sábado, 21 de abril de 2012


Andrés Aldao

Crónica del Planeta Tierra (cuento de... ¿ciencia ficción?)
                                                 

Esta Crónica del Planeta Tierra fue escrita hace 12 años por el autor, heredero de las hambrunas de la década infame en la Argentina (1930 / 1943). La historia de la sociedad capitalista imbrica un relativo bienestar seguido de una infame crisis económica que genera desocupación, hambre, enfermedades y miseria como ocurre en estos días en España, Italia, Portuga, las naciones africanasl y el resto de los países que reciben los beneficios del FMI y el BCE.


Las tinieblas de la noche se desvanecen. Delicados resplandores carminosos despuntan en el horizonte allí, donde confluyen, como dos constelaciones antagónicas, la noche que fenece y la aurora del nuevo día.
Una silenciosa muchedumbre, indiferente a la majestuosidad de la aurora, se pone en marcha. Recorre cotidianamente callejuelas y sinuosas cortadas en los suburbios del planeta. No tiene prisa; tampoco destino. Marcha impávida, sin alterarse. Multitud sombría, taciturna, de ojos apáticos que miran al vacío. Es una procesión de rostros carentes de identidad, imprecisos, grises.
El singular gentío no parece tener nociones de tiempo y lugar. Se desplaza ausente e ingrávido como suspendido en una extraña dimensión. Como si transitara por una autopista astral, etérea, bocetada en el espacio mediante líneas impalpables y figuras geométricas cuneiformes y raras, fuera de los límites del planeta.,, Allí donde reinan la oquedad eterna, las tinieblas, la nada.
Y más allá, en la galaxia de la cordura, languidecen los signos y símbolos de la existencia humana, síntomas inequívocos que presagian la evanescencia del tiempo, el espacio y la vida.

Las columnas se alargan. Día a día son engrosadas por ancianos, mujeres y hombres jóvenes. También niños con sus piernas rígidas, como estacas. Todos avanzan con un andar peculiar: casi no flexionan las rodillas y golpean  los pies contra el suelo . Muchos, por hambre o agotamiento, pierden el equilibrio, caen y vuelven a levantarse: como si se deslizaran por una inmensa pista de patinaje.
El silencio cóncavo, reflecta por contraste la estridencia ensordecedora de la muchedumbre que marcha. El onomatopéyico trram. trram. trram resuena sobre el asfalto como un eco estereofónico, brutal, exaltado e insolente.
Algunos transeúntes contemplan a la gente con curiosidad; otros, con pena. O lástima. El mutismo, fantasmal y macabro, boceta un cuadro de alucinación.
Alguien de la multitud susurra una pregunta: ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestro rumbo?...No tenemos metas, hijo. excepto sobrevivir, musita, como en un rezo, un anciano de hirsutos cabellos blancos y una nariz en forma de gancho.

Una jovencita los ve pasar. Está vestida con elegancia. Una gargantilla le acaricia el delicado cuello, y los pendientes de oro parecen causarle un extraño placer. Encara al mozo del bar y lo sondea con un tono ingenuo que encrespa:
−¿Quiénes son estas personas? ¿Contra quién protestan? ¿Están de huelga, qué es lo que quieren?
−Perdóneme, señorita, ¿usted no lee el diarionet, no mira nunca su digitele portátil? —inquiere el mozo, fastidiado.                                                                  
El sol trepa entre los confines celestes y brumosos del horizonte. Ahora parece un deslumbrante círculo de fuego. Su rubor anaranjada se destaca contra el cielo tiernamente azulado.

Cómodos vehículos con motor de energía solar se desplazan veloces, silenciosos y seguros por las avenidas y autopistas. Grupos familiares, en la habitual pausa de la alienación hebdomedaria, se dirigen a sus placenteros fines de semana en las zonas verdes, alejadas de las urbes superpobladas.
El transporte público, los colecópteros, vuela por las rutas aéreas asignadas a cada línea. No hay  muchos pasajeros. Los que viajan prestan atención al matiz escarlata del  promisorio crepúsculo. Y en el lado oeste contemplan las columnas de la desesperanza que se mueven con ese ritmo tristón, monocorde e indolente.
Nuevas muchedumbres grises surgen por los bulevares y suburbios urbanos. Las piernas parecen enmohecidas, los ojos sin expresión. Los tacos martillan sobre las calles y restallan el silencio. Otros restriegan sus gastadas suelas contra el empedrado; muchos caminan sin calzado.
De vez en cuando se escuchan llantos de bebés escuálidos. Hambrientos y exhaustos; succionan pechos estériles de madres agotadas. Los niños imploran lo imposible; finalmente callan y duermen. Algunos agonizan mansos, ya sin fuerzas para los gemidos que preceden el fin.
Las columnas no se detienen. A veces se lanzan a la conquista de residuos de comida, volcados indolentemente en los recipientes de desperdicios de los restoranes y bares. No hay para todos: rige la ley del más fuerte. Los débiles van cediendo. Se tambalean pero prosiguen. Como último acto se desploman. Los que tienen familiares reciben ayuda; sobreviven a pesar de todo. Otros, acurrucados, quietos, esperan que la caridad pública los traslade a algún hospital. Los demás agonizan, aguardando resignados que la muerte se apiade y los libere.

Año 2020, siglo XXI. Ocurre en todo el orbe; en el primer mundo o en el tercero. En todas las áreas del planeta se multiplica el número de convictos sin condena, cuyo único y terrible delito es haber nacido en el siglo XX, el siglo del robot, la computadora y la telecomunicación; el siglo en el que el amor devino en maldición, el odio en virtud, la mentira en fuerza, el soborno en gratificación.
Las columnas de menesterosos se han convertido en el estiércol marginado de la sociedad de la opulencia. Es la masa gris que marcha por los arrabales de la democracia, informe en su esperanza y uniforme en sus carencias. Desde hace años, la muchedumbre retoma cotidianamente su calvario, su peregrinación al Gólgota de la sociedad de la abundancia, en la que es crucificada sin que sepa el por qué.

Van desplegándose las sombras; una oscuridad huraña envuelve a las muchedumbres. Los espectros se desconcentran;  buscan refugio en los umbrales, en viviendas abandonadas o en construcción, en las bocas de los subterráneos y estaciones de trenes y colecópteros Hay quienes se albergan debajo de los puentes o en las banquinas de las autopistas. Hasta el día siguiente, en que nuevos marginados se sumarán a la tétrica procesión. Otros, sin embargo, faltarán a la cita.El CCM (Crematorio Central de Menesterosos) funciona durante las veinticuatro horas. Con las primeras sombras de la noche salen a recoger los cadáveres las Cuadrillas de Voluntarios de Rifkin, llamadas así en homenaje a Jeremy Rifkin, el sociólogo utopista americano del siglo XX, autor de un opúsculo titulado curiosamente El fin del trabajo.

En los centros de producción del planeta tierra, raudos, sofisticados y sigilosos equipos automáticos producen, a velocidades siderales, todo lo necesario para vivir y disfrutar.
En las fábricas casi no hay trabajadores. unos pocos técnicos atienden las ordenadoras de producción y contabilidad. Algunos científicos se dedican a experimentar nuevos programas de desarrollo. Diariamente, camiones con acoplados descargan en gigantescos depósitos las mercaderías que no se consumen en el mercado de la libre competencia. En los “shopping’s”, entre tanto, se exponen sofisticados aparatos computerizados y digitales, delicados alimentos, confituras deliciosas y atractivas indumentarias. Muchedumbres famélicas, depósitos abarrotados. No para los marginados.

¿Existen? ¿Sueñan acaso? ¿ Perciben aún el amor? ¿O son figuras de cera, muñecos de escaparate, títeres en el proscenio cruel y humillante de la existencia humana? El mundo que se autoproclama serio no les presta atención: hace tiempo que dejaron de ser noticia.  Ellos no son parte del universo de colores y bienestar.                                                        
Esto acaece en el planeta tierra, año 2020, siglo XXI

Andrés Aldao

5 comentarios:

  1. Escalofriante descripción de una sociedad que no vemos en las noticias, pero que existe en los suburbios del planeta. La creencia que el capital necesita millares de millones de consumidores ya no es válida. La reducción de costos, el trabajo esclavo y la tecnología permiten la vida regalada de los privilegiados y no necesita a toda la población del planeta.

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  2. Sí, la podemos ver en el planeta. La podemos ver detrás del "inocente" celular que llevamos en el bolsillo.Ese celular que para poder existir fue necesaria la obtención del mineral COLTAN, abreviatura de columbita y tantalita,una combinación, según me he informado, que por sus características es fundamental para la fabricación de las nuevas tecnologías. Mineral del cual dependen grandes empresas del primer mundo, como Nokia, Motorola etc. El mayor proveedor de esta materia prima se encuentra en el Congo Africano -el 80%de la reserva mundial- La paradoja es que las riquezas naturales son su mayor desgracia: favorece el expolio, el tráfico de armas y el trabajo esclavo.
    La Fundación Centro Psicoanalítico de Buenos Aires (fcpa@fcpa.org.ar), en el marco del centro de estudios "En el país del olvido, el racismo al diván, 1993-2012" proyectó los documentales COTAN y BLOOD IN THE MOBILE IS THEARE BLOOD IN YOUR POCKET,bajo el título "Comercio peligroso". Es allí donde me he informado. Pero existe algo más terrorífico aún, un problema de paragénesis minerales, uranio, radio, etc., que pueden estar presentes en la estructura del Coltán. Estudios realizados por la Universidad de Nigeria, han detectado dosis de radiación en los trabajadores congoleños que se dedican a extraer al Cotan en forma artesanal.
    Cuando vi la foto que presenta "Crónica del planeta tierra (cuento de...¿ciencia o ficción?" la relacioné inmediatamente con los pozos en las montañas del Congo ,donde están hacinados a modo de racimos cientos de trabajadores, inclusive niños, sin ningún equipo adecuado, sólo con sus manos como garras, sin poder hablar mucho para no gastar el oxígeno, con sus cuerpos empapados de sudor, y horas interminables de trabajo, todo por unas monedas miserables.

    Gracias Andrés, pienso que la literatura tiene el poder de penetrar en la realidad y jugar con el tiempo.
    Ofelia

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  3. Cuento que resulta escalofriante porque ya las señales se observan en las sociedades de hoy con el irracional apego al consumismo, la trivialización hacia el sufrimiento del otro y en la desigualdad obscena de la opulencia y la pobreza.
    Un cuento que prende el timbre de la alarma, de muy buen formato, con nuevos vocablos acordes a la era tecnológica y que nos lleva a pensar que no es ciencia, no es ficción, y es una realidad sin humanismo ni sensatez.
    Felicitaciones, Andrés.

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  4. La supuesta ciencia ficción usada como alegato contra las barbaridades del sistema capitalista escrita con la maestría que caracteriza a Andrés en el uso del lenguaje, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli

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  5. Ojala que nuestra realidad actual , sea un cuento , un sueño del cual despertemos.
    Magnífica descripción social de una época. Gracias.
    amelia

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