
La vida de Ángel Angelita era feliz, estudiaba, leía, tenía amigos y una amiguita
muy especial que le hacía sonrojarse cada vez que la veía. Su hogar era tranquilo; una casita modesta en el centro de la ciudad, donde sus padres lo adoraban y lo trataban como a un rey. ¡Cómo quería a sus padres! Pero Ángel Angelita se ponía triste al pensar que algún día debería abandonar a sus padres adoptivos y volver a su otro hogar.
VIII
Ángel Angelita ya tenía once años y un día de primavera como cualquier otro se dirigió a su escuela. Como todas las mañanas tomó su desayuno, se despidió de su madre y se reunió con sus amigos de cada mañana. Juntos caminaron a la escuela entre risas y cuentos. Caminaron por las mismas calles, vieron las mismas caras y llegaron a la misma escuela. Todo era igual que otros días... Cada uno de sus amigos se dirigió a su clase y Ángel Angelita tomó asiento en su clase de geografía. La profesora hablaba de un país lejano donde saltaban canguros de ciudad en ciudad cuando un rumor de truenos se escuchó por toda la escuela. Desde la calle provenían ruidos como si miles de cadenas estuviesen siendo arrastradas por camiones gigantescos de metal. La profesora se alarmó pero trató de ocultar su sobresalto. Los niños ya no escuchaban la lección y se encontraban inquietos. Aquellos sonidos parecían ser camiones o tanques de guerra, pero no podía ser... aquello sólo sucedía en las películas...
La directora del colegio entró en la sala e intercambió algunas palabras con la profesora mientras los niños observaban atónitos. Escucharon algunas palabras pero no las comprendieron. Golpe. Palacio de la Moneda. Tropas militares... La profesora ordenó a los niños que guardaran sus libros y que esperaran hasta que sus padres vinieran a buscarlos. Ángel Angelita presentía que algo monstruoso estaba sucediendo y sin preguntar nada se abalanzó hacia su madre cuando la vio aparecer por la puerta de su salón de clases. Su madre no le dijo nada y los dos caminaron apresuradamente hacia su hogar. En cada esquina se veían soldados y un silencio extraño parecía penetrar los huesos. La gente corría de un lado a otro y en sus rostros se dibujaba el miedo y la preocupación por sus seres queridos. Al llegar a casa María cerró las puertas y le dijo a Ángel Angelita que no se asomara por las ventanas. El niño quería ver lo que sucedía en la calle, camino a casa había visto soldados corriendo por todas partes, vestidos con toda su ropa de combate, preparados para cumplir con su deber.... matar, exterminar...
Por los techos de las casas se asomaban rifles y tiros se oían desde el centro de la ciudad. Ángel Angelita vio por medio de una rendija de su ventana que su padre se aproximaba por el medio de la calle, montado sobre una bicicleta vieja. De un brinco saltó y corrió a encontrarlo como era su costumbre. Sus piernecitas parecían volar y corrían ágilmente hacia su padre adoptivo. De repente, sin saber si alguien lo empujó o si se cayó, se encontró rodando por el pavimento hasta quedar quietecito, tirado en medio del caos con una manchita roja de sangre que brotaba de su pecho...
IX
Ángel Angelita ya llegaba a su destino final, triste de no haber cumplido su misión. Triste de haber tenido que dejar esa familia tan querida que tanto cariño le dio. Pero debía aceptar su destino, por lo menos había tenido la oportunidad de vivir en la tierra. Sus once años habían sido cortos pero felices.
Ya se veían las puertas de su gran morada celestial y las nubes lo saludaban alegres de verlo otra vez. Caras familiares le enviaban sonrisas, y personas que habían recién fallecido le daban la bienvenida a su hogar. Poetas, presidentes, cantantes, escritores, familiares, amigos; todos se encontraban allí esperando su llegada. Todos estaban allí, todos aquellos que habían dejado la tierra en aquel horrible día de pesadilla, en un día y un país que Ángel Angelita aún no olvida...
Cuento publicado en el periódico The Spanish Herald, Australia, 1986. Segundo premio en el Primer Concurso Literario para jóvenes escritores de habla hispana organizado por CELAS, cuando la autora tenía 24 años de edad. ■
Pese al funesto final , Ángel Angelita es toda ternura que recorre el texto .
ResponderEliminarMe encantó el lenguaje poetice.
amelia
Esta notable escritora parece que tuviera todas las respuestas siempre en forma inmediata, velocidad conocimiento e inteligencia
ResponderEliminarMaría
Silvia, tan dulce este relato como tu propia dulzura, a pesar de las tristezas. hermoso, Silvia.
ResponderEliminarUn besote, amiga poeta
Sonia
Un hermoso cuentos para niños en el filo de vida de un adulto que tiene dos vidas y un tiempo específico para determinar la historia.
ResponderEliminarPero la prosa poética se desgaja como una naranja y nos endulza con su fruto.
Una pintura sepia del comienzo del pinochetismo, un cuento infantil para adultos que recuerdan y lloran todavía a los muertos de la masacre. Se nota la poesía y la nostalgia de Silvia Cuevas-Morales, poeta madura que permanece en su fervor literario e histórico. Excelente escrito de juventud.
ResponderEliminarandrés
Una metáfora de la realidad sufrida en nuestra América Latina narrada con singularidad, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarAtractiva narración escrita desde el candor, con un mágico uso de la temporalidad, y con lenguaje suave y enternecedor.Por eso , el final es un golpe a tierra de una cruda realidad.
ResponderEliminarMagnífico Silvia, un agrado leerte en Artesanías.
MARITA RAGOZZA
Estimados amigos y amigas. Muchísimas gracias por sus comentarios y por leer mi cuento. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarSILVIA, Mucho de tu dulzura, sensitividad, tenura y mas de ti, en tu obra encantadora,realista y excelentisima!
ResponderEliminarVeronika de Australia