Andrés Aldao
Crónica del Planeta
Tierra (cuento de... ¿ciencia ficción?)
Esta Crónica del Planeta
Tierra fue escrita hace 12 años por el autor, heredero de las hambrunas de
la década infame en la
Argentina (1930 / 1943). La historia de la sociedad
capitalista imbrica un relativo bienestar seguido de una infame crisis económica
que genera desocupación, hambre, enfermedades y miseria como ocurre en estos días
en España, Italia, Portuga, las naciones africanasl y el resto de los países que
reciben los beneficios del FMI y el BCE.
Las tinieblas de la noche se
desvanecen. Delicados resplandores carminosos despuntan en el horizonte allí,
donde confluyen, como dos constelaciones antagónicas, la noche que fenece y la
aurora del nuevo día.
Una silenciosa muchedumbre,
indiferente a la majestuosidad de la aurora, se pone en marcha. Recorre
cotidianamente callejuelas y sinuosas cortadas en los suburbios del planeta. No
tiene prisa; tampoco destino. Marcha impávida, sin alterarse. Multitud sombría,
taciturna, de ojos apáticos que miran al vacío. Es una procesión de rostros
carentes de identidad, imprecisos, grises.
El singular gentío no parece
tener nociones de tiempo y lugar. Se desplaza ausente e ingrávido como
suspendido en una extraña dimensión. Como si transitara por una autopista
astral, etérea, bocetada en el espacio mediante líneas impalpables y figuras
geométricas cuneiformes y raras, fuera de los límites del planeta.,, Allí donde
reinan la oquedad eterna, las tinieblas, la nada.
Y más allá, en la galaxia de
la cordura, languidecen los signos y símbolos de la existencia humana, síntomas
inequívocos que presagian la evanescencia del tiempo, el espacio y la vida.
Las columnas se alargan. Día a
día son engrosadas por ancianos, mujeres y hombres jóvenes. También niños con
sus piernas rígidas, como estacas. Todos avanzan con un andar peculiar: casi no
flexionan las rodillas y golpean los
pies contra el suelo . Muchos, por hambre o agotamiento, pierden el equilibrio,
caen y vuelven a levantarse: como si se deslizaran por una inmensa pista de
patinaje.
El silencio cóncavo, reflecta
por contraste la estridencia ensordecedora de la muchedumbre que marcha. El
onomatopéyico trram. trram. trram resuena sobre el asfalto como
un eco estereofónico, brutal, exaltado e insolente.
Algunos transeúntes contemplan
a la gente con curiosidad; otros, con pena. O lástima. El mutismo, fantasmal y
macabro, boceta un cuadro de alucinación.
Alguien de la multitud susurra
una pregunta: ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestro rumbo?...No tenemos
metas, hijo. excepto sobrevivir, musita, como en un rezo, un anciano de
hirsutos cabellos blancos y una nariz en forma de gancho.
Una jovencita los ve pasar.
Está vestida con elegancia. Una gargantilla le acaricia el delicado cuello, y
los pendientes de oro parecen causarle un extraño placer. Encara al mozo del
bar y lo sondea con un tono ingenuo que encrespa:
−¿Quiénes son estas personas?
¿Contra quién protestan? ¿Están de huelga, qué es lo que quieren?
−Perdóneme, señorita, ¿usted
no lee el diarionet, no mira nunca su digitele portátil? —inquiere el mozo,
fastidiado.
El sol trepa entre los
confines celestes y brumosos del horizonte. Ahora parece un deslumbrante círculo
de fuego. Su rubor anaranjada se destaca contra el cielo tiernamente azulado.
Cómodos vehículos con motor de
energía solar se desplazan veloces, silenciosos y seguros por las avenidas y
autopistas. Grupos familiares, en la habitual pausa de la alienación
hebdomedaria, se dirigen a sus placenteros fines de semana en las zonas verdes,
alejadas de las urbes superpobladas.
El transporte público, los colecópteros,
vuela por las rutas aéreas asignadas a cada línea. No hay muchos pasajeros. Los que viajan prestan
atención al matiz escarlata del
promisorio crepúsculo. Y en el lado oeste contemplan las columnas de la
desesperanza que se mueven con ese ritmo tristón, monocorde e indolente.
Nuevas muchedumbres grises
surgen por los bulevares y suburbios urbanos. Las piernas parecen enmohecidas,
los ojos sin expresión. Los tacos martillan sobre las calles y restallan el
silencio. Otros restriegan sus gastadas suelas contra el empedrado; muchos
caminan sin calzado.
De vez en cuando se escuchan
llantos de bebés escuálidos. Hambrientos y exhaustos; succionan pechos
estériles de madres agotadas. Los niños imploran lo imposible; finalmente
callan y duermen. Algunos agonizan mansos, ya sin fuerzas para los gemidos que
preceden el fin.
Las columnas no se detienen. A
veces se lanzan a la conquista de residuos de comida, volcados indolentemente
en los recipientes de desperdicios de los restoranes y bares. No hay para
todos: rige la ley del más fuerte. Los débiles van cediendo. Se tambalean pero
prosiguen. Como último acto se desploman. Los que tienen familiares reciben
ayuda; sobreviven a pesar de todo. Otros, acurrucados, quietos, esperan que la
caridad pública los traslade a algún hospital. Los demás agonizan, aguardando
resignados que la muerte se apiade y los libere.
Año 2020, siglo XXI. Ocurre en
todo el orbe; en el primer mundo o en el tercero. En todas las áreas del
planeta se multiplica el número de convictos sin condena, cuyo único y terrible
delito es haber nacido en el siglo XX, el siglo del robot, la computadora y la
telecomunicación; el siglo en el que el amor devino en maldición, el odio en
virtud, la mentira en fuerza, el soborno en gratificación.
Las columnas de menesterosos
se han convertido en el estiércol marginado de la sociedad de la opulencia. Es
la masa gris que marcha por los arrabales de la democracia, informe en su
esperanza y uniforme en sus carencias. Desde hace años, la muchedumbre retoma
cotidianamente su calvario, su peregrinación al Gólgota de la sociedad de la
abundancia, en la que es crucificada sin que sepa el por qué.
Van desplegándose las sombras;
una oscuridad huraña envuelve a las muchedumbres. Los espectros se
desconcentran; buscan refugio en los
umbrales, en viviendas abandonadas o en construcción, en las bocas de los
subterráneos y estaciones de trenes y colecópteros Hay quienes se albergan
debajo de los puentes o en las banquinas de las autopistas. Hasta el día
siguiente, en que nuevos marginados se sumarán a la tétrica procesión. Otros,
sin embargo, faltarán a la cita.El CCM (Crematorio Central de Menesterosos)
funciona durante las veinticuatro horas. Con las primeras sombras de la noche
salen a recoger los cadáveres las Cuadrillas de Voluntarios de Rifkin,
llamadas así en homenaje a Jeremy Rifkin, el sociólogo utopista americano del
siglo XX, autor de un opúsculo titulado curiosamente El fin del trabajo.
En los centros de producción
del planeta tierra, raudos, sofisticados y sigilosos equipos automáticos
producen, a velocidades siderales, todo lo necesario para vivir y disfrutar.
En las fábricas casi no hay
trabajadores. unos pocos técnicos atienden las ordenadoras de producción y
contabilidad. Algunos científicos se dedican a experimentar nuevos programas de
desarrollo. Diariamente, camiones con acoplados descargan en gigantescos
depósitos las mercaderías que no se consumen en el mercado de la libre
competencia. En los “shopping’s”, entre tanto, se exponen sofisticados aparatos
computerizados y digitales, delicados alimentos, confituras deliciosas y
atractivas indumentarias. Muchedumbres famélicas, depósitos abarrotados. No
para los marginados.
¿Existen? ¿Sueñan acaso? ¿
Perciben aún el amor? ¿O son figuras de cera, muñecos de escaparate, títeres en
el proscenio cruel y humillante de la existencia humana? El mundo que se
autoproclama serio no les presta atención: hace tiempo que dejaron de ser
noticia. Ellos no son parte del universo
de colores y bienestar.
Esto acaece en el planeta tierra,
año 2020, siglo XXI ■
Andrés Aldao
Escalofriante descripción de una sociedad que no vemos en las noticias, pero que existe en los suburbios del planeta. La creencia que el capital necesita millares de millones de consumidores ya no es válida. La reducción de costos, el trabajo esclavo y la tecnología permiten la vida regalada de los privilegiados y no necesita a toda la población del planeta.
ResponderEliminarSí, la podemos ver en el planeta. La podemos ver detrás del "inocente" celular que llevamos en el bolsillo.Ese celular que para poder existir fue necesaria la obtención del mineral COLTAN, abreviatura de columbita y tantalita,una combinación, según me he informado, que por sus características es fundamental para la fabricación de las nuevas tecnologías. Mineral del cual dependen grandes empresas del primer mundo, como Nokia, Motorola etc. El mayor proveedor de esta materia prima se encuentra en el Congo Africano -el 80%de la reserva mundial- La paradoja es que las riquezas naturales son su mayor desgracia: favorece el expolio, el tráfico de armas y el trabajo esclavo.
ResponderEliminarLa Fundación Centro Psicoanalítico de Buenos Aires (fcpa@fcpa.org.ar), en el marco del centro de estudios "En el país del olvido, el racismo al diván, 1993-2012" proyectó los documentales COTAN y BLOOD IN THE MOBILE IS THEARE BLOOD IN YOUR POCKET,bajo el título "Comercio peligroso". Es allí donde me he informado. Pero existe algo más terrorífico aún, un problema de paragénesis minerales, uranio, radio, etc., que pueden estar presentes en la estructura del Coltán. Estudios realizados por la Universidad de Nigeria, han detectado dosis de radiación en los trabajadores congoleños que se dedican a extraer al Cotan en forma artesanal.
Cuando vi la foto que presenta "Crónica del planeta tierra (cuento de...¿ciencia o ficción?" la relacioné inmediatamente con los pozos en las montañas del Congo ,donde están hacinados a modo de racimos cientos de trabajadores, inclusive niños, sin ningún equipo adecuado, sólo con sus manos como garras, sin poder hablar mucho para no gastar el oxígeno, con sus cuerpos empapados de sudor, y horas interminables de trabajo, todo por unas monedas miserables.
Gracias Andrés, pienso que la literatura tiene el poder de penetrar en la realidad y jugar con el tiempo.
Ofelia
Cuento que resulta escalofriante porque ya las señales se observan en las sociedades de hoy con el irracional apego al consumismo, la trivialización hacia el sufrimiento del otro y en la desigualdad obscena de la opulencia y la pobreza.
ResponderEliminarUn cuento que prende el timbre de la alarma, de muy buen formato, con nuevos vocablos acordes a la era tecnológica y que nos lleva a pensar que no es ciencia, no es ficción, y es una realidad sin humanismo ni sensatez.
Felicitaciones, Andrés.
La supuesta ciencia ficción usada como alegato contra las barbaridades del sistema capitalista escrita con la maestría que caracteriza a Andrés en el uso del lenguaje, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarOjala que nuestra realidad actual , sea un cuento , un sueño del cual despertemos.
ResponderEliminarMagnífica descripción social de una época. Gracias.
amelia