Sacudió la cabeza, las
palabras que había desechado y las que intentaba conservar para escribirlas más
tarde, se entremezclaron, se estrellaron unas contra otras y perdieron su
singularidad. Ya no sabía por qué había elegido unas y no las otras. Ya no
recordaba qué era lo que pretendía contar.
¿Era tan importante o
tan interesante lo que ella podía contar? ¿Por qué valía la pena escribirlo?
Siguió caminando y
aceleró el ritmo. Como era habitual, no había prestado atención a las calles,
los jardines, la gente -escasa a esa hora... Siempre admiró y tambien envidió a los escritores que describían en
detalle un paisaje, una persona, el estado del tiempo. Ella, en cambio, no era
capaz de describir nada, no vivía en el instante que transcurría, los
pensamientos se le iban hacia el pasado y no podía controlarlos. Alguna vez, si
es que llegaba a vieja, recordaría con nostalgia estos tiempos en que caminaba
por las calles mirando la gente, las casas, los jardines. En ese dudoso futuro
ya habría olvidado que ahora no estaba viendo lo que tenía ante sus ojos y que
caminaba inmersa en un pasado más lejano aún, y tambien dudoso.
Caminaba de memoria,
todos los días el mismo camino: la calle Jerusalem. De kilómetro y medio de
largo rodeaba el barrio, comenzando en la esquina de su casa y finalizando a
200 metros.
La pequeña ciudad
serrana se caracterizaba por esas calles circulares que al principio, cuando
recién se habían mudado, los enloquecían porque caminaban y caminaban llegando siempre
al mismo lugar.
Para Delia y Lola esa era
la cuota diaria de actividad física aunque Lola se
impacientaba por la lentitud con que Delia
cumplía ahora el recorrido. Cuarenta minutos para mil setecientos metros,
cuando hace algunos años el recorrido le llevaba sólo veinte…
Ahí tenía una prueba de
que el tiempo existía, ịvaya si existía! Con sorpresa descubrió Delia que esa iluminación
no le reportaba ninguna alegría…Mas bien se sentía desanimada. Se vió dentro de
algunos años transitando por esa misma calle con un bastón durante una hora o
tal vez más; claro, sin Lola.
Se hablaba mucho de
vivir en el aquí y ahora, pero, ¿cómo se lograba? Y además este ahora, este
aquí... ¿eran tan interesantes? Sólo el presente existe, afirman los filósofos,
el pasado ya se fue y el futuro aún no llegó. Si, puede ser, pero no para Delia.
Planes ya hacía pocos, pero evocar los años de su adolescencia, de su primera
juventud era su ocupación preferida.
Recordaba que cuando sus
hijos eran pequeños y el cansancio la hacía desplomarse en la cama se consolaba
pensando cómo descansaría cuando crecieran. Bueno, ahora ya eran grandes,
tenían sus propias familias, ella podía descansar cuanto quisiera y, sin
embargo, pasaba horas recordando esos tiempos...
La perra, pese a todo,
la obligaba a prestar atención y ”aquí y ahora” olía con entusiasmo el trasero
de un perro callejero. “¡Lola!” le gritó, tratando de continuar con su caminata,
pero un movimiento inesperado de Lola la hizo caer y soltar la correa.
Gritó por el dolor,
intenso y agudo, dos o tres personas se acercaron a ayudarla y Lola, con su
trote equino, dio vuelta la esquina y desapareció arrastrando su cinto.
No podía incorporarse,
todo movimiento acrecentaba el dolor de la espalda y un comedido ya había
pedido una ambulancia. En cuestión de minutos dos camilleros la acostaban en
una camilla e iba camino al hospital.
Todas las disquisiciones
filosóficas, las fantasías sobre el pasado o el futuro, el relato que pensaba
escribir, todo quedó suprimido por el dolor de la espalda.
Tres días después,
cuando volvió a casa vestida con el chaleco de yeso blanco, Lola estaba
esperando al lado de la puerta, con su cabeza sobre las patas delanteras.
La perra, con su
sabiduría animal, había vivido durante tres días y tres noches en un presente
sin interrogantes, sin pasado y sin futuro, sin dudas y sin anhelos. Intensa y
total, como su paciencia, le apoyó las patas en el pecho de yeso y le lamió con
ternura la cara, recordándole que esa alegría era el hoy y el aquí.
Con sorpresa comprendió
que también ella, en el hospital, había vivido en un continuo presente. Como la
alegría, tambien el dolor exige vivir el instante. Instantes que subsisten un
segundo o toda la eternidad. ■
© Ester Mann
Querida Ester: muy lindo relato. Tiene el peso del momento que, inexorablemente, pasó y pasa. Tiene todos los tiempos verbales en su tiempo. La alegría y el dolor son situaciones que hacen reflexionar profundamente, y nos traen de un pasado a un presente - o viceversa- en un instante. Me gustó mucho. Te abraza y desea un FELIZ INCIO 2014,
ResponderEliminarHOLA ESTER. Es un placer leer tu cuento, tan acorde al cambio como es éste, de número y vivencias. El tomar con tanta fluidez el presente - pasado hace un pasaje por el tiempo en el tránsito inevitable, Muchas gracias. Es un relato hermoso. FELIZ AÑO 2014. Un abrazo.
ResponderEliminarSonia Figueras
La aceptación de la edad en la aceleración del devenir como un síntoma inevitable al convivir entre presente y pasado.
ResponderEliminarBien hilado y con ese toque de tu estilo
Celmiro
Cuestionamientos y reflexiones se estrellan contra lo imponderable del aquí y ahora que la perra vive sin remordimientos. El relato dispara cuestiones filosóficas, el tiempo, el dolor, la memoria, interesante y grata lectura, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarComo dice Carlos, el tiempo es un tema de la filosofía y la razón tratando de aprehender este límite humano.Aunque lo seguro es el hoy, no podemos abstraernos de los recuerdos y de algunas metas.
ResponderEliminarSólo el arte logra darle el matiz existencial, como en este cuento, donde la historia tiene ritmo humano, sensible, empático. Me acordé de la pintura de Dalí donde el tiempo dilata hasta los relojes.
Me deja pensando. Felicitaciones Ester y cariños.
MARITA RAGOZZA
Dado que los recuerdos y reflexiones nos sumergen en la angustia o el desánimo, será entonces que la realidad de la vida se basa en los instintos? Muy interesante. Lina
ResponderEliminar" ya no sabía porqué había elegido algunas ( palabras" y " sólo el presente existe" me provocaron una gran reflexión. gracias. susana zazzetti.
ResponderEliminarEntretejido de vida que atrapa por la precisión del relato. Bueno, muy bueno, para reflexionar.
ResponderEliminarFeliz año. Betty
Probablemente, Ester, los sentimientos del personaje son los mismo que todos tenemos a cierta edad, hacia el futuro las planificaciones por miedo a que no llegue, hacia atras los recuerdos. pero lo que más me gustó fue el final, una mascota esperando, una presencia del ahora que ejemplifica el deseo de la autora del disfrute en tiempo real. Buena reflexión, ojalá pudiéramos practicarla todos. Un abrazo. marta comelli
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