GERARDO PENNINI |
Gerardo Pennini
Lo Importante Es Competir
El adelantado Isidoro Ezcúrrela –lo de adelantado era un título
nada más- nunca había tenido buena fortuna. Y con la muerte del padre, también
se quedó sin otra clase de fortuna. Por eso tomó la pésima decisión de marchar
a fundar poblaciones en las recién creadas colonias de Su Majestad en América.
El negocio para Su Majestad era redondito, si don Isidoro fundaba algún pueblo
y sumaba tierras a la corona, las posesiones crecerían y los impuestos también.
Si el caballero segundón desheredado desaparecía, Su Majestad se sacaba un
problema de encima.
Por su parte, don Isidoro llevado de maniqueísmo extremo razonaba
de la misma forma, encaraba todas sus empresas con el lema “Será la voluntad de
Dios”, de manera que si salían bien, podía sentirse un elegido del Señor, y si
salían mal, recurría a echarle la culpa al Diablo, y tan campante.
Desde su desembarco en América, la expedición del caballero
Ezcúrrela había avanzado por territorios ya colonizados y poblados. Esto los
llevaba cada vez más lejos y en el camino se iban acabando los escasos recursos
traídos de Europa, ya que suponían una tierra rebosante de oro esperándolos. En
su lugar se adentraban en un horizonte que se hacía rebosante de polvo,
jarillas y lagartos. Para su desagracia, habíase casado nuestro caballero
leonés con doña Petronia Margarita de la Corona de Cristo Hümbertzy, nacida noble de
Hungría y heredera de la villa y cortijo de Valdeperros en España. Doña
Petronia estaba destinada al trono de Moldavia por línea materna, pero habiendo
desaparecido tal trono debió conformarse con una dote tan magra que sólo
alcanzó para un matrimonio digno con el caballero Isidoro. La dote incluía a la
condesa Hümbertzy de Moldavia, matrona de tantas aspiraciones como pocas
pulgas. En los aires y donaires de ambas señoras gastóse buena parte de los
recursos que mencionamos.
Quiso la suerte (o Dios, según el leonés) que llegados a un
amplio valle la condesa pisara un enorme sapo con el cual quiso competir por la
oscura charca de agua. Al ver su aristocrático pie mezclado con lo que asomaba
del sapo todo revuelto en un barro viscoso, la señora se desplomó
aristocráticamente.
De inmediato se dispuso que allí mismo se plantaría el rollo de
justicia y se fundaría una población civilizadora, atento a la inclinación de
don Isidoro a ver en estas cosas señales del cielo.
La realidad fue que una vez plantado el rollo y tomada la
fotografía que harían célebres los billetes de banco en el futuro, el caballero
español partió en una descubierta para explorar los alrededores, siendo esos
alrededores amplios; tan amplios que Ezcúrrela no regresó.
Pero habían sentado los reales de la más tarde heroica Villa de
Pozo del Sapo.
Detrás de unas humildes sierras desde donde se podía otear el
valle, bien ocultos, don Isidoro y sus seguidores trazaban el plano de otra
villa, llamada Villaviciosa de Choclos en sentido agradecimiento porque allí
los pocos fugados encontraron con qué calmar su hambre, despojando el primer
sembrado de maíz de aquellas latitudes.
Había nacido el histórico encono entre dos futuras ciudades, casi
desde su mismo parto.
Los habitantes de Pozo del Sapo y de Villaviciosa de Choclos
serían irreconciliables.
Durante las guerras de la Independencia los de
Pozo del Sapo formaron un cuerpo de lanceros patriotas. En una noche de
carnaval, llegó al cuartel un carromato cargado con barriles de chicha, lo que
puso chispas de alegría y alboroto a los festejos en el Pozo. Era una artimaña
de los de Villaviciosa que, una vez dormidos los juerguistas, les robaron todas
las lanzas. Porque los de la
Villa eran, desde luego, realistas.
La venganza de los del Pozo llegó para las guerras civiles. El
mismo 8 de agosto de 1838, los “Fusileros de Villaviciosa” preparaban su
entrada heroica en la batalla, pero sus eternos enemigos poceños durante la
noche les habían robado todos los pedernales de los fusiles a chispa. Para
evitar el escarnio, el alcalde de la
Villa mandó gastar los fuegos artificiales guardados desde el
9 de julio, y los fusileros pudieron retirarse con cierto honor casi intacto.
De todas maneras, nunca figuró la batalla en los libros de historia.
Hacia 1880, en pleno auge de la exportación agrícola, los de
Villaviciosa llegaron secretamente a los sembradíos de peperina, carqueja y
poleo del valle del Pozo, y a una silenciosa señal del señor jefe de bomberos
se pusieron a orinar, todos a una, hectáreas y hectáreas de hierbas aromáticas.
La venganza se había cumplido.
Hasta el momento, parece que el remate de esta historia de nunca
acabar, se detuvo a principios del siglo XX, cuando los ingenieros ingleses
comenzaron el trazado del ferrocarril a través del valle del Sapo y de la
sierra de los Choclos.
Durante meses, al caer la noche, pobladores de uno y otro lado
trasladaban rieles, durmientes, clavos y pedruscos inglesamente molidos; de
forma tal que el trazado ora apuntaba al Pozo, ora a Villaviciosa.
Pero tan arduo era este nocturno trabajo, que cada vez las vías
quedaban asentadas más lejos de uno y otro extremo, hasta que durante una
epidemia de gripe que afectó a Villaviciosa de Choclos tanto como a Pozo del
Sapo, el ingeniero jefe terminó la obra, aseguró los kilómetros de vías
aflojados por los lugareños y finalmente largó el primer convoy cuesta abajo a
toda la velocidad que daba la humilde locomotora carbonera, dejando atrás la
zona de conflicto envuelta en humo y yendo a detenerse muy lejos, donde
hicieron la estación ferroviaria, talleres, playas de carga, y finalmente la
ciudad de Córdoba tuvo su ferrocarril. ■
Ingenio y humor para un relato desopilante, un gusto su lectura, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMe encantó . El entorno silvestre dan vida a este relato que nos despierta mas de una sonrisa , no tan aristocrática como el desplome de la dama. Muy bueno.
ResponderEliminaramelia